Por fin, el Palacio Municipal (Retales de la Historia - 95)

Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 10 de febrero de 2013)

 

          Por mucho que cueste creerlo, el Ayuntamiento de Santa Cruz de Santiago tardó cien años, todo un siglo, en disponer de casa propia. Así y todo, cuando pasó a ocupar la nueva sede, lo hizo entre albañiles, decoradores, pintores y toda clase de operarios que se daban prisa por rematar una obra que a pesar de tantos esfuerzos parecía eternizarse.

          Los inconvenientes eran numerosos y no fue uno de los menores el incendio que sufrió el taller de carpintería de Rafael Pérez, en la calle Álvarez de Lugo, que destruyó las puertas interiores del Palacio que se estaban elaborando, así como la madera de caoba de propiedad municipal para las exteriores. Aunque en mayo de 1905 se encomendó a Tomás Peraza la construcción en madera noble de las dos puertas laterales del salón de sesiones, la mayor parte de la carpintería –nueve ventanas, tres marcos para cristales y pasamanos y zócalo de la escalera– se adjudicó a Manuel Gómez Melián, para lo que se importó roble de Hungría de muy buena calidad, pero con el inconveniente de que por estar húmedo era necesario esperar meses para poder trabajarlo. A la vista de ello se acordó adquirir 6.550 pies de caoba a Rafael Hardisson, para todas los huecos y zócalo del salón y convocar concurso para piso de parquet. La madera se almacenó en el salón de los Lavaderos, para irla entregando al contratista Gómez Melián según la fuera necesitando. De todas formas, el retraso facilitó que se fueran terminando las obras de albañilería antes de proceder a colocar las puertas y ventanas. Quedó pendiente el despacho del alcalde, cuya carpintería no se daría por terminada hasta 1940.

          La decoración era un capítulo importante en un espacio que pretendía ser representativo de la máxima institución de la ciudad, y no se escatimaron relieves, volutas y dorados en los elementos ornamentales. En 1905 López de Vergara terminó el frontón del edificio, al mismo tiempo que se contrataba con Francisco Granados Calderón, por 6.000 pesetas, toda la decoración interior, empezando por el techo del salón principal. Como ya estaban pintados los lienzos alegóricos, tuvo que comprometerse a reparar cualquier desperfecto que se ocasionara. Se calculaba en más de cien mil pesetas lo necesario para terminar las obras, se contrató un nuevo empréstito y se pidió al gobernador civil que las exceptuara de subasta para acelerar los trámites.

          Faltaban otros detalles, tales como adornos de cemento para las quince ventanas, que se encargaron a Teodomiro Robayna, y se decidió sustituir las rejas de los balcones por balaustrada de granito pulimentado y pasamanos de cemento pulido a terraja. Y también había que tener en cuenta la iluminación, especialmente del salón de sesiones, para lo que se encargó a la firma Frankfurter&Liebermann, de Hamburgo, dieciséis fanales –a 132 marcos cada uno–, en unión de los tres cristales de los montantes de las puertas de fachada. Los fanales llegaron bien, y se procedió a su colocación antes de retirar el andamiaje, pero los cristales se recibieron rotos y fue necesario repetir el pedido con seguro a cargo del Ayuntamiento.

          Todavía faltaba uno de los elementos más distintivos del salón de plenos, las tres vidrieras representando la central el escudo de la ciudad, y las laterales con alegorías a la Gesta del 25 de Julio y al título de Muy Benéfica. Todo ello, en unión de las dos claraboyas del techo, se encargaron, por 12.500 pesetas, a la firma Eudaldo A. Amigó y Cía., de Barcelona. Pero todavía el salón de plenos no era utilizable, pues faltaban remates de pintura, la tarima, antepechos y cristales de las ventanas altas y, algo imprescindible, el mobiliario adecuado tanto para los miembros de la corporación como para el público. Los concejales Patricio Estévanez y Fernando Arozena pedían en 1910 la urgente terminación de las obras y que se adquiriera el mobiliario necesario, pero se trataba de un Palacio, y ya se sabe que las cosas de Palacio van despacio, especialmente cuando el Ayuntamiento estaba endeudado hasta las cejas por el esfuerzo realizado.

          Las sesiones se celebraban en una dependencia secundaria y, todavía en 1912, el concejal Agustín Gómez Marrero pedía que se trasladaran al salón grande, pero para ello había que cambiar el piso provisional que tenía, además de que se carecía de muebles. No obstante, la sesión del 31 de enero se hizo con mobiliario provisional y, para decorar las desnudas paredes se pusieron las dos banderas inglesas de 1797, pero la prueba no dio resultado y resultó incómoda y deslucida, por lo que se volvió al local en que antes se celebraban.

          Gómez Marrero continuó insistiendo y, en 1914, llegó a proponer que se colocaran en el salón las butacas del Teatro que fueran necesarias, hasta que, por fin, en septiembre del mismo año, se pudo sacar a subasta la adquisición del mobiliario para el salón de actos del Palacio Municipal.

          Por fin Santa Cruz tenía casa en propiedad.    

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