LA SEGUNDA CABEZA DE LEÓN DEL ESCUDO DE SANTA CRUZ

 

Por Emilio Abad Ripoll (Esta serie consta de 6 capítulos que se publicaron en nuestra web entre el 10 y el 30 de junio de 2011).

 

 

LA  SEGUNDA CABEZA  DE  LEÓN  (1)

ANTECEDENTES  GENERALES (1)

No estaba acabando bien el siglo XVII para España. Nuestra Patria empezaba a perder territorios y prestigio, mientras que Francia llegaba, con Luis XIV, a su apogeo, e Inglaterra se estaba convirtiendo en la dominadora de los mares.

 Carlos  II    

  

En Madrid, el enclenque aspecto y la enfermiza salud del que, aún sin saberlo, iba a ser el último de nuestros Austrias, Carlos II, disparaban las habladurías y hacían que todas las cancillerías de Europa mantuvieran la duda acerca de su capacidad procreadora, y por ende, de dar un heredero a la Corona española, cosa que el pueblo, fiel a la institución monárquica, deseaba fervientemente. Por todo el país se extendía una especie de lealtad piadosa hacia aquel pobre ser,último resultado y heredero de numerosos cruces consanguíneos.

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María  Luisa  de  Orleans

 

Pervivía, no obstante, la esperanza y se le buscaron esposas entre las más bellas princesas europeas. La primera fue María Luisa de Orleáns (de 16 años de edad y sobrina de Luis XIV), de la que el pueblo sospechaba que no era más que un agente de su tío en nuestra Corte, pero a la que soportaría con la condición que expresaban con total claridad aquellos versos que circulaban por corrillos y mentideros, tan llenos de ingenio como de crudeza: “Parid, bella flor de lis  //  en aflicción tan extraña;  //  si parís, parís a España;  // si no parís, a París”. Pero la pobre María Luisa ni parió ni volvió a París, pues murió al poco tiempo.

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 Mariana de Neoburgo

 

Su sucesora iba a ser Mariana de Neoburgo,  una princesa alemana de 22 años de edad y de cuyo “pedigrí” en tan anhelado tema no se podía dudar, pues su madre había tenido 23 hijos. No ha sido bien tratada por los historiadores que la califican de mezquina y ambiciosa y la acusan de fingir embarazos y dejarse dirigir por una camarilla; además, era alemana de corazón e incapaz de sintonizar con España y los españoles. Y, por si fuera poco, tampoco parió. Tanto la nobleza como el pueblo se lamentaban de que el rey no se hubiera casado con una dama española, aunque no hubiese sido de sangre real.

   Felipe d'Anjou

 

Ante la situación, el objetivo de las potencias europeas empezaba a ser el trono español y su imperio. Y en esa disputa aparecían dos apostantes principales: Luis XIV de Francia,  que jugaba la baza de su nieto Felipe d’Anjou...

Arch._Carlos_Custom_Custom Archiduque Carlos de Austria 

... y el Emperador de Austria, Leopoldo I,  que proponía a uno de sus hijos, el Archiduque Carlos.

Pero para desesperación de todos ellos, el pobre Carlos II, siguiendo la pauta que le marcaba el Consejo de Estado, hizo testamento en 1696 a favor de José Fernando de Baviera, nieto de una hermana del propio rey español y que contaba sólo 6 años de edad. Las Cortes francesa y austriaca se indignaron ante la nueva situación.

Luis XIV, hombre práctico, consideró que en esas circunstancias era muy difícil que su nieto Felipe pueda sentarse en el trono español, por lo que buscó los apoyos de su reciente rival, el Emperador de Austria y del rey de Inglaterra, Guillermo III, que sólo beneficios podía sacar de aquel batiburrillo. Llegaron a un acuerdo en septiembre de 1698, que pasará a la Historia con el nombre de Tratado de La Haya, (aunque el austriaco no firmara al final, pero si lo haría Holanda, además de Francia e Inglaterra). Por él se respetaba el testamento de Carlos II, pero modificándolo, de manera que Francia ganaba Nápoles, Sicilia y Guipúzcoa, y Austria el Milanesado, que así, “por las buenas”, se restaban al Imperio español.

