El Camino Real a La Laguna (1) (Retales de la Historia - 83)

 
Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 18 de noviembre de 2012).

 

          En Retales anteriores ya se trató de los antiguos caminos de Santa Cruz, entre ellos, aunque someramente, del primero que existió y que daba salida hacia La Laguna y el interior de la Isla. Era el camino que partiendo de la Caleta de Blas Díaz, junto al castillo de San Cristóbal, seguía por la plaza de la Iglesia y, después de vadear el barranco de Santos, trepaba ladera arriba por la empinada pendiente de la hoy calle de San Sebastián. Era un camino infernal, rocoso y polvoriento, pero era la única vía que permitía tanto la introducción de mercancías y viajeros hacia la capital como recibir los productos del campo para suministro del puerto o para la exportación. La primera noticia de que alguien se ocupó de él es de 1661, cuando el capitán general Gerónimo de Benavente y Quiñones, el mismo que sobre el camino de ronda inició el Paseo de los Coches -hoy Ramblas-, lo hizo recomponer por el lamentable estado en que se presentaba. En el siglo XVIII se encontraba en tan malas condiciones que después de unas torrenciales lluvias que lo acabaron de destrozar, un regidor de La Laguna decía que el camino que bajaba al puerto había dejado de ser un problema, puesto que ya no existía.

          A partir de 1754, construido el puente Zurita, el camino de La Laguna pasó a ser la prolongación de la calle de la Luz, actual Imeldo Serís, hoy conocida como  Rambla Pulido. Este nuevo camino era también una polvorienta vía de tierra, que en su primer tramo, entre el Hospital Militar -donde hoy está el palacio de Capitanía- hasta el nuevo puente, fue reparado en 1797 por el general Perlasca. Esta nueva vía no sólo conducía al puente, sino que permitía abrir accesos a las huertas y terrenos que atravesaba, pero ocasionando nuevos problemas de linderos y nivelación de los cruces, cuando no cortaba senderos y veredas cuyo uso se había consolidado.

          Así ocurrió en 1813 en una propiedad del exalcalde Simón de Lara Ocampo, en el cruce con el Paseo de los Coches, que al hacer una atarjea para su huerta y, aunque él mismo se había obligado a dejar el camino como estaba o en mejores condiciones, tuvo que ser reconvenido varias veces por el ayuntamiento para que cumpliera su compromiso. Dos años más tarde se repitió el problema con nuevas conducciones de agua para otras fincas particulares que tenían que cruzar el camino. El ayuntamiento autorizó las obras, pero luego se vio precisado a insistir una y otra vez y amenazar con sanciones si no se dejaba el camino en condiciones.

          A pesar del pomposo nombre que se le daba, Camino Real a La Laguna, la dichosa vía nunca estaba en las debidas condiciones. En 1817, regentando la alcaldía Enrique Casalón como decano y juez real ordinario, se hicieron reparaciones a cargo de los propios vecinos con la ayuda de algunas tropas facilitadas por el comandante general, pero las obras se eternizaron por falta de medios. A los dos años se comisionó al regidor Felipe Fernández para que dirigiera los trabajos, en los que seguían colaborando los vecinos personalmente, bajo la vigilancia diaria de un concejal, empezando por el más antiguo, y con la asistencia técnica del comandante de Ingenieros Diego Tolosa. En 1820, el alcalde Patricio Anrán de Prado reconocía que el camino “está intransitable”, e hizo un nuevo llamamiento a los vecinos para que concurrieran con su trabajo a las reparaciones necesarias.

          Pero no había manera. Dos años más tarde intervino la Diputación Provincial, que se limitó a exigir al Ayuntamiento que nombrase una comisión que se encargara del asunto, formada por los regidores Valentín Baudet y José Nazario Hernández y los  vecinos José Espinosa Cambreleng y Nicolás de Fuentes. Esta vez se contó con la aportación de presidiarios, que se alojaban en el antiguo cuartel de San Miguel, por el costado Sur del conocido como Campo Militar -hoy Plaza Weyler- y, ante la insistencia de la Diputación para que el Ayuntamiento financiara la obra y la ausencia total de fondos que sufría el consistorio, se acordó abrir una suscripción pública. Además de la Diputación, también intervinieron por entonces el jefe superior político y el intendente, lo que vino a complicar más las cosas con tanto jefe mandando en una obra para la que la carencia de recursos era total. Lo poco que se recaudaba había que ingresarlo en Tesorería a cuenta de las deudas con Hacienda.

          Como no había dinero, a los propietarios de las fincas afectadas por el nuevo trazado del camino se les propuso compensarles con solares sobrantes del camino viejo, entre otros, a Bartolomé González de Mesa y Francisco Rodríguez Perú.

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