La voz, los gestos y las manos de María Mérida

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 27 de enero de 2010).
 
 
 
          Isidoro Sánchez expuso una documentada semblanza de la invitada de honor; Cristóbal de la Rosa, una interesante reflexión; Juan Pedro Gutiérrez, resaltó gratitudes, y Ricardo Melchior tuvo una cariñosa intervención en la breve y emotiva velada desarrollada en el Salón Noble del Cabildo Insular de Tenerife. Y entre todos ellos, María Mérida, que, como nadie, nos vino a demostrar que los años arrugan la piel -no la de ella-, pero renunciar al entusiasmo arruga el alma. Y los que colmamos el citado recinto nos dimos cuenta, desde el principio, de la tersura de espíritu que viene luciendo y atesorando esta inmarchitable herreña, que no se come todas  las eses que fagocitamos los canarios.
 
          María Mérida domina tanto el micro como el sonido; y sigue deleitándonos con su inconfundible voz, grave, profunda, potente, muy bien hilvanada, basándose en una técnica, en unos recursos, donde su amplísima experiencia no ha hecho sino enriquecerla. 
 
          Esta afectuosa bimbache, a sus ochenta y cuatro años, interpreta sus canciones en el más amplio sentido de la palabra, donde sus gestos y sus manos, sobre todo sus manos, complementan de una forma muy especial su actuación, que si aquí, entre los suyos, hace brotar alguna que otra lágrima, nos imaginamos las miradas húmedas que habrá gestado fuera de nuestras limitadas fronteras en su dilatada y fructífera trayectoria artística.
 
          Allí, en el Salón Noble del Cabildo, inmersos en los ciclópeos murales de José Aguiar, María Mérida nos demostró, entre otros detalles, y con el apoyo del conjunto Echeyde, el calor que otorga la proximidad del público, como tantas veces hemos comprobado, por ejemplo, en el Salón Principal del Real Casino de Tenerife, y es que con dicha cercanía el temperamento de la intérprete parece crecer, agigantarse, volcándose, aún más, ante tanto entusiasmo limítrofe cuando la artista genuina y dulce, necesaria y sencilla como el pan, repartía ósculos volados, en plena actuación, a aquellos familiares, íntimos, conocidos e invitados que, insistimos, acudieron para testimoniarle su aprecio a “La Voz de las Islas”, a la primera mujer canaria que, curiosamente, grabó un disco hace años, muchos años, al igual que lo había llevado a cabo “El Puntero”.
 
          Ahora, embelesando al auditorio, nos ponía un nudo en la garganta con ese desgarrador lamento que responde por folía; al entonar el Puerto de La Palma, al hacernos soñar con La Perla o con la Luna canaria, que es el nombre genérico de su nuevo disco, después de un largo letargo sin pisar parcelas de grabación. 
 
          Cuando finalizó aquella inolvidable cita musical, intuimos que María Mérida, mirándonos con la querencia que siempre le ha caracterizado, nos decía, y haciéndose eco de las sabias palabras de George Bernard Shaw, lo siguiente: “La vida, para mí, no es una vela que se apaga. Es más bien una espléndida antorcha que sostengo en mis manos durante un momento, y quiero que arda con la máxima claridad posible antes de entregarla a futuras generaciones”. 
 
 
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