Bye, Bye, England !, de Antonio Salgado

 
Por Juan Manuel Reverón  (Publicado en La Gaceta de Canarias el 11 de marzo de 2007).
 
 
Un sutil embeleso poético levanta el nivel de la redacción para convertir los sucesos más triviales es una conmoción puntual.
 
 
          Los libros de viajes han tenido muchos cultivadores que han gozado de la predilección del público. La clave del éxito ha sido siempre la misma. La proporción sabia entre la realidad y la imaginación o si se quiere, entre la fría objetividad y el fervor lírico añadido, de modo que aunque solo existe una verdad aquella puede enriquecerse con lo que la imaginación aconseja en cada caso.
 
          La fórmula ha estado siempre en la decisión que al respecto tomen los autores, a los que siempre ha correspondido el irnos ofreciendo las más insólitas variables. Fuera de estas manos creadoras, al público profano, cuyo ámbito y técnicas desconoce, solo le atañe la atracción o el rechazo por el producto final, después de que en el acto de la lectura haya cruzado consciente o de manera imperceptible la frontera que separa la realidad tangible de lo inefable narrado.
 
          Lo verdaderamente difícil para la pluma creadora es fantasear sobre la propia fantasía, algo así como rizar el rizo de la invención. Cuando las fantasías se materializan sobre las experiencias vividas se produce el mágico efecto del arte literario que permite diferenciarlo de la fría crónica. Esto que sucede generalmente en todos los escritores no ocurre en el mismo grado ni con la misma fortuna. 
 
          La mano que se desliza por la pluma, por el teclado de la máquina o por los dados del ordenador, en nuestros días, no es simplemente una parte anatómica del cuerpo que al respecto pasa las hojas, maneja las fichas, toma notas o subraya, confirma el dato y busca en el diccionario el significado correcto, la ortografía o la acepción más feliz. La simple mano es un vehículo de la mente que guía y redacta el mundo externo, los sentimientos internos o los entresijos del drama humano. La mano es la que mezcla y distribuye, pero lo que embellece el texto es el arte con que está escrito y el arte tiene su impronta en la selección y en la voluntad del que escribe.
 
          Digo todo esto a favor del libro Bye, bye! Vivencias de un tinerfeño en Inglaterra de Antonio Salgado Pérez.  A estas alturas de su obra ensayística no es preciso descubrir la personalidad de este escritor, por lo que obvio cualquier comentario, que además pudiera ser cómplice de la amistad que nos profesamos desde nuestros años escolares. Quiero, eso sí, hablar de esta experiencia literaria y en el apresurado empeño no me faltarán, ni me sobrarán las consideraciones que precise.
 
          Antonio Salgado nos brinda un libro que es, principalmente, un libro de viajes con un título sorprendente y terminativo, pues se despide en la portada antes de que el lector haya desbrozado el final del trayecto. Sin embargo, esta primera impresión es errónea, como casi todas las primeras impresiones. Las vivencias que se evocan se van añadiendo como jalones cada vez más extensos, de modo que si no presentimos desde el principio la amplitud global de su contenido es porque el autor ha deseado expresamente dar cumplido acabamiento a cada tramo, dejando para el lector la solución de engarce de los temas que van encontrando en la lectura.
 
          No abundan los libros de recuerdos, pero menos las evocaciones de niños a través del escritor maduro. A Salgado hay que agradecer la preocupación y la reflexión añadida a un trabajo de observación donde la anécdota infantil se embellece ante la experiencia del acompañante que opera sobre realidades determinadas. De este modo, personas, paisajes, sucesos, noticias, deportes, costumbres, tiempos y espacios pueden adherirse al recuerdo tal y como pueden fijarse en las retinas de los juveniles ojos. Porque todo lo que se nos dice en este ensayo no proviene de otros lugares que no sean los que ha podido captar unos niños o unos adolescentes, transmitido como pretexto a través del hombre que los conduce por un mundo que estos ven por vez primera.  
 
          Esta perspectiva de recrear un calidoscopio de sensaciones tan huidizas y darle forma resuelta constituye una de las sorpresas que se depara al lector. Tratándose de impresiones infantiles, y estampas casi familiares, no se llega al cansancio del excesivo localismo del tema que pudiera sobrevenir con la probidad de tanto dato, de tanto nombre y de tanta anécdota elevada a categoría. Muy al contrario en Bye, bye!, pese al propósito didáctico que anima a su autor y que éste desvela en el Prólogo, al querer contar sus recuerdos para constatación de los propios protagonistas y por necesidades del escritor, será enormemente útil para el que quiera reconstruir con materiales de primera mano, los materiales recogidos por la mirada de la infancia, el ambiente y la vida de unas experiencias.
 
          Pero lo que en mi opinión da al libro el marchamo de obra literaria es el registro o el excelente estilo con que se trasmiten esas vivencias. Un sutil embeleso poético levanta el nivel de la redacción para convertir los sucesos más triviales es una conmoción puntual. Así que todo, además de evocador, resulta trascendente en mayor o menos medida, desde el largo segmento narrativo del avión que conduce a la expedición hasta la corta moraleja del chiste que salió de Hatfield. Libro muy bien escrito, interesante y ameno, evidencia el hombre que conoce el oficio de escribir. Diríase que en la tarea de repasar la textura creada, las palabras están rigurosamente medidas en el fiel de la frase con sencillez, y con limpieza de añadidos sofisticados. Finalmente, al destacar el tratamiento exquisito de las variables narrativas debe mencionarse el acopio de arrebatadas intuiciones que conforman la historia personal, al tiempo que la anécdota compartida llega al lector y confluye hacia la verdadera sustancia y dimensión del relato, es decir, el mundo insólito que, para su gracia o para su pesar descubren los jóvenes viajeros. 
 
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