Vivencias de un tinerfeño en Inglaterra (XIV)

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Retazos de su libro Bye, ye, Vivencias de un tinerfeño en Inglaterra (1974-2004) publicado en 2006).
 
 
LOS “MC DONALD’S”
 
 
          Vamos a ocuparnos de una cadena de establecimientos que venían haciendo las delicias de pequeños y mayores a la hora de comer: los Mc Donald’s.
 
          Los Mc Donald’s -yanquis- estaban librando dura batalla con las Wimpy -de capital judío-. Otra firma americana, Huckle Berry’s, había desplazado a la tradicional Wimpy, ubicada en un punto tan neurálgico y concurrido como era la acera opuesta a los grandes almacenes de Selfridges.
 
          En los Mc Donald’s predominaba, ante todo, la limpieza. Y el color amarillo y beige de sus instalaciones, adornadas de plantas naturales y artificiales en una atinada combinación, donde los abundantes espejos daban mayor profundidad al entorno, muy confortable y refrigerado, con cuadros botánicos y otros motivos decorativos y donde las mesas y sillas estaban fijas al suelo aunque éstas giratorias en sus asientos.
 
          Sí; constituía un pequeño paraíso gastronómico para grandes y pequeños. Lo más solicitado -sobre todo por el gremio juvenil- era el “Big Mac”, una hamburguesa acompañada de una salsa especial, lechuga, tomate, queso, pepinillo y cebolla. Nadie olvidaba la papa frita -al estilo francés- que las servían en una especie de cucurucho de cartón, que se acompañaba con coca o pepsi en recipientes especiales, tapados, con pequeñísimos cubitos de hielo que producían como un sonido de peculiar efervescencia.
 
          Por una libra y media –no llegaban a las cuatrocientas pesetas- usted podía salir satisfecho de cualquier Mc Donald’s si eran de los que comían para vivir y no vivían para comer. Esto convenía no olvidarlo.
 
          En un Mc Donald’s no se podía marginar, bajo ningún concepto, los sabrosísimos -según el gremio infantil- y espesos batidos de fresa, de chocolate y de vainilla, así como aquel fresco y gustoso bacalao, que con una mayonesa especial le proporcionaba un sabor muy peculiar.
 
          Tras la frugal pero suficiente consumición, una diligente brigada de camareros -que por supuesto nunca servían a las mesas sino detrás del mostrador ya indicado- recogían y limpiaban las mesas y con una sonrisa agradecían la visita y nunca invitaban, versallescamente, a que abandonásemos el local, como acostumbraban hacer en otros establecimientos.
 
          En localidades periféricas a Londres, como Hemel Hempstead, donde nos encontrábamos, el Mc Donald’s fue inaugurado a principios de la década de los 80 del pasado siglo, y según muchos habitantes “parece haber resucitado al pueblo”, de forma muy especial los domingos, donde antes la juventud sólo tenía el aliciente de la televisión casera o de la esporádica sesión cinematográfica en el único local que existía -que muchas veces se convertía en sala de bingo-, amén del “pub” vespertino. Ahora, con el Mc Donald’s, que también se había establecido en la cercana localidad de Welwing Garden City, la juventud comía y se refrescaba; dialogaba y pasaba un rato de esparcimiento que ya iba, incluso, contagiando a sus propios padres, a muchos de los cuales se les solía ver con toda la prole. Para los que aún gateaban no había problemas porque incluso ya tenían unos asientos especiales, como los que usaban, a escala reducida, claro está, los árbitros tenísticos de Wimbledon.
 
- - - - - - - - - - 
 
 
UN VIDEO DEL PATRONATO INSULAR DE TURISMO SOBRE LA PROVINCIA DE TENERIFE
 
 
          Si las estadísticas turísticas no fallaban, para la temporada de invierno de 1983, Tenerife ocupaba el primer lugar mundial entre los puntos principales del turismo británico. Aunque la oferta “Tenerife” se encontraba diferenciada de “Puerto de la Cruz”, sumadas ambas permitían a la Isla obtener ese primer puesto, seguida de Benidorm. (Hay que hacer constar que cuando decimos Tenerife nos referimos a todos los destinos distintos en la isla, excepto Puerto de la Cruz).
 
          Si se separaban las ofertas, como en las estadísticas británicas, Benidorm ocupaba el primer puesto; Tenerife, el segundo y, Puerto de la Cruz, el tercero. Puede que algunos días el liderazgo lo perdiese la renombrada localidad mediterránea -que por aquel entonces, precisamente, estaba intentando reencontrar su famoso festival de la canción- y lo recogiese nuestra Isla. Por lo menos allá, en Inglaterra, aparte de agentes de viajes y “touroperadores” británicos, un grupo de estudiantes tinerfeños lo habían intentado. Vamos a explicarlo:
 
          Una de las organizaciones que durante los últimos años había enviado alumnos tinerfeños al Reino Unido, tuvo la idea de solicitar, del Patronato Insular de Turismo, dependiente del Cabildo tinerfeño, una serie de videos, folletos, libros y propaganda turística con el objeto de repartirla entre las ciento sesenta familias que, aquel año, fueron anfitrionas de los citados alumnos. La idea, que podía ser aprovechada por otros grupos estudiantiles, había tenido tanto éxito como repercusión.
 
          Como nota curiosa hay que hacer constar que, habitualmente, y durante estas estancias en las citadas localidades, cada grupo de alumnos, con una pareja ataviada con el traje típico canario, era recibido por los alcaldes de los municipios, a los cuales se les entregaban obsequios procedentes de la Alcaldía de Santa Cruz y del Patronato Insular de Turismo de Tenerife.
 
          No hay que olvidar que el citado video concitó no sólo a las familias anfitrionas sino a los más íntimos amigos de éstas, convirtiendo sus casas en improvisadas salas cinematográficas, donde la publicidad de la Isla era también íntima y, sobre todo, directa, porque tras la proyección los alumnos se encargaban de contestar todas las preguntas e interrogantes que, inevitablemente, se producían.
 
          Podemos asegurarles que mi mujer -paciente y formidable intérprete- y un servidor, nos llevamos una gratísima sorpresa con esa experiencia. Muchas de aquellas personas británicas ya conocían la isla; algunas, en la luna de miel; otras, como prólogo a su jubilación; y el resto, por pura curiosidad viajera. Y algunos iban a volver muy pronto.
 
          El matrimonio Malcolm y Sandra, por ejemplo, quedó fascinado por lo que no vio en su viaje de novios de hacía quince años: el lago Martiánez y la arena gualda de las Teresitas. Ted y Muriel, una encantadora pareja de jubilados, se emocionaron cuando la pantalla proyectó el Drago de Icod “que no podíamos abarcar cogidos de la mano con otros turistas” y ella, que como todo británico seguía mimando su jardincillo, pidió se bloqueasen las imágenes de nuestra flora tropical “para volver a oler su fragancia”, de forma muy especial el retamal de Las Cañadas, parcela que seguía impresionando a aquellos ingleses por su soledad, por su naturaleza muerta y retorcida, completamente antagónica a aquellas alfombras de verde césped y prados donde las vacas seguían hinchando sus ubres con un pasto que nunca se acababa.
 
          Los Tapping, recién llegados de la isla de Wight, donde insólitamente, se tostaron en junio, preguntaban, una y otra vez, ante tanta variedad de imágenes “si nosotros lo habíamos visto todo” lo que en realidad nos venía a demostrar que el eslogan de “pequeño continente” no era exagerado ya que en nuestros escasos dos mil veinte kilómetros cuadrados la naturaleza nos ha sido pródiga y ellos, los británicos, parecían recordárnoslo para que no se nos olvidara.
 
         El Teide seguía siendo para ellos “fantástico y único”; y nuestro folklore les sonaba “como un quejido, como un lamento”. A los más jóvenes les atraía Tenerife “porque es el punto más distante de Europa”; más que un simple viaje les parecía que iban a correr una pequeña aventura cuando se decidían visitarnos ya que por aquellas épocas, más que en ninguna otra ocasión, “está a nuestro alcance por la alta cotización de nuestra libra esterlina”.
 
          Como eternos enamorados de las flores, les llamaba poderosamente la atención la comba del indolente tajinaste; enmudecían ante el mar de nubes que acunaba al pezón más alto y erguido de España; se alegraban al observar que poseíamos un aeropuerto diáfano y cercano al mar y se apenaban cuando contemplaban el fin que tenían las alfombras de flores de La Orotava “que nunca deberían fenecer con las pisadas, aunque sean de procesión”.
 
          Ferry y Jennifer, que pronto volverían a la Isla, afirmaron que ésta era mucho “más hermosa y bella que como se la presenta en los catálogos y folletos” y nos añadieron que al turista inglés que viene de Canarias se le nota más fino y elegante que cuando viene de otros núcleos turísticos porque cuando regresa de Tenerife lo hace con excepcionales ramos de estrelitzias, que convierten en guitarras y sombreros cuando retornan de otras localidades.
 
         Como colofón y bajo ningún concepto podíamos marginar al principal protagonista que motivó esta cadena de opiniones y puntos de vista: el video que, sobre Tenerife -y las otras islas occidentales- realizaron, en 1982, bajo el atinado patrocinio del Cabildo Insular, los conocidos y competentes hermanos Ríos, que no sólo volcaron en las imágenes publicidad turística sino que impregnaron a éstas de notas bucólicas y poéticas, bajo el atinado texto de José H. Chela y con el apoyo de una selección musical muy acertada –de forma más acentuada en las escenas acuáticas donde Strauss venía bordado-, sin olvidar la locución –en perfecto inglés- de Carlos Revilla y los “quejido y lamentos” de Olga Ramos y los Zebenzui.
 
 - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -