Humboldt: investigador del paisaje para la ciencia

 
Por Fátima Hernández Martín  (Publicado en la web de Museos de Tenerife el 2 de mayo de 2019). 
 
 
          Mucho se ha escrito en torno a la figura del brillante erudito del siglo XIX, Alexander von Humboldt, un personaje que -recientemente- ha visto incrementada la lista de libros -que hablan sobre su vida- con la sugerente y atractiva biografía que la escritora Andrea Wulf (2016) ha publicado. De manera brillante, amena, grácil, con un hilo conductor que, en ocasiones, abandona el eje central de la obra para contarnos, a su manera, cómo era el mundo a principios del siglo XIX, en especial aquella Europa convulsa, inmersa ya en una serie de cambios venideros que iban a transformar la estructura de la sociedad por entonces. En relación al científico, Wulf (op cit.) relata su niñez y juventud en Prusia, allá en el Palacio Tegel (ubicado en las afueras de Berlín), un lugar para la infancia de dos hermanos, Alexander y Wilhelm, que desarrollaron una curiosidad inaudita por el saber, bajo la atenta mirada de sus maestros de corte (los denominados tutores), en especial Johann Christian Kunth, cuyo sobrino fue el botánico que se encargó de clasificar flora a la vuelta del viaje americano de Alexander; así como la de su adusta madre, pues el padre falleció demasiado pronto para pesar de los muchachos. 
 
          De esas primeras etapas destacar la edición de una Flora de las plantas criptógamas de la región de Freiberg (Flora Friburgensis), obra que escribió prontamente, señalando con esto su gusto por la naturaleza y sus misterios. Libro que -dicen- leyó con avidez el propio Goethe (amigo/compañero de los hermanos) que, junto con Schiller y otros intelectuales del momento, pasaba los veranos en la finca de los Humboldt, en Jena (donde se desplazaba la familia), lo que permitió desarrollar (gestar) veladas inacabables donde, en torno al jardín acogedor de la villa, se hablaba, discutía, compartía y se creaba conocimiento. Respecto a su amigo, el erudito y poeta, Johann Wolfgang von Goethe, llegó a expresar en cierta ocasión “…qué hombre único... se puede afirmar que no tiene igual en cuanto a sabiduría y conocimiento general…”
 
          Siempre estuvieron los hermanos profundamente unidos. De hecho, Wilhelm opinaba de Alexander “…le tengo, absolutamente y sin excepción, por la mente más preclara con la que jamás me he tropezado en la vida…” (frase pronunciada cuando Alexander contaba solo 24 años). Afecto, admiración y -diríase- protección que se mantendría toda la vida, incluso en momentos en que, debido a los viajes, se separaban físicamente durante largos periodos de tiempo. Wilhelm Humboldt (algo eclipsado por la figura de su hermano) puede ser también considerado otro personaje excepcional. Polímata brillante, estuvo dedicado a la enseñanza, la universidad y la diplomacia (realizó estudios jurídicos), hablaba varias lenguas (sánscrito, chino, japonés, malayo, dialectos polinesios) y comentábase que era experto en mitología griega y romana. Según Wulf (2016), estuvo en el País Vasco (en Bilbao concretamente) con objeto de hacer profundos estudios sobre el euskera. Su formación política y su amplio dominio de idiomas le permitió, a principios del siglo XIX, ocupar importantes puestos de embajador de la corte prusiana.
 
          Comenta la autora, la interminable lista de amigos (todos ellos pensadores de la época) con los que Alexander mantuvo estrecha amistad o, al menos, contacto en algún momento de su vida. Podríamos citar a Leopold von Busch (geólogo), Mary Sommerville (matemática), Sir Joseph Banks, del Kew Gardens, con el que tuvo tanta confianza que incluso fue uno de primeros destinatarios de las pesadas cajas de colecciones que envió desde América, según Garrido (2015); Gay-Lussac con el que hizo diversas observaciones sobre la composición del aire y el magnetismo terrestre o Charles Lyell (el llamado padre de la geología). Con otras figuras no tuvo tanta empatía, caso de Napoleón Bonaparte, al que conoció/sufrió en una recepción, pues se cuenta que, cuando los presentaron, el emperador (justo antes de que lo coronaran en diciembre de 1804), se giró al verlo y le preguntó, “¿parece que está usted interesado en la botánica, Monsieur?”. Al asentir, la repuesta cortante de Napoleón, fue “…bueno, también mi esposa…” y se alejó, dando media vuelta…Napoleón me odia… solía decir Humboldt con frecuencia.
 
          Francia representó un lugar muy especial en su corazón. Comentaba (ya mayor) “…es mi segundo hogar, fui recibido como en ningún otro lugar del mundo, como jamás hubiera esperado…” Allí trabajó durante la invasión prusiana en el Zoológico y en el Jardín de Plantas (lugares que le fascinaban) y en el transcurso de la Batalla de las Naciones (1813) apoyó todas las actividades, así como a los estudiosos vinculados con el Jardín de Plantas y el Museo de Historia Natural. 
 
          París, en una de las múltiples visitas de Humboldt, en concreto al regresar de su viaje a América (en compañía de Bonpland) le resultó –una vez más- una ciudad apasionante. Durante los primeros años del siglo XIX (una vez pasada la etapa dura de la Revolución) la ciudad se muestra ante sus ojos y mente de pensador, como un enclave atractivo y bullicioso. Allí desarrolla amistades interesantes (François Arago, Cuvier, Honoré de Balzac, Gay-Lussac…), pero también fue el lugar donde conoció a muchos de los políticos que participaron en la independencia de las nuevas naciones americanas (caso de Simón Bolívar, que se hallaba en Europa para recuperarse de la trágica muerte de su esposa de la que estaba muy enamorado). Asimismo, en París, conoce a Luis Antonio de Bougainville con el que estuvo a punto de embarcar para su viaje alrededor del mundo (la llamada expedición Bougainville), al capitán Nicolas Baudin y al propio Aimé Bonpland, médico que le acompañaría en su periplo americano de cinco años, el conocido como Viaje a las regiones equinocciales y con el que compartiría edificio en la ciudad del Sena, ya antes de forjar amistad y cooperación científica que traspasó fronteras y perduró en el tiempo. 
 
          Cuando el 5 de junio de 1799, Humboldt y Bonpland (con salvoconducto del rey de España) parten de La Coruña a bordo de la corbeta Pizarro y catorce días después hacen escala en Canarias, para un viaje de cinco años, nada hacía presagiar que tal aventura iba a constituir un hito para la ciencia y, a ellos, en especial a Alexander Humboldt, convertirlos en figuras reconocidas a nivel mundial.
 
          Los días de escala en Tenerife dejan huella en los expedicionarios (García Cruz, 2017), algo reflejado de soslayo en la obra de Wulf (2016), que apenas le dedica alguna página de su extensa obra. En junio de 1799, según se describe en relatos de entonces “…los naturalistas pernoctaron en la casa del coronel madrileño y segundo Jefe del Batallón de Infantería de Canarias, José Tomás de Armiaga y Navarro. No se cansaban de admirar los huertos de la casa, cultivados al aire libre, donde abundaban bananeros, papayos y otras frutas, que hasta entonces sólo habían visto en los invernaderos de Europa…” El impresionante Pico Teide fascina a Humboldt, su recuerdo le acompañará siempre (Castro Morales, 2008). D. Bernardo Cólogan Fállon (1772-1814) les recibe y acoge en su mansión solariega, participan en reuniones y eternas veladas, herborizan por el sendero hasta el Castillo de Paso Alto, en Santa Cruz de Tenerife, también por caminos norteños hacia la Hacienda La Paz (Puerto de la Orotava). Humboldt –admirado- y en referencia a los dragos expresa “…El del huerto del Sr. Franchi echa todavía todos los años flores y frutos. Su aspecto recuerda esa –juventud eterna de la naturaleza- que es manantial inagotable de movimiento y vida…” La estancia en Tenerife fue muy agradable para los investigadores, seducidos por todo aquello que veían o les contaban. En el Sitio (mansión) Little (en la actualidad Sitio Litre) conversaron con el anfitrión e invitados y pudieron comentar detalles de la erupción de las Narices del Teide (volcán Chahorra, ocurrido el año anterior, 1798, que había alarmado a los tinerfeños), el ataque de Nelson (dos años antes, 1797), demostrando el coraje de los lugareños y disfrutar de las hogueras de San Juan (que se podían admirar en el Valle desde la Casa Little). Pero “…en la tarde del 25 de junio de 1799 zarpó la Pizarro de Santa Cruz para tierras hispanoamericanas, con gran pena de Humboldt…” Iban a lo que él llamó una vita nova.
 
          La etapa americana supuso para Humboldt, momento, lugar y tiempo donde recordar y practicar muchos de los experimentos que le interesaban, así como probar su conocimiento sobre ellos. Los avances en el campo de la electricidad y el magnetismo asombraban a Alexander y a sus contemporáneos, que buscarían una nueva manera de completar las explicaciones mecánicas de los fenómenos naturales (Garrido et al., 2016).  Según Garrido et al. (2016), la grandeza del mundo y sus fuerzas internas parecían inabarcables. Junto a Bonpland, hizo observaciones de estrellas, conoció lugares enigmáticos como el río Vinagre (Colombia), pequeño río tan cargado del azufre volcánico, que ni siquiera albergaba peces, consignando en el Diario de Viaje que el ácido de la cascada había irritado sus ojos de viajeros. Pudo conocer, examinar y dibujar llamas, gigantescas capibaras, extraños delfines de agua dulce en perdidos ríos de interior, tapires, curiosos pájaros libando en enigmáticas flores…Pero también sucesos vinculados al lado más perverso de la condición humana: la esclavitud, tema sobre el que discutió con el presidente Thomas Jefferson (apasionado de la botánica, la horticultura, los geranios y sus nietos…) que lo recibió en la mansión del gobierno (Rebok, 2015), en su finca de recreo (Monticello, Virginia) y con quien siguió manteniendo una abundante e interesante correspondencia epistolar años después. “…el tesoro de información que posee es inestimable…” escribió Jefferson en 1804 (Funk, 2018).
 
