El último viaje de don José Viera y Clavijo, el canario más erudito (Relatos del ayer - 44)

 
Por Jesús Villanueva Jiménez  (Publicado en el número de febrero de 2020 de la Revista NT de Binter).
 
 
 
          Doña Conchita y don Sebastián, matrimonio de septuagenarios, asomados al balcón de su casa en la Plaza de Santa Ana, observaban el discurrir del solemne acto, al que habían acudido autoridades civiles, militares y eclesiásticas, además de señores representantes de instituciones culturales y paisanos de toda condición. Era la mañana del 21 de febrero de 1913, primer centenario de la muerte del sacerdote don José Viera y Clavijo, del que sabían los ancianos que, además de arcediano de Fuerteventura en la Catedral de Canarias, había sido escritor, científico y el más importante historiador del Archipiélago. «Un sabio, el más sabio de los canarios y de los más sabios de la España entera; un erudito universal», había escuchado recitar más de una vez don Sebastián a su señor padre, que llegó a conocer en persona a don José, al vivir éste justo en la casa de enfrente, a la otra orilla de la plaza, de donde partía cada día hacia la Catedral y de ella regresaba al hogar, que compartía con sus hermanos Nicolás y María Joaquina. Nunca supo don Sebastián qué sería aquello de erudito. «¿Acaso se pude ser, en las cosas de saber, más que sabio?», se preguntaba. 
 
          La tarde del día antes habían trasladado los restos mortales del padre Viera a la capilla de San José, en la Catedral -tal como expresó sus deseos en el testamento-, por orden del Cabildo eclesiástico. En la losa de mármol -costeada por la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Gran Canaria, institución de la que fue director don José-, se cinceló lo que también había reflejado en el testamento: Don Josef Viera y Clavijo, arcediano de Fuerteventura, Ecce nunc in pulvere dormit*. Y esa mañana, también sufragada por la Real Sociedad, se descubrió una placa de mármol, en la fachada de la casa donde vivió, que rezaba: Homenaje de la ciudad de Las Palmas al ilustre polígrafo don José de Viera y Clavijo primer historiador de Canarias. Vivió en esta casa y murió en ella. 21 de febrero de 1913. 
 
          A la mañana siguiente, doña Conchita y don Sebastián se acercaron a la Catedral a ver la tumba del padre Viera; no eran los únicos, más lugareños allí se habían congregado. «Al parecer, don José viajó de joven por toda Europa y conoció a importantes científicos y a gentes muy principales, y a señores de alta nobleza», dijo un vecino. A lo que respondió otro: «Hasta después de muerto viajó el buen hombre». Y razón llevaba. Al fallecer el ilustre realejero, el 21 de febrero de 1813, luego de las exequias, fue enterrado en el recién inaugurado cementerio de Vegueta, puesto que la legislación de entonces prohibía la inhumación en la Capilla de San José. Transcurridos cincuenta años, en diciembre de 1860, al estar en muy mal estado su sepultura, el Cabildo eclesiástico ordenó el traslado de sus restos mortales al panteón de canónigos en el mismo cementerio, donde quedó hasta su inhumación a la Catedral, donde hoy descansa en paz. 
 
 
* He aquí, ahora duerme en el polvo.
 
 
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