Nuestras mujeres (Retales de la Historia - 1)

Por Luis Cola Benítez   (Publicado en La Opinión el 10 de abril de 2011).

 

          Nuestro ilustre paisano Ángel Guimerá, refiriéndose a la mujer canaria, dijo: "Sus ojos, por donde su corazón se asoma, brillan con bondad inefable. Su voz es protectora y dulcísima…" El eximio escritor, al escribir estas frases, recordaba con veneración a su madre canaria.

          En este aspecto, algo más se podría añadir. La más sencilla mujer canaria posee también otras cualidades dignas de resaltar. Su voluntaria y espontánea entrega a la familia y a su defensa, a su trabajo diario, y su compromiso con los demás. Incluso, cuando ha sido necesario, ha hecho gala de un desinteresado comportamiento que hasta bien puede calificarse de heroico.

          Un excepcional ejemplo de heroísmo femenino lo tenemos en doña Hipólita, y para encontrarlo debemos retroceder más de tres siglos y medio, hasta 1657, cuando el almirante inglés Robert Blake atacó Santa Cruz con la intención de apoderarse de una escuadra española procedente de América. Mandaba entonces el castillo principal de San Cristóbal don Fernando Esteban Guerra de Ayala y, como era habitual en el alcaide de la fortaleza, allí residía con su esposa doña Hipólita Cibo Sopranis.

          Fue sin duda uno de los más feroces ataques sufrido por el lugar y puerto de Santa Cruz. El bombardeo de la escuadra inglesa fue intensísimo, y las fortalezas de la línea costera, especialmente Paso Alto y San Cristóbal, repelieron con bravura la agresión bajo una auténtica lluvia de metralla. Las milicias y hombres útiles no tenían un respiro, mientras que los que no podían ayudar, especialmente ancianos, mujeres y niños, buscaban refugio hacia La Laguna. Sin embargo, doña Hipólita se negó a marchar a lugar seguro, alegando que su presencia en el castillo no sería del todo inútil. Y así fue. Bajo la metralla lanzada por los barcos enemigos, sin abandonar la plataforma alta de la fortaleza no cesó en ayudar en cuanto podía, haciendo cartuchos, cargando armas, alcanzando municiones, animando a los artilleros, consolando y dando de beber a los heridos…Como dijo Viera y Clavijo, merece un lugar entre las que honran su sexo, por su heroico comportamiento que no había derecho a exigirle.

          Pero no es éste el único caso. Cuando en la madrugada del 22 de julio de 1797 Nelson lanzó la primera oleada de lanchas de desembarco sobre la costa de Santa Cruz, no fue la guarnición la que dio la primera alarma, ni el repique de las campanas de las iglesias, ni el servicio de vigías del puerto. Fue una simple y anónima mujer del pueblo, una agreste, como la llama en su crónica el alcalde Domingo Vicente Marrero, que venía por la estrecha y peligrosa vereda costera desde el Valle de San Andrés a vender sus productos al mercado, la que advirtió la amenaza que se cernía sobre todos. Aún no había amanecido y las primeras lanchas ya se aproximaban a las playas,  por lo que acelerando la marcha para que los atacantes no le cortaran el paso, llegó hasta la puerta del castillo de Paso Alto y a gritos y lanzando piedras al recinto puso en aviso a la guarnición, que inmediatamente disparó varios cañonazos alertando al resto de la plaza. En este primer intento los atacantes, viendo que ya no contaban con el factor sorpresa a su favor, volvieron proa hacia los bergantines desde los que poco antes habían zarpado. Así se frustró el primer intento de ataque.

          Pero hay más. Dos días más tarde, cuando los ingleses ya habían desembarcado por El Bufadero y logrado escalar la montaña conocida como Mesa del Ramonal, y las fuerzas españolas impedían su avance ocupando la Altura de Paso Alto, la situación de los defensores era de suma necesidad de alimentos y especialmente de agua, en un día de extremo calor y en un paraje sin sombra alguna en la que ampararse. Pues bien, en aquellas circunstancias un grupo de arrojadas aguadoras y otras mujeres del pueblo se ofrecieron voluntarias para trepar por los empinados escarpes de la Altura, transportando en varios viajes agua y frutas para el destacamento que se oponía a los invasores. Hay que imaginarse la auténtica gesta que ello representó, subiendo por una peligrosa vereda, seguramente descalzas y cargando las provisiones, bajo un sol de justicia y expuestas al fuego de los atacantes. No puede negárseles el título de auténticas heroínas.

          Si del autor de este Retazo dependiera, y si nuestros ediles demostraran la suficiente sensibilidad hacia estos hechos de nuestra historia, a la entrada de lo que hoy queda del castillo de Paso Alto ya habría una escultura representando a la agreste que alertó del peligro, y al comenzar la subida a la Altura un grupo escultórico en homenaje a las valerosas mujeres que contribuyeron con su esfuerzo y ánimo a la victoria lograda.

          Es lo menos que podríamos hacer, en reconocimiento de la deuda contraída con nuestras mujeres.