          Ante él exclamó ofuscado: “…la esclavitud es una vergüenza…”. En relación a esto, cabe recordar que, a inicios de octubre de 1801, la expedición de Humboldt, que se dirigía hacia Popayán, entró en tierra quindiana. Más allá de su trabajo botánico y sus apuntes sobre la geografía y la fauna, el científico se indignó al conocer el oficio de cargueros, es decir, de los indígenas que se ganaban la vida portando/trasladando a criollos en sillas atadas a sus espaldas. Humboldt dejó una silla vacía como símbolo de protesta, pues consideraba este trabajo humillante. 
 
          Pero, señalemos su faceta como promotor de una nueva representación iconográfica (Stafford, 1984).  De hecho, Garrido (2015) comenta que, de sus relaciones con la capital inglesa, habría que destacar tres personajes que se convirtieron en factores claves para la obra gráfica de Alexander Humboldt y el desarrollo de su trabajo: Georg Forster (1754-94), Joseph Banks (1743-1820) y Warren Hastings (1732-1818). Estos tres personajes se sitúan en torno a dos figuras artísticas clave del paisaje oriental británico: Thomas Daniell (1749-1840) y William Hodges (1744-1797) con notable influencia en su obra.
 
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Dibujo de organismo marino, realizado por Georg Forster durante un viaje oceánico. 
Forster fue el acompañante de Humboldt en su tour europeo de 1790.
 
         
          Según Garrido et al. (2016), en Humboldt se pueden distinguir diferentes maneras de acercarse al arte: por un lado, la transmisión de una imagen general en la representación del mundo tropical en la pintura. Por otro, la utilización del arte explícitamente para la ciencia, es decir, aportando conocimientos específicos. Según Esteva-Grillet (2009), cuando Humboldt emprende viaje al Nuevo Mundo va provisto de buena formación académica en dibujo y grabado en cobre. Se sirve de su cuaderno de notas para representar las formas naturales que describe (ríos, montañas, plantas, animales o monumentos…). Por ello, Humboldt es considerado el creador del arte científico, es decir, la representación artística al servicio de la ciencia. Curiosamente, nunca se vio tentado en retratar a nadie; las pocas imágenes de humanos, existentes en su obra, corresponden a una traslación al grabado coloreado de figuras de madera tallada, vestidas según tradición michoacana (en Méjico). Muestran indígenas del antiguo reino de Michoacán, según el erudito, los más laboriosos de la Nueva España por su talento notable para tallar pequeñas figuras de madera y vestirlas con prendas hechas de la médula de una planta acuática. Estos grabados se mostrarían en hojas que la reina de Prusia hizo grabar a partir de un grupo que Humboldt había enviado y que habrían sufrido menos con el transporte. Resulta curioso que en las únicas imágenes donde se observa a los indígenas en detalle, lo que estamos viendo sean, en realidad, grabados hechos a partir de figurines (Garrido, 2015).
 
          Recordemos que ya en su adolescencia, el prusiano recibía clases de arte del profesor Daniel Chodowiecki, que fuera director de la Academia de Berlín (Povedano, 2008), llegando a presentar (bajo sus auspicios) una exposición en la Academia de Bellas Artes. También es de interés su relación con Gerard (pintor que tanto gustaba retratar a la emperatriz Josefina).
 
          En el año 1804, a su vuelta a Europa desde el continente americano y que pasó con su hermano en Roma (donde Wilhelm era a la sazón embajador ante la Santa Sede), inspiró con sus impresiones del paisaje americano a pintores de distintas procedencias –sobre todo alemanes- que se hallaban en la capital italiana. Los artistas de renombre de esa época que transformaron las memorias americanas de Humboldt y sus esquemas en valioso material para ilustrar las obras, que el naturalista iba preparando, fueron –entre otros- Joseph Anton Koch, Gottlieb Schick, Guillermo Federico Gmelin o Jean Thomas Thibaut…
 
          “…He mandado a realizar aquí muchos dibujos. Hay pintores que de mis pequeños esbozos realizan cuadros. Han dibujado el Río Vinagre, el Puente de Icononzo, el Cayambé… También he encontrado un tesoro, un manuscrito mexicano del cual publicaré varias láminas. Ya las he hecho grabar aquí…”
 
          Importante mecenas con claro apoyo a la ilustración y al arte, en general, por entonces era difícil encontrar un viajero-artista que, habiendo visitado América, no había tenido contacto con Alexander von Humboldt. Por ejemplo, Johann Moritz Rugendas (1802-1858) que estuvo en Brasil entre 1821 y 1824, primero como dibujante científico y luego como artista independiente, además de realizar una estancia entre 1831 y 1846 en Méjico y gran parte de Sudamérica. Ferdinand Bellermann (1814-1889), a quien -por mediación de Humboldt- el rey prusiano, Federico Guillermo IV, financió un viaje a Venezuela entre 1845 y 1847. También Eduard Hildebrandt (1818-1869) que, a través de Humboldt, fue comisionado por el rey de Prusia para realizar un viaje por Brasil en 1844 o Albert Berg (1825-1884) que permaneció entre 1848 y 1850 en Nueva Granada, con el apoyo e instrucciones muy concretas de Humboldt.
 
          Se podrían mencionar otros artistas que -de alguna manera- fueron inspirados/apoyados por Humboldt, tales como los hermanos Richard y Robert Schomburgk, Karl Ferdinand Appun, Gustav Hermann Karsten, Thomas Ender, Robert Krause, Johann Jacob von Tschudi, Carl Nebel o Hermann Burmeister. 
 
          Su pasión por bocetar quedó plasmada en el Cuadro físico de los Andes y países vecinos donde construye un modelo que dibuja la nueva geografía botánica, con datos en columnas laterales y que fue pintado por profesionales, basándose en sus notas, algunas de las cuales -este caso- dejó en manos de Celestino Mutis (en 1803).
 
          Asimismo, el boceto realizado para el Cuadro de la Geografía de las plantas que hizo el propio Alexander von Humboldt en 1803. Trabajado con tinta china y acuarela sobre papel de 38.2 x 49.5 cm, se conserva en el Museo Nacional de Colombia, detallando escalas de temperaturas, presiones, datos higrométricos, eudiométricos (oxígeno) o cianométricos (caso de color del cielo) del paisaje en cuestión. O cómo Humboldt representaría la Geografía de las plantas, aplicada al Teide, en un interesante dibujo publicado en el Atlas del viaje como Tableau physique des Iles Canaries. Géographie des plantes du Pic de Tenerife, 1814, fundado además en las observaciones de sus amigos y colaboradores Leopold von Buch y Christian Smith (Gómez Mendoza y Sanz Herraiz, 2010). 
 
          Pero, quién o quiénes le inspiraron. En relación a esta pregunta, según Garrido et al. (2016), el sabio ilustrado considera como su maestra a la pintura, con motivos exóticos, plasmada en el siglo XVII, por artistas de la Escuela Holandesa, como Frans Post y Albert Eckhout, que habían estado en Sudamérica con el equipo de Mauricio von Nassau-Siegen (gobernador de la colonia holandesa en Brasil de 1637 a 1644) (Phaf-Rheinberger, 2003; Teixeira, 2009 y Prieto, 2006 ) y ya por entonces se percibe cómo el paisaje era fundamental para Humboldt: “…el arte al servicio de la ciencia…” Post había nacido en Haarlem, Holanda, en 1612 y Albert van der Eckhout, pintor y dibujante, nació en Groningen, en 1610 (Buvelot, 2004). Ambos estuvieron en Brasil en relación con la expedición del conde Johan Maurits von Nassau-Siegen, que, en 1637, llegó a las costas brasileñas como el patrocinio de la West India Company. Tras el viaje, se publicó una obra titulada Rerum per octennium in Brasilia et alibi nuper gestarum, sub praefectura Illustrissimi Comitis I. Mauricii, un manuscrito de 340 páginas, escritas por Gaspar Barlaeus, un profesor del Ateneum Illustre en Amsterdam, e ilustrada con 24 mapas diferentes, además de veintisiete grabados firmados por F. Post (Garrido, 2015).
 
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Pintura exótica del artista Frans Post de la Escuela Holandesa (siglo XVII) 
(miembro del equipo de Mauricio von Nassau-Siegen en Brasil) que fascinaba a Humboldt
 
 
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Detalle mostrando animales americanos plasmados en el anterior lienzo de Post 
 
         
          Entre las obras más famosas de Eckhout se halla la colección de ochenta pinturas de aves brasileñas que decoran el palacio de Hoflässnitz. Post permaneció en Brasil hasta 1644, considerándose este período de siete años como su principal etapa como pintor y produciendo más de 400 dibujos y esbozos, además de más de una veintena de lienzos al óleo que, a día de hoy, se conservan en el Museo Nacional de Copenhague.
 
          Para Alexander, el paisaje en pintura era “… auxiliar en la contemplación de la fisonomía de las plantas en diversos espacios de la Tierra, favorece la afición a viajes lejanos, invita a entrar en comunicación con la naturaleza de manera instructiva y agradable y no se debe limitar a ser fondo de composiciones históricas o adorno de pinturas murales…” (Esteva-Grillet, 2009)
 
          Con o sin razón, reconoce ese especial interés por la naturaleza solo en determinados artistas, como Claudio de Lorena (Claude Gellée), Jacob van Ruysdael o Nicolas Poussin, pero los ve limitados a Europa, sin mayores horizontes, sin soñar –tal vez- con paisajes de trópicos, nótese siempre su obsesión por el Trópico. Así, en Kosmos puede leerse “…Claudio de Lorena, el pintor de los efectos de luz y de los lejos vaporosos; Ruysdael con sus bosques sombríos y sus amenazadoras nubes; a Gaspard y Nicolás Poussin que han dado a los árboles un carácter tan imponente y gallardo; a Everdingen, Hobbema y a Cuyp, cuyos paisajes parecen la naturaleza misma…”.
 
          Constantemente rememoraba el viaje que había hecho con Georg Forster a Inglaterra en 1790 (Garrido y Puig-Samper, 2013). Allí se inspiró y le interesó en especial la obra de Thomas Daniel (autor de Oriental Scenary, paisajes con gran sentido estético) o William Hodges, y que Humboldt menciona con admiración en su obra Kosmos. Hodges había viajado a la India, entre 1780 y 1783, tutelado por Warren Hastings (Hogdes, 1793). Dichos trabajos impactaron a Humboldt que, en Kosmos, según escribe, le incitaron a desarrollar el gusto por lo exótico y viajar a regiones tropicales. Precisamente, Humboldt tenía a Thomas Daniell (1749-1840), como referencia pictórica en la elaboración de sus aguatintas y realiza constantes menciones a obras de este artista y a William Hodges, que había acompañado a Cook en la segunda expedición al Pacífico, lo que induce a pensar que Humboldt no sólo inspiró a un gran número de paisajistas, sino que también había recibido una influencia necesaria de ciertos pintores, que conocería durante su estancia en los círculos artísticos europeos (Garrido, 2013, Garrido et al., 2016, Dewey, 1982).
 
          “…Si me fuera permitido preguntar a mis antiguos recuerdos de juventud y señalar el atractivo que me inspiró, desde el principio, el deseo irresistible de visitar regiones tropicales, citaría las pintorescas descripciones de las islas del Mar del Sur por Georg Forster y los cuadros de Hodges que representan las orillas del Ganges en la casa de Warren Hastings en Londres…” (comentaba Humboldt, ya mayor, repasando su vida).
 
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  Pintura de William Hodges (artista inglés del siglo XVIII, fuente de inspiración para Humboldt)
 
 
          Curioso es señalar que el carácter melancólico de esa etapa contrasta con la decisión y el ímpetu que mostró para enfrentarse a futuras aventuras “…Mis viajes con Forster por la cordillera de Derbyshire aumentaron ese estado de ánimo melancólico. La oscuridad de las cimas de Castelton se proyectaba sobre mi fantasía. Lloraba a menudo, sin saber por qué, y el pobre Forster se torturaba por averiguar qué era aquello tan oscuro que existía en el fondo de mi alma. En tal estado volví a Maguncia por París. Había forjado planes lejanos…” (Holl & Fernández Pérez, 2002, fide Garrido, 2015)
 
          Según Garrido (2015) pintores como Hodges, que había viajado representando la India e islas del Pacífico; y Daniell, cuyo trabajo, a finales del siglo XVIII, mostró una renovada visión de la India, fusionaron la práctica científica con el exotismo y la imaginación. Estos artistas utilizaron frecuentemente instrumentos científicos, tales como cámaras oscuras, odómetros y cianómetros, para fortalecer su imagen de autoridad. Además, utilizaron en sus obras expresiones como “hecho sobre el terreno”, “representación exacta”, que ponía de manifiesto su interés en proyectarse como agentes de visualización de lo real, como observadores objetivos. Humboldt, como científico, quiso hacer/ser por los Trópicos lo que artistas como Hodges y Daniell habían hecho/sido por el Oriente. Así, en Kosmos, vuelve a mencionar a Hodges como fuente de inspiración para otros pintores de paisajes de las regiones tropicales seguidores de la Humboldtian Science, como Rugendas, Bellermann o Hildebrant, más profundamente estudiados (Garrido, 2015).
 
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 Esquema que compara las imágenes asiáticas de Thomas Daniell (derecha)y las americanas (izquierda) del Atlas Pittoresque de Humboldt (tomado de Garrido, 2015).
 
