A nuestro Alcalde, Don José Emilio García Gómez

 

Por Luis Cola Benítez  (Publicado en El Día el 16 de enero de 1992)

          Quiero hablarle, estimado alcalde, de una fecha, y de la mayor vergüenza histórica de Santa Cruz: el olvido y la postergación en que se ha dejado a los héroes del 25 de julio y a lo que significa el glorioso hecho de aquella fecha en la historia de nuestra querida Ciudad, de nuestra Isla y del Archipiélago todo. Son insignes autores, con muchísima más autoridad que el que esto escribe, los que consideran esta fecha como la más gloriosa de toda Canarias, pero es Santa Cruz, por haber sido el escenario de los acontecimientos, la que está más obligada a recordarla y a rendir homenaje perdurable a los que hicieron posible la victoria de nuestro pueblo sobre la armada inglesa, que pretendió invadirnos bajo el mando del insigne contralmirante Horacio Nelson.

           Alcalde: han transcurrido doscientos años desde entonces y, generación tras generación, todo se ha ido en buenas palabras que no han llegado tan siquiera a cristalizar en proyectos. ¡Qué vergüenza! Ahora, ante el ya inminente quinto centenario de la villa de Santa Cruz de Añazo, y el segundo de aquella gloriosa fecha, ¿no seremos capaces de poner fin al oprobio? ¿No será esa corporación, tampoco, a la que le quepa la gloria de saldar la deuda contraída?

           Repase, alcalde, los libros de Actas de nuestro Ayuntamiento, que es el suyo, busque la correspondiente al 23 de abril de 1894, y verá que en la sesión de aquel día se lee un oficio del capitán general marqués de Ahumada transcribiendo la R.O. por la que se hace donación al municipio del cañón llamado Tigre... para que pueda ser instalado en el monumento conmemorativo de la derrota de los ingleses. Este dato, que explica el motivo por el que el cañón Tigre es hoy propiedad municipal, deja también en evidencia que la buena voluntad de aquella corporación, que presidía su antecesor José Sansón y Barrios, no pasó de las meras intenciones, pues hasta hoy, del monumento, nada más se supo.

           En estos días se habla de la proyectada remodelación de la entrada a la ciudad por su puerto, que, al mismo tiempo, ha sido acertadamente concebida cómo balconada, mirador, «belvedere» de la ciudad sobre el mar. El estudio premiado en el concurso realizado para la elección de este «regalo de cumpleaños» a Santa Cruz, contempla, incluso, el rescate para el acervo histórico de parte de las piedras de la estructura del viejo muelle, que fueron testigos de la defensa y victoria sobre la Armada inglesa. ¡Qué oportunidad única se nos presenta! Allí, cerca de la nueva ubicación concebida para nuestra entrañable «farola», cerca de esas piedras que pisaron entonces los actores de la gesta, aparece en el proyecto elegido espacio suficiente para emplazar el gran monumento conmemorativo que Santa Cruz merece y que su pueblo, demanda. Además, fue allí mismo, o a pocos metros. donde estuvo emplazado el castillo de San Cristóbal-el de mayor protagonismo en los hechos-, donde tuvo lugar la más cruenta y heroica lucha, cuerpo a cuerpo, en defensa del pequeño muelle de entonces, donde se situó el cañón Tigre manejado por nuestro paisano el teniente Francisco Grandy Giraud, y donde Nelson perdió su brazo derecho.

          ¿Cómo podría ser este monumento? Doctores hay en la materia que podrán decidirlo, pero yo, dejando correr la imaginación, lo concibo como un gran grupo escultórico donde se aúnen mármol, bronce y granito, todo lo moderno que se quiera, si así se desea, pero de concepción tradicional en cuanto a «que se entienda», que no precise de explicaciones para su interpretación por parte de las actuales y futuras generaciones. En lo más alto, presidiendo el conjunto, formal o alegóricamente, la representación de la hidalguía -pilar fundamental de la idiosincrasia de nuestro pueblo-, la hidalguía de dos grandes caballeros, el general Gutiérrez y el contralmirante Nelson, quienes simbólicamente supieron darse la mano, noblemente, una vez que las armas habían decidido la contienda; a continuación, el cañón Tigre manejado por el teniente Grandy, ambos protagonistas fundamentales de la acción; bajo ellos, en apretada piña, paisanos y militares, milicianos y pueblo llano, cuya inigualable actuación hizo posible la victoria y constituyó la base y sostén de heroicas conductas individuales de mandos y oficiales.

          Ahí queda la idea, alcalde. Piense si no valdría la pena hacerla suya y de la corporación que preside, no por ser mía, que sólo intento ser modesto portavoz de una justa aspiración del pueblo de Santa Cruz, que saldaría así una deuda que dura ya doscientos años. El monumento debería estar erigido ya en el quinto centenario de la Ciudad, para que, a continuación, en el 97, sirviera de digno escenario a la conmemoración del más glorioso hecho de armas de nuestra historia.

          Recoja el guante, alcalde; recojámoslo todos. Ahora estamos a tiempo.