Pregón de la Semana Santa 2022

 
Por José Manuel Ledesma Alonso (Pronunciado el 6 de abril de 2022 en la Iglesia Matriz de Nuestra Señora de la Concepción de Santa Cruz de Tenerife)
 
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          Después de dos años sin poder celebrar los Actos de la Semana Santa, es para mí un gran honor y responsabilidad el que me hayan encomendado hacerles llegar a Ustedes nuestro patrimonio religioso, artístico y cultural, legado por nuestros antepasados.
 
          Nuestra ciudad, que fue fundada con el mayor exponente de la religión católica, una Cruz de madera clavada en la playa de Añazo, ante la que los castellanos celebraron la misa de acción de gracias el 3 de mayo de 1494, justo a 50 metros de donde nos encontramos, seis años más tarde ya tenía su iglesia, llamada de la Santa Cruz, a la que sus 45 habitantes asistían a los actos religiosos.
 
          En esta iglesia ya se celebraba en 1549 la festividad de la Santa Cena, pues según el libro de Fábrica de la Cofradía del Santísimo Sacramento, que se conserva en los archivos de esta parroquia de La Concepción, la procesión del Jueves Santo iba presidida por una gran Cruz de madera dorada, que llevaba un velo de seda con cintas brillantes en los laterales y dos borlas en sus extremos, una azul y otra blanca.
 
          Sin embargo, la primera imagen de la Semana Santa que salió en procesión en 1666, la de Jesús Nazareno, lo haría de la Iglesia de la Consolación, del Convento Dominico, que se encontraban donde hoy están el Teatro Guimerá y la Recova Vieja.
 
          Se da la circunstancia que el año anterior había llegado al citado convento el Obispo de la diócesis Canariensis, don Bartolomé García- Ximenez Rabadán, nombrado cuando era Canónigo Lectoral y Magistral de la Catedral de Sevilla, ciudad donde la Semana Santa se vivía intensamente; por lo que consideramos que tuvo que influir en la celebración de los Actos de la Semana Santa de esta Villa, máxime cuando  permanecería entre nosotros durante 25 años, haciendo de Santa Cruz la capital de la Diócesis del Archipiélago Canario.
 
          ¿Porque este Obispo de 42 años se quedó a residir en Santa Cruz en vez de hacerlo en Las Palmas, donde estaba instituida la diócesis Canariensis?
 
          Don Bartolomé García-Ximenez Rabadán embarcó en Cádiz con destino a Las Palmas, el domingo 5 de julio de 1665, acompañado de su familia. Al domingo siguiente, el capitán les comunicó que habían sobrepasado las Islas Canarias y que se encontraban muy cerca de la costa africana, donde la corriente marina y los vientos alisios les adentraron en el Atlántico hasta que fueron recogidos por un barco que les llevaría hasta Puerto Rico, donde arribaron 35 días después de haber salido de Cádiz. 
 
         Dos meses más tarde embarcaría  de nuevo rumbo a Canarias en una carabela española, pero a los pocos días de viaje, una  tormenta les dejó a la deriva en medio del Atlántico. Cuando todo anunciaba un fatal desenlace fueron rescatados por un navío inglés, cuyo capitán le exigió mil quinientos pesos por traerlos hasta las Islas Canarias. Al no disponer de tanto dinero le tuvo que entregar el cáliz, la patena, el pectoral, y el anillo Episcopal. 
 
         Por fin, el 29 de diciembre de 1665, 178 días después de haber salido de Cádiz, el obispo Rabadan llegaba al puerto de Santa Cruz de Tenerife, tan  débil y extenuado que los médicos le dieron un mes de vida. 
 
          A los 11 meses de su llegada, una vez recuperado de tan penoso y largo viaje, marcharía a Las Palmas para ocupar la silla catedralicia. 
 
          Pero, lo que no se imaginaba el Prelado es que en su Palacio Episcopal sufriera uno de los sucesos más escalofriantes de la historia de la Iglesia de Canarias pues, el 1 de Noviembre de 1667, festividad de Todos los Santos, al llevarse a la boca los huevos pasados por agua que solía cenar todas las noches, los encontró agrios y con la clara endurecida, a la vez que la cucharilla de plata se había ennegrecido.
 
          Pudo salvar la vida gracias a que los vomitó y un médico le aplicó contravenenos. En las pesquisas se descubrió que a los huevos le habían inyectado un sublimado compuesto de cloro y mercurio, y que el causante del hecho había sido un cura, quién en  un ataque de celos había sobornado a un sirviente. 
 
          De vuelta a Santa Cruz, comenzaría a realizar visitas pastorales a las distintas Islas. 
 
          En la que hizo a La Palma en 1675, al  observar la solemnidad y el fervor popular a la Virgen de las Nieves, que habían sacado en procesión  para que intercediera en las lluvias,  dispondría que cada 5 años se celebrara la Bajada de la Virgen, desde su Santuario hasta la Iglesia Parroquial del Salvador, fijando la primera para el año 1680.
 
          Gran devoto de la Virgen de Candelaria, costeó las obras de la Basílica, lugar donde sería enterrado en 1690. La citada Basílica sería arrasada por un fuerte temporal en 1826, llevándose al mar la imagen de la Virgen y la lápida del sepulcro del Obispo.
 
          De la misma manera, la primera iglesia de la Santa Cruz, que en 1668 había sido nombrada parroquia matriz bajo la advocación de Nuestra Señora de la Concepción, y ya tenía tres naves, también organizaba procesiones en común acuerdo con la Iglesia de la Consolación, las cuales eran seguidas con mucha devoción y pasión por los 2.497 habitantes de la Villa.
 
          Otro Prelado que haría de Santa Cruz la capital de la Diócesis de las Islas Canarias sería don Lucas Conejero Molina, nombrado obispo de la diócesis Canariense en 1714, pues a los dos años de estar en Las Palmas se trasladaría a vivir a Santa Cruz de Tenerife, residiendo durante 8 años en el Convento de San Pedro de Alcántara, donde ayudaría económicamente a construir la Capilla Mayor de la parroquia de San Francisco, recubriendo el presbiterio con importante iconografía, tanto en el almizate del techo, como en los costados, y en el arco toral, e impulsando los Actos de la Semana Santa.
 
          De esta parroquia de San Francisco es tradición, desde 1894, que cada Martes Santo salga en procesión la imagen del Señor de las Tribulaciones y recorra las calles del barrio del Toscal.
 
          Este busto del Ecce Homo fue traído por el presbítero don Fernando de San José Fuentes para la capilla del Hospital de los Desamparados, donde llegaría a ser muy venerado por los enfermos que allí se encontraban. 
 
          Me van a permitir que les relate el prodigio atribuido al Señor de las Tribulaciones que don Francisco Tolosa, administrador del citado Hospital, le envió al vicario de Santa Cruz el 22 de junio de 1795.
 
         Don José Carta, Tesorero General de Reales Rentas, se llevó la imagen al Palacio de Carta en la Plaza de la Pila, colocándola en la habitación de su esposa María Nicolasa Eduardo, que se encontraba gravemente enferma. Una vez allí, por el rostro del Ecce Homo comenzó a salir un líquido cristalino que por su fluidez y transparencia se pensó que era agua, por lo que se secó con unos algodones. 
 
          Como al poco rato se volvió a repetir lo mismo, D. José Carta envió llamar al teniente D. Pedro Ortiz, quién también lo secaría al considerar que se debía a la proximidad de un candil que estaba junto al busto, pero, una vez retirada la lámpara comprobaron que por tercera vez volvía a suceder lo mismo, ahora en presencia de los señores citados y varios seculares que se encontraban en el cuarto; los cuales lo testificaron ante un Notario público.
 
