Pocos taxis, muchos tranvías y medio millón de bicicletas

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 20 de mayo de 2000).
 
 
 
          ¿Dónde están los guardias municipales, cómo son; existen, en realidad, en esta ciudad de gran encanto, de personalidad muy característica, proporcionada por su red de canales en forma de tela de araña, que responde por Amsterdam?
 
          Vemos muy pocos taxis, muchos tranvías y muchísimas bicicletas. Nada más salir de la estación central, el turista que no conozca Amsterdam quedará asombrado viendo el número de bicicletas que desfilan ante sus ojos. Mire por donde mire, encontrará una bicicleta. Se cuenta más de medio millón. El aparcamiento de bicicletas de la mencionada estación ya constituye de por sí una curiosidad en esta ciudad donde habitan 1.100.000 almas. La bicicleta resulta el medio de transporte ideal para un país de tierras llanas que ignora las cuestas, las colinas y que quizá ostente el récord mundial de densidad de población (450 habitantes por kilometro cuadrado en 1993). Además existen, como hemos leído y comprobado, numerosos carriles para bicicletas, sobre todo desde 1978, año en que los candidatos electos habilitaron muchas pistas para descongestionar la capital.
 
          Un taxista indonesio, con zarcillos dorados, nos dice: "Estos ciclistas, que respetan muy poco al peatón, nunca tienen problemas con el trafico porque siempre han sido unos artistas  en los manillares de sus respectivas bicicletas. Son como números de circo. Estamos muy acostumbrados a ellos. ¡Ah!, y un detalle: no tienen accidentes".
 
          Por las mañanas, las principales vías de Amsterdam resultan asaetadas por este medio millón de bicicletas. En tramos, parece una etapa del Tour de Francia, no como “serpiente multicolor”, sino grisácea, por el frío ambiental, que aconseja prendas de abrigo. Así, en bicicleta, las madres llevan a sus hijos al colegio: el más pequeñito, delante; la mayor, detrás, muy aferrada a su progenitora. Delante, igualmente, el perro, los periódicos, la compra o diferentes bolsas. 
 
          Y entre bicicleta y bicicleta, esa añorada figura del tranvía, estridente, rápido, demasiado rápido; algunas veces adornado con pinturas como de kínder; casi siempre repleto de pasajeros, que te sentencian mirar a los canales, a los puentes, por los que pasa. Pocos, muy pocos autobuses, hemos visto en esta ciudad que se enorgullece de su Dam, su plaza principal, sumamente animada, el “Picadilly Circus” amstelodamés, donde hay que abrirse paso entre palomas, que luego cansadas de tanta vorágine ambiental, van a posarse al Palacio Real, a la Iglesia Nueva, al edificio del museo Madame Tussauds o a la cúspide del níveo monumento nacional de la Liberación, que simboliza la humanidad sufridora y doblegada por el desastre de la guerra. Ahí, en el Dam, punto de encuentro de muchos paseantes, está ubicado, por ejemplo, el hotel Krasnapolsky, gastronómico -aconsejamos el Sunday-lunch-, atiborrado, musical y cosmopolita, donde los violines y el piano tiene su contrapunto en esos ejecutivos que, en densos grupos, hablan de la Bolsa, de las entidades bancarias, de las compañías de seguros, de la Corona, del Gobierno y del Parlamento, mientras allá afuera, en los múltiples canales que atraviesen esta ciudad anegada , unos turistas, con suma tranquilidad, descubren ésta con sus hidropedales. 
 
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