Barcos y submarinos en la Segunda Guerra Mundial

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 6 de febero de 1996)
 
 
 
          Nos sumergió y, nunca mejor empleado el vocablo, en un fascinante y ameno universo de conflagraciones donde afloraban, a cada instante, acorazados, portaviones, cruceros pesados y ligeros, destructores, torpedos y de, un modo muy especial, submarinos. Entre penumbra y transparencias, el candidato al honroso título de doctor, que ahora revalidaba, fue explicando sus razonamientos. Había que tener los nervios muy templados para hacer frente, en aquella acogedora y cómoda Sala de Lecturas, no solo a la tesis en cuestión sino al siempre temido Tribunal, así como al público asistente, formado, primordialmente, por familiares y amigos, y algún que otro interesado en el tema.
 
          No es la primera vez que asistimos a la exposición de una tesis de un amigo. Se suelen anunciar todo tipo de conferencias, charlas y coloquios. ¿Por qué, igualmente, no se les da publicidad a estos trabajos que se van presentar, si hasta se les da la oportunidad, a otros doctores, de formular preguntas sobre lo expuesto? ¿Habrá algo más gratificante que observar a un amigo defendiendo con tanta autoridad como aplomo una tesis?
 
          Ahora hemos comprobado que Enrique García Melón debe todo ese dominio y competencia a sus dilatadas jornadas de docencia. Ahora hemos ratificado, con legítimo orgullo, que el bagaje cultural no se improvisa sino que es producto de la experiencia, de esas inquietudes juveniles que luego cristalizan en periplos por mares laborales, que más tarde, con el estudio y la investigación profunda se ha plasmado en esa tesis de seiscientas páginas con este título: Tráfico marítimo en el Atlántico Norte durante la Segunda Guerra Mundial.
 
          El Tribunal, expectante y escrutador, tomaba, de vez en cuando, las notas pertinentes. La sesión, insistimos, nos resultó estimulante, ilustrativa y didáctica, con citas proclives a la reflexión y con datos que ratificaban lo monstruosos que resulta una perturbación repentina y violenta de pueblos o naciones si tenemos en cuenta que la Segunda Guerra Mundial duró 2.194 días, intervinieron 61 naciones y 100 millones de hombres, de los que fallecieron de 32 a 40 millones…
 
          Ahora, el doctor García Melón nos recordaba, entre ataques aéreos, bombarderos, minados, submarinos alemanes en Fuerteventura y Tenerife y “mandas de lobos”, que desde la más remota antigüedad, la vida del hombre ha estado supeditada al arte de la navegación, a la conquista de las rutas marítimas para comerciar con otras naciones o continentes y a la posesión militar del dominio del mar, que le garantice el disfrute y defensa de esas comunicaciones vitales para mantener un comercio y economía, sin las cuales es imposible la vida en nuestro días.
 
          En este mundo donde el materialismo parece devorar cualquier brote de intelectualidad, causa satisfacción descubrir que aún nos queda personas que, cargadas de experiencias prácticas y teóricas, aún se preocupan de cultivar la mente, hurtándole horas a la entrañable familia, en beneficio de una colectividad que, ahora representada por los aludidos asistentes, comprobaba con no disimulado orgullo que tras las deliberaciones del Tribunal, que previamente había sometido al doctor de toda clase de preguntar “para enriquecernos a todos”; el Tribunal, decíamos, la colmaba ahora de felicitaciones y panegíricos, por lo novedoso de la estructura: por la maestría en la investigación y exposición, etiquetada como excelente, minuciosa, densa y original, donde igualmente se resaltó la amenidad, tan difícil de conseguir en muchas ocasiones; y la limpieza del texto, respaldada  por la dirección de los doctores Antonio C. Bermejo Díaz y Antonio J. Poleo Mora, a los que el autor recuerda con agradecimiento, dedicando todos su esfuerzo a sus hijos Enrique Alberto, María del Carmen y Jorge Andrés. A su inseparable esposa ya le tuvo muy en cuenta en su primera tesis.
 
         En fin, en las seiscientas páginas de la referida tesis defendida por Enrique García Melón, que ojalá algún día se convierta en libro público, este se consolida el título de “caprichoso” adjetivo con que le definió, cariñosamente, un miembro del jurado ya que la pasión es efímera y este capricho por el amor a las cosas del mar le está durando toda la vida. Igualmente, en las prolijas páginas, Enrique ha vertido de alguna manera aquellas vivencias que sintió desde muy pequeño cuando reunía y coleccionaba, con fruición, la policromía de las banderas y las fichas de todos los barcos del mundo, que luego visitaba en nuestro Muelle sur sin llevarse los ceniceros a sus bolsillos…    
 
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