La Casa-Palacio de los Carta, ¿se vende un monumento?

Por Sebastián Matías Delgado Campos  (Publicado en La Opinión el 5 de noviembre de 2012).

 

          A través de los medios de comunicación hemos conocido que uno de los recursos contemplados por diversas administraciones para allegar fondos con los que paliar sus estrecheces económicas, en esta desgraciada crisis que nos envuelve, es el de vender parte de su patrimonio inmobiliario en el que se comprende, por cierto, un buen número de edificios de indudable interés cultural, tanto histórico como artístico. Entre ellos aparece, de forma tan sorprendente como alarmante, la Casa-Palacio de los Carta, en la Plaza de la Candelaria de Santa Cruz de Tenerife que el Gobierno de Canarias pretende enajenar por 5,8 millones de euros a quien esté dispuesto a adquirirla para no se sabe qué destino.

          Lo primero será precisar que el Gobierno Autónomo no es su propietario, sino que lo es la Comunidad Autónoma de Canarias, de la que aquél es sólo su administrador; y, por tanto, que antes de tomar una tal decisión debería consultarse a la ciudadanía y en especial a sus Instituciones y grupos o sociedades culturales, acerca de lo que debería y debe hacerse con tal inmueble que, por cierto, permanece cerrado y en riesgo de sufrir un lógico y progresivo deterioro por falta de uso, hurtándoselo a la contemplación de propios y extraños cuando, en su condición de Bien de Interés Cultural con la categoría de Monumento, no sólo debe obligatoriamente procurarse su mantenimiento sino, también, hacer posible su visita y contemplación.

          Fueron los Carta la familia más significada en el siglo XVIII santacrucero, un periodo esencial para comprender la evolución experimentada por esta población que, sin dejar de ser Plaza Fuerte (la única en el archipiélago), se consolidó como el Puerto más importante de las islas al socaire de una dinámica comercial sustentada no por una aristocracia nobiliaria sino por una más que incipiente clase media que, fiel a su mestizaje, se proyectaba entre continentes con decidido empuje y desparpajo.

          A través de tres generaciones que cubren el citado siglo, capitaneadas sucesivamente por el fundador de esta saga entre nosotros: don Matías Rodríguez Carta, su hijo Matías Bernardo Rodríguez Carta y su nieto José Carta Domínguez, esta familia enriqueció de forma notabilísima el patrimonio de esta población, en la que fueron decisivos protectores y mecenas de su templo parroquial en el que amén de otras aportaciones singularísimas y de valor excepcional, hicieron construir su hermosa Capilla-Panteón, la más auténtica joya del barroco en Canarias, a lo que hay que añadir su decidida mayordomía de la ermita de Ntra. Sra. de Regla y hasta el patronazgo de la ermita de Santa Catalina en Taganana.

          Pero no fue menor su proyección en lo civil, pues, dejando a un lado la construcción de la casa del Valle de Guerra y su presencia en "lo de Carta", en Arafo, tuvieron varias casas en Santa Cruz en diversas calles, entre las que cabe destacar las dos que se hicieron construir para su uso en una singular doble proyección urbana que muestra claramente la importancia y prevalencia de esta familia.

          En efecto, había en el trazado urbano de Santa Cruz dos espacios colectivos singulares: el más antiguo, surgido ante la parroquia que era denominado la calle grande o ancha (hoy Plaza de la Iglesia) dominado por el carácter religioso del edificio al que precedía, y el otro de carácter civil, la Plaza de la Pila, surgida al calor del Castillo de San Cristóbal que se transformó pronto en el principal punto de encuentro de la población. Pues bien en ambos lugares quisieron estar presentes de forma destacada los Carta, para lo cual levantaron las dos casas que aún subsisten: la una con su hermoso balcón corrido en tercera planta frente a la puerta traviesa (más tarde con la torre) desde la que salían directa y significativamente a participar en los cultos de la parroquia, y la otra, principal de su residencia, en la que no escatimaron recursos, que es la que nos ocupa en este escrito.

