La prueba del Corynto

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 13 de marzo de 1987).
 
 
Aquellos lejanos Carnavales tinerfeños
 
 
          Hay que sentirse orgulloso que nuestros paisanos sepan divertirse imbuidos en ese espíritu sano y puro que pregonan cuando sus rostros, vestimentas y gestos se transforman con el vocablo Carnaval, que no es precisamente ave de paso sino algo que siempre se ha llevado muy enraizado. 
 
          Hay que sentirse muy aliviado en contemplar ese milagro de convertir paro y crisis en imaginación y alegría, tándem que, circunstancialmente, erradica angustia y depresión.
 
          Ha sido gratificante observar desde una privilegiada balconada, con ojos tan atónitos como entusiasmados, a esa especie de marabunta humana, rítmica y decibélica, que no conocía el cansancio ni la fatiga al compás de una salsa contagiosa y unas cadencias que casi incitaban al trance caribeño, que luego, incluso, gestó ese record entre popular y curioso del Guinness, iluminado con un laser de parpadeo y como procedente de otra galaxia.
 
          Ha sido oportuno captar en video aquel Coso, modelo de organización y de color, que mostraremos este mismo verano en localidades británicas, cuyos habitantes seguirán desconsolándose, no solamente con nuestro sol sino con nuestra habitual novelería y compostura, que no pudimos gozar con el “rebotallo” que idénticos canales televisivos nos ofrecieron posteriormente desde la isla del perenne conflicto.
 
          Y creemos no nos equivocamos al afirmar que todos, absolutamente todos, nos hemos sentido con el ánimo alterado, y con sintomáticos escalofríos, cuando en el pórtico de estas fiestas oímos con profunda emoción aquella Mi tierra guanche, donde los vocablos Tenerife y Teide recogieron “el aplauso del siglo” y donde una batuta comedida y enérgica unificó aquellas voces de rondallas que se tornaron celestiales.
 
          Todos coadyuvaron al éxito: las comparsas -¿de dónde sacan tanta vitalidad para moverse continuamente?-, las murgas -vivero de poetas festivos e irónicos, donde aflora la crítica y la mordacidad y donde debería evitarse la procacidad-; las agrupaciones musicales, que sorprenden por su preparación y “oído”, así como los variopintos grupos de espontáneos y sinnúmero de disfraces, que denotan, primero, una positiva predisposición natural y, luego, la peculiaridad de esa mediana empresa que se ha creado en torno a estas fiestas. Fiesta, esencialmente, al aire libre, donde la careta va desapareciendo poco a poco y el maquillaje se convierte en auténtico arte.
 
          ¿Quién ha vivido, quién ha podido conciliar el sueño; quién pudo dormir estas nocturnidades en los aledaños del Cuadrilátero santacrucero? Ese espíritu de sacrificio y de comprensión también es acreedor a un premio de solidaridad. 
 
          ¿Quién de ustedes se sometió, por ejemplo, a “La prueba del Corynto”?
 
                    –Allí tiras el confetti y no cae al suelo…
 
          Dicen que es la prueba de todo carnavalero que se precie. Y hay que gozarla y sufrirla muy entrada la madrugada cuando el cuerpo ya está extenuado y reconfortado, en parte, con los protocolarios churros y el humeante chocolate. La citada prueba consiste en atravesar aquella especie de pasadizo ubicado entre la calle de San José y del Castillo.
 
          Es como intentar coger el metro londinense en horas punta. Es someterse estoicamente a estrujones de todo tipo que muchas veces cortan, incluso, la respiración. La mejor manera de introducirnos y traspasar aquella masa bailonga, libadora, estridente, alegre, jacarandosa y de vestimentas húmedas y sudorosas, es ir en fila india con los brazos estirados y asidos en los hombros y espalda del amigo que hace de “rompedor” …
 
          Salimos ilesos. Y hemos vivido para contarlo.
 
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