La escala en Gran Canaria en 1892, durante su vuelta al mundo, de la corbeta Nautilus bajo el mando del marino Fernando Villaamil

 
Por Miguel Ángel Noriega Agüero  (Publicado en asotavento.com el 13 de marzo de 2020)
 
 
          La vida del marino asturiano Fernando Villaamil Fernández-Cueto, nacido en Castropol el 23 de noviembre de 1845, podría resumirse en tres relevantes eventos de nuestra Armada. Y es que además de ser el diseñador del primer destructor de la historia y de su heroica muerte en la batalla naval de Santiago de Cuba, en el Desastre de 1898, fue el promotor y estuvo al mando de la primera vuelta al mundo a vela de un buque escuela español, la corbeta Nautilus. La derrota de este navío tuvo como primera escala al puerto grancanario de La Luz, permitiendo a la tripulación la visita a la capital y algunos otros enclaves de la isla.
 
          Desde temprana edad sale en él su deseo de ser marino. Con tan solo 11 años acude a la Escuela de Náutica y Comercio de Ribadeo y con 15 ingresa en el Colegio Naval de San Fernando de la Armada (con el expediente número 4510), para, más tarde, ser destinado a Filipinas y Puerto Rico como profesor, siendo ya Teniente de Navío. Pero su prestigiosa carrera militar comenzaría sin duda a finales de la década de los ochenta del siglo XIX, cuando se le encarga la realización de un proyecto de construcción de un nuevo buque contratorpedero, al que pondrá de nombre Destructor. Construido en los astilleros de James & George Thomson de Clydebank (Escocia), el nuevo buque fue entregado a la Armada española el 19 de enero de 1887, siendo el propio Villaamil quien estaría al mando. Este navío causó una extraordinaria expectación entre todas las Armadas del mundo, sirviendo de modelo en el futuro para todas ellas. 
 
          Con este éxito bajo el brazo, Villaamil logra que el Ministerio de Marina le autorice la realización nuevamente de un novedoso proyecto: la vuelta al mundo a vela en una corbeta sirviendo de viaje para aprendizaje de los guardiamarinas de la Armada. Y es el 1892, enmarcado en los actos de celebración del cuarto centenario del primer viaje de Colón, cuando se cumple su deseo. 
 
          Para tal empresa, y mientras ocupaba su tiempo en el proyecto del Destructor, lidera una comisión de búsqueda de un navío que cumpliera con los requisitos necesarios para ejercer el papel de buque escuela y es en Inglaterra donde localiza su objetivo. Así, en 1886 la Armada compra por 60.000 pesetas el clíper Carrick Castle, construido 20 años antes en los talleres de John Elder de Glasgow, y que hasta ese momento operaba bajo bandera inglesa para la compañía Thomas Skinner & Company. Villaamil lo trae a España, cargando en su interior un flete compuesto por material diverso destinado a la defensa submarina.
 
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Villaamil y la corbeta Nautilus
 
         
          Villaamil lo rebautiza como Nautilus, convertido ya en una corbeta de 59 metros de eslora, 10,4 metros de manga, 5,4 metros de calado, 8 metros de puntal, 34 velas, 1.500 toneladas de desplazamiento y armada con 4 cañones de 57 mm destinados a salvas. Y será con este buque con el que consiga circunnavegar el planeta durante el citado viaje de instrucción. Para ello fue adecentado de tal manera que estaba provisto de mamparos de colisión, compuesto por un tabique de hierro colocado en la proa de tal manera que evitara las vías de agua provocadas por el choque contra algún banco de hielo flotante en el mar. Además, portaba un condensador para agua dulce, cinco botes (uno de ellos a vapor), así como dinamita y cuatro cañones de tiro rápido (dos cañones de 57mm. Nordenfelt y otras dos piezas revólver Hostehkis de 37mm), destinados a ejercicios y saludos. Pero también, pensando en la recreación a bordo de los marinos, estaba equipado de instrumentos musicales: una gaita, un tamboril y varios acordeones y guitarras.
 
          Podemos conocer todo lo acontecido en la derrota de esta embarcación gracias a que Villaamil relata su periplo de año y medio alrededor del planeta en su obra Viaje de circunnavegación de la corbeta Nautilus, publicado en 1895. En este libro describe todo lo sucedido durante la navegación del buque, siendo quizás lo más interesante, en mi opinión, la vida a bordo y la descripción de lugares visitados. Pero además, desde el propio buque se escribían a bordo relatos de la derrota que eran publicados en la prensa del momento (El Atlántico, La Correspondencia de España, etc). Fruto de todo esto podemos conocer de primera mano lo acontecido en su todo el viaje y, en lo que a este artículo se refiere en particular, su escala en Gran Canaria. 
 
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Portada del libro escrito por el propio Villaamil y que relata el viaje de la Nautilus alrededor del planeta
 
         
          Así, a las once y media del 30 de noviembre de 1892 la corbeta parte de El Ferrol. Villaamil, con la idea de presumir a su paso frente a los buques ingleses que participaban en el rescate del acorazado HMS Howe, encallado en la ría a comienzos de ese mes al verse varado en popa en los Bajos de Pereiro, pretendía salir con las velas desplegadas pero la falta de viento obliga a que sea remolcado por el vapor Guipuzcoano. La tripulación, bajo el mando del ya Capitán de Fragata, Fernando Villaamil, quien había sido nombrado Comandante de la corbeta el mes de julio anterior, estaba compuesta además por Joaquín Barriere, Teniente de Navío, como Segundo Comandante, así como por 9 oficiales, 31 guardiamarinas, 13 clases y maestranza, 89 marineros, 40 aprendices de marineros y 7 criados particulares. 
 
          Cabe decir que veinte días antes, la mañana del jueves 10, Villaamil asistió a la audiencia que le ofreció la Reina Regente María Cristina en el Palacio Real de Madrid, que sirvió de despedida oficial al propio marino, en representación del resto de la tripulación. Durante esas jornadas antes de levar anclas, los guardiamarinas tuvieron ocasión de despedirse de sus familiares, gracias a una licencia de 12 días. 
 
          La vida a bordo alternaba los ejercicios de aprendizaje, el pilotaje del buque y sus ratos de asueto. Resulta curioso el horario de comida, que tenía fijado el desayuno a las 8:30h y el almuerzo a las 16:30h. Cada tercer día de singladura mataban una de las vacas que portaban a bordo, sirviendo de viandas para toda la tripulación. 
 
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Marinería del buque
 
         
          Ocho días después de zarpar, el navío cruza el paralelo de Madeira y el 9 a la una de la tarde divisan ya en lontananza al Volcán del Teide. Gracias al suave alisio reinante, el 10 de diciembre la Nautilus arriba al Puerto de la Luz, anclando a las once de la mañana. 
 
          Villaamil destaca que este puerto grancanario, donde hacía ya un par de años partía un tranvía a vapor que lo conectaba con la ciudad, es muy importante para la exportación de azúcar, producto principal de la isla, tras la caída de la comercialización de la cochinilla, así como para la carga y descarga de carbón. Al hilo de esto, pone sobre la mesa que, como ocurre en Bilbao y Huelva, hay mucho "ambiente inglés", debido en este caso a que las tres empresas carboneras son británicas, "pero nadie tiene la culpa más que nuestra pobreza y atraso relativo". Igualmente a modo de crítica acerca de las fortificaciones existentes en ese momento en esta y el resto de islas del archipiélago resalta que "la defensa de ellas, y muy en particular la de la Gran Canaria, se reduce á una especie de baluarte antiguo, que ni los honores merece de pequeña y mala fortaleza".
 
          Pero, en cambio, deja claro que le encanta atracar en estas islas: "(...) debo manifestar sinceramente que en ningún punto de España hallan los marinos de todas las naciones la hospitalidad que es propia de Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas. En distintas ocasiones, y con motivos diversos, he hecho escala en estas islas, y siempre hallé el mismo afecto por parte de sus habitantes, é idénticos agasajos para con los forasteros."
 
          Con su llegada a Gran Canaria les mostraron honores y dispendios varios: bailes en el Casino, entradas de palco para disfrutar de una zarzuela en el teatro, salidas guiadas por la isla e incluso varios quintales de tabaco y 2000 cigarros puros. Del baile oficial organizado por el Ayuntamiento y el Casino la noche antes de partir, y que acabó a las cuatro de la madrugada, destaca con sorpresa que se ofreció como cena un típico plato cubano llamado gigote (Villaamil utiliza la G y lo llama gigote): sopa compuesta de caldo de pollo o gallina, carne picada, huevos crudos o duros, acompañado de pan tostado o frito. Se trataba éste de un plato típico en las fiestas y celebraciones en la Cuba colonial, llegada quizás la tradición a las Canarias fruto de la gran relación entre ambas islas.
 