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Carlos  II

                                                                                                                       

Carlos II sería débil de cuerpo, pero no carecía, ni mucho menos, de dignidad. Hizo caso omiso del Tratado, se ratificó en los términos de su testamento y respondió enérgicamente a las Cortes signatarias en La Haya y a Austria.

 

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LA  SEGUNDA  CABEZA  DE  LEÓN   (2)

 

ANTECEDENTES  GENERALES (2)

Pero la Historia siguió derroteros inesperados. El heredero, aquel José Fernando de Baviera, fallecía a los 9 años de edad, tres después de ser designado por Carlos II y cuando a nuestro rey le quedaban meses de vida. Las consecuencias fueron obvias. Volvieron las pretensiones de Felipe d’Anjou y Carlos de Austria. Y, claro, París y Viena rompieron su alianza.

          El francés buscó de nuevo los apoyos inglés y holandés, cosa que consiguió con la firma de un nuevo Tratado, ahora de Londres. Indignación del Consejo de Estado español, cuyas simpatías se empezaron a inclinar hacia el Archiduque austriaco. Pero Luis XIV amenazó con el desmembramiento del Imperio español y aunque algunos historiadores opinan que fue un “farol”, hay que pensar en la fortaleza conjunta de Francia e Inglaterra coaligadas contra España. Sea como fuese, el Consejo, ante el temor de ruptura del Imperio, cambió de opinión y pareció preferir, ante esa tesitura, a Felipe d’Anjou.

          Y de pronto Inglaterra y Holanda cayeron en la cuenta de lo que supondría una alianza entre España y Francia, por lo que, con esa desfachatez tan propia de la política, decidieron pasarse al bando austriaco.

          Nuestro rey, en aquel triste otoño de 1700, firmaba un nuevo testamento nombrando heredero a Felipe. Y muy poco después, el 1 de noviembre, el pobre Carlos II fallecía cuando estaba a punto de cumplir los 39 años de edad.

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 Felipe V de Borbón         

          El 23 de enero de 1701 entraba Felipe V  en España por Irún y Fuenterrabía, y fue tal la entusiasta acogida que dejó la carroza y cabalgó hasta llegar a Vitoria. Las Vascongadas y Navarra estaban al lado de Castilla en su lealtad hacia el nuevo Rey, lo que les valdría más adelante conservar sus privilegios y fueros pese a la política uniformadora que se recogerá en los Decretos de Nueva Planta. Igual acogida tuvo el nuevo monarca en toda España, incluida Cataluña.

          Para Inglaterra, Holanda, Portugal y Austria se confirmaban los peores presagios y, so pretexto de amenazas a su seguridad individual, en Viena, Londres y La Haya se declaraba la guerra a los Borbones. Y en la propia España, la unidad que presidió el inicio del reinado se empezaba a resquebrajar.

           También nuestra Patria se dividió. Castilla apoyaba al francés, mientras que se oponía a Felipe V la Corona de Aragón, en especial Cataluña, donde se recordaban ahora las últimas guerras, con tres invasiones francesas y la ocupación gala del Rosellón y la Cerdaña; factores a los que se unían la competencia comercial de productos franceses a la naciente industria textil catalana y la animadversión a la política centralista y absolutista de los Borbones. Vicens Vives, hablando de este período, subraya que los catalanes demostraban en estos momentos un profundo sentido tradicionalista y querían defender sus libertades dentro de la unidad española. El mismo autor escribe que los catalanes “eran ahora los más españoles de España”.

