1797 - Cronología de cuatro días de julio

 

1 797
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CRONOLOGÍA DE CUATRO DIAS DE JULIO

 

 
Conferencia pronunciada por Luis Cola Benítez el 21 de julio de 1994 en el Salón de Plenos del Excmo. Ayuntamiento de Santa Cruz de Santiago de Tenerife.

    

                    Excelentísimas e Ilustrísimas autoridades, señoras y señores:

          Estamos de enhorabuena por algo que debe ser motivo de satisfacción para todos los amantes de la historia de Santa Cruz y de Canarias. No solamente vuelve a cumplirse puntualmente la edición de una nueva medalla dedicada a los castillos de la marina de Santa Cruz, sino que, por fin, ve la luz una obra seria y documentada sobre la figura del general Gutiérrez, a la que me consta que el profesor Ontoria ha dedicado años de ilusionado trabajo. Mis felicitaciones y agradecimiento al autor, que ve así premiado su esfuerzo, y a cuantos han hecho posible su publicación.

          Mi presencia aquí responde a una amable invitación del Director del Museo Militar Regional de Canarias, coronel don Juan Tous Meliá -al que cuando lo hicieron, y en buena hora, a alguien debió de írsele la mano en el optimismo- que, al hacerme este honor, me pone en un enorme compromiso al pedirme que trate de  un tema tan árido y aburrido como puede ser el de la cronología, aunque ésta sea la de los acontecimientos que se desarrollaron en aquel fascinante mes de julio de 1797.

          Aparte de la natural turbación que me produce hablar en tan solemne entorno y ante tan selecta concurrencia, sucede además -y convendrán en ello- que el tema entraña cierta dificultad.

          Cronología..: cómputo del tiempo, relación de hechos acaecidos... etc, etc.  Por más que Bacon haya tratado de dorarnos la píldora diciendo que la Cronología y la Geografía son los ojos de la Historia -frase que le quedó muy lucida-, yo pienso, ¿cómo puede relatarse de corrido un cómputo cronológico, sin que parezca que estamos leyendo un horario de aviones o de ferrocarriles, y sin que los oyentes se nos duerman? Esta clase de manuales tipo vademécum, se consultan en privado, diría yo que casi a escondidas, pero a nadie en su sano juicio se le ocurrirá leérselo en voz alta y de carretilla a un amigo. Ante tal dilema, acatando el compromiso, no me queda más recurso que refugiarme en la benevolencia de los presentes, e insistir y dejar bien claro que la culpa no es mía.

          Me preguntaba días pasados el coronel Tous -al que también debo agradecer su fe en mi memoria, y no sabe él lo equivocado que está- que cómo se mediría el tiempo en Santa Cruz o, mejor dicho, cómo medirían las gentes de Santa Cruz el tiempo a finales del XVIII. Pues supongo que, como en todas partes, por el Sol y por los relojes. Sol, gracias a Dios, a los santacruceros nos sobra. En cuanto a los relojes mecánicos, aparte de los de uso doméstico y los de bolsillo, ya contábamos entonces con alguno público, como, por ejemplo, el de nuestra parroquia principal.

          Este primer reloj de la torre de la Concepción, señala el profesor Cioranescu -a quien tanto debemos todos y tanto nos ha enseñado sobre nuestra propia historia- que lo había encargado a Cádiz el marqués de Branciforte -el general, más conocido por ser el padre de nuestra Alameda del muelle- con destino a la torre del convento de San Francisco. Pero pienso que debió de dar lugar a algún pleito similar al que ocurrió entre ambas iglesias por culpa de las campanas y los campanarios, ya que finalmente fue instalado en la parroquia, a la que se le entregó en diciembre de 1787. Diez años antes de que su compás marcara las intensas y dramáticas horas tinerfeñas de un personaje universal: Horacio Nelson.

          Los franciscanos tuvieron que esperar unos pocos años para contar en su torre con un reloj, que -curiosamente- fue construido por un zapatero, un tal Nicolás de la Rosa, que por lo visto se daba maña para los engranajes y ruedas dentadas. Como el ayuntamiento -como cualquier ayuntamiento que se preciara- no tenía un real, recompensó al singular artesano otorgándole un sitio en la que entonces se llamaba calle de San Felipe Neri.

