EN  PRO  DE  LA  RECUPERACIÓN   DE  UNA  DEVOCIÓN  HISTÓRICA  DE  SANTA  CRUZ  DE  TENERIFE:

NUESTRA  SEÑORA  DE  LA  CONSOLACIÓN

 

Por Sebastián Matías Delgado (Mayo de 2011)

 

          Santa Cruz de Tenerife está en deuda con una tradición antiquísima, tanto, que está íntimamente ligada al tiempo de la conquista de la isla (1494-1496).

          En efecto, en 1495, en plena campaña desarrollada tras el segundo desembarco, se produce en el lugar de Santa Cruz, una reunión de conquistadores en la Laja que luego se llamaría de S. Cristóbal. El Adelantado expone la precaria situación de sus recursos económicos y humanos. Cunde el desaliento hasta que  Lope Hernández de la Guerra dice que venderá sus ingenios de Gran Canaria para proseguir la conquista emprendida. Todos juraron seguir peleando. Alonso Fernández de Lugo abraza a Lope y promete levantar en aquel lugar una capilla a Nuestra Señora de la Consolación.

          Esta advocación de Nuestra Señora fue ampliamente difundida por los agustinos y es conocido que, entre los misioneros que acompañaron a los conquistadores de Tenerife, estuvieron dos frailes agustinos: fray Pedro de Cea y fray Andrés de Goles, que fueron los que ayudaron al canónigo Alonso de Samarinas en la primera misa que se ofició frente a la Cruz fundacional. Casi con total seguridad cabe anotar en el haber de ambos la introducción de esta devoción, que seguramente era compartida por el propio Adelantado.

          Finalizada la conquista, en 1496, se quiso dar cumplimiento a tal voto y se levantó la prometida capilla. No tenemos fechas concretas de su realización que fue, al parecer de algunos conspicuos historiadores, inmediata, hasta el punto de situarla incluso con anterioridad a la de la parroquia, que Rodríguez Moure fija en 1498.

          Como quiera que sea, consta, en 1502, que estaba construida. En ella se colocó la pequeña escultura, traída de la Península, que aún conservamos y que, desde que se perdió la antigua imagen de la Candelaria, en el aluvión de 1826, es la imagen más antigua de todas las de nuestra isla, y sabemos, además, que el culto en esta ermita corría a cargo de los frailes agustinos del convento lagunero del Espíritu Santo.

          Los frecuentes ataques piráticos sufridos por el lugar (en este siglo por franceses a causa de las guerras entre Carlos I y Francisco I, tales como Antoine Alfonse de Saintonge, en 1552 y Durand de Villegaignon y Paris Legendre, en 1555, fuerzan al Cabildo de la isla a tomar drásticas medidas defensivas de las que la más importante fue la decisión de construir el castillo principal de Santa Cruz y, en 1566, admitido que aquel lugar que ocupaba la ermita era la ubicación más adecuada para construir este baluarte, se demuele la capilla y se reconstruye, aprovechando los materiales de la antigua) en un cerrillo (donde hoy se halla la llamada Recova vieja), al poniente del incipiente caserío, entre el Barranco de Santos  y el Barranquillo del Aceite (hoy calle Imeldo Serís). La actual calle de Santo Domingo no es otra cosa que la consolidación del antiguo camino que surgió para enlazar la Calle Ancha (hoy Plaza de la Iglesia), centro del núcleo fundacional de la población, con el nuevo emplazamiento.

          El culto a la Virgen de la Consolación (se la llegó a considerar “patrona de la población”), debía ya registrar gran predicamento y popularidad, porque consta que esta nueva ermita era espaciosa y contaba incluso con habitaciones para romeros pues acudían a su fiesta en agosto desde otros puntos de la isla. Era fiesta muy celebrada, tanto como la de Candelaria y a ella se obligó a asistir el Cabildo de la isla, lo que habla por sí solo de la importancia que se le concedía.

