El Santo Madero que nos dió nombre
Por Luis Cola Benítez (Publicado en El Día el 29 de abril de 2000)
Plano de Tiburcio Rossel
La primera referencia documentada que entonces conocíamos era de 1745, por lo que existía una laguna de 251 años desde la llegada de los castellanos, período de tiempo durante el que nada se sabía de la historia de la Cruz Fundacional de la ciudad. Coincidiendo con el 5º Centenario, se dio a conocer por el Museo Militar Regional de Canarias un precioso plano de la población, levantado en 1701 por el ingeniero Miguel Tiburcio Rossel y Lugo, titulado “Descripción topográfica de la marina y puerto de Santa Cruz”. En este documento cartográfico, cuya mera contemplación es una delicia, aparece claramente reflejada la Cruz, su pedestal o basamento y la situación exacta en que se encontraba dentro del modesto entramado urbano de entonces, todo lo cual se corresponde y confirma las noticias de que disponíamos por textos referidos a casi medio siglo más tarde. De esta forma, el período de tiempo en el que nada sabíamos de la Cruz quedó reducido en 44 años; pero aún quedaban más de dos siglos en blanco.
Creemos que, para fijar las ideas, no estaría de más el recordar la trayectoria histórica de la Santa Cruz, que se conserva en la parroquia de Nuestra Señora de la Concepción de nuestra capital, para lo que vamos a ir retrocediendo en el tiempo, señalando las fechas que constituyen los más relevantes hitos de su existencia.
La Cruz se custodia en nuestra Iglesia Matriz desde que en 1896 lo propuso así el sacerdote José Mora Beruff, y sería en 1903, con motivo del primer centenario de la concesión del título de Villa a Santa Cruz, cuando el Ayuntamiento le encargó una peana o basamento que dignificara los actos procesionales. Con anterioridad se guardaba en la marinera ermita de San Telmo, y fue en 1892, año en el que el Ayuntamiento toma a su cargo la celebración de la Fiesta de la Cruz –que antes hacían los particulares-, cuando la corporación le costea la urna o relicario de níquel y cristal en que actualmente se conserva. La víspera del 3 de mayo se trasladaba a la parroquia, donde se celebraban los actos, y el día siguiente se reintegraba a la ermita.Pero no siempre estuvo la Cruz a resguardo, pues durante mucho tiempo se encontró situada junto a la puerta de San Telmo, sufriendo la acción de la intemperie, hasta que el fraile dominico Lorenzo Siverio, valorando debidamente lo que aquel antiguo símbolo representaba para la población, hacia 1849-1850 tomó la decisión de trasladarlo a la capilla del Hospital civil para su mejor conservación. Por aquellos años la fiesta se celebraba en San Telmo, a donde se trasladaba en su fecha, y allí nació la “Cofradía de San Telmo y de la Cruz”.
Pero, ¿cuándo había llegado el ajetreado y viejo madero a la ermita del barrio del Cabo? Ello fue, sin duda por lo que hoy llamaríamos razones de planificación urbanística, hacia 1794, fecha en la que el obispo Antonio Tavira y Almazán autorizó la demolición de la ruinosa capilla en que se encontraba, por ser necesaria la ampliación de la inmediata plaza de la Carnicería, cuyas rentas pertenecían a la parroquia. Esta capilla había sido construida en 1745 a expensas y por devoción del alcalde del lugar y puerto Juan Agustín Arauz y Lordelo, con la denominación de capilla del Santo Sudario, y con el beneplácito del obispo Juan Francisco Guillén. La pequeña construcción se erigió en el mismo lugar en que siempre había estado la Cruz, y que era conocida como “Placeta de la Cruz”, cuya situación vendría a corresponder hoy con un espacio delimitado al Este por la Avenida Marítima, al Oeste por la calle Bravo Murillo, al Norte por el actual edificio de Mapfre, y al Sur por solar y edificio de Unelco.
Última década del XIX
Antes de construirse la capilla en 1745, la Cruz se encontraba aislada, en aquel mismo lugar, en un pequeño espacio abierto o “placeta”, según puede verse perfectamente en el aludido plano de Rossel y Lugo de 1701, y disponía de un pequeño basamento en forma de gradas configurando una pequeña pirámide escalonada, seguramente de piedra y mampostería.