          Este hecho, considerado como el Milagro del Sudor, sería el inicio de la devoción popular de los habitantes de Santa Cruz a esta Sagrada Imagen, y que fuera entronizado en la parroquia de San Francisco en el año 1802.
 
          A partir de este milagro, al Señor de las Tribulaciones se le invocaba en los momentos de calamidades, tal como ocurrió en 1883, cuando los pasajeros del vapor italiano Remo introdujeron la terrible epidemia de cólera-morbo-asiático que asoló la ciudad durante tres meses, falleciendo 382 almas. 
 
          Como una de las calles más afectada por la enfermedad fue la de Oriente, en el barrio del Toscal, en la que murieron la mayoría de los habitantes de las dos ciudadelas allí existentes, y la epidemia cesó después que los vecinos hubieran invocado al Cristo de las Tribulaciones, en el Pleno del 4 de enero de 1894 el Ayuntamiento acordó que la citada calle recibiría el nombre del protector de la ciudad, “grabando su nombre en una lápida, bajo una pequeña hornacina abierta, colocando en ella una reproducción fotográfica de la referida efigie”. Acuerdo que aún  no se ha cumplido.
 
          El 28 de abril de 2011, el Ayuntamiento lo declararía “Señor de Santa Cruz”
 
          La importancia que en el s.XVIII Santa Cruz había adquirido en el tráfico portuario y en el comercio, daría lugar a que Navieros, Capitanes marítimos, y feligreses de los templos citados fueran sus protectores, de la misma manera que las Hermandades y Cofradías, pues en los libros de cuentas de sus mayordomos hemos encontrado asientos contables con gran cantidad de dinero invertido en los pasos que representaban. 
 
          De los protectores de la Parroquia de la Concepción destacaremos a los hermanos Rodrigo e Ignacio Logman, vicario eclesiástico y beneficiado de esta Parroquia, quienes destinaron toda la herencia que les había dejado su madre, donando, entre otras cosas, la gran Custodia de plata con pedrería que sale el Jueves Santo. 
 
          También realizaría importantes aportaciones la familia Carta, que vivía en la casa de la esquina de la plaza de la Iglesia con la calle La Noria, familia que está enterrada en la Capilla-Panteón que se encuentra tras esta pequeña puerta que está a mi espalda. 
 
           De la misma manera que Bartolomé Antonio Méndez Montañés, rico naviero que donaría la urna del Santo Entierro, la más bella y rica pieza de plata de las que se exhiben procesionalmente en nuestra Semana Mayor.
 
          A la vez, varios escultores se establecerían en Santa Cruz para realizar imágenes para la Semana Santa, contribuyendo de esta manera a crear el patrimonio que hoy constituye uno de los pilares litúrgicos e iconográficos más significativos de la ciudad, al lograr tallas de elevada categoría artística y profunda emotividad.
 
          De estos artistas citaremos al escultor güimarero Lázaro González de Ocampo, que en 1697 abrió un taller en las cercanías del convento franciscano. Su relación con los frailes fue tanta que está enterrado en su iglesia. 
Lo mismo que el escultor Sebastián Fernández Suárez, que en el año 1700 instaló su taller en la calle de los Canales, hoy Ángel Guimerá, muy próximo al convento dominico, al que le dedicaría la mayor parte de su trabajo, hasta tal punto que está enterrado en su iglesia.
 
          También, el escultor grancanario José Luján Pérez, nos dejó una imagen de la Dolorosa, considerada una de las mejores piezas de nuestra Semana Santa.
 
          De la misma manera, importantes maestros plateros se instalarían en Santa Cruz, donde llevarían a cabo excelentes trabajos de orfebrería con plata repujada. Fueron muchos los kilos de plata que indianos y marinos trajeron de América para que se pudieran recubrir las gradas de los tronos y las peanas, hacer las cruces procesionales, coronas, ciriales, faroles, columnas, etc.
 
