El pescado salado en las obras públicas (Retales de la Historia - 86)

Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 9 de diciembre de 2012).

 

          Un buen cherne salado bien cocinado puede considerarse hoy un manjar casi de lujo, pero no siempre fue así. En tiempos pasados las papas, el gofio y el pescado salado constituían la base de la alimentación del pueblo llano, pues las frutas y la mayor parte de las verduras eran escasas, y la carne, a menos de que se criaran las aves, cabras, conejos o cerdos en los patios o huertas de las casas, no estaba al alcance de la clase trabajadora. El menú doméstico, por tanto, no era demasiado variado: pescado y papas con harta frecuencia, de vez en cuando algún puchero, y poco más.

          Los años centrales del siglo XVIII fueron de tales escaseces y hambrunas que se recurría a toda clase de medios para disponer del imprescindible abasto para la población. Cuando en 1748 una balandra portuguesa cargada de pescado salado llegó a puerto para recabar la preceptiva carta de salud antes de dirigirse a su destino en la Madera, sufrió toda clase de demoras e inconvenientes para convencer a su capitán que desembarcara aquí su carga y, más tarde, se llegó a obligar a algún barco procedente de la costa de Berbería a desembarcar toda su carga de salado.

          El consumo de este producto alcanzó tal importancia que veinticinco años más tarde el comerciante y naviero de Santa Cruz Bartolomé Méndez Montañez -el mismo que donó el Triunfo de la Candelaria y la Cruz de mármol- encargó en La Palma seis barcos para dedicarlos a la pesca en la costa africana y construyó un almacén para una factoría de salazón al Sur de la población. Muchos años después, decaído el negocio, aquellos almacenes se utilizaron como Lazareto del puerto, en los que se recluía durante cierto tiempo a los recién llegados sospechosos de padecer enfermedades contagiosas. Hoy, en aquel solar, se alza el Parque Marítimo.

          Muy pronto, ante el aumento de la demanda comenzaron las especulaciones y los precios abusivos y la Real Audiencia tomó cartas en el asunto. A petición del Gremio del Salado en las costas de África, mandó guardar un precio máximo de nueve cuartos la libra de pescado salado, precio que se sostuvo incluso en la época de la guerra con Inglaterra. Tuvo que llegar la guerra napoleónica para que, en 1812, se autorizara elevar el precio hasta los doce cuartos la libra, dada la escasez por el peligro de faenar en la costa africana y transportar la carga en un mar infestado de corsarios franceses.

          Una curiosa circunstancia, de dudoso origen, relacionada con este tipo de pesca, la recordaba la Real Audiencia al alcalde de Santa Cruz, que entonces era Nicolás González Sopranis, para que todos los barcos de pescado salado "traigan a la isla de Canaria la pilla que está prevenida". Dicha "pilla" o pila se refiere a los montones o "tongas" en que se "apilaba" el pescado a bordo de los pesqueros en los compartimentos de las bodegas y, a veces, sobre cubierta.

          A la llegada de los barcos se vendía el pescado en locales de la plaza principal, lo que a juicio de los ediles resultaba perjudicial para la salud y policía urbana, por lo que en 1815 se obligó a que todas las lonjas de salado se establecieran en la calle de La Palma, con la consiguiente protesta de vecinos y lonjeros por ser el lugar muy poco ventilado. Poco a poco la norma se fue olvidando y los almacenes pasaron primero a la calle de La Luz -Imeldo Serís- y luego a otros lugares, hasta que se trató de reunirlos a espaldas de la Carnicería, junto a la muralla de la Marina, aunque con poco éxito.

          Al tratarse de un producto de consumo generalizado, el ayuntamiento no resistió la tentación -al igual que hoy ocurre con los combustibles- de gravarlo con arbitrios destinados a cubrir diferentes necesidades de utilidad pública. Así se hizo en 1813, año en el que también se aplicó gravamen al vino, aguardientes y casas de billar, para agenciar recursos para las obras de aumento de aguas de abasto, atarjeas y cuidado de los montes. En 1823, en el que puede considerarse primer presupuesto municipal, el arbitrio sobre el pescado salado alcanzó los 8.000 reales.

          En 1837, paralizados los trabajos del camino de La Laguna por falta de fondos, se autorizó un arbitrio de 2 mrs. por libra de pescado salado para dichas obras. Se nombró recaudador a Santiago Beyro, que encontró la oposición de los vendedores y del comandante de Marina, pero tanto el Ayuntamiento como la Diputación Provincial le apoyaron con todos sus medios, y el pescado salado pasó a formar parte del camino más importante de la Isla. Los vendedores habían subido el precio 10 mrs. por libra, a pesar de lo cual se resistían a pagar el arbitrio. De todas formas, en 1840 el encargado de la recaudación hacía ver el notable incremento que había tenido desde que se había hecho cargo de ella, y pidió se le aumentase la comisión del diez al veinte por ciento. Aquí, el que no corre, vuela.

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