          Algunos de estos primeros relojes no duraron demasiado tiempo; no se les daba cuerda o estaban mal atendidos, y no mucho más tarde sería necesario reponerlos. No obstante, a los pocos años, en lo que podría llamarse el primer presupuesto municipal de Santa Cruz, figura una partida de 2.700 reales para atención de los relojes públicos, lo que para aquellos tiempos no era poco dinero.

          Pero dejemos la anécdota relojera -pues debo ceñirme al tema que me ha sido encomendado-, y vamos con lo que puede resultar lo más incómodo de mi exposición, aunque intentaré resumirlo todo lo posible: la tediosa cronología..... de unos hechos apasionantes. Y empecemos con el primer día en que Santa Cruz se encuentra, cara a cara, con el enemigo que va a intentar dominarla.

 

SÁBADO,_22_DE_JULIO

          Hablan las crónicas del amanecer de este día -lo que podemos situar entre las cinco y las seis de la mañana-, cuando con las primeras luces aparece ante Santa Cruz la escuadra británica, compuesta por ocho navíos desplegados en su bahía. Inmediatamente, los ingleses inician un desembarco con veintitrés lanchas hacia la playa del Bufadero, y otras dieciséis que se dirigen al centro, es decir, hacia el castillo de San Cristóbal y el muelle.

          Pero no se dio el factor sorpresa. Por una parte, desde que se conocía el bloqueo del puerto de Cádiz por el almirante Jervis -jefe inmediato de Nelson- ya se temía alguna intentona inglesa contra Canarias. Por otra, ya nos ha desvelado nuestro paisano el historiador Agustín Guimerá Ravina, cómo un comerciante del Puerto de la Cruz que escribía a su corresponsal en la Península el día 21, le decía que, en el mismo momento en que redactaba la carta, la escuadra británica cruzaba frente a la costa norte de Tenerife en dirección a Anaga, lo que, indudablemente, nada bueno presagiaba.

          Por lo tanto, las fuerzas defensoras, con el general Gutiérrez al frente, están alertadas, por lo que, superada la impresión inicial, el fuego que se les hace desde la plaza es tan eficaz que las lanchas enemigas se ven obligadas a virar en redondo hacia sus buques, junto a los que quedan abarloadas y acordonadas. Aborta así el primer intento de invasión.

          A las 10 de la mañana se produce el segundo intento: Tres fragatas se acercan a tierra y se sitúan fuera del alcance de nuestras baterías, amparando el desembarco de unos 1.200 hombres por Valleseco, que se apoderan sin resistencia de la Mesa del Ramonal, altura que separa este barranco del inmediato del Bufadero. Aunque nada puede hacerse para evitarlo, rápidamente un destacamento mandado por el marqués de Las Palmas ocupa la Altura de Paso Alto, frente al enemigo. Es de señalar la celeridad de esta acción, en un terreno escabroso y de peligroso acceso, por el que hasta se subieron cuatro pequeñas piezas de campaña con toda su impedimenta para hostilizar a los invasores.

          La situación permanece estabilizada a lo largo de todo el día; se intercambian disparos y hay alguna escaramuza, sufriendo los atacantes tres bajas al intentar un grupo de ellos bajar al barranco para proveerse de agua.

          Al anochecer, el general Gutiérrez, no contento con detener bloqueado al enemigo en aquella altura -árida, sin sombra, sin agua-, no quiere sorpresas. Por ello, el teniente coronel Juan Creagh y el teniente Vicente Siera, con unos trescientos hombres del batallón de Infantería, más cincuenta rozadores tomados a su paso por La Laguna, ocupan una posición dominante a retaguardia de las tropas inglesas, hacia el interior de la isla, en previsión de que los atacantes intenten avanzar por aquellos parajes en dirección a la capital, La Laguna. Más tarde, durante la noche, se les incorporan cerca de quinientos milicianos laguneros, seguidos por numerosos paisanos de los contornos capitaneados por el alcalde de Taganana.