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 El almirante Sir John Jennings

          Y empezó una nueva guerra, que iba a ser llamada la de Sucesión, en cuyo contexto tendrá lugar el ataque inglés dirigido por el Almirante Sir John Jennings contra Tenerife, que, como toda Canarias, defendía la causa de Felipe V. Se puede pues pensar que, en realidad, Santa Cruz no sufrió un ataque estrictamente inglés, sino aliado (el bando de los partidarios del Archiduque Carlos), es decir, una acción realizada en nombre y defensa de los intereses de uno de los dos pretendientes al trono de España, pero da la casualidad de que exactamente esa misma había sido la circunstancia de la toma de Gibraltar 2 años y 3 meses antes del ataque al Lugar y Puerto de Santa Cruz de Tenerife. Y lo mismo que sucedió en Menorca. En la Roca tomaron la plaza fuerzas anglo-holandesas, que izaron en principio la enseña del Archiduque, para horas después, siguiendo las órdenes del Almirante Rooke, arriarla y colocar en su lugar la inglesa, que allí sigue, pese a muchos intentos. Y en Menorca costó una guerra que se marcharan los británicos. No sé si alguien podría garantizar que Jennings no traía esas mismas intenciones. Es mucho más seguro que Jennings, como luego Nelson, venía a quedarse, es decir a que la bandera en cuya cimera figura un león ondease para siempre, movida al compás del benéfico alisio o del bochornoso sur, en los edificios de Canarias. Vistos los ejemplos de Gibraltar y Menorca, coincidentes además en la circunstancia histórica y en el tiempo con el ataque de Jennings, es lógico pensar que sus objetivos eran los mismos que ocultó Nelson 91 años después.

           También coincidieron en otras cosas: en la derrota y en la habilidad para ocultar o disimular el fracaso.

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LA  SEGUNDA  CABEZA  DE  LEÓN   (3) 

 

ANTECEDENTES  INMEDIATOS

          Don Antonio Rumeu de Armas nos dice que Jennings era un experto marino, de brillante carrera y de acrisolada pericia demostrada en muchas operaciones navales. Concretamente, en esta Guerra de Sucesión española, no hubo combate naval en el que no interviniese. La comenzó al mando de un navío, el Kent, de 70 cañones, y a las órdenes del Almirante George Rooke. Con él estuvo en el frustrado intento de apoderarse de Cádiz en el verano de 1702,...

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 Combate naval en la ría de Vigo          

... y meses después en el ataque, en la ría de Vigo, a una flota española de 19 galeones cargados de riquezas que venían de América escoltados por 23 buques de guerra franceses. La escuadra francesa sucumbiría y los españoles hundieron sus tesoros e incendiaron los galeones.

          También estuvo en la toma de Gibraltar, el 4 de agosto de 1704 -donde podía haber aprendido de Rooke el truco de cambiar la bandera del Archiduque por la inglesa horas después de la ocupación-, y apenas transcurridos 20 días,...

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  Acción de Vélez-Málaga         

 ... al mando del St. George, de 96 cañones, en otro combate naval frente a Vélez Málaga, acción en la que destacó Jennings de tal manera que mereció recibir, como recompensa, el título de “Caballero”. En 1705, ya Contralmirante, pero ahora a las órdenes del Almirante Leake, participó en la expedición que desde Lisboa llevó al Archiduque Carlos a Barcelona y que culminó en la sublevación de Cataluña. Y también en relación con Barcelona, contribuyó al levantamiento del asedio que había puesto a la ciudad condal Felipe V en abril del año siguiente, es decir, ya 1706.

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 Bloqueo de Barcelona

          Aún con Leake, se dirigió a Ibiza y Mallorca, donde poco más que la presencia de la escuadra inglesa bastó para que las Baleares cambiaran de chaqueta y se incorporaran al bando del Archiduque. Y es en aquel momento cuando Jennings, con una escuadra, se separa del resto de la flota (algo similar a lo que haría Nelson separándose de Jervis en Cádiz, casi un siglo después, para venir también a Tenerife) para cumplir la orden de repetir la función en el archipiélago atlántico.