          El eximio investigador Pedro Tarquis en su opúsculo titulado Construcciones en Santa Cruz de Tenerife. Las casonas del siglo XVIII, dice refiriéndose a esta casa: "Esta edificación representa para Santa Cruz de Tenerife, por su importancia y belleza artística, lo que el palacio del conde del Valle de Salazar, 1683, para La Laguna"y después de destacar la tendencia neoclásica que se adivina ya en la pétrea fachada, enteramente diferente al barroquismo de los ejemplos laguneros, centra su atención en "...el patio de honor, la obra más bella y completa de todos los patios del Archipiélago...", "...no tiene igual, por su opulencia y vistosidad, en ningún otro patio de Santa Cruz...".

          Luego de señalar que el segundo patio ha sido elogiado por diversos viajeros extranjeros que nos visitaron, Tarquis continua afirmando que "La escalera de honor no la iguala ninguna otra del Santa Cruz del XVIII"; que: "Es notable la decoración de la antesala", en la que destaca la "lujosa puerta" que da paso al salón noble y que el balcón de la calle de San José es de "ejecución semejante al patio, de finura superior al de la casa Bigot o los de la calle San Francisco en La Orotava". No se olvida del "esbelto mirador" que, por su singularidad, mereció ser cantado en aquella copla popular: "Esta torre de Carta es un confite,//acudid chicharreros, que se derrite". Pedro Tarquis concluye que "se trata de la obra más completa y bella del arte regional del XVIII".

          Por su parte el historiador don Fernando Gabriel Martín en su Arquitectura doméstica canaria, afirma que "este edificio es de los más eruditos que se conservan en las Islas, anteriores al siglo XIX" y que "Su patio es uno de los mejores conservados en Canarias".

          A estos valores artísticos hay que añadir los históricos pues, después de haber sido morada de los Carta en el XVIII, pasó, ya en el XIX, a albergar la Capitanía General de Canarias (hasta su traslado al nuevo edificio mandado a construir por el general Weyler) y luego a servir de sede al Gobierno Civil de la provincia, hasta que se construyó, tras la guerra civil, la actual de la calle Méndez Núñez. Fue adquirido luego, por el Banco Español de Crédito (momento en que se realizaron obras de rehabilitación para adecuarlo a su nueva función de oficina bancaria) que lo ha estado ocupando hasta fechas recientes en que se trasladó a sus actuales instalaciones en la Plaza de San Francisco. Desde entonces, permanece cerrado y en desuso.

          Puesto en venta por aquella entidad bancaria, lo adquirió finalmente el Gobierno Autónomo en base a su condición de Monumento Histórico y Artístico (que como tal debe ser conservado), aprovechando la ocasión de rescatarlo para la colectividad, sin que, en una demostración de manifiesta incompetencia, hasta el momento, se haya sido capaz de asignarle o destinarlo para algún uso de interés cultural, como parece que tal bien demanda.

          Por ello nos resulta verdaderamente escandaloso que, haciendo caso omiso de toda consideración patrimonial y cultural, se esté dispuesto a entregarlo de nuevo a manos privadas ¿? que quizá podrían pretender cualquier remodelación funcional que alterara su configuración.

          No parece que los responsables de tal decisión en el Gobierno Autónomo tengan, en este asunto el mínimo de sensibilidad necesaria para comprender la importancia que para la capital (tan vaciada de su contenido urbano más antiguo, del que sólo podemos presentar un puñado de edificios fundamentalmente religiosos), para la isla y aún ahora la región, tiene la recuperación para el patrimonio colectivo (y hasta para mostrarlo a nuestros visitantes) de semejante joya edilicia que bien podía ser dotada de una función cultural como, por ejemplo, la de albergar un museo de historia de la población u otra alternativa semejante.

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