La red. Soluciones (Ciencia encriptada - 8)

 
Por Fátima Hernández Martín  (Publicado el 22 de mayo de 2020).
 
 
 
          Despacio y con manos temblorosas abrió el envío que esperaba desde hacía meses. Una vez abierto, sabía que le dolería mucho si erraba en la identificación y, además, como siempre (por orgullo) se enfadaría consigo mismo. Al terminar de leer los datos de la misiva, sonrió satisfecho: eran concluyentes y respiró una vez conocido el texto completo. En ese momento, apartó la vista del papel y reflexionó, recordando cuánto tiempo había pasado desde que se dedicara, con esmero, a aquello para lo que, sin duda, había nacido, que llenaba su vida. No era joven ya, se veía un anciano al que le costaba moverse, caminar con cuidado, en su paraíso particular, el enclave húmedo, ordenado y fértil, por el que tenía que transitar despacio, a fin de no dañar aquello que consideraba parte de su existencia, de su desarrollo intelectual. Miró a su alrededor, ante sus ojos se hallaba su proyecto de años, lo que anhelaba desde su etapa de estudioso de teología y filosofía, allá, en Lovaina, cuando joven e impetuoso gustaba recorrer Europa, en especial lugares curiosos del continente, desde aquellos más recónditos de España, aguerrida descubridora de nuevos mundos, al igual que Portugal; o Gran Bretaña (siempre al acecho de las rutas)… Incluso la Viena imperial, ciudad donde se ubicó tantos años, olvidado y estudiando en su habitáculo de verdor.
 
          En esos instantes vinieron a su mente añosas imágenes de su estancia en los Jardines Imperiales de la excelsa ciudad del Danubio, así como las innumerables epístolas que escribía a diario en alguno de los siete idiomas que dominaba, aunque para redactar siempre optaba por el latín con el que se expresaba con comodidad, lengua designaba para algunos de sus innumerables tratados, sobre todo, los de los años 1601 y 1605, que tal vez fueran sus preferidos.
 
          Volvió a sonreír, congratulándose por la nueva, pues parecía por las notas escritas que el embajador, finalmente, le contestaba aceptando su propuesta. Temblando y aterido, cerró la gruesa ventana de la estancia con vehemencia, ya que por el momento su única preocupación era el frío intenso que, desde hacía bastante tiempo, dominaba en la región y comarcas colindantes arruinando las cosechas. De hecho, uno de sus corresponsales (una extraña mujer que decían actuaba de confidente) le había escrito desde la zona más septentrional del Continente, lo siguiente: “…este año, todo ha sucumbido al ataque del frío…”
 
          No tenía prisa, esperaría ansioso a que llegara y la recibiría con todos los honores… ubicándola en lugar preferente… ¡qué ilusión!
 
 
- ¿A qué personaje hace alusión el texto?
 
- ¿A qué se dedicaba?
 
- ¿Qué propuesta había aceptado el embajador? ¿quién era ese embajador?
 
- ¿A qué enclave de trabajo se hace referencia?
 
- ¿Quiénes eran los corresponsales mentados? ¿qué hacían?
 
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Epílogo
 
 
Fati-41 Personalizado
 
 Retrato de caballero (probablemente se trata, según los expertos, de Carolus Clusius). Obra de Marten van Valckenborch
 
          
          En el casco histórico de Leiden (Holanda), se encuentra el jardín botánico más antiguo de los Países Bajos, el llamado Hortus Botanicus. Este fabuloso enclave posee una amplia colección de especies vegetales procedentes de Asia, Europa meridional y el sur de África.  Fundado por un erudito, Charles de l´Écluse, conocido como Carolus Clusius (1526-1609), uno de los botánicos más interesantes de esa época, dicen que, allá por el siglo XVI, no era un huerto cualquiera, ya que albergaba una de las colecciones de plantas más importantes del momento… Clusius, formado en teología y filosofía en Lovaina (recordemos que a los estudiosos del mundo natural se les llamaba filósofos naturales por entonces), dedicó parte de su juventud a viajar por Europa, de hecho, fue médico de la corte de Viena y director de los fabulosos Jardines Imperiales, donde cultivó tulipanes -bulbos- que le enviaba el embajador del emperador, en Constantinopla, Ghislain de Busbecq, época en que comenzó -al tiempo- su gusto por el coleccionismo de todo tipo de libros raros que buscaba en bibliotecas, así como de especímenes de historia natural (por ejemplo, una interesante colección de hongos que eran su debilidad). Al final de su vida, ya anciano, y como profesor en Leiden, construye el Hortus, antes mencionado, que va incrementando a partir de especímenes que intercambiaba con otros científicos, más de trescientos en toda Europa, con los que se escribía en siete de los idiomas que dominaba a la perfección, y que le enviaban plantas recién descubiertas, no solo en el Viejo Continente, también otras procedentes de América y Asia, que ofrecían -como dádivas- marineros, aventureros y exploradores. Autor incansable, son famosos sus tratados, caso de: Rariorum plantarum historia. Fungorum in Pannoniis observatorum brevis historia (año 1601) (Historia de las plantas singulares. Breve historia de los hongos observados en Panonia) o Exoticorum libri decem: quibus animalium, plantarum, aromatum, aliorumque peregrinorum fructuum historiae describuntur (año 1605) (Diez libros de cosas exóticas en los que se exponen historias de animales, plantas, especias y otros frutos extranjeros). 
 
Fati-45 Personalizado
 
Dibujo de un narciso, una de las numerosas plantas (flores para jardín) estudiadas por Carolus Clusius
 
 
 
Fati-46 Personalizado
 

Detalle de Breve historia de los hongos observados en Panonia (uno de los libros escritos por Carolus Clusius). 

Rariorum plantarum historia. Fungorum in Pannoniis observatorum brevis historia (1601)

 
 
 
Fati-44 Personalizado
 
Descripción del castaño de Indias en la obra Rariorum plantarum historia (año 1601, Carolus Clusius)
 
         
          Muchas de las plantas estudiadas por Clusius son muy populares en la actualidad, por ejemplo, el castaño de Indias, que llegó a Viena en 1576 con el embajador en Constantinopla, o numerosas flores, como anémonas, narcisos, gladiolos…hoy presentes en todo tipo de jardines. También un vegetal (su tubérculo), la papa (Solanum tuberosum) que, procedente de Sudamérica, y aunque no muy extendida, sí era bien conocida por los expertos. De esta planta, recibió dos ejemplares como regalo en el año 1588 y, en 1601, la describe detalladamente en el primero de los dos libros señalados previamente (Rariorum plantarum historia), contribuyendo a la popularización de lo que hoy llamamos patata o papa (en Canarias y otros lugares americanos), que forma parte de nuestra dieta habitual de alimentación.
 
Fati-47 Personalizado
 
Papa (Solanum tuberosum)
 
 
          Estudioso incansable, llegó a crear una red de corresponsales con los que se carteaba (nobles, eruditos, navegantes, farmacéuticos, comerciantes, aficionados…) donde estaban incluidas algunas mujeres (algo raro en esa época). Todos formaban parte de una comunidad, una auténtica red de intercambio de conocimientos de Historia Natural en una Europa fascinada por los organismos -de toda naturaleza- venidos de lejos, desde las Nuevas Tierras que se estaban descubriendo. Curiosamente, en las abundantes y detalladas epístolas, algunos de estos informadores/confidentes, unidos por una misma pasión, le comentaban acerca de las condiciones -muy adversas- que estaban soportando todo tipo de vegetales (semillas, frutos, esquejes…) en varios lugares de Europa, afecta por fluctuantes condiciones climáticas durante la llamada Pequeña Edad de Hielo, con graves repercusiones, según las crónicas de entones, en pérdida de cosechas y mortandades de animales, provocados por un frío intenso que tan bien han retratado algunos maestros de la pintura, seguidos de períodos de sequía e intenso calor.
 
Fati-42 Personalizado
 
 

Paisaje invernal pintado por Jacob van Ruysdael (siglo XVII), describiendo una Europa, según los estudiosos, afectada por el frío intenso de la llamada Pequeña Edad de Hielo

 

Fati-43 Personalizado

Paisaje helado, pintado por Hendrik Avercamp, plasmando los rigores climatológicos durante la Pequeña Edad de Hielo en los Países Bajos

 
          Se habla de que Carolus Clusius, en ese afán por coleccionar, sistematizar y publicar se convirtió en uno de los primeros científicos en el sentido moderno del término. 
 
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