El Camino Real a La Laguna (2) (Retales de la Historia - 84)

Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 25 de noviembre de 2012).

 

          En 1822 la falta de recursos retrasaba los trabajos del camino hasta el punto de que más de una vez quedaron paralizados. Cuando ya se estaba cerca de la jurisdicción de La Laguna, su ayuntamiento propuso establecer un impuesto de "portazgo" para aplicarlo a las obras, ante a lo que el de Santa Cruz expuso que primero habría que determinar la ubicación de los puestos, y que el citado impuesto estaba ordenado  aplicarlo a la conservación de los caminos existentes y este del que se trataba aún no estaba terminado.

          La autoridad superior apremiaba a la terminación de los trabajos y para que las comisiones de Santa Cruz y La Laguna aunaran sus esfuerzos y aplicaran recursos, a lo que se contestó que aún no se tenían noticias de que La Laguna hubiera nombrado comisión alguna y que el tramo hasta el puente Zurita se había hecho sólo con aportaciones de los vecinos de Santa Cruz, y se volvió a pedir, una vez más, la colaboración del comandante general, que entonces era Isidoro Uriarte. La situación era tan crítica que, ante la ausencia total de fondos se tuvo que recurrir a un remedio heroico, que hoy nos puede parecer monstruoso, y se suprimieron los maestros de primera letras de niños y niñas y el médico titular, cuya asignación en total alcanzaba los 12.750 reales de vellón, para dedicarlo a las interminables obras, que así recibieron, si no todo, al menos parte del impulso deseado.

          Pero nada es eterno. Transcurridos diez años el camino volvía a precisar importantes arreglos, pero se tropezaba con el inconveniente de siempre, la falta de recursos. Se comisionó a los regidores Domingo Corvo y Benito Baudet para que entendieran en ello y el nuevo comandante general, mariscal de campo José Marrón, mostraba interés por buscar una solución. El ayuntamiento decía que lo único que podía hacer era "excitar el celo de los vecinos por medio de una suscripción voluntaria", al tiempo que solicitaba que se aplicasen algunos recursos públicos, que hasta el momento nunca se habían concedido para estas obras, tales como el sobrante de la renta de Correos y otros similares, que estaba previsto se dedicaran a la reparación de caminos. ¡Qué ilusos!

          No quedó otro remedio que volver a abrir suscripción en la que los vecinos podían contribuir con su aportación personal o pecuniaria. Inicialmente, los concejales aportaron 10 reales de vellón cada uno para los primeros gastos, además de suscribirse todos los miembros de la corporación, incluso el secretario, con el costo mensual de cuatro peones cada uno, a razón de 4 reales por jornal. Por su parte, el contador Bartolomé Cappetto se comprometió a aportar un peso al mes mientras durasen las obras. La Diputación Provincial pidió al Ayuntamiento que propusiera arbitrios para aumentar la recaudación, lo que los regidores municipales rechazaron por la extrema pobreza del pueblo, que ya estaba excesivamente recargado con arbitrios y gabelas.

          Mientras se seguían buscando recursos, para lo que ahora se comisionó a los regidores Castillo Iriarte y Buenaventura Ríos, no dejaron de surgir problemas, como el suscitado por la rectificación del trazado que invadía terrenos del vecino Bernardo Espinosa, lo que obligó a nombrar peritos que señalaran el justiprecio. Por otra parte, como el tráfico no podía cortarse durante las obras, los carros y carretas seguían pasando hacia y desde La Laguna, causando a veces daños de consideración y, para identificarlos, surgió entonces la primera matriculación de vehículos de que se tiene noticia, al ordenarse a los boyeros que sus yuntas llevaran un número de identificación en el yugo.

          Se conoció por entonces, 1837, una R.O. que dadas las circunstancias no dejaba de resultar irónica, que pedía información del estado de las obras públicas a cargo de la Nación, de la Provincia y del Ayuntamiento, a lo que se contestó que la única obra era el camino a La Laguna, a cargo totalmente de los vecinos. La Diputación Provincial no cesaba en exigir recursos, pero nada aportaba, a no ser el disponer "que los vecinos de quince a sesenta años… contribuyan con sus personas o con el importe de un jornal...", que se destinaran a la obra veinte soldados de los que estuvieran francos de servicio y penados del presidio en dos cuadrillas, una trabajando desde La Laguna y otra desde Santa Cruz, que el ancho del camino debía ser de diez varas, que se aplicaran las multas municipales a los trabajos y que se acudiera a Fortificaciones para que aportara "todo lo posible a tan útil empresa".

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - -