Grandes epidemias en Tenerife (I)

 
Por José Manuel Ledesma Alonso  (Publicado en El Día el 22 de marzo de 2020).
 
 
En memoria de mi estimado amigo y contertulio Luis Cola Benítez, Cronista Oficial de la Ciudad (2011-2016), autor del libro Santa Cruz Bandera Amarilla
 
La Peste. 1506
 
          Apenas Santa Cruz había cumplido diez años de existencia, cuando llegaron noticias de que en Castilla y Portugal se padecía la temible enfermedad de la peste, a lo que el Cabildo intentó poner remedio para evitar un posible contagio, debido al tráfico marítimo que existía con los puertos andaluces; pero, cuando se tomaron las medidas ya habían llegado dos barcos que habían propagado la peste en Santa Cruz y La Laguna. 
 
          Los contagiados fueron enviados a Geneto, San Andrés y el Bufadero, alegando que allí los aires eran más sanos, lo que causaría el efecto contrario al extender la enfermedad en aquellos lugares en que habían sido confinados.
 
La Peste de Levante. 1582
 
          En 1582, el nuevo gobernador de Tenerife, Lázaro Moreno de León, quiso contribuir con la solemnidad del Corpus en La Laguna, adornando los balcones de su casa con unos valiosos tapices orientales que acababa de recibir de Flandes. Estas colgaduras serían las portadoras de la epidemia de peste bubónica que causaría nueve mil víctimas. 
 
          La Virgen de Candelaria se trajo en rogativa, y se nombró intercesor a San Juan Bautista, en cuyo honor se edificó una ermita en el mismo campo santo de los muertos. 
 
          Hasta que en septiembre de 1583 no remitió el mal, el camino entre La Laguna y el Puerto de Santa Cruz estuvo interrumpido por un cordón sanitario, consistente en la imposición de 200 latigazos en incluso la horca al que lo traspasara. Pero como las subsistencias llegaban por el mar y La Laguna sufría escasez de todo, el Cabildo ordenó que únicamente se dejara pasar a los comerciantes y mercaderes, y no a los enfermos y sospechosos, con lo que  bastaba ser comerciante para dejar de ser enfermo o sospechoso.
 
Nueva epidemia de peste. 1601
 
          En 1601 arribaron al puerto de Garachico dos grandes navíos procedentes de Sevilla, a los que se les prohibió la entrada; no obstante, uno de ellos desobedeció las órdenes y a los pocos días toda la población estaba contagiada. 
 
          El mal se propagó rápidamente a los Realejos, Icod, y Los Silos, atizando también al puerto de Santa Cruz. Curiosamente no afectó a La Laguna, por lo que el prodigio fue considerado como el milagro de San Juan Evangelista, pues el cuadro del Apóstol, existente en la Iglesia de la Concepción, estuvo emanando durante 40 días gotas de sudor que empararon su rostro.
 
Epidemia de fiebre amarilla. 1701
 
          En 1701, un barco procedente de La Habana introdujo por primera vez en Tenerife la temida fiebre amarilla o vómito negro, epidemia que causaría verdaderos estragos, calculándose que produjo 9.000 víctimas. 
 
          La Virgen de Candelaria volvió a ser trasladada en rogativa hasta La Laguna, aunque era imposible que la venerada imagen pudiera realizar verdaderos prodigios, pues las rogativas y la costumbre de enterrar a los muertos en las iglesias daba lugar a que la aglomeración de acompañantes favoreciera la propagación del contagio.
 
          Como las medidas sanitarias para combatir los efectos de estas epidemias eran insuficientes, los hermanos Rodrigo e Ignacio Logman, Vicario de Santa Cruz  y Beneficiado de la parroquia de la Concepción, respectivamente, contribuirían en beneficio de la salud pública y, en 1745, construyeron el Hospital de Nuestra Señora de los Desamparados -Hospital Civil-, sosteniéndolo a su costa mientras vivieron. Lo mismo hizo el comandante general marqués de Tabalosos en 1779, construyendo el Hospital Militar en los terrenos que hoy ocupa el edificio de la Capitanía General de Canarias.
 
          También, el Marqués de Branciforte, para intensificar las medidas de seguridad, mandó construir una lancha en 1784, para que los guardianes de salud pudieran hacer las visitas a los navíos y realizar las inspecciones.
 
El Lazareto
 
El Lazareto
 
          A partir de este momento, el Lazareto sería el lugar de cuarentena a donde serían desviados todos los navíos que enarbolaran bandera amarilla o se consideraban sospechosos de traer enfermos contagiosos. Estaba vigilado por dos guardas que velaban para que se cumpliera la cuarentena. El Lazareto o Degredo estaba situado  a orilla del mar, entre el castillo de San Juan y Puerto Caballo. El edificio, donado por Antonio Montañez, permitía organizar la estancia y atención de los internados al disponer de tres patios murados y amplias salas, habitaciones, estufa, aparatos de desinsectación, etc. Sería utilizado hasta principios del s.XX.
 
Epidemias de Viruela.1780 y 1788
 
          El 3 de junio de 1780, el barco correo que llegó de la Península introdujo un azote contagioso de viruela. Aunque a los pasajeros no se les permitió desembarcar, algunas personas subieron a bordo, convirtiéndose en los portadores y divulgadores de la epidemia que se propagó por Santa Cruz, La Laguna, y el resto de la Isla, perdurando hasta el mes de noviembre, atacando a unas 1.000 personas, de las que sólo en Santa Cruz murieron 240.
 
          En 1788, Santa Cruz se vio envuelta en otra epidemia de viruela, traída por un buque procedente de Cádiz, en el que venía enfermo un pasajero portugués. Debido a la intensidad de la epidemia, los vecinos acudieron a la ermita de San Sebastián con la finalidad de que les protegiese del desastre, llevándolo en procesión hasta la parroquia de La Concepción; no obstante, fallecieron 206 personas.
 
Otra epidemia de fiebre amarilla.1810 
 
          El 11 de septiembre de 1810 llegaron los barcos San Luis Gonzaga y Fénix, procedentes de Cádiz, con destino a Puerto Rico.
 
          Los comandantes de los barcos citados, y un oficial de marina, con su mujer e hijo, fueron a cumplimentar al general Ramón de Carvajal. El citado matrimonio se hospedó en la fonda de "Rita la frangolla”, en la calle de San José -Betencourt Alfonso-, mientras que otros tripulantes pernoctaron en la posada de Vicente Espada, en la calle del Tigre -Villalba Hervás-, siendo este lugar donde se dieron los primeros casos de atacados por el contagio.
 
          Como en la primera semana ya habían sido atacadas 45 personas, y fallecido cinco, las autoridades consideraron que debían tomarse las medidas oportunas para aislar y prevenir el contagio.
 
          Ante la alarma, gran parte de la población emprendió una huída masiva hacia La Laguna y otras localidades del Norte de la Isla, de manera que de los 7.000 habitantes que tenía Santa Cruz quedaron 3.142; motivo por el que La Laguna estableció un cordón sanitario en el Molino de La Cuesta. También se instalaría un cordón sanitario a la altura de Paso Alto, creándoles verdaderos problemas de abastecimiento a los vecinos de San Andrés  y del Bufadero.
 
          Debido a la falta de medios económicos y materiales para luchar contra la epidemia, el alcalde estableció un control de precios a las pocas subsistencias disponibles, emprendió una campaña de limpieza de la población, y creó un movimiento ciudadano, logrando la colaboración de los habitantes de Santa Cruz que, junto con los regidores, se encargaron de cuidar y dar de comer a los atacados por la enfermedad e incluso enterrar a los muertos. 
 
          Entre los que se quedaron estaba el comandante general de Canarias, Ramón de Carvajal, cuya entrega en favor de los demás le costaría su vida y la de sus dos hijos, siendo enterrados en la ermita de Regla, pues ya no había espacio en la Parroquia de la Concepción; por ello, para poder continuar dando sepultura a los fallecidos, en 1811 se abrió el cementerio de San Rafael y San Roque, primero del que dispuso Santa Cruz.
 
          También cayeron enfermos los boticarios, por lo que las recetas había que dejarlas en el cordón sanitario de La Cuesta para que fueran despachadas desde La Laguna. Hasta el auxilio espiritual de los enfermos quedó en precario, pues sólo había dos frailes en los conventos de los franciscanos y dominicos.
 
          La Junta de Sanidad declaró oficialmente terminada la epidemia de Fiebre Amarilla el 26 de enero de 1811. De los 3.142 habitantes que habían quedado en la Villa, enfermaron 2.642, de los que fallecieron 1.332.
 
Tercera invasión de fiebre amarilla. 1862
 
          El 31 de agosto de 1862 llegó al puerto de Santa Cruz la fragata Nivaria, con 17 tripulantes y ocho pasajeros, procedía de La Habana y venía a descargar productos coloniales para el comerciante Francisco García. Como había permanecido ocho días en el Lazareto de Vigo, se le ordenó que quedara fondeada frente al castillo de San Juan -castillo Negro- con el fin de que  cumpliera la cuarentena, como era preceptivo.
 
          El día 2 de octubre bajaron a tierra cuatro tripulantes que se hallaban enfermos; dos de ellos fueron ingresados en el Hospital Civil y los otros dos se hospedaron en la fonda de "Rita la frangolla”, en la calle de San José -Betencourt Alfonso-, donde fallecieron a los pocos días. A su vez, el despensero de la fragata, que había pernoctado y dejado algunos efectos personales en casa de un conocido de la calle Barranquillo -Imeldo Serís-, daría lugar a que esta familia falleciera a los pocos días. 
 
          El pánico se adueñó de la población, y muchos emprendieron una huída hacia el Norte de la Isla; de manera que de los 10.930 habitantes de Santa Cruz sólo se quedaron 5.855.
 
          El capitán general que se encontraba en La Laguna trasladó su residencia a Santa Cruz, ordenando que el Hospital Militar fuera utilizado por los contagiados  y que los enfermos comunes fueran trasladados al cuartel de infantería. 
 
          Por su parte, el Alcalde dictó disposiciones para el control de precios, y nombró una Comisión de Higiene para que controlara el estado de las viviendas de los enfermos y les distribuyera comida y antisépticos. 
 
          Una vez más, los vecinos pusieron a disposición del ayuntamiento sus personas y sus bienes. Se iniciaron suscripciones en toda la provincia, recolectando 160.000 reales. Se solicitó ayuda al Gobierno, el cual asignó una partida de 40.000 reales, y S.M. la Reina nos concedió la misma cantidad. Se utilizó el dinero que estaba destinado a las obras de la alameda del Príncipe de Asturias. Aunque, la aportación de mayor cuantía llegó de la isla de Cuba, por un montante de 400.000 reales.
 
          El 1 de noviembre, el Ministerio de la Gobernación declaró “sucio” el puerto de Santa Cruz, de manera que no podían entrar ni salir personas ni mercancías. 
 
          Aunque en febrero de 1863 ya podía decirse que la enfermedad había desaparecido, la Junta de Sanidad consideró oportuno suspender los carnavales.
 
          Por fin, el 28 de marzo se celebró en la parroquia de la Concepción un solemne Te Deum de acción de gracias, y el 6 de abril el Gobierno declaraba “limpias” las mercancías procedentes de Tenerife. El saldo de víctimas fue de 540.
 
  
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