Entrevista a Luis Cola (Viejos y nuevos rincones)

Por Raquel P. Capote  (Publicada en La Opinión el 10 de septiembre de 2012).

Regreso a Callao de Lima (Viejos y nuevos rincones)

          Pedro Luis Cola Benítez, cronista oficial de Santa Cruz desde el pasado año, como buen historiador casi es capaz de recordar la cronología de cada una de las calles de la capital sin necesidad de consultar ningún libro, Sin embargo, de la Calle Callao de Lima sabe más que de ninguna. El 13 de mayo de 1933, Cola nació en una casita de dos plantas, concretamente en el antiguo número 33 de esta vía, que hoy corresponde al 27, entrela Calle Viera y Clavijo y Numancia.

          A pesar de que con tan solo dos años Cola se tuvo que trasladar con su familia a Gran Canaria, a los ocho años volvió para quedarse en la capital chicharrera. Sin embargo, cuando regresó se fue a vivir a Villa Benítez, un barrio del distrito Ofra-Costa Sur. “Aunque no quedaba muy cerca seguí frecuentando la zona de mis orígenes, porque allí estaba el que fue mi colegio hasta los 10 años, Los Padritos, en El Pilar” explica el cronista.

          Luis Cola recorre Callao de Lima señalando casi cada esquina al pasar. En el trayecto empieza a relatar los partidos de futbol de su infancia, sin poder evitar sonreír al recordar. “Nuestro rincón de juegos era el tramo entre la Calle Numancia y El Pilar”, cuenta mientras señala el espacio a lo lejos. “Veníamos a pasarnos la pelota después de la escuela, hasta que mi tío, que vivía también en Villa Benítez, nos recogía para ir a comer” rememora con la mirada perdida.

          Cola recuerda que por entonces eran pocos los que tenían vehículos propios. “Cuando venía un coche uno de nosotros avisaba gritando y despejábamos a toda prisa la calle” cuenta. Además, relata, como el parque municipal estaba tan cerca, algunas tardes iban allí a coger tamarindos tirándoles piedras. Se acuerda además de que en el parque siempre había un guardia que cuando los veía, salía corriendo tras ellos mientras los pequeños salían en “estampida".

          “En aquella época con poca cosa lo pasábamos en grande. Nos hacíamos nuestro peculiar futbolín con los cromos que venían en las cajas de cigarrillos y las perras grandes. El balón era una perra chica o un garbanzo”, señala Cola. “Pegábamos las caras de los jugadores en las monedas y con una de las partes de madera de las pinzas de ropa golpeábamos a los improvisados jugadores”, añade el historiador con la mirada perdida, quién sabe si reviviendo aquella faceta de su infancia. Y aunque hoy es el socio número uno del Club Deportivo Tenerife, entonces se tenía que conformar con jugar con el Atlético de Aviación.

          Esta era la época en que las calles eran ocupadas por casas terreras y parcelas de tierra. De entonces apenas quedan unos pocos edificios y tan solo se conserva el nombre de unas pocas calles. “Callao de Lima es de las pocas vías que mantienen su nombre, el cual le pusieron sobre 1740, afirma el historiador. Sin embargo, de la que fue su casa solo quedan los recuerdos, pues aquella terrera de dos plantas se derribó para construir un edificio de cuatro pisos.

          La razón del nombre de esta calle es una de las pocas cosas que el cronista oficial de la ciudad no puede afirmar con seguridad. “Yo lo asocio con un tsunami que hubo en Callao de Lima. en Chile. Canarias tenía entonces mucha relación con ese Puerto”, relata.

          De lo que sí está convencido y recuerda sin duda alguna es de cuando esperaba en la Plaza Weyler para coger el tranvía. “Ese era mi radio de acción. Me acuerdo de que entonces el recinto estaba rodeado de piedra basáltica”, cuenta. “Era un muro muy gracioso porque, a un lado estaba la parada del tranvía y al otro la de guaguas,  y la piedra que rodeaba el recinto estaba totalmente pulimentada porque era donde la gente se sentaba a esperar. Era como un cristal”, añade de nuevo riendo.

          Precisamente el tranvía fue testigo mudo de algunas de las trastadas del pequeño Luis. Cola cuenta que en aquella época el cobrador del tranvía empezaba por el último vagón. “Entonces uno se tenía que poner en la plataforma de entrada. El truco estaba en que, cuando el hombre llegaba a la mitad, había que bajarse y colarse en el último vagón. Así te asegurabas de no pagar”, relata aún con cierta travesura. “Con los 15 céntimos que nos ahorrábamos nos comprábamos las chuches”, confiesa.

          Cuando llega a la Weyler, Cola no deja de señalar algunos de los edificios que rodean a la Plaza. El historiador se acuerda de donde estaba exactamente la tienda y la fábrica de Paco, el horchatero, y de las vaticanas, que consistían en dos galletas con helado en el centro. “Como tardaras mucho en comerlo te pringabas rápido”, advierte mientras parece revivir la untuosa situación.

          Cuando Luis Cola se casó, hace 48 años, su hogar volvió a trasladarse a la zona de esta plaza chicharrera. Fue la época en la que la zona empezó a crecer, y desde entonces, el cronista afirma que no ha parado de hacerlo. “Este barrio siempre lo he tenido bastante choteado aunque aún hoy en día, casi a diario, atraviesola Calle Callao de Lima “, sentencia. Y es que Luis Cola, como buen cronista oficial, sigue visitando el Archivo del Ayuntamiento para estudiar cada recoveco de la ciudad.

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