          En el Libro de Mandatos hay uno del obispo Martínez de Ceniceros que dice: “Otro sí, Que en la ermita de la Consolación no pueda vivir ni viva ningún religioso de ninguna Orden, así en los aposentos de fuera como en los de dentro, y que no viva mas que el ermitaño….Y que el Beneficiado del dicho lugar, hallando lo contrario, dé aviso al Vicario de la Isla, para que lo remedie, o al Provisor que es o fuese de este obispado; supuesto que aquellos aposentos suelen ser para los que vienen allí a visitar o a novenas”.

          Esta cita confirma que era lugar habitual de peregrinación y también de apetencia para algunos religiosos. El historiador Pedro Tarquis cree ver aquí una advertencia a los frailes dominicos que deseaban establecerse en Santa Cruz, cosa que, al fin consiguieron en 1610, a pesar de la oposición de los vecinos que elaboraron un alegato conteniendo un decálogo de razones por las que no estimaban conveniente una fundación conventual. No obstante el informe favorable del Beneficiado (que al parecer no se llevaba muy bien con ellos y hasta deseaba otro destino) y el apoyo de otros vecinos, movieron al Provisor del obispado a autorizar la nueva fundación, junto a la ermita de la Consolación.

          Y fue así cómo una advocación ligada a la devoción de los agustinos pasó a la órbita de los dominicos y ello a pesar de que existía en Santa Cruz otra ermita dedicada a un santo de esta orden: San Telmo en la que el intento hubiera tenido más coherencia. Pero, las razones habrá que buscarlas en otro tipo de consideraciones tales como: El Cabo era un barrio de menestrales y mareantes que no era quizá la feligresía que apetecía a los dominicos; deseaban estar más próximos a la parroquia y en alto y allí estaba por medio el Barranco de Santos y el terreno era llano y por ello poco destacado; en la Consolación se beneficiaban del arraigo popular que allí había prendido; y, quizá sobre todo, de que no era fácil vencer la resistencia que opondría a ello la Cofradía de San Telmo propietaria de su ermita), como se demostró unos cuarenta años más tarde, cuando intentaron fundar allí los franciscanos (he aquí otra curiosa incongruencia: un convento franciscano dedicado a un santo dominico), que llegaron a tomar posesión, colocaron el Santísimo y hasta comenzaron a construir el convento) aunque, tras un sonado pleito, fueron desalojados de allí por mandato real.

          La historia eclesiástica de este convento dominico de Nuestra Señora de la Consolación fue enormemente fecunda y en ella cabría destacar celebraciones tales como la Fiesta de La Naval (conmemoración de la victoria de Lepanto) en torno a la Virgen del Rosario (devoción ésta típicamente dominica), las de la Candelaria (especialmente ligada a esta orden en Tenerife) costeadas por la guarnición y las de los artilleros (no olvidemos que Santa Cruz era la única Plaza Fuerte del archipiélago y su línea de defensa estaba fuertemente artillada) en torno a Santa Bárbara, entre otras, sin olvidar las celebraciones de Semana Santa a la que realizaron una importante aportación tanto litúrgica como en sus procesiones, tales como la del Cristo Predicador (se ha llamado a esta congregación Orden de Predicadores) y la Magdalena, el Domingo de Ramos; la del Encuentro a cargo de la Cofradía de Jesús Nazareno, la de la Humildad y Paciencia; y la del Paso, en la madrugada del Viernes Santo con el Calvario del Buen Viaje, efigie de gran devoción en la población y entre los que marchaban al Nuevo Mundo.

          Y, desde luego, aquellas en honor a Nuestra Señora de la Consolación, titular del convento. Para su iglesia y capilla mayor se construyó en este siglo XVII un retablo en cuya hornacina central se colocó una nueva imagen de vestir (al parecer de procedencia andaluza) de la titular, de mayor tamaño ya que la antigua (que iba bien para una ermita) que resultaba pequeña para presidir las celebraciones en el nuevo y más espacioso templo que (como su homólogo lagunero) llegó también a tener dos naves.