 

DOMINGO_23

          Amanece: Es increíble, pero todo parece indicar que las tropas inglesas se han reembarcado favorecidas por la oscuridad de la noche. A_las_6_de_la_mañana, las fragatas que habían permanecido cerca de la costa desde el día anterior, se reúnen afuera con el resto de la escuadra. Se efectúa entonces una descubierta que confirma la retirada, no obstante lo cual, las tropas defensoras destacadas en las inmediaciones se mantienen en sus posiciones.

          Al mediodía: Para mayor seguridad, el general Gutiérrez ordena un nuevo reconocimiento con ciento veinte hombres mandados por el capitán Santiago Madan, que recorre la zona costera de Valleseco y confirma el total reembarque de los asaltantes, pero ordena que las fuerzas destacadas en la Altura de Paso Alto continúen alertas.

          Las_3_de_la_tarde,_y_bajo_un_sol_de_justicia: La escuadra enemiga se hace a la mar y cruza frente a la población hacia el Sur y, ante la atenta mirada de los defensores, se acerca al sector de Barranco Hondo y Candelaria. Gutiérrez envía destacamentos a aquellos parajes para observar los movimientos de los barcos y estudiar el posible emplazamiento de artillería en aquella costa. Al_atardecer, la escuadra inglesa se aleja hacia el sureste, hasta perderse de vista desde la plaza.

          Ya en estas horas, los tinerfeños dan por seguro que los ingleses no desistirán fácilmente de su empeño y que volverán a intentar el asalto a Santa Cruz. El general Gutiérrez apuesta por que se producirá un ataque frontal a la plaza, pues es consciente de que, tomada la fortaleza principal, la población estará a merced del enemigo.

          En consecuencia, se toman cuantas medidas se consideran oportunas para mejorar la defensa del centro de la línea, entre las que hay que destacar una muy especial, de cuya eficacia no quedaría luego duda alguna. Me refiero al emplazamiento de una pieza de artillería en una nueva tronera abierta sobre la marcha, aquella misma noche, en el baluarte de Santo Domingo, decisión que -mientras no se demuestre lo contrario- se toma a sugerencia del teniente de Artillería de las Milicias Canarias don Francisco Grandy Giraud, héroe tinerfeño defensor de nuestra tierra, con el que aún estamos en deuda.

          La artillería de este baluarte de Santo Domingo, adosado al paredón norte del castillo de San Cristóbal, estaba al mando del citado teniente, y con el emplazamiento de este cañón se pretendía -como expresamente reconoce su alcaide José de Monteverde en su famosa "Relación Circunstanciada", en la que, por cierto, también se atribuye la idea- cubrir la playa de la Alameda que se encontraba desguarnecida, desde su inicio junto al muelle hasta el castillo de San Pedro, pues, como es sabido, toda la artillería de la plaza estaba dirigida hacia el mar.

 

LUNES_24

          Las_6_de_la_mañana_y_tiempo_Sur: Se descubre de nuevo en el horizonte la amenazadora presencia de la escuadra enemiga, que dando bordadas intenta ganar el barlovento para acercarse de nuevo a Santa Cruz. Por Anaga aparece entonces, y se le une, un nuevo navío de cincuenta cañones, con el que la fuerza atacante ya suma nueve unidades, con casi cuatrocientas bocas de fuego. Frente a ellas, el centro de la línea defensiva de la plaza no alcanza las ochenta.

          Las_6_de_la_tarde: Los  ingleses  largan  anclas frente a Valleseco, dando la impresión de que intentan repetir el desembarco del día 22. Una fragata y una obusera se acercan al fuerte de Paso Alto y una hora después, a las 7_de_la_tarde, comienzan a bombardear Paso Alto y lanzan hasta un total de 43 bombas que no causan daños apreciables, acción a la que responde el fuerte con el fuego de sus piezas.

          Ya oscurecido se realiza una nueva descubierta hacia la zona de Valleseco, con 16 hombres al mando del subteniente de Milicias Juan del Castillo, que hacen prisionero a un marinero irlandés de la tripulación de un cúter, que había desertado a nado. Tal vez, como luego se verá, este irlandés salvara así la vida.

