Plagas de langostas en Tenerife

 
Por José Manuel Ledesma Alonso (Publicado en El Día el 17 de mayo de 2020).
 
 
Plaga de langosta Personalizado
 
Plaga de langostas
 
 
          Las Islas Canarias han estado sometidas desde el inicio de su historia a innumerables e invencibles ejércitos de langostas venidas de la costa africana, bien impulsadas por los vientos o navegando por el mar en grandes “bolos”, una especie de balsa donde las que van en contacto con el agua se sacrifican, mientras las demás viajan sobre sus cadáveres. 
 
          El daño que estas cigarras berberiscas han causado a la agricultura, arrasando todas las cosechas,  provocaría grandes hambrunas a lo largo de la historia; por ello, lo mismo que ocurría cuando había epidemias, en que poco o nada se podía hacer para combatirlas, el principal recurso era traer a la Virgen de Candelaria hasta La Laguna para implorarle el auxilio divino, o se recurría a las rogativas a los santos patronos del campo. 
 
          En esta lucha desesperada, en la que el pueblo las ahuyentaba con los únicos y rudimentarios medios que disponía (ruidos, humo, etc.), al final el odiado insecto siempre salía victorioso, pues la plaga no se extinguía hasta que llegaran las lluvias y con ellas el descenso de la temperatura.
 
          La primera plaga de la que tenemos noticias tuvo lugar en 1516, cuando aún Santa Cruz no se había recuperado de la epidemia de peste. A consecuencia de esta llegada, en la primavera del año siguiente, cuando empezaron a nacer los millones de crías, el Cabido tuvo que ordenarle a los porqueros de la isla que trajeran sus cerdos a Geneto para que se comieran los insectos y sus larvas; logrando de esta manera que, al mismo tiempo que se exterminaban las langostas se alimentaban los animales.  
 
          La plaga que llegó en 1606 resultó terrible para Santa Cruz, pues los daños fueron bastante considerables. El alcalde se encargó personalmente de organizar la lucha contra las cigarras. Para ello se ayudó de varias  compañías de las Milicias Canarias, las cuales hicieron batidas, quemándolas cuando se posaban en los árboles y matorrales. Pero  todos estos esfuerzos fueron en vano, pues cuando en la primavera nacieron las larvas se reprodujeron nuevas oleadas, siendo  la situación catastrófica durante años.
 
          La invasión sufrida en octubre de 1659 fue de tales proporciones que puede considerarse la mayor registrada en Tenerife a lo largo de la historia, llegando a poner a prueba la supervivencia de sus habitantes. Viera y Clavijo nos cuenta que: “Una nube inmensa de langostas que cubría el cielo y la tierra se echó sobre las islas los días 15 y 16 de octubre, amenazando la devastación más universal. En poco tiempo aquellos insectos no dejaron cosa verde, pues destruyeron las hierbas, huertas, viñas y demás plantas, de tal manera que desaparecieron hasta las hojas de las palmeras y de las pitas, que son tan duras que no hay animal que se la coma. Cuando les faltó el follaje de los árboles se apoderaron de las cortezas, por lo que muchos se secaron. Cuando las langostas no hallaron que comer, se consumieron unas a otras, infestando las aguas, corrompiendo el aire y atemorizando al pueblo. La plaga cesaría dos meses después”.
 
           Como solía hacerse, se volvió a traer la imagen de Ntra. Sra. de Candelaria a La Laguna, donde permaneció desde el 16 de noviembre al 29 de diciembre, haciéndose rogativas, novenarios y penitencias públicas.  La Isla quedó en tal situación trágica que el obispo de Canarias, Bartolomé García Ximénez, publicó que “apenas los ricos han podido sostenerse y los pobres se habían ayudado con cangrejos y lapas”.
 
          La langosta volvió a abatirse sobre Tenerife en 1680, especialmente en las zonas de Santa Cruz y Güímar. Para ahuyentarlas, las compañías de milicias hicieron sonar los tambores, los agricultores producían humo, y la gente las mataba como podía. Como fue imposible exterminarlas, se volvió a traer a la Virgen de Candelaria hasta La Laguna.
 
          En 1757, las bandadas de insectos llegaron a oscurecer la luz del sol, y con su voracidad consumieron toda la hierba y las hojas de los árboles e incluso sus cortezas. Hasta los cardones y tuneras las dejaron con sus centros leñosos. 
 
          En 1778 y 1785, la langosta llegó a las playas en grandes manchas o "bolos", empujadas por las olas. Se organizaron cuadrillas de diez personas (ranchos) que, en colaboración con los soldados de la Milicia Canaria, las enterraban antes de que el sol las secara y pudieran volar, pagándoles un real y medio por su trabajo. A su vez, otros grupos se encargaron de atrapar a las que habían logrado sobrevivir, y las quemaban,  gratificándole con dos almudes de trigo por cada saco de langosta que entregaban, cantidad bien remunerada, dada la escasez existente de cereal.
 
          En los últimos meses de 1811, cuando aún Santa Cruz no se había recuperado de la epidemia de fiebre amarilla, llegó una plaga tan grande que oscureció el Sol y arrasó lo recién sembrado, dándose el caso que llegaron a devorar la dura corteza de los naranjos. En la primavera del año siguiente, cuando nacieron sus crías, fue necesario organizar batidas para su exterminio, las cuales duraron hasta que llegaron las ansiadas lluvias que terminarían con los restos de la plaga. Una nueva invasión se sufrió en 1839 y se prolongó hasta los primeros años de la década de los cuarenta. Esta vez se pagó a cinco reales el costal de insectos.
 
          El viernes 17 de octubre de 1958, Canarias sufrió una de las mayores plagas de langosta de su historia. Cuentan las crónicas que era tal la cantidad de insectos que llegaban de la costa africana que el sol llegó a quedar tapado por completo por una gigantesca nube roja. En Tenerife, los municipios más afectados fueron los de Arico, Arona, Fasnia, Güímar, Candelaria y Arafo, además de la Isla Baja. Los campesinos hacían hogueras para ahuyentarlas con el humo, a la vez que tocaban cacharros y cualquier objeto que produjera ruido; pero con esta algarabía lo que lograban era  espantarlas y se iban volando de un lugar a otro. Ante esta situación, seis días más tarde, el Gobierno envió dos avionetas desde la Península que fumigarían con DDT las zonas más perjudicadas durante 15 días. 
 
Fumigando con DDT plaga de 1958.-1 Personalizado
 
Fumigando con DDT (Plaga de 1958)
 
 
          El 10 de diciembre de 1988, las autoridades volvieron a declarar la situación de máxima alerta en el Archipiélago cuando llegaron millones de langosta africana de color rojizo, lo que indicaba que se encontraban en su fase más voraz.
 
          El 28 de noviembre de 2004, el Gobierno de Canarias volvería a declarar la la situación de máxima alerta, ahora en Lanzarote, al alcanzarse un volumen de dos millones de ejemplares de langosta, procedentes del continente africano.
 
          Por fortuna, desde hace años no se detectan plagas de langosta en las Islas Canarias, debido a la continua vigilancia y fumigación con pesticidas que los ministerios de agricultura de los países más afectados llevan a cabo con ayuda del Centro de Emergencia para las Operaciones contra la Langosta, dependiente de Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). 
 
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