 
          Según Esteva-Grillet (2009), a su vez, ejerció influencia decisiva en la pintura americana (Diener, 1999, 2007; Gasparini, 1967; Junquera, 1988). Según Garrido (2015), la teoría del paisaje de Humboldt tiene mucho que ver con tres grupos de pintores; por una parte, aquellos que le inspiraron a visitar las tierras americanas a través de sus paisajes orientales, es decir, los ya mentados, William Hodges y Thomas Daniel. En segundo lugar, los pintores empleados por él para ponerse a su servicio en los grabados que acompañaron sus publicaciones, caso de Bouquet, Thibaut o Gmelin. Por último, aquellos que viajaron posteriormente a las regiones tropicales, inspirados por sus enseñanzas y que acabarían integrándose en lo que ya conocemos como la River Hudson School, el grupo de pintores que redescubrirá el paisaje americano a finales del siglo XIX. 
 
          Y es que, durante el siglo XIX, tanto en Europa como en América, prosperó el interés por el paisaje (Novak, 1969, 1972). La asociación de algunos pintores con empresas científicas, permitió que algunas de las ideas de Humboldt contribuyeran a su descubrimiento con un carácter fisionómico e ilustrativo. Pareciera que -tal como ocurría en Europa– para el público general resultaba más interesante conocer las particularidades sociales (personajes políticos, sucesos notorios…) antes que el medio natural o características de sus ciudades antes que la de sus campos. 
 
          Uno de los admiradores del prusiano fue Frederich Edwin Church que, obsesionado con la obra de Humboldt, pintó The Heart of the Andes, cuadro que reunía belleza con el detalle geológico, botánico y científico más meticuloso (Barón, 2005). Una interrelación -de la que hablaba Humboldt- plasmada en el lienzo, presentado poco antes de fallecer el erudito prusiano, en Nueva York. Pero también podemos mencionar otros, caso de Thomas Cole (1801-1858) Asher Brown Durand (1796-1886) o Albert Bierstadt (1830-1902). En la Hudson River School hay que destacar no solo al mentado Edwin Church, también a Martin Johnson Heade (1819-1904) el pintor de las orquídeas, que viajaron hasta el sur del continente, ampliando la representación a los paisajes de América del sur.
 
          Precisamente, Pimentel (2004) ya señala en un trabajo dedicado al pensamiento visual de Humboldt, cómo Godlewska (1999) había defendido que el carácter innovador de su obra residía en la creación de esas nuevas técnicas de representación, reflexionando sobre la aportación de Humboldt al desarrollo de dicho pensamiento y su lugar en la idea de la ciencia moderna. Estamos ante un nuevo lenguaje científico que se despliega en su obsesiva labor experimental con los mapas temáticos o prototemáticos, con gráficos, diagramas, mapas, isolíneas y todo tipo de imágenes científicas que delatan, en efecto, un poderoso esfuerzo por articular un lenguaje visual, un artefacto destinado a grabar y reproducir a través de un solo golpe de vista (un cuadro) la unidad y variedad de los fenómenos naturales. Hay muchos ejemplos de ello, quizás el más elocuente sea la plancha de Bouquet, el espléndido Tableau physique des Andes et Pays voisins, el gráfico pictórico y multidimensional que culmina y compendia La geografía de las plantas.
 
          Según Pimentel (op. cit.) se trata de un procedimiento iconográfico que logra traer y reunir ante el ojo del lector (quizás mejor diríamos el «espectador») toda una serie de elementos dispersos que no pueden ser apreciados en un lugar concreto o físico. Es decir, con ellos Humboldt consigue ubicar al espectador en una posición imaginaria y abstracta, alejada del escenario natural, un punto de vista donde se condensan sus ideas científicas y desde la cual es posible observar aquello que no es visualizado sobre el terreno, puesto que procede de su labor intelectual, no de su actividad como naturalista de campo, de sus operaciones en el recinto cerrado del estudio. Es entonces cuando se hacen -por fin- visibles las leyes, relaciones, armonías e intercambios entre fenómenos naturales aparentemente disociados, desvelando así la unidad del cosmos, reproduciéndola (o creándola) de hecho en la mente del espectador.
 
          Según Garrido (2015), la gran aportación de Humboldt, que hizo de sus enseñanzas un manual para varios artistas, residió en su forma innovadora de comprender el paisaje. Las técnicas de observación científica le permitieron apreciarlo en detalle, identificando cada especie de forma concreta, práctica derivada del empirismo ilustrado, propio de los hombres y mujeres de ciencia. Seguidamente, dicho paisaje observado científicamente debía ser asimilado a través de la razón, completando su conocimiento con el estudio. Una vez que esos datos habían penetrado en la imaginación, todos sus detalles deberían ser plasmados en una vista general, que permitiera apreciar la grandeza de la naturaleza a través de la pintura, donde se expresara no sólo su taxonomía sino también una relación de las partes con el todo, dando cabida al arte y la imaginación. En sus viajes la ciencia sería su principal instrumento, pero integrada en la estética y el arte de una forma magistral.
 