          Por estas tierras, y desde hacía poco más de 40 años, los Capitanes Generales disfrutaban ya de la posibilidad de elegir su residencia, que desde los primeros momentos estuvo fijada por el rey en Las Palmas, pues el cargo de Capitán General llevaba anejo el de Presidente de la Real Audiencia, cuya sede se encontraba en la capital grancanaria. Fue don Jerónimo de Benavente y Quiñones (que ejerció el cargo de Capitán General entre 1661 y 1665) quien decidió trasladarse a Tenerife, concretamente a La Laguna. Esta decisión, unida a la de que el Lugar de Santa Cruz se convirtiera en la principal  plaza fuerte del Archipiélago, designaban a Tenerife, y especialmente Santa Cruz y La Laguna, como el objetivo principal de una intentona que tratase de conseguir el dominio del Archipiélago.

          ¿Y con qué defensas contaba la isla? Vamos a repasarlas. Había en ellas 10 Tercios de Milicias de Infantería (3 en La Laguna y 1 en cada uno de los siguientes pueblos: Tacoronte, La Orotava, Los Realejos, Icod, Garachico, Abona y Güimar) y 1 Tercio de Caballería (formados por las Compañías de a caballo de los Tercios laguneros y algunas otras compañías sueltas). En total en Tenerife se contabilizaban unos 12.000 milicianos, es decir, que descontando a inútiles por enfermedad o defecto incompatible con el manejo de las armas, y a otros, como los acemileros, exentos, formaban parte de aquellas Milicias todos los hombres comprendidos entre los 16 y 60 años de edad.

          Por lo que se refiere a la Artillería, exclusivamente dedicada entonces aquí a la defensa de los puertos y fondeaderos, la de Santa Cruz era relativamente importante. Existían 3 castillos sobre los que se basaba el esfuerzo defensivo: Paso Alto, entonces con 12 cañones, San Cristóbal, con 11, uno de ellos de a 36, el maravilloso Hércules, que iba a jugar un papel primordial en la acción que se avecinaba (como ya había sucedido contra Blake hacía casi 50 años) y San Juan, con 4 piezas.

 

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          Sobre un plano actual de Santa Cruz, se ha situado la localización de esas tres fortalezas, así como el resto de organizaciones defensivas intercaladas entre ellas para cubrir posibles zonas muertas y cruzar fuegos. Eran las baterías, reductos o baluartes de San Miguel, La Candelaria, Los Melones, El Calvario, San Pedro, El Rosario (que luego se denominaría Nuestra Señora de la Rosa), La Concepción, San Telmo, Nuestra Señora de Regla y Barranco Hondo. Para servir esa artillería se contaba con 3 Compañías de Artillería (de unos 60 hombres cada una) en Santa Cruz, además de otra Compañía en el Puerto de la Orotava y otra en Garachico, media Compañía en Candelaria y otra unidad similar en San Andrés. También existía una muralla o parapeto de tierra, con revestimiento, tanto por la parte del mar como por la del interior, de piedra y barro. El espesor de la muralla era de unos 3,5 metros, y a intervalos contaba con 10 fortines, garitas o puestos de observación. Su altura era de 1,20 metros por el interior y de 1,50 metros por el exterior, por la cara del mar.

          Era entonces nuestro Capitán General, desde hacía algo menos de un año,  don Agustín de Robles y Lorenzana, pero que, aunque como hemos dicho su residencia habitual era La Laguna, se encontraba en Gran Canaria desde los primeros días del mes, pues debía resolver ciertas desavenencias con la Real Audiencia. Se había quedado encargado del mando militar de la isla el Corregidor y Capitán a Guerra, don José de Ayala y Rojas, es decir, hoy le llamaríamos el Presidente del Cabildo, “a quien por ordenanza” correspondía la sucesión en el cargo.