Recientemente ha sido rescatado un nuevo documento cartográfico que, además de confirmar la existencia de la Cruz en aquel mismo lugar, nos lleva a retroceder en el tiempo otros 32 años, con lo que ya sólo quedaría por cubrir una primera etapa de su existencia de 175 años. Se trata del plano de Lope de Mendoza y Salazar, de 1669, titulado “Planta del Lugar y Puerto de Santa Cruz en la Ysla de Tenerife”, dado a la luz por el Cabildo Insular de Gran Canaria en la obra Discurso y plantas de las Yslas de Canaria, editada el pasado año de 1999.
Refleja este plano, fundamentalmente, las características del dispositivo defensivo de la ribera de Santa Cruz, y su autor dedica toda su atención a los baluartes y fortalezas y a la muralla que cubría toda la marina, desde Paso Alto, al Norte de la bahía, hasta el castillo de San Juan, junto al llamado Puerto de Caballos, en el extremo Sur. No se trata, por tanto, estrictamente, de un plano completo de la población del Lugar y Puerto, puesto que no figuran en el mismo edificios de uso civil, ni el más mínimo entramado urbano. Sólo dibuja el autor tres elementos que son ajenos a las necesidades de la defensa militar de la población: la ermita de Nuestra Señora de Regla, cerca del citado castillo de San Juan; la de San Telmo, a la derecha de la desembocadura del barranco de Santos; y la famosa Cruz, situada entre el mencionado barranco y la antigua Caleta de Blas Díaz. También en este dibujo, como en del citado plano de 1701, la Cruz figura sobre un basamento o pedestal que la alza del suelo.
Difícil será, más no imposible, que sigan apareciendo testimonios gráficos de la Cruz anteriores a 1669. Puede haberlos, pero no es probable que se encuentren en corto plazo. De lo que sí disponemos es del testimonio del alcalde Arauz Lordelo en 1745, cuando solicita permiso al obispo Guillén para abrir al culto la capilla que había construido en la antigua “Placeta de la Cruz”, “por venerarse en ella desde la Conquista de esta Isla, en cuyo parage se cantó la misa cuando se ganó.”
La flecha indica donde se plantó la humide Cruz que nos dió nombre
Es decir, por tanto, y según los datos de que hasta el presente se dispone, queda perfectamente definido el lugar del desembarco castellano, de la primera misa celebrada al pie de la Cruz de madera -que según es tradición trajo Fernández de Lugo- y, consecuentemente, del núcleo urbano original del Lugar y Puerto de Santa Cruz de Añazo, la actual Santa Cruz de Santiago de Tenerife. Y es lamentable advertir, transcurridos ya más de 500 años desde aquellas fechas, que en aquel lugar al borde del océano, donde se bautizó a nuestra ciudad, donde se colocó la primera piedra de nuestra capital, no existe nada, absolutamente nada que recuerde, que conmemore, aunque sea modestamente, aquella trascendental fecha que abre el pórtico de nuestra historia moderna. Y, si hay voluntad para ello por parte de nuestros munícipes, esta falta podría tener un pronto remedio.
¿Sería muy difícil que el Ayuntamiento estableciera conversaciones con Unelco, para que esta importantísima entidad, mediante permuta, compraventa o cesión -¿por qué no?- a la ciudad en la que radica, pusiera a disposición de Santa Cruz una pequeña parcela del solar de su propiedad situado entre las avenidas Marítima y Bravo Murillo? ¿Tendrá esta señera compañía industrial, que con su antecesora Sociedad Eléctrica e Industrial de Tenerife lleva más de un siglo entre nosotros, la sensibilidad necesaria con la ciudad que la vio nacer? Queremos pensar que, en las grandes alturas de las cifras en que se mueve este tipo de macroempresas, no siempre ha de medirse todo en rentabilidades y beneficios contables. Sería un magnífico y honroso gesto por parte de quien ha basado su quehacer en la tierra que le sustenta, y que agradecerían sus ciudadanos.
Allí podría emplazarse algo, lo que sea -pero bien pensado-, que rememore el solar en que la ciudad nació. La cuna del Santa Cruz actual. Es más, si en los actuales y febriles planes municipales de reformas y rehabilitaciones urbanas no entra el devolver –como sería deseable- a su lugar original en el extremo Oeste de la Plaza de la Candelaria, la Cruz de mármol conocida como Cruz de Montañés, hoy enjaulada y marginada en la Plaza de la Iglesia, bien podría colocarse en el lugar al que nos referimos, como recuerdo y homenaje al viejo y Santo Madero que nos dio nombre.