          Pero lo que más agradeció Villaamil fue poder ir a la plaza de toros y presenciar una luchada. Comenta Villaamil que "desde el primer momento me sentí apasionado por esta clase de sport, en que el hombre demuestra su destreza, fuerza muscular y coraje para el combate cuerpo á cuerpo." Hace constar curiosamente que las mujeres no pueden acudir a estos eventos ya que "el traje es muy típico y reñido, hasta cierto punto, con la moral." Pero no solo tiene ocasión de ver lucha canaria. Acude, además, a una muestra de tiro al blanco con piedras e incluso pudo ver a lugareños haciendo gala de sus destrezas con el salto del pastor. "Son los canarios una verdadera maravilla de agilidad y fuerza y demuestran ser descendientes de una raza atlética que pobló estas islas" llega a comentar en su obra.
 
          En uno de los cinco días que duró la escala en Gran Canaria, el 13 de diciembre concretamente, tuvo oportunidad de visitar algunas de las posesiones del banquero y empresario azucarero grancanario Juan Rodríguez. De su paso por el centro de la isla se queda maravillado de la diversidad vegetal en función del suelo y la altitud. Pero lo que más le llama la atención fueron sin duda las tierras de cultivo. Se trabajaba la agricultura en valles y cañadas con gran esmero y laboriosidad, con fincas cultivadas por palmeras datileras, vid, azúcar, hortalizas y frutales, destacando las naranjas y tomates. Apunta a que estos productos han sustituido a la cochinilla, que fue tiempo atrás principal recurso de la isla.
 
          Al hilo de la productividad y recursos que ofrece el archipiélago, el marino sorprende al insertar dentro de su relato unas dudas palabras a modo crítica dirigidas a los gobernantes actuales, pasados y futuros y su pasotismo ante estas islas. Impresionan, cuanto menos, estás líneas, pronunciadas más si cabe por un militar:
 
          "Cualquier peninsular que visite las Canarias, saldrá tristemente impresionado, lamentándose al saber que un Gobierno se sucede á otro sin que ninguno dé gran importancia á unas islas que serían sumamente ricas con sólo unos cuantos decretos inspirados en nobles y levantados propósitos trascendentales. ¿Acaso no es hoy África el objetivo de todas las naciones de Europa ¿Pues quién duda que las islas Canarias, en el Océano, como las Baleares en el Mediterráneo, son las llamadas á ser el depósito de lo que se exporte é importe en una gran parte de ese inmenso continente? Además de esto, las islas Canarias son el punto forzado de escala en las navegaciones entre Europa, América y África, y sus puertos podrían ser de grandes recursos. Tengo la seguridad de que si las islas Canarias estuviesen en poder de otra nación, constituirían una gran riqueza en lo presente y un valor incalculable para lo futuro; y no obstante, España se entretiene y gasta recursos en colonizar las Carolinas allá, en medio del Pacífico mar."
 
          En la mañana del viernes 15 de diciembre la corbeta zarpa del Puerto de la Luz. Una numerosa cantidad de grancanarios, liderados por el alcalde, Francisco Manrique de Lara y Manrique de Lara, y otras autoridades, entre ellas el Comandante de Marina de la provincia Moreno Guerra, acude a despedir al buque y su tripulación pañuelo mano. Mientras suenan acordes de una banda de la ciudad, algunas otras naves atracadas en el Puerto hacen honores durante la despedida, entre ellas la fragata y buque escuela de la Marina Francesa Melpomene y el acorazado británico Narcisus, cuyos oficiales y guardiamarinas también habían sido invitados la noche anterior al citado baile en el Casino. 
 
          Villaamil describe así la salida del Puerto y los primeros momentos de la singladura rumbo al Brasil: "No permitían la dirección y fuerza de la brisa que la Nautilus siguiese otro rumbo que aquel más próximo á la costa que media entre el fondeadero de la Luz y la capital de la Gran Canaria; tanto, que el Comandante de Marina y otros amigos pudieron seguir con nosotros hasta desembarcar en el muelle de la ciudad, accesible en aquellas horas por el estado de la mar y viento."
 
          Ese paso cercano a la costa deja en Villaamil una grata panorámica que relata de esta manera: "Pocas, muy pocas poblaciones del litoral ofrecen un golpe de vista tan admirable como la ciudad de Las Palmas contemplada desde la mar en mañana despejada. Reclinada en las faldas volcánicas de los montes que se elevan á su espalda, parece desde lejos bandada de cisnes que hace ostentación del contraste que ofrece el color de sus blancas plumas con la tierra y mar que sirven de marco á tal paisaje."
 