         De la misma manera, de América llegaron bastantes kilos de oro para dorar los retablos.
 
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          Cuando el 25 de julio de 1835, un Real Decreto suprimió los monasterios y conventos religiosos, la conocida Desamortización de Mendizábal, los frailes de los dos conventos existentes en esta ciudad se vieron obligados a desalojarlos.
 
          El Convento Dominico y la iglesia de la Consolación serían derruidos, construyéndose en su solar el Teatro Guimerá y la Recova Vieja.
 
          Mientras que el Convento Franciscano pasaría a ser la sede del Ayuntamiento de Santa Cruz, y en sus salas capitulares se instalaría el Museo, la Biblioteca, el Establecimiento de Segunda Enseñanza, la Diputación Provincial, la Audiencia, el Juzgado de Primera Instancia, etc. La iglesia sería cerrada al culto, aunque trece años más tarde abriría de  nuevo sus puertas como Auxiliar de Parroquia.
 
          La mayor parte de los objetos de culto de la Iglesia de la Consolación pasarían a la Parroquia de la Concepción, dando lugar a que aquí se concentre la mayoría de nuestro patrimonio pasional.
 
          De ese patrimonio destacaremos la primera imagen mariana de Tenerife, la Patrona de la Villa, que hoy se venera en una hornacina del retablo de la capilla de San Bartolomé, bajo el Calvario del Buen Viaje, que también vino de aquel convento. 
 
          Mientras que la imagen de mayor tamaño y de vestir que la sustituyó, ya que la primera resultaba pequeña para la procesión que se celebraba cada 15 de agosto, sería llevada a la parroquia de San Francisco, con su excelente retablo, cuyo esplendor se ha puesto de manifiesto estos días al haberle realizado una perfecta restauración.
 
          Desde el Templo del Pilar, el Viernes Santo de 1805 salió por primera vez en procesión Nuestra Señora de las Angustias, que había sido esculpida el año anterior por el clérigo, luego secularizado, Miguel Arroyo Villalba, quién la vistió a la usanza hebrea.  
 
          Curiosamente, 150 años más tarde, en 1955, le cambiarían el atuendo por otro de luto rigoroso, compuesto de túnica y manto de terciopelo negro.
 
          Su procesión, al mediodía del Viernes Santo, es una de las más emotivas y concurridas de esta capital pues, en la de 1931, como los  concejales republicanos de esta ciudad se negaron a pagarle a la Banda de Música los haberes que le correspondían por acompañarla, el Alcalde Emilio Calzadilla se los abonaría de su peculio particular, por lo que los músicos, en gratitud a su generosidad, acordaron dedicarle una pieza musical que fuese de sus favoritas, el “Adiós a la vida” de la ópera Tosca de Puccini que don Ricardo Sendra y Riu, primer director de la Banda Municipal de Música de Santa Cruz había adaptado a marcha procesional.
 
          Además, Ntra. Sra. de las Angustias sería la única imagen que saldría en procesión durante la Segunda República (1931-1936), ya que el artículo 27 de la Carta Magna decía que: "Todas las confesiones podrán ejercer sus cultos privadamente, y que las manifestaciones públicas del culto habrán de ser autorizadas por el Gobierno”.
 
          Esto daría lugar a que la fe y la curiosidad de los ciudadanos de Santa Cruz se acrecentara hacia esta Imagen, siendo uno de los pasos más esperados de la Semana Santa chicharrera, pues su presencia causa gran expectación, a la vez que despierta el interés de unos y la curiosidad de otros, sobre todo cuando se detiene en la esquina de las calles Villalba Hervás con Bethencourt Alfonso, donde la Banda Sinfónica Municipal interpreta el Adiós a la vida, de Puccini.
 
          Espero que mis palabras, además de rescatar del olvido nuestro patrimonio, hayan servido para que vivamos estos días con el mayor espíritu cristiano, y sobre todo en Paz. 
 
          Gracias por su presencia. 
 
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