¡San Telmo sobrevive! (Retales de la Historia - 20)


Por Luis Cola Benítez (Publicado en La Opinión el 21 de agosto de 2011)

 
           Nada se sabe sobre la fecha de fundación de la ermita de San Pedro González Telmo, en el antiguo barrio marinero de El Cabo, hoy desaparecido, pero es seguro que se trata de una de las construcciones religiosas más antiguas de la ciudad. Es posible que sea la tercera en antigüedad, después de la ermita de Nuestra Señora de la Consolación, demolida para construir el castillo de San Cristóbal, y de la iglesia parroquial, que ya existía en 1500. En el plano de Torriani de 1588 ya se representa esta ermita, aunque con nombre erróneo, y en la visita pastoral de 1674 se afirma que tenía más de cien años de existencia. Ambos datos concuerdan con los que nos han llegado de la Cofradía de San Telmo, de la que se tiene noticia desde mediados del siglo XVI.

          Aparte de esta ermita y del antiguo Hospital, los únicos testimonios que se han salvado del mal entendido progreso que asoló el que fuera populoso y popular barrio, son la crujía de fachada del cuartel de San Carlos y la fuente de Morales y, lamentablemente, ambos sufren un abandono total, a medio ejecutar los trabajos de restauración que en su momento se iniciaron y que hoy se encuentran paralizados. Y no incluimos el viejo puente de El Cabo, porque nada se sabe de su posible futuro, si es que lo tiene. Una muestra más de la desidia y falta de interés de nuestras administraciones públicas por conservar el poco patrimonio histórico urbano que nos queda.

          Desde sus orígenes el santo patrón de mareantes y pescadores, en su modesta ermita, concitó la devoción de los habitantes de aquella zona del puerto, que se volcaban en su atención y mantenimiento. En el siglo XVI el pequeño templo ya adquirió en lo fundamental su aspecto actual, pero su edad de oro le llegaría en el XVII, en el que su Cofradía, como nos narra Pedro Tarquis, fue capaz de contribuir de forma importante a la reconstrucción de la iglesia de la Concepción después del incendio que había sufrido, costeando con sus recursos gran parte de la capilla de la Soledad y de la nave de la Epístola. Pero no voy a tratar ahora la descripción de su estructura, de sus imágenes y ornamentos, aspectos suficientemente estudiados por plumas más autorizadas. Sólo voy a referirme a algunas de las vicisitudes por las que ha atravesado en su historia.

          A pesar del renombre de las fiestas vinculadas a la vieja ermita, las de su titular San Telmo, las de la venerada Virgen del Buenviaje y las del 3 de Mayo -por haber acogido durante muchos años la reliquia de la Cruz Fundacional, a caballo entre los siglos XIX y XX el histórico templo pasó por momentos de abandono muy difíciles para su supervivencia. El primer peligro para sus vetustas paredes llegó en 1845 por los escombros que se arrojaban al barranco de Santos, que llegaron a desviar el cauce hacia la derecha, lo que motivaba que en las crecidas las aguas llegaran a lamer sus cimientos, lo que obligó al ayuntamiento a tomar medidas. El abandono se hacía cada vez más evidente y unas veces por negligencia y otras para cubrir necesidades perentorias, la ermita sirvió para diferentes menesteres, tales como para depósito de cadáveres en 1856, y hospitalillo domiciliario y cocina económica para los necesitados cuando la epidemia de cólera de 1893. Sin embargo, sorprendentemente este mismo año se había sustituido la vieja espadaña por una torre, que a la larga fue motivo de problemas. En 1897, por epidemia de viruelas, volvió a instalarse hospitalillo para la vacunación de los vecinos.

          En cuanto a la pretenciosa torre, habían transcurrido veinte años desde su construcción cuando comenzó a amenazar ruina y se pidió al párroco que la reparase, pero como ni la iglesia ni el ayuntamiento tenían dinero para ello, se llegó a un acuerdo con los Ingenieros militares para su demolición. La expectación fue grande, porque se trataba de la primera experiencia de demolición controlada con explosivos. El 18 de marzo de 1918 se colocaron las cargas, se evacuó a los vecinos más cercanos y se prendieron las mechas. El resultado no fue el esperado. Una nube de cascotes se abatió sobre las casas circundantes, causando importantes daños, pero la torre siguió en pie y fue preciso terminar de demolerla a golpe de pico y mandarria. Las reclamaciones de los vecinos se prolongaron durante meses y las indemnizaciones rebasaron las 3.000 pesetas. Aprovechando estas obras, se cortó la ermita por el Naciente para ensanchar la calle de Las Cruces, por ser el camino a Los Llanos, al Matadero y al cuartel de San Carlos.

          En 1940 pasó al Ayuntamiento a cambio de un solar para nueva iglesia en la Vía de Enlace –Santo Domingo de Guzmán– y estuvo a punto de desaparecer bajo la piqueta. Afortunadamente no fue así y hoy se conserva en bastante buen estado gracias especialmente al esfuerzo de los antiguos vecinos del barrio, pero causa vergüenza su entorno sucio y abandonado, con las peligrosas vías del tranvía a pocos pasos de su puerta, lo que se hubiera evitado trazando las vías por la trasera del antiguo San Carlos.

          No obstante, a pesar de tantas vicisitudes, ¡la ermita sobrevive! ¡Cuidémosla!