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LA  SEGUNDA  CABEZA  DE  LEÓN   (4)

 

EL  ATAQUE  Y  LA  DEFENSA (1)

 
          Recordarán que habíamos dejado al Vicealmirante John Jennings separándose del grueso de la escuadra de Leake en las azules aguas baleáricas. A mediados de octubre de 1706, al frente de una flota de 13 poderosos navíos (el menor de los cuales montaba 60 cañones), cruzaba el Estrecho de Gibraltar y ponía rumbo a las Canarias.

          Dice Viera y Clavijo al respecto:

               “Los ingleses, que habían saqueado el Puerto de Santa María, quemado en Vigo los galeones, insultado a Cádiz, tomado a Gibraltar y sometido a la Cataluña y el Reino de Valencia y Baleares para el Archiduque con una facilidad asombrosa, se lisonjeaban que igualmente se les someterían las Canarias sólo con presentarse armados y hacerse obedecer.”

          La tarde del día 5 de noviembre se dio la alarma en Santa Cruz, puesto que los vigías de Anaga divisaron los desconocidos velámenes de unos 10 barcos; quizás eran mercantes españoles camino de las Indias, pero más valía no tentar la suerte. Se fueron concentrando en el Lugar y Puerto algunas Unidades de los Tercios, llegándose, al caer la noche, a un total de unos 4.000 milicianos los que se aprestaban a lo que fuese, mientras que se cubrían, en lo posible, las dotaciones de los reductos defensivos, especialmente las de los tres castillos más importantes: Paso Alto, San Cristóbal y San Juan. También destacan los relatores de aquellos hechos como, tras larga cabalgada, asimismo aparecieron algunas Compañías del Tercio de Caballería.

          Al analizar estos primeros momentos, llama poderosamente la atención la celeridad en la movilización. Pensemos que no había teléfonos, ni emisoras de radio, etc.; sólo señales de banderas o de humos; que los milicianos vivirían dispersos por  la vega lagunera, por las escabrosidades de Anaga y otros lugares de la isla; que había que desplazarse, en altísima proporción, tanto para dar el aviso de movilización como para incorporarse a la Unidad correspondiente, a pie... Sin embargo, en horas son 4.000 los que ya están en Santa Cruz. Eso demuestra una preparación envidiable y una no menos colectiva concienciación en la importancia del papel de cada uno en la defensa de la Patria, chica o grande.

                                                                                         

          Al amanecer del 6 de noviembre se distinguió claramente que eran 13 los buques que se aproximaban en actitud nada tranquilizadora. Cuando a eso de las 8 de la mañana se encontraban en las cercanías del pequeño muelle santacrucero, las sospechas se acrecentaron, pues tras enarbolar los barcos banderas francesas (como si pertenecieran a la facción de Felipe V, a la que se adhería el Archipiélago), las arriaron para izar la de Suecia y, pocos minutos después, banderas azules (las que correspondían en combate, para cuestiones de mando y control, a los navíos de Jennings dentro de la flota de Leake). A los tinerfeños este detalle se les iba a quedar grabado, pues durante mucho tiempo el episodio se recordará como “la invasión de la escuadra inglesa de la bandera azul”.         

          Cuando Jennings,  provisto del clásico “catalejos” de la época, contemplara a los milicianos tras la muralla y a los artilleros, mecha encendida en mano, junto a sus piezas, tendría que empezar a comprender que habían fallado no sólo el efecto sorpresa, sino también la añagaza de los repetidos cambios de bandera. Pero se tuvo que convencer del todo cuando empezó a recibir fuego artillero. No obstante, consciente de su tremenda superioridad en esa faceta,  encomendó a sus más de 700 cañones la labor de hacer ver a aquellos pobres isleños que les iría mucho mejor rindiéndose cuanto antes. Pero volvería a sorprenderse cuando constatara el intenso y preciso fuego que sus buques recibían de las baterías costeras, especialmente desde el que parecía el castillo principal, donde un poderoso cañón...

El Hércules

          ... con sus disparos, obligaba a sus barcos a alejarse, lo que ponía a los reductos y a aquellas cuatro casas fuera del alcance de su propia artillería.

