Hoy hace 195 años que el teniente Grandi se cruzó en el camino del contralmirante Nelson

Por Luis Cola Benítez  (Publicado el 27 de julio de 1992)

          Lo que son las cosas. Jamás se vieron ni se conocieron, y es casi seguro que ninguno de los dos sabría hasta entonces de la existencia del otro. Nelson, posiblemente, nunca lo supo. Sin embargo, el destino haría que sus trayectorias -de tan distinto signo para cada uno de ellos- se cruzaran por unos instantes, sobre la arena negra de una pequeña playa tinerfeña, en la oscura madrugada del 25 de julio de 1797. Pero, ¿cómo era el escenario, quiénes los protagonistas y cómo ocurrieron los hechos?

El escenario…         

          El Lugar, que apenas había contado en sus orígenes con el rudimentario desembarcadero de un puerto de pescadores, ya disponía de un pequeño muelle, y ya rebasaba los 7.000 habitantes, acostumbrados desde antiguo a alarmas y sobresaltos, pero también capaces de brindar amable acogida a cuantos recalaban en su rada en son de paz. Su pueblo gozaba fama de hospitalario y abierto a todas las banderas, renombre que aumentaba con el paso del tiempo. Pero corrían vientos de guerra y por aquellas fechas se esperaba lo peor desde hacía varias semanas.

          Desde que se supo que la escuadra inglesa bloqueaba el puerto de Cádiz, muchos dieron por cierto que pronto asomarían los navíos enemigos tras las montañas de Anaga… y así ocurrió. Hacía ya tres días que cerca de cuatrocientas bocas de fuego amenazaban la villa de Santa Cruz, que no disponía ni de la tercera parte de ese número de cañones para defenderse. Y el centro neurálgico de esa defensa era el castillo principal de San Cristóbal, cuya gris y achaparrada silueta se alzaba junto al mar, poco más abajo de la plaza de la Candelaria, y que era la residencia oficial del comandante en jefe.

          Adosado a la izquierda de este castillo y formando cuerpo con él, estaba el baluarte o batería de Santo Domingo y, más a la izquierda aún, se encontraba la pequeña playa de la Alameda, de menudos callaos y negra arena. Entre el baluarte y la playa nacía el pequeño espigón del muelle con las escaleras de su desembarcadero.

Los personajes... 

         Horacio Nelson… 39 años de edad. Apuesto y brillante oficial de la marina británica, con fama de valeroso y temerario ganada a pulso en mares de Europa, América y la India. Luego había estado a las órdenes de los almirantes Hood y Hotham en el Mediterráneo, y ahora de Jervis, el que al poco tiempo sería nombrado conde de St. Vicent.

          Francisco Grandi Giraud… 42 años. Teniente de la primera compañía de las Milicias Provinciales de Canarias, agregado al Real Cuerpo de Artillería. Nacido en Santa Cruz de Tenerife, hijo de un modesto comerciante. Tenía a su cargo el mando de la citada batería de Santo Domingo. Triste es decirlo, pero se conoce aquí más de la vida del marino inglés que de la de nuestro paisano el teniente de artillería.

 Los hechos… 

         La noche anterior, mientras Nelson planeaba a bordo de su nave capitana el definitivo asalto, Grandi observa desde la plataforma de su batería que toda la artillería de la plaza está dirigida hacia el mar y hacia la escuadra enemiga, en tanto que la playa inmediata, terreno ideal para un desembarco, no dispone de protección artillera. Con autorización de sus superiores, abre una tronera provisional en el parapeto de Santo Domingo y emplaza allí un cañón con la intención de que su metralla barra la arena. Y poco más de veinticuatro horas después comenzaría la acción.

          Son las dos y cuarto de la madrugada cuando las fuerzas asaltantes se abalanzan en sus lanchas de desembarco hacia el centro de la línea defensiva de la plaza; el muelle y el castillo principal. Los defensores, en la oscuridad de la noche, intentan repeler el asalto con todos los medios a su alcance. Algunas lanchas se dispersan hacia el sur, otras logran atracar en el desembarcadero, en cuyas escaleras se lucha cuerpo a cuerpo, encarnizadamente. Hay algunas que no aciertan con este acceso y van a varar a la inmediata playa. Los artilleros, muchos de ellos voluntarios y en número insuficiente, se tienen que multiplicar en las piezas, y es el propio teniente Grandi quien se hace cargo del cañón emplazado la noche anterior.

          Seguramente Nelson no supo nunca cómo le destrozaron el brazo derecho. Su lancha era de las que había quedado con la proa varada en la arena y, según manifestarían más tarde algunos de sus oficiales supervivientes, fue un cañón que dirigía su metralla hacia ellos el que les había causado el mayor daño.Por su parte, Grandi, seguro que tampoco advirtió -ni lo sabría hasta más tarde- los efectos de su acción. Todo lo más, tal vez vislumbró a la luz de las explosiones que en aquella lancha lucían más entorchados y brillaban más espadas de lo que era habitual entre la simple marinería. También es posible que llamara su atención el hecho de que varios marineros arriesgaran sus vidas, y algunos la perdieran, intentando volverla a poner a flote para dirigirla de vuelta a los navíos de la escuadra. ¡Quién sabe…! Pero el teniente no tuvo entonces mucho tiempo para pensar en estos detalles, pues la lucha no había terminado.

          Todavía, antes de que el sol empezara a alumbrar la mañana de aquel glorioso 25 de julio, le fue preciso correr al extremo más avanzado del espigón del muelle para hacerse cargo de la batería allí enclavada, a cuyo mando tendría también una brillante y decisiva actuación.

          Los acontecimientos se sucedieron en aquella madrugada de forma vertiginosa. El hundimiento de la nave que se aproximaba con soldados y pertrechos, el rechazo de la mayor parte de las lanchas de desembarco, la lucha en el muelle y en las calles, en la de la Aduana, en la de Cruz Verde o Malteses, en las inmediaciones del convento dominico… Las amenazas de los atacantes de incendiar la villa si no había rendición inmediata, la firmeza en la contestación de los defensores “mientras quedaran hombres y pólvora”… Al fin, la rendición de los invasores y la hidalguía y generosidad de los vencedores.

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          Han transcurrido 195 años desde todo aquello, y todavía la patria de Grandi y de cuantos valerosamente lucharon defendiéndola, no ha sabido rendirles el justo y merecido homenaje en forma de monumento que perpetúe su heroica gesta.