          Durante los sucesos acaecidos en la madrugada del 25 de julio de 1797, cuando la intentona de Nelson, las tropas inglesas que habían conseguido desembarcar se hicieron fuertes en este convento. Frente a sus muros cayó abatido por los invasores don Juan Bautista de Castro Ayala, que mandaba el Regimiento de Milicias de La Laguna; y de él salió el piquete que negoció la capitulación. Les acompañó nada menos que fray Juan Tomás de Iriarte, el mayor de los hermanos Iriarte y Nieves-Ravelo, sabio latinista dominico que fue instructor de su hermano menor, Tomás,  el célebre fabulista.

          Como ocurrió siempre la aparición de estos conventos masculinos provocaba un efecto centrífugo sobre el tejido urbano, generando en torno y a partir de ellos un barrio del que eran protagonistas destacados, Así fue también en este caso, pues nuestro convento generó hacia el oeste y entre ambos  (barranco y barranquillo) el barrio que se llamó de Vilaflor o de la Consolación, a lo largo de cuatro vías: Miraflores, Canales (hoy Angel Guimerá) Santa Isabel (hoy Carmen Monteverde) y Consolación (hoy dedicada al insigne pedagogo Juan de la Puerta Canseco). Y aún debe consignarse que en la confluencia de estas dos últimas con la antigua calle de la Gloria (hoy Juan Padrón) existió una plazoleta de la Consolación que desapareció en pleno siglo XX para construir en su solar una Fábrica de Pastas.

          Es interesante señalar que la calle Consolación (así decían abreviadamente nuestras gentes) llegó a ser la más importante de aquellas cuando, tras los sucesivos y frecuentes arruinamientos del Puente del Cabo que facilitaba la conexión con el camino que iba a La Laguna (hoy calles San Sebastián y Ancheta), se construyó el Puente Zurita, en 1753/4. Fue entonces cuando se modificó aquel itinerario para, discurriendo ahora a través de este barrio y calle de la Consolación, enlazar con el nuevo camino  que conducía hasta el nuevo puente a lo largo de la hoy Rambla de Pulido, etc.. La calle Consolación se estiró, trepando hacia el poniente, hasta primero converger con la de Canales y  alcanzar luego la explanada que se conoció como Campo Militar (hoy Plaza de Weyler) dejando al costado sur el viejo Cuartel de San Miguel y luego al del norte el antiguo Hospital Militar (donde hoy se halla la Capitanía General), que cerraba la explanada por el poniente.

          Resulta oportuno señalar que cuando los agustinos, en pleno siglo XVIII, decidieron establecerse en Santa Cruz mediante la fundación de un Hospicio, lo hicieron precisamente en este barrio de la Consolación, en la confluencia de las calles Santa Isabel con San Francisco de Paula. Estuvieron allí muy poco tiempo, quizá por la proximidad de los dominicos y decidieron trasladarse al Toscal, en lo que se llamaba la Marina Alta, junto al Cuerpo de Guardia de la Artillería, donde tuvieron Hospicio y Oratorio, que finalmente abandonaron en ese mismo siglo (1767). Nos queda de su paso por nuestra población la llamada Cruz de San Agustín (uno de los símbolos más queridos del Toscal) que permaneció junto a los muros de la casona de los Clavijo (construida donde estuvo el Hospicio) y luego de la de Rodríguez López y hoy se halla erigida en la confluencia de las calles La Marina y San Francisco.

          La desamortización de Mendizábal trajo consigo el cierre de la inmensa mayoría de los conventos, entre ellos de los dos ubicados en Santa Cruz. Mientras el franciscano pasó a ser sede del Ayuntamiento y otras dependencias: cárcel, observatorio, sede de la Sociedad Económica de amigos del País de Santa Cruz de Tenerife, el dominico permaneció inicialmente vacío hasta que su solar fue estimado como un emplazamiento adecuado para la construcción del nuevo Mercado y del Teatro Municipal, como así ocurrió. Así fue cómo desaparecieron, en 1848, convento e iglesia, incluyendo la ermita afín de la Consolación que, como antaño, cedía su lugar a otras construcciones.

          Así pues, hemos perdido las dos ermitas sucesivas, nadie llama a este barrio “de la Consolación”, la calle de este nombre ha sido rebautizada y desapareció igualmente la plazoleta de su nombre. Parece como si Santa Cruz quisiera ignorar la significación y el contenido histórico de esta antigua advocación.

          Sin embargo, como la mayor parte de los objetos de culto de su iglesia pasaron a nuestra parroquia matriz, conservamos todas las imágenes que gozaron de la devoción de nuestros antepasados y, entre ellas, la de la antigua imagen de Nuestra Señora de la Consolación que se venera hoy en la hornacina baja del retablo de la Capilla de San Bartolomé (cabecera de la nave del Evangelio), bajo el Calvario del Buen Viaje que vino también de aquel convento.

          Es una imagen de talla, del siglo XV, de estilo de transición gótico-renacentista. La costumbre, en siglos posteriores, de vestir las imágenes con ricos atuendos ha sido la causante de que, en el trasiego, hayamos perdido el Niño Jesús que portaba y las manos originales, pero aún así es una inapreciable joya más valiosa aún por su significación histórica que por su meritorio valor artístico.

          El retablo mayor y la segunda imagen de la Consolación pasaron, sin embargo a la antigua iglesia de los franciscanos, donde se conservan y recibe culto junto a la puerta traviesa de la nave de la Soledad.

          Existe en nuestra isla otro pequeño templo de esta advocación. Se trata de la ermita de Nuestra Señora de la Consolación en el barrio garachiquense de El Guincho, erigida por don Cristóbal de Ponte en 1578 (la fundación data de 1565) y que se halla en medio de la hacienda familiar y junto a sus casas de habitación que, por cierto, sirvieron de convento provisional a los frailes agustinos (de nuevo aparece la relación entre esta orden y la advocación que nos ocupa) de aquella villa, mientras se reconstruía su Convento de San Julián, incendiado como consecuencia de la erupción volcánica de 1706. Fue allí donde sudó la imagen de San Agustín que habían traído consigo los frailes. La imagen de vestir de Nuestra Señora que preside la ermita no parece del XVI, sino más bien del siglo siguiente, en opinión de Pedro Tarquis.

          Y desde el punto de vista iconográfico, no encontramos ya otra referencia en la isla, que la de la Virgen de los Afligidos (“Consolatrix aflictorum”) en el templo de la Concepción del Realejo Bajo, imagen del siglo XVII perdida en el incendio de 1978 y sustituida luego por una nueva efigie y que, aunque podría pensarse que su culto fue introducido en aquel lugar también  por los agustinos, que tanta presencia tuvieron allí con sus dos conventos, el masculino de San Juan Bautista (1601) y el femenino de Santa Mónica (1712), no fue así ya que procede del convento franciscano de Santa Lucía (fundado también en 1610), donde tuvo capilla y camarín propios y gozó, como aún hoy, de enorme devoción. Esta imagen realejera, parecía ocultar bajo ricos ropajes su verdad escultórica y, por supuesto, portaba al Niño Jesús.

          Visto lo expuesto, se comprenderá el interés que tendría la recuperación de este trozo de “MEMORIA HISTÓRICA” para nuestra población, puesto que las nuevas generaciones han perdido toda referencia y desconocen, por lo general, nuestro pasado.

 

BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA

CIORANESCU, ALEJANDRO: Historia de Santa Cruz de Tenerife
COLA BENÍTEZ, LUIS: Fundación, Raíces y Símbolos de Santa Cruz de Tenerife
SIVERIO PÉREZ, JOSÉ: Los Conventos del Realejo
TARQUIS RODRÍGUEZ, PEDRO:  Antigüedades de Garachico; Retazos históricos. Santa Cruz de Tenerife, siglos XV al XIX; Riqueza artística de los templos de Tenerife, su historia y fiestas :