          Las_11_de_la_noche: En tierra, aunque con el ánimo expectante, nada se sabe, pero a esta hora, a bordo de su navío el Theseo, el vicealmirante Nelson imparte a sus oficiales las últimas y precisas instrucciones para lo que pretende que sea el decisivo asalto al centro de Santa Cruz. Tal era su fe en la victoria que, en contra del consejo de sus allegados, decide tomar parte personalmente en el ataque.

 

MARTES,_DIA_25,_FESTIVIDAD_DE_SANTIAGO

          En la noche del 24 al 25, nadie sabe lo que puede ocurrir en cualquier instante. Seguro que nadie duerme en la villa y puerto. Santa Cruz, un pueblo pacífico y acogedor de apenas 7.000 habitantes, que vivía fundamentalmente de su puerto, de la pesca y del comercio, sabe que se encuentra en los umbrales de sus más dramáticas horas. Era evidente que aquella noche aparecía signada por la incertidumbre y la tragedia. Pero, como suele ocurrir en estos casos, lo que iba a ser tragedia para unos, se convertiría en gloria para otros.

          Las_2_de_la_madrugada: El general Gutiérrez, cuyos achaques de edad y salud no mermaban su ánimo, tengo la personal impresión de que  debió crearle un problema a su plana mayor cuando a tales horas de tan oscura noche se empeña en inspeccionar personalmente las defensas de la Alameda y del muelle, y hacia allí parte con un reducido séquito. Pero...

          Transcurridos apenas quince minutos, a las 2_y_cuarto_de_la madrugada, la visita de inspección se ve interrumpida súbitamente cuando el retén de uno de los barcos surtos en el puerto alerta a la guarnición del comienzo del ataque en dirección al centro de la plaza. Es el tercer intento inglés. Todas las fuerzas defensoras y baterías del sector responden con su fuego.

          Las lanchas de desembarco se dividen en varios grupos: hacia la playa de las Carnicerías -junto al barranco de Santos-, hacia el barranquillo del Aceite, hacia La Caleta de Blas Díaz, y hacia el muelle y castillo principal. Este último grupo resulta, a su vez, fraccionado en dos. Una primera fracción alcanza las escaleras del desembarcadero del pequeño espigón, donde se entabla encarnizada lucha cuerpo a cuerpo, en la que los defensores, algunos de ellos armados sólo con picos y palos, se ven obligados a ceder terreno. Los ingleses logran tomar la batería a barbeta del "martillo" del muelle, y bajo el fuego que se les hace desde todos los puntos próximos, derrochando valor logran clavar e inutilizar los cañones.

          Al comenzar el ataque, Gutiérrez -que dado el itinerario que seguiría en su recorrido de inspección, bien pudo haber sido cogido entre el fuego de ambos contendientes- regresa con su séquito al centro de mando del  castillo de  San Cristóbal. Al pasar por el "boquete" -que así se llamaba entonces a la entrada al muelle- ordena al Cuerpo de Cazadores que se concentre en aquella posición, para efectuar desde allí una cerrada descarga contra los ingleses que ocupan la batería en el extremo más avanzado del espigón. Aquel grupo de atacantes, con numerosas bajas, termina por izar bandera blanca.

          Casi simultáneamente, el segundo grupo de lanchas de desembarco no acierta a alcanzar las escaleras del muelle, y debido a la oscuridad y al impulso del oleaje, viene a varar sus quillas en las arenas de la playa de la Alameda. Es mi opinión, pues existen datos que inducen a pensarlo, que en este grupo de lanchas venía el vicealmirante Nelson, quien al tratar de saltar a tierra es alcanzado y cae herido al fondo de su embarcación. El ya citado teniente Grandy, según declaración propia, maniobra el cañón emplazado en la nueva tronera del baluarte de Santo Domingo, cuyo fuego de metralla barre aquella zona de playa.

          Hacia_las_3_menos_cuarto_de_la_madrugada, la lancha de Nelson, aproada y varada en la playa, es puesta de nuevo a flote, para lo que según las crónicas inglesas fue necesario el concurso de  cinco de sus hombres, y emprende el regreso hacia su navío insignia.