          Para Garrido (2015), la teoría del paisaje -que proponía Humboldt- estaba compuesta por nuevos medios de medición y análisis, que facilitaban una transmisión visual entendida de forma global, una visión total de la naturaleza en su conjunto. Esta sería la clave del Humboldtian Landscape.
 
          En relación a su obra, algunos aspectos de su vida han sido menos conocidos, como el viaje a Rusia (Humboldt, 1843), acompañado por el químico Gustav Rose, el zoólogo C. G. Ehrenberg y su ayudante Seifert, quizá en sustitución del anhelado viaje a la India que nunca realizó y a fin de llevar a cabo un estudio de las minas de la zona por encargo del zar Nicolás I (Péaud, 2012). Rusia fue el lugar al que llevó su pasión por el Teide, el Drago y Canarias, pues en su obra sobre Asia Central, publicada en 1843 en francés y basada en este viaje de investigación ruso-siberiano, realizado en 1829, los dibujos de las estepas asiáticas, esbozados por él, aparecían siempre con la silueta del Teide. El resultado del viaje fue excepcional, su discurso en la Academia Imperial de San Petersburgo donde instó a crear una red de observadores sobre geomagnetismo (Cruzada magnética) fue respondido con grandes aplausos. En Rusia, por su posición y estatus, conoció al zar, era invitado a recepciones, tertulias, visitas, le ofrecían regalos, Pushkin decía que “…salen palabras cautivadoras de su boca…” Al final, él, que gustaba de la vida en el campo, tenía que volver a casa… ¿a qué hogar? 
 
          En Rusia había recorrido 16.000 kilómetros durante seis meses y utilizado 12.244 caballos. Al regresar, El Prometeo de nuestros días se trajo, de Rusia a Prusia, plantas prensadas, rocas, peces, animales disecados, manuscritos y libros que sabía de interés para su hermano Wilhelm… En el viaje de regreso llevaba un auténtico gabinete de curiosidades, a la usanza de entonces. Vuelve a Sansoucci, el lugar sin preocupaciones, el hermoso y majestuoso Palacio de Potsdam, a pocos kilómetros de Berlín, donde el rey prusiano pasaba temporadas, protegía el saber de entonces, y le había nombrado chambelán, un oficio que detestaba y donde le resultaba complejo llevar a cabo el equilibrio entre sus ideas liberales y las obligaciones en la Corte prusiana. En el año 1827 realizó una serie de conferencias previstas en la Universidad.
 
          Sus charlas se impartían en salas abarrotadas de público, que incluían a miembros de la realeza, comerciantes, estudiantes y —en una total innovación para la época— mujeres (más de la mitad). Todo el mundo estaba allí. Cuando los periódicos anunciaban las conferencias, la gente presurosa se aseguraba un sitio. Los días que se pronunciaban había atascos de tráfico (coches de caballo…) con policías controlando los accesos. Es la etapa del Humboldt divulgador apasionado “… De qué sirve cualquier descubrimiento, si no hay forma de hacerlo inteligible al profano...” “…sin diversidad de opiniones, el descubrimiento de la verdad es imposible… “comentó -cierto día- ante más de quinientos oyentes.
 
          Su influencia fue importantísima sobre algunos de los más brillantes pensadores de entonces. Según Wulf (2016), Charles Darwin comentaba con frecuencia a su primo: “…hablo, pienso y sueño con un plan que tengo casi trazado de ir a las islas Canarias…” Antes de viajar en el Beagle, Darwin había hecho planes de venir a Canarias, precisamente alentado por la imagen que Alexander proyectaba de las Islas. Humboldt enseñó a Darwin a investigar el mundo, no desde el punto de vista claustrofóbico, sino desde dentro y desde fuera. Ambos tenían la rara habilidad de centrarse en el detalle más pequeño -desde un fragmento de líquen hasta un escarabajo diminuto- y después retroceder y salir a examinar pautas comparativas globales (Wulf, 2016). Ambos eran entusiastas admiradores del bucanero/corsario/científico William Dampier (1651-1715) de cuyas fuentes (notas sobre fauna y flora de las regiones de Australia y Nueva Guinea) bebían con frecuencia.
 
