La sangre sobre cubierta (Relatos del ayer - 45)

 
Por Jesús Villanueva Jiménez  (Publicado en la Revista NT de Binter en su número de marzo de 2020
 
 
          Me había dicho mi padre, lector muy cultivado, al entregarme aquel libro, una novela titulada Trafalgar, de Benito Pérez Galdós, que nos había mandado leer el hermano Augusto, que impartía lengua y literatura en La Salle San Ildefonso, donde yo estudiaba: “Hijo, te va a gustar esta novela porque, aunque cuenta un episodio muy triste de nuestra historia, conocerás leyéndola a grandes héroes de nuestra patria…”, hizo una pausa y prosiguió: “Cuando la termines, igual la vuelvo a leer”. Corría marzo de 1973; 12 años contaba un servidor. Lo recuerdo porque en el prólogo se decía que aquel era el primero de los Episodios Nacionales, que se había publicado por primera vez en marzo de 1873. “Vaya… cien años”, pensé.
 
          Acostumbrado a mis infantiles lecturas entre viñetas -El Capitán Trueno, Las Aventuras de Tintín, Mortadelo y Filemón-, imaginé que aquellas páginas sin ilustraciones se me harían pesadas. Nada más lejos de la realidad.
 
          Esa tarde de viernes, mis padres irían con mis hermanos de visita a mi tía Mari. La casa era mía. Decidí hincarle el diente a Trafalgar esa misma tarde de viernes. Me arrepoché en el sofá del cuarto de la tele. De la ventana me llegaba luz suficiente. Capítulo I. Leí: "Se me permitirá que antes de referir el gran suceso de que fui testigo, diga algunas palabras sobre mi infancia". Era Gabriel, un anciano, recordando la tan grande aventura vivida a sus 14 años. Se me habían pasado las horas sin darme cuenta, cuando oí la llave entrar y girar en la cerradura de la puerta de la calle. La paz moría de súbito.
 
          Cuando todos dormían, a la luz de la lamparilla de la mesita de noche, reanudé la lectura apasionante. Y a lo largo del sábado y el domingo. ¡Oh, el deplorable Villenueve, ese gabacho descerebrado, secuaz de Napoleón! Leía: "Habiendo mostrado Villeneuve el deseo de salir, nos opusimos todos los españoles. La discusión fue muy viva y acalorada, y Alcalá Galiano cruzó con el almirante Magon palabras bastante duras, que ocasionarán un lance de honor si antes no les ponemos en paz". Me preguntaba por qué un francés daba órdenes a los marinos españoles. El combate llegó. Nelson al frente de los británicos. El más grande de los navíos de línea, el Santísima Trinidad, se halló pronto rodeado de barcos enemigos. El San Juan Nepomuceno, al mando del héroe Churruca, se batía con ardor inigualable. El estruendo. El olor a pólvora incendiada. La sangre sobre cubierta. Las lágrimas de Gabrielillo. No podía ser más épica, más dolorosa, aquella tragedia. Yo, el corazón encogido. Mis ojos sobre el último renglón. “Mi destino, que ya me había llevado a Trafalgar, llevome después a otros escenarios gloriosos o menguados, pero todos dignos de memoria. ¿Queréis saber mi vida entera? Pues aguardad un poco, y os diré algo más en otro libro”. No sé cuánto tiempo estuve en silencio, ajeno al mundo. Había descubierto, en aquellas páginas, la experiencia más apasionante. 
 
          En homenaje a mi admiradísimo don Benito Pérez Galdós, en el año del centenario de su muerte.
 
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