          A continuación, cuando Nelson aún se encuentra de camino hacia sus barcos bajo el fuego de la plaza, el cúter Fox-aquel del que había desertado el marinero irlandés-, que seguía a las lanchas de desembarco con más hombres y fuerte impedimenta, recibe varios impactos y es alcanzado bajo la línea de flotación y, en medio de un pavoroso incendio, se hunde en la bahía de Santa Cruz. Nunca se sabrá la cifra exacta de muertos y desaparecidos en este hecho, pues los datos oscilan entre doscientos cincuenta a más de cuatrocientos.

          Son ya las_3_de_la_madrugada: Las fuerzas inglesas desembarcadas al sur del castillo de San Cristóbal se reagrupan bajo el mando del capitán Troubridge e intentan alcanzar la plaza de la Pila o de Candelaria por la calle de La Caleta. Son rechazadas por las descargas efectuadas desde el portalón del castillo y retroceden, dan un rodeo subiendo por la calle del Sol (hoy Dr. Allart) y, girando por la de las Tiendas (actual Cruz Verde) ocupan la parte alta de la plaza, donde permanecerán en total silencio durante aproximadamente una hora.

          Hacia las_3_y_media_de_la_madrugada, finalizada la lucha en el muelle y en la playa de la Alameda con total derrota de los atacantes, el teniente Grandy recibe la orden de hacerse cargo de la batería del "martillo" del muelle y de volver a ponerla en servicio.

          Las_4_de_la_mañana: El capitán Troubridge, agazapado y en silencio con sus soldados hacia la parte alta de la plaza, en vista de que no se le unen más atacantes e ignorante -aunque posiblemente lo presumiera- de la derrota de sus compañeros en el sector del muelle, decide tomar la iniciativa y envía un mensaje al general Gutiérrez conminándole a entregar la plaza bajo la amenaza de incendiar la población. Gutiérrez hace oídos sordos a la demanda del inglés y, al no recibir contestación y comenzar a ser hostilizado, se repliega con sus hombres hacia la plaza del convento de Santo Domingo (actual emplazamiento de la recova vieja y del teatro), donde se le reúnen las tropas que habían logrado desembarcar por Carnicerías y Santos, con lo que constituyen una fuerza de trescientos cuarenta hombres. Ante el acoso a que se ven sometidos desde las calles inmediatas, fuerzan las puertas del convento y se atrincheran en su interior.

          Una_hora_más_tarde, continúa la refriega entre los invasores apostados en el convento y las fuerzas que les cercan, con bajas por ambas partes. Al comenzar a clarear el día Troubridge ordena efectuar señales a sus barcos desde el campanario en petición de ayuda, al tiempo de que, por segunda vez, conmina al general Gutiérrez a la rendición.

          Amanece: Apenas había terminado el teniente Grandy con sus hombres de desclavar y poner de nuevo en servicio la batería del muelle, cuando con las primeras claridades se ve cómo una división de quince lanchas de desembarco, repletas de gente, se separa de la escuadra en dirección a la derecha del castillo, sin duda con la intención de reforzar a sus compañeros del convento de Santo Domingo.

          Inmediatamente abre fuego sobre ellas el castillo de San Cristóbal en unión de la plataforma de la Concepción -junto a la casa de la Aduana al comienzo de la calle de La Caleta-, y de forma especial, con certero tiro, la batería del muelle mandada ahora por el teniente Grandy, que al ser la más avanzada logra acertar en dos de las lanchas, mientras que desde el castillo se hace blanco sobre una tercera. Ante el castigo recibido, los atacantes desisten de este su cuarto y último intento, y viran hacia sus barcos bajo una lluvia de metralla, dejando tras sí considerable número de bajas, entre muertos, heridos y ahogados.

          Troubidge, indomable hasta el momento, al ver desde el campanario de Santo Domingo lo ocurrido, en su desesperación tiene la osadía de enviar al prior del convento y a un maestro, con un tercer mensaje conminatorio para el general Gutiérrez.

          Pero serían las_8_de_la_mañana, cuando cunde el desánimo en las tropas inglesas y solicitan parlamentar. Para ello designan al comandante Samuel Hood, que es conducido con los ojos vendados al castillo de San Cristóbal, y aún Hood se atreve, por cuarta vez en aquella noche, a empezar exigiendo al general Gutiérrez, bajo terribles amenazas, que se le entreguen los caudales  de la plaza. Ante la firme contestación  recibida -"aún le quedan a la plaza hombres y pólvora para su defensa"-, desiste de su actitud y accede a capitular en las condiciones de sobra conocidas, capitulación que luego refrendaría el propio Troubridge.

          Y ahora, por un momento, cambiemos de escenario. Entre_las_8 y_9_de_la_mañana, ocurre un incidente en la mar, que pudo haber ocasionado mayores consecuencias. El barco insignia Theseo -en el que Nelson ya había sufrido la amputación de su brazo derecho-y una fragata, habían derivado hacia el Valle de San Andrés, desde cuyo castillo -hoy lamentablemente en ruinas- y desconocedores allí de las capitulaciones que se estaban tratando en la plaza, se les hizo un fuego tan acertado que quedó destrozada una vela y vergas del navío. Los ingleses acercaron a tierra la obusera que comenzó a lanzar sus bombas, pero la fortaleza contestó al ataque con tal precisión que la dejó malparada.

          Y volvamos al centro de la acción. A_partir_de_las_9_de_la mañana tiene lugar la ceremonia de capitulación frente al castillo de San Cristóbal, en la plaza principal, desde donde las tropas vencidas son conducidas al muelle. Es conocido el cuadro de Alfaro que representa el acontecimiento con gran detalle. Bueno.., con casi todo detalle, puesto que el artista olvidó representar la fuente pública -la famosa Pila-, que entonces adornaba el centro de la plaza.

          En un acto de inaudita hidalguía -para otro pueblo que no fuera Santa Cruz y para otro hombre que no fuera Gutiérrez- se ofrece a los vencidos abundante refresco de pan y vino y se atiende y cura a sus heridos -"generosidad que los dejó atónitos", dicen las crónicas-, y se pone a sus disposición lanchas para reembarcar hacia la escuadra, por haber resultado destrozada la mayor parte de las que habían utilizado en el ataque.

          Sobre_las_6_de_la_tarde termina el reembarque de las tropas vencidas, excepto en el caso de los heridos más graves, que lo serían al día siguiente, después de que el general Gutiérrez compartiera su mesa con la oficialidad inglesa, insólito gesto al que me agrada pensar que -al margen de la herida de su brazo- lamentaría no poder acudir el vicealmirante Horacio Nelson, para conocer así personalmente a su singular vencedor.

          Ya termino. Podrían ampliarse más los detalles, incluir muchos más nombres merecedores -sin duda- de mención, y muchos más hechos relevantes. Pero no se trata, en este breve repaso cronológico, de redescubrir una historia tantas veces contada, ni de cansar más a tan amable audiencia.

          Sólo me resta, con el permiso de ustedes, insistir en algo que  podría parecer en este acto una pequeña osadía, si no me sintiera avalado por el que para mí es el más preciado de los títulos: ser hijo de Santa Cruz de Santiago de Tenerife. Y es recordar a todos una vez más, que en 1894 el capitán general marqués de Ahumada comunicaba al Ayuntamiento la orden por la que el Ministerio cedía  al pueblo de Santa Cruz, el famoso cañón llamado_Tigre, para que pudiera  ser  colocado, se decía, en_el_monumento conmemorativo_de_la_victoria_sobre_los_ingleses.

          Se cumplen ahora cien años desde aquella cesión, y casi doscientos desde que Santa Cruz, Tenerife y España se cubrieran de gloria con aquel hecho. Y, lamentablemente, el monumento dedicado -¡no necesaria ni exclusivamente a victorias ni a derrotas!- sino  a los "Héroes_del_25_de Julio", de cualquier signo y condición, que es tanto como decir a la hidalguía y al valor, al patriotismo y a la capacidad de sufrimiento, a la generosidad y a la hospitalidad de todo un pueblo, más que un acto de justicia, ¿será aún un sueño inalcanzable?

          Y yo pregunto, simplemente, por si alguien quiere darme una respuesta, ¿hasta cuándo, Excelentísimas e Ilustrísimas autoridades, señoras y señores?

 
          Muchas gracias.


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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