Moros en la costa

 
Por Juan Manuel Valladares Expósito  (Comunicación en Radio Muelle el 12 de abril de 2022).
 
 
 
          Espero que nadie se tome la molestia de tomar mis palabras sobre el tema Canarias-Berbería como algo actual, porque para nada, ni ayer, ni hoy, ni mañana, tengo interés alguno en entablar una discusión sobre los temas que traspasan los umbrales de los siglos XIV al XVI de la historia de nuestras islas. Otros dedicaran su tiempo a ese trabajo o afición pero no es el mío.
 
          Empecemos por una noticia que da idea de nuestra candidez, Acuerdo Cabildo de Tenerife 1514-1518:
 
                    (cap. XIII de los elevados a la Corte por J. Benítez, p. 252), pues la artillería que la Isla tiene, especialmente una buena lombarda comprada en 24 ducados de buena moneda por el Cabildo en julio de 1513, lejos de hallarse emplazada en la albarrada para poder alejar con sus tiros al enemigo caso de presentarse, lo prestan los Sres. del Cabildo a quien la quiera para asaltar Berbería y de hecho jamás está en su lugar” 
 
          Para otra ocasión dejaremos dar cuenta de la presencia de Don Alonso Fernández de Lugo en África, año del Señor de 1501, de su desgraciada derrota y de como quedó allí la flor y nata de los primeros habitantes canarios y no canarios de Santa Cruz de Tenerife. 
 
          O sea que inocentemente creíamos que el viaje iba a ser siempre de ida pero nunca de vuelta.
 
          Candidez que pudimos resolver siglos mas tarde, y darle a la pérfida Albión tres buenas pasadas en las personas de Blake, Jennings y Nelson. Hechos que recientemente en tres magníficas conferencias nos ha dejado claros nuestro buen amigo Emilio Abad Ripoll y su historia documentadísima de las tres cabeza de nuestro escudo santacrucero.
 
          Pero vayamos al tema que, en palabras de Don Francisco Fajardo Spínola en su obra “Las víctimas de la Inquisición en las Islas Canarias”, queda bien aclarado en su página 85 “De Canaria a Berbería se va y se viene en un día”. Una certeza que nos dará para comentar la presencia de la comunidad morisca en nuestras islas antes, durante y después de la incorporación a la corona de Castilla, que mejor iremos llamando España. Y en este aventurado trabajo de dar algunas claves de la presencia morisca o musulmana en la Canarias de entonces, tendremos igualmente que acudir al fondo bibliográfico del estimado profesor Alberto Anaya Hernández.
 
          Una pregunta inicial  ¿por qué berberiscos en Canarias ya en esos primeros siglos XIV al XVII? Olvidemos conjeturas raciales, puesto que para nada tienen relación alguna berberiscos y canarios en esos siglos. Aun estamos en la labor de asegurar si la hubo antes y en qué siglo, anterior o posterior a la Era Cristiana.
 
          Mi última aportación a la historia  canaria sería que el Rey de Marruecos rompa su ayuno del Ramadán comiéndose mi gofio. Y punto... que se me va la mente a donde no debe ir.
 
          Si esos berberiscos llegaban a Canarias desde la costa africana de forma voluntaria no podían tener mas que un solo motivo, el económico. Me atrevo a señalar, como un ejemplo de comercio por parte de un berberisco, el caso citado por Millares en la persona de Alonso de Fátima “rico comerciante de Lanzarote que hizo viajes de ida y vuelta entre la costa africana y Canarias”. O Juan Felipe un morisco de gran poder económico en Lanzarote que tuvo la osadía de embarcar con toda su familia desde esa isla a Berbería donde se establecieron. El caso citado por Don Francisco Fajardo Spinola da para mucho pensar en la nacional picaresca: Juan de Ribera, morisco, llevó a Berbería a una pobre mujer cristiana a la que intentó hacer pasar por mora para cambiarla por un camello. Y ya puesto, a una pobre muchacha morisca a la que cambió por una cierta cantidad de ámbar. ¡Y aun hay quien recuerda aquellos tiempos como felices y dorados! 
 
          Alguno que adoptó lo berberisco como forma de vida y medro hizo el viaje de ida a Berbería como prisionero para luego hacer el viaje de vuelta como pirata al servicio de las galeras de Argel. Todos ya saben a estas horas que un tal Ali Arraez Romero (qué respeto a sus genes) o, más acertadamente Ali Arraez Canario, había nacido en Las Palmas de Gran Canaria por el año de 1640, en la mismísima calle Triana No se gastaba muy buenas maneras porque le daba lo mismo vender canarios en Argelia, o pobres criaturas de otras regiones por las que nadie pagó jamás un rescate. No hagamos las cuentas para no coger un enfado porque los pobres cautivos de su labor “humanitaria” pasaron de 1.000. Como el negocio del Corán salía rentable, hasta un hermano suyo, Sebastian Romero, siguió los pasos de su hermano Ali, pero tomando como nombre Mustafá. Esto ya parecía la zarzuela El asombro de Damasco. Por cierto, estrenada en España en 1916, cuando media Europa se daba de leña con la otra media. Nada extraño si cuando Cervera y nuestra gloriosa armada hacían de patitos de feria en Cuba media España estaba en los toros.
 
          Pero, ¿y la otra parte de la historia, la cara B o sea los que venían contra su voluntad?
 
          Pues como en toda la humanidad, sin hacer distinción entre buenos y malos. No teníamos gente para trabajar, la llegada de peninsulares  y portugueses no era suficiente y además querían cobrar por su trabajo. Pues la solución estaba allí enfrente, en viaje de ida y vuelta sin muchos días de navegación. Berbería. Rico vergel poblado de población berberisca, musulmanes negros y hasta los propios esclavos moros de la zona. Cierto es que la mayor parte de estos viajes acabaron en Lanzarote y Fuerteventura  por su escasa población inicial y también por la proximidad al continente africano.
 
          Por aquello de que cada oveja con su pareja, los moriscos no convivían totalmente con los cristianos en estas islas. Tenían sus propios barrios, lo que en su lengua se llama aduar, y hasta una mezquita  perfectamente  autorizada, entierros incluidos. No tuvieron la misma suerte los judíos en Canarias, a los que jamás se permitió tener sinagoga. Nos aclara Don Francisco Fajardo que en El Jable, Lanzarote, “vivían en tiendas, cantaban por las noches a la luz de las hogueras y hasta bailaban sus danzas”. Que pregunten a algún viejo de Güimar si eso no es lo que hacían los miembros de aquel destacamento moro marroquí que andaba por las tierras de ese pueblo en los años 40 del pasado siglo. 
 
          Las autoridades, allá por la mitad del siglo XVI en Tenerife, vieron venir el peligro si seguía aumentado el numero de moriscos y pidieron su expulsión de la isla. Pocos años más tarde hubo que hacer lo mismo en Gran Canaria. Si la mayor autoridad de Fez anda preparando un ataque a las islas y los simpatizantes viven en tu misma casa, la petición no puede parecer descabellada. El Rey Felipe II, un hombre avisado y prudente, estimó que impedir las llamadas cabalgadas, mejor sería decir las cacerías, a Berbería eran más un dar pretextos a los moriscos africanos que un negocio para las islas Canarias. Y prohibió las cabalgadas por el año de 1572.
 
          ¡Qué extraña es la historia y cuánto tendríamos que aprender de ella! En las fechas en que son expulsados de toda la península ibérica los moriscos herederos de aquellos reinos de los tiempos de la reconquista cristiana durante el reinado de Felipe III, año 1609, llego a oídos del Rey la queja de los habitantes de Lanzarote y Fuerteventura de que los moriscos de estas islas fueran respetados y no expulsados por ser “leales vasallos de la corona y buenos cristianos”. El profesor Fajardo Spinola tiene un criterio mas lógico, con el apoyo del Profesor Ricard, pues en realidad eran buena parte de la mano de obra y muy poco apreciados por los habitantes de estas islas desde el punto de vista social. Su Majestad Felipe III  tuvo todo un detalle de humanidad y prohibió que se les llamara moriscos para ser llamados naturales. Saque cada uno sus consecuencias y sigamos alabando la oralidad. 
 
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