Francisco Grandy Giraud, un héroe de las Milicias Canarias de 1797
Por Luis Cola Benítez (Publicado en El Día el 1 de julio de 1997)
La importante y decisiva actuación de las Milicias Canarias está fuera de toda duda. Sus mandos y tropas fueron distribuidos por el comandante general don Antonio Gutiérrez a lo largo de la línea defensiva, de forma que, mientras los de Artillería servían en los distintos reductos y baterías, los de Infantería, no sujetos por su propia naturaleza a emplazamientos fijos, actuaron en destacamentos y partidas, a las que se les encomendó diferentes misiones, o agregados al Batallón de Canarias. El estudio y exposición de sus operaciones, de gran interés para el cabal conocimiento de los hechos, rebasaría las características de este trabajo. Por tanto, hoy nos limitamos a rendirles el homenaje que se merecen en la figura de uno de sus más destacados miembros: el héroe tinerfeño, teniente de las Milicias Canarias agregado al Real Cuerpo de Artillería, don Francisco Grandi Giraud.
Nacido en Santa Cruz de Tenerife el 23 de enero de 1755, fue el quinto y último de los hijos del matrimonio de sus padres, don Anastasio Grandi, natural de Cádiz, y doña Ana Josefa Giraud, de La Laguna. En 1797 mandaba la artillería del flanco izquierdo del castillo principal de San Cristóbal, situada en el baluarte de la citada fortaleza llamado de Santo Domingo, y su actuación fue decisiva en varios momentos de la acción, al primero de los cuales vamos a referirnos hoy.
Iniciativa para abrir una nueva tronera
El castellano de San Cristóbal, don José de Monteverde y Molina, asegura en su Relación Circunstanciada, que fue él quien mandó colocar, la noche del 24 al 25 de julio, un cañón de metralla en nueva tronera que hizo abrir por un costado del baluarte con dirección a la inmediata playa -la de la Alameda-, que por aquella parte estaba indefensa. Y añade que ...
“los enemigos confesaron después que el estrago que les produjo este cañón fue la primera causa de su infortunio.”
Por su parte, el teniente Grandi, que como queda señalado tenía a su cargo la artillería de aquel costado de la fortaleza, dice en el Memorial que elevó al rey Carlos IV el 12 de diciembre de este año, que fue él quien solicitó licencia al comandante general para abrir la tronera y, obtenido el permiso, colocó en ella el cañón en dirección a la playa en la noche del 23,
“que en la madrugada del 25 fue bien funesto a los enemigos.”
Ante estos dos testimonios, ambos de participantes en la acción, se nos plantean una coincidencia y dos discrepancias. La coincidencia, el daño terrible que este cañón causó con su metralla entre las filas de los atacantes. Las discrepancias, la fecha de la apertura de la tronera y la paternidad de la idea de su realización.
En cuanto a la fecha, si fue la noche del 23 o la del 24, no vale la pena detenerse en ella, aunque parece lógico pensar que la razón la tiene el teniente y no el castellano. Aunque no haya que descartarlo totalmente, si el ataque inglés se inició sobre las 2 de la madrugada de la noche del 24 al 25, pocas horas nocturnas quedaron disponibles con anterioridad para derruir parte del grueso muro del parapeto, trasladar una pieza de más de dos mil kilos desde su anterior emplazamiento hasta la nueva tronera y ponerla en disposición de tiro, más aún cuando sabemos por distintos testimonios que la escasez de brazos era desoladora incluso para los más imprescindibles servicios.
Nos queda la segunda discrepancia, la paternidad de la idea, asunto en el que habría que decidir sobre la validez de la palabra de uno frente a la del otro. En su artículo “El teniente Grandi, héroe anónimo de la batalla de Santa Cruz contra el almirante Nelson”, publicado en este mismo periódico el 25 de julio de 1993, nuestro ilustre paisano don Antonio Rumeu de Armas cae en algunas contradicciones. Por una parte, reconoce que Monteverde...
“se atribuye, con el mayor desparpajo, y punto por punto, cuanto llevó a cabo Grandi”,
de lo que parece deducirse que acepta la versión de este último. Por otra, en relación con la petición del permiso para la apertura de la nueva tronera, no encuentra admisible...
“que un teniente se entreviste por vía directa, de tu a tú, con el comandante general”.
A menos que Rumeu disponga de alguna información que guarde para sí, de esta pretendida “entrevista” sólo habla él, porque en ningún momento la menciona Grandi. El teniente artillero se limita a explicar que, al observar que la playa era el lugar idóneo para un desembarco y que se encontraba indefensa, se le ocurrió “solicitar permiso del Comandante General”, -es decir, de Gutiérrez-, para abrir la tronera. A solicitar permiso, únicamente, que es razonable pensar que fuera cursado a través de sus superiores inmediatos, aunque no necesariamente, tratándose, como era, de una situación de emergencia que requería inmediata solución. Si el profesor Rumeu no lo explica, es imposible saber en qué se basa para dar por hecha una entrevista de tu a tú, como él dice.
Pero hay más. En lo que parece el enfrentamiento de la palabra de Monteverde contra la de Grandi, en el mismo artículo citado nuestro admirado profesor aporta el valiosísimo testimonio de un tercero, testigo directo de la batalla, que, creemos que definitivamente, inclina la balanza a favor del teniente. Se trata de la carta-relación, señala Rumeu, del “prestigioso comerciante irlandés, nacionalizado español, Pedro Forstall”, escrita cuando aún no había transcurrido un mes de los acontecimientos que narra. En dicho relato dice Forstall:
“También ayudó mucho un cañón en el flanco del castillo, que barría toda la entrada del muelle y la playa hasta San Pedro” -fortaleza situada a la izquierda de San Cristóbal-, “cuya tronera se abrió a insinuación de don Francisco Grandi, artillero provincial, que dirigió el fuego con mucha viveza y acierto.” Este testimonio confirma la iniciativa de Grandi.
A la entrada de la magna exposición “La Gesta del 25 de Julio de 1997”, abierta actualmente en el Museo Militar de Almeida, se puede ver una magnífica maqueta del castillo de San Cristóbal -obra del artista don Vicente Vizcaíno de Fuentes-, en la que se representa fielmente esta fortaleza, con el baluarte de Santo Domingo anexo, la tronera en cuestión y el cañón dirigido hacia la inmediata playa de la Alameda.
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