          Optó entonces por ordenar un desembarco, y, con la celeridad y preparación de que siempre hizo gala la Royal Navy, 37 barcas cargadas de hombres se dirigieron, mejor dicho, comenzaron a dirigirse hacia las playas; pero pronto, tanto  ellas como los barcos que protegían su progresión, hubieron de virar en redondo, dirigirse a la mar abierta y deshacer su compacta formación, con visibles daños en estructuras y cubiertas, como consecuencia del fuego que recibían de todo el frente de playa, pero especialmente del cruzado de las dos baterías más importantes: Paso Alto y San Cristóbal. Y así, con el rugir de los cañones como telón de fondo, transcurrieron dos horas.

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LA  SEGUNDA  CABEZA  DE  LEÓN   (5)

EL  ATAQUE  Y  LA  DEFENSA (2)

          Visto que nada conseguía, Jennings intentó ahora parlamentar. Pareció entrar en razón y jugar sin cartas en la bocamanga, para lo que izó en todos sus buques la bandera de Inglaterra; luego envió un lanchón con una bandera blanca en la popa en el que viajaba un oficial, portador de una carta para el jefe de los defensores. Una embarcación española se dirigió a la inglesa y transbordó a la nuestra al mensajero. Tras vendarle los ojos, fue conducido a presencia del Corregidor, don José de Ayala y Rojas, que se encontraba en el Castillo de San Cristóbal. Y  el señor Ayala, posiblemente sin poder dar crédito a lo que leía, y seguramente con una irónica sonrisa, pasó su vista por las siguientes líneas:

               “Excelentísimo señor:

                    He sido enviado aquí con la esperanza de encontrar una escuadra francesa, no como enemigo, sino como amigo de los españoles. El haber tirado los navíos no fue por orden mía, pues apenas lo percibí mandé llamarles para afuera, no siendo mi intención que se cometiese alguna hostilidad a ese lugar. Me alegraré de poder servir a Vuestra Excelencia o a cualquier otro de esa isla en todo cuanto fuera posible, pues estamos en estrecha amistad con los españoles. No puedo dejar de asegurar a Vuestra Excelencia como S. M. Católica, el Rey Carlos III ha tenido tantos éxitos este verano, que la mayor parte del reino y dominios de España están ahora sometidos a su obediencia, y no hay duda de que los franceses serán enteramente expulsados de España. Tengo orden de S. M. Católica para asegurar a todos los españoles de todas partes su protección, y que los que voluntariamente se sometieran a S. M. Católica el Rey Carlos, serán continuados en sus empleos y puestos que ahora gozan. Si Vuestra  Excelencia es servido de cambiar rehenes para que vengan a bordo serán bastante informados de todas las cosas y de la verdad que aquí inserto; me hallará muy pronto para darle gusto, y no dudo será muy a su satisfacción. Quedo con mucho respeto de Vuestra Excelencia su más obediente y humilde servidor. –John Jennings—A bordo del navío de S.M. el Binchier, 26 de octubre de 1706 – Las dos tartanas que van siguiendo los navíos, si salieren ser españolas, se volverán.”

          ¡Curiosísima y falaz carta la de don John!:

               -  O sea, que venía aquí a luchar contra una escuadra francesa,… para lo que, al principio, enarbolaron sus barcos la bandera gala.

               - De manera que sus navíos hicieron fuego sin que él lo ordenara…, lo que además de contravenir la más elemental norma militar de disciplina de fuego, suponía una falta de coordinación increíble en unas tripulaciones fogueadas, como vimos antes, en numerosas acciones de guerra.

               - Así que se dio cuenta de que estaban sus barcos haciendo fuego cuando se llevaban dos horas de cañoneo…, y por eso mandó retirarlos para afuera… (no fue,según el,  porque los cañones de la plaza los estuvieron “tocando” con su certeros disparos por lo que se tuvieron que poner fuera de su alcance).

          Se le puede perdonar lo anterior, pues no tenía otra excusa mejor que poner. También se podía excusar que ponderara las ventajas que el bando del Archiduque Carlos (el que se autodenominaba Carlos III) estaba obteniendo en aquellos momentos en la Península (lo que no dejaba ser del todo cierto). Pero no se podía creer el Corregidor que todo iba a seguir igual con la rendición y posterior ocupación, la consabida promesa utilizada en Gibraltar, y que, como una especie de fijación mental estratégica, volvería a utilizar Nelson en 1797.

          El Corregidor Ayala no tendría que estrujarse mucho el magín para dar a conocer al inglés cual era la opinión de la isla al respecto, destacándole además la lealtad hacia Felipe V. He aquí la carta del señor Ayala y Rojas:

               “Excelentísimo Señor:

                    En vista de la de Vuestra Excelencia escrita este día a bordo de la nao el Binchier, que manifiesta la falta de voluntad que hubiese en los cañones de esa escuadra que dispararon a este lugar, estimo la cortesanía de Vuestra Excelencia y respondo que a haber llegado desde el principio lancha, en la conformidad que ahora, y como Vuestra Excelencia muy bien sabe debe enviarse, hubiera sido recibida sin embarazo. Y por lo que toca a las noticias que me insinúa Vuestra Excelencia acerca del estado de la guerra y cosas de España, digo: que aquí sabemos y estamos bien satisfechos de que las gloriosas armas de nuestro Rey y Señor don Felipe V están muy ventajosas, restituido con quietud a su corte, arrojados sus enemigos de los reinos de Castilla. Y cuando (lo que Dios no permita) se hallase S. M. en diferente estado, siempre esta tierra se conservaría en el cumplimiento de su obligación de fidelísimos vasallos de S. M. Católica Felipe V  (que Dios prospere) hasta el último espíritu. Agradezco también a Vuestra Excelencia la galantería que me ofrece en orden a las dos saetías que salieron de este puerto, y quedo a la disposición de Vuestra Excelencia para cuanto sea de su agrado. De este castillo de San Cristóbal del puerto de Santa Cruz, 6 de noviembre de 1706. B. L. M. de Vuestra Excelencia su mayor servidor. – Don José Antonio de Ayala y Rojas --  Excelentísimo señor don Juan Jennings.”

          Como vemos, paladinamente contesta que aquí conocíamos como iban las cosas de la guerra por tierras peninsulares; que Santa Cruz seguía siendo fiel a quién había jurado fidelidad, a Felipe V; y que también sabíamos comportarnos en correspondencia con la actuación del “otro”. Si hubiesen enviado de entrada a los emisarios, se hubiesen ahorrado el sofocón, parece decir don José. De modo que mejor hará, don Juan Jennings, en “mandarse mudar”.

          El marino inglés parece ser que rumió su indignación mientras seguía maquinando la forma de tomar aquel diminuto puerto, puesto que el día 7 sus barcos pasaron y repasaron frente a Santa Cruz; indeciso, Jennings no se decidió entre reemprender el ataque con un violento bombardeo que rindiese la voluntad de sus habitantes o intentar de nuevo un desembarco en fuerza. Para lo primero había que ponerse al alcance de aquel maldito cañón de a 36, ...

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          ... y para lo segundo desde el Binchier podía comprobar que las fuerzas de infantería españolas seguían engrosando su número, por lo que, al anochecer de aquel día 7 de noviembre, optó por lo más sensato: puso proa hacia alta mar sin emprender ninguna otra acción hostil contra Tenerife ni sus gentes.

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LA  SEGUNDA  CABEZA  DE  LEÓN   (y 6)

 

DOCUMENTACIÓN Y CONSECUENCIAS

           En las demás islas, especialmente en La Palma, también se adoptaron extraordinarias medidas de seguridad, pero Jennings siguió de largo hacia Europa sin amenazar ningún otro puerto del Archipiélago.

          Los avisos que se enviaron al Capitán General a Las Palmas llegaron el día 7, y aunque éste preparó inmediatamente el viaje de retorno, con algunos refuerzos, no llegó a Santa Cruz hasta el día 9, cuando ya se retiraban las Compañías de Infantería de las Milicias que habían permanecido 48 horas más en la población.

          Se conserva un documento, impreso en Madrid en 1707, titulado Relación diaria y puntual de lo sucedido en la isla de Tenerife, una de las Canarias, el 6 de noviembre del año pasado de 1706 con una escuadra inglesa que intentó combatir el Puerto de Santa Cruz. De esa relación extrajo el Coronel don Juan Tous para su opúsculo sobre el cañón Hércules lo siguiente:

               “Al amanecer del día 6 ya los navíos avían montado dicha punta (Anaga) y con buen viento se pusieron sobre el Puerto de Santa Cruz  de donde se reconoció que, de los treze Baxeles, la Almirante era de 86 cañones, nueve de a 70, dos de á quatro, y un Burlote, todos con Vanderas Francesas; pero no fiándose de estas señas, al ver que se acercaban, se le dispararon algunos cañonazos de los de á 36 y reconociendo los Navíos el gran alcance de la Artillería se detuvieron algún rato; más volviendo a continuar en acercarse, se les disparó de los castillos…”.

          Más adelante, haciendo un resumen final de lo que había sido la batalla, añade la citada Relación:

                “Lo demás lo explicó el cañón de la plaza que apartó a los enemigos del tiro y desengañados se hicieron a la vela el 7 del mismo mes, a sus puertos.”

          Añadiendo Tous a continuación que “sin duda, la intervención del Hércules fue decisiva, pues el único cañón de a 36 que existía en la Plaza era él.” El célebre tratadista militar José de Arántegui Sanz, en su libro Apuntes históricos sobre la artillería española en la primera mitad del siglo XVI, editado en 1891, calificaba a nuestro Hércules como “uno de los primeros y más preciosos cañones que se hayan fabricado en el mundo”. 

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Detalle del Hércules

           El Capitán General informó de inmediato a Felipe V, quién el 28 de diciembre dirigía a nuestra primera Autoridad Militar una carta con el encargo de que pusiese su contenido en conocimiento de las Unidades de Milicias y del pueblo canario en general, y en la que decía que “el Rey queda enterado del amor, fidelidad y celo de sus naturales”. Y ese pareció ser el resultado para Tenerife y Canarias de aquella jornada, aunque Viera añada que se dañó también el comercio con Inglaterra de nuestros vinos.

          Para completar la historia global, todos ustedes conocen que, tras la repentina muerte del Emperador austríaco, que ya era su hermano José I, el pretendiente al trono de España Archiduque Carlos,...

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Carlos VI de Austria (frustrado Carlos III de España)         

 

          ... subió al trono de Austria con el nombre de Carlos VI y renunció a sus aspiraciones hispanas. Entonces terminó la Guerra de Sucesión, firmándose el 13 de julio de 1713  el malhadado Tratado de Utrecht, por el que, a modo de compensación a quienes se habían inmiscuido en nuestros asuntos, buscando su propio interés, renunciábamos a Gibraltar y Menorca. Quizás, si Jennings hubiera tenido éxito en su aventura chicharrera, también habría aparecido la palabra Tenerife entre las líneas de aquel Tratado y, por tanto, la acción que acabamos de relatar hubiese tenido más importancia a los ojos de los historiadores -británicos y españoles- que la que han parecido darle.

          Y ello no fue posible porque los tinerfeños de inicios del siglo XVIII demostraron que su lealtad y su fidelidad a la lejana metrópoli, y a unos etéreos e idealizados monarcas, (es decir, a la Patria y al Rey) estaban muy por encima del peligro de la invasión, de la guerra y, quizás, de la muerte. Y en reconocimiento a su empeño y a su valor campea en nuestro escudo la Segunda Cabeza de León.

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