          Su compañero de andanzas americanas, Aimée Bonpland, tuvo una trayectoria diferente a la suya. Una vez regresó a Europa, trabajó para la emperatriz Josefina en La Malmaison, viajó a Sudamérica (Argentina, Paraguay), sufrió prisión, padecimientos, luchó en pro de los nativos de las zonas que visitaba y nunca volvió al Viejo Continente. Según Wulf (2016) y otros autores consultados, América ya había hechizado a Bonpland mucho antes y, cuando decide viajar allí, aceptando la invitación de Rivadavia (después de la muerte de Josefina, su mentora), llega a Buenos Aires, el 29 de enero de 1817, con 2.000 plantas, 500 pies de vid, sacadas del Jardín de Luxemburgo, 600 sauces, 40 naranjos y limoneros, semillas y su gran biblioteca… Son curiosas sus expresiones de amor por la naturaleza, como podemos leer en sus escritos “…Recorrer los espacios, ser amado y estimado por aquellos que me rodean, es para mí la verdadera riqueza…. donde la primavera me espera, donde quiero vivir y morir…” A instancias de Humboldt, que le consideró siempre su amigo, el Gobierno de Francia, en el año 1849, le envió la Cruz de la Legión de Honor. El 7 de abril de 1852 es nombrado miembro de la Academia de Ciencias de París y, el 1 de enero de 1853, aparece en Hannover (Alemania) la revista Bonplandia, que lleva su nombre, como órgano oficial de la Academia Leopoldina Carolina.
 
          El pensamiento humbodltiano pervive en nuestros días y cobra mayor protagonismo, si cabe…”la valoración equilibrada de todos los aspectos del estudio de la naturaleza es, sin embargo, una necesidad imperiosa de los tiempos actuales, dado que la abundancia material y el creciente bienestar de las naciones se basa en un uso cuidadoso de los productos y de las fuerzas de la naturaleza…”
 
          “…La educación es la base de una sociedad libre y feliz…” “…la naturaleza tiene que ser escrita con precisión científica, pero sin privarse del aliento vivificador de la imaginación…”
 
          Respecto a su obra, fue grandioso en Viaje a las regiones equinocciales, poniendo el focus en la ilustración de la misma, ocupándose intensamente de la representación artística y entrelazando de manera consciente el arte con la ciencia (Garrido et al., 2016). 
 
          Escrito en francés entre 1807 y 1834, incluye cientos de estudios en geografía, botánica, física, historia y cultura. En Cuadros de naturaleza (1808), la ciencia no se avergüenza del lirismo y cuida la prosa tanto como el contenido. Dicen que, si su editor cambiaba una sílaba, él pensaba que destruía la melodía de sus frases, demostrando la influencia de la naturaleza en la imaginación del hombre. Además, no olvidemos que habló de evolución mucho antes que Darwin publicara El origen de las especies…y finalmente, Kosmos es un amplio tratado para la reflexión (Wulf, 2016).
 
          Cuando el término científico se acuñaba por primera vez, allá por 1834, como preludio de la profesionalización de las ciencias, señalando además el marcado límite entre las diferentes disciplinas, Alexander Humboldt empezó a escribir Kosmos, cuya finalidad era totalmente contraria (es decir fundir/unir distintas disciplinas, vincular los hechos naturales del Planeta, bajo una concepción global de los procesos en los ecosistemas, todos relacionados entre sí). Es decir, a principios del siglo XIX, mientras la naturaleza y la ciencia ampliaban distancias (la segunda se centraba en los laboratorios y las universidades, dividiéndose en disciplinas independientes), Humboldt -considerado el precursor de la ecología- inicia la gestación de una obra cumbre, que reunía todo lo que se estaba intentando mantener separado en compartimentos estancos. El 6 de mayo de 1859 muere el considerado nuevo Aristóteles y hasta Federico Guillermo IV se despidió de él, enterado de su muerte, con lágrimas en los ojos, considerándole “… el hombre más grande desde el Diluvio…”
 
6-Humb Custom
 
 El Chimborazo pintado por Frederic Edwin Church (admirador de Humboldt y entusiasta del paisaje).
 
         
          Fue en definitiva un prusiano universal que, aunque heredero de una Europa tradicional y arcaica, presta a cambiar radicalmente en el curso de pocos años, era visionario y extraordinariamente lucido en cuanto a comprensión del Planeta y los fenómenos vinculados con su génesis y desarrollo. Profético, escribió, sobre destrucción de bosques, mencionó la deforestación y la incidencia de los gases de la Revolución Industrial ya en marcha por entonces. 
 
          Sus escritos tuvieron un gran impacto en la comunidad científica de su época, no menos que la inspiración para que jóvenes naturalistas se embarcaran en expediciones alrededor del mundo, centralizando sus objetivos en la exploración y descubrimiento de la naturaleza ignota (Funk, 2018).
 
          Sus ideas cobran fuerza en la actualidad, en momentos en que nos alertan de asuntos extremadamente serios y preocupantes, como los plásticos (Moos et al., 2012; Hämer et al., 2014; Lavander, 2017; Sánchez-Vidal et al., 2018; Ostle et al., 2019) o el calentamiento (varios grados de la temperatura global) (Malhi, 2017, Horton et al., 2018, Nerem et al. 2