          A medida que iba avanzando el día el alisio fue tomando fuerza, lo que les permitió poner rumbo al sur para sortear la isla y surcar el océano hacia el Brasil, no sin antes divisar en el horizonte el Pico del Teide, última tierra española que verían hasta el 25 de marzo de 1894, momento en el que hacen escala en la entonces española isla de Puerto Rico.
 
          Y, tras las Canarias llegarían escalas en: Salvador de Bahía, Ciudad del Cabo, Puerto Adelaida, Melbourne, Sídney, Newcastle, Wellington, Christchurch, Valparaíso, Montevideo, Buenos Aires, San Juan de Puerto Rico, Nueva York, Plymouth, Cheburgo y Brest, entrando el día del Carmen de 1894 en La Concha de San Sebastián, en donde fondearon. En Donostia tuvieron el honor de ser visitados a bordo varias veces por la entonces Reina Regente María Cristina de Habsburgo-Lorena. Y, como colofón, recorre el Cantábrico recalando primero en Bilbao y finalizando el viaje el 11 de agosto atracando en el Puerto de El Ferrol, tras 21 meses de navegación y más de 40.000 millas recorridas.
 
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Derrota de la Nautilus en su viaje de circunnavegación
 
         
          Durante esos casi dos años la tripulación del Nautilus pudo guardar en su memoria multitud de recuerdos. En EEUU asisten a un espectáculo ofrecido por el propio Buffalo Bill, visitan las cataratas del Niágara e incluso llegan a ver los talleres de Thomas Alva Edison, con saludo a cada uno de ellos por parte del célebre inventor. Viven a bordo dos Navidades y dos partidas de año. Tuvieron el honor de tripular el primer buque español en arribar al puerto australiano de Adelaida. En Melbourne juegan a un deporte hasta ese momento desconocido para ellos, el tenis y en Sydney cazan y prueban carne de canguro. Incluso llegaron a tener la “visita” de Neptuno la noche del 30 de diciembre de 1892 al cruzar el ecuador, hecho que Villaamil relata con maestría en su obra.
 
          Ya sin Villaamil al mando del navío, la Nautilus recala el día de San Juan de 1908 en Santiago de Cuba, siendo el primer buque que visita Cuba tras su independencia diez años antes. Allí fueron recibidos con homenajes, bailes y banquetes, regalos y multitud de adornos en sus calles. En 1925 es sustituido como Buque Escuela por el Galatea, encargándose de realizar los viajes de instrucción que realizaba el Nautilus y cediendo el testigo al Juan Sebastián de Elcano tres años más tarde. Curiosamente los cuatro mástiles de este navío, aún en uso, llevan por nombre los de sendos Buques Escuela que lo precedieron, de proa a popa: Blanca, Almansa, Asturias y, precisamente, Nautilus, para el caso del palo de mesana.
 
          Finalmente, en 1933 la Nautilus fue vendida por 15.000 pesetas, para posteriormente ser dada de baja y desguazada en el muelle coruñés de La Graña. Acababan así tres cuartos de siglo de este clípler escocés que desde 1886 sirvió bajo bandera española. 
 
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Corbeta Nautilus
 
         
          Y finalizo estas líneas, como empecé, con la vida de Fernando Villamil, en este caso para comentar sus últimos años de vida. Tras alternar su carrera militar con la política (llegó a ser Diputado en Cortes por El Ferrol) fallece en la isla de Cuba el 3 de julio de 1898. Participaba en la guerra hispano-estadounidense en la Batalla Naval de Santiago de Cuba, el verano de ese fático año del Desastre del 98, en donde la Armada de los EEUU hunde el destructor Furor. El cuerpo de Villaamil, quien se cree que estaba subiendo a la torreta del cañón de proa del buque para abrir fuego al enemigo, nunca fue encontrado. 
 
          Así acabó la vida de un insigne marino, titular de destacadas condecoraciones (Cruz de María Cristina, Cruz de la Real y Militar Orden de San Fernando, Cruz Roja al Mérito Naval, entre otras otras), de brillante carrera militar, poseedor de un extraordinario talento para la arquitectura e ingeniería naval y comandante del Nautilus, buque de vela que dio la vuelta al mundo cuatro siglos después del primer viaje de Colón. Actualmente sigue en pie un monumento levantado en su honor en la localidad que le vio nacer, erigido por suscripción popular y cuya inscripción fue redactada por el mismísimo Marcelino Menéndez y Pelayo. Villaamil amaba el mar y en él falleció y desapareció, en las aguas cubanas de la bahía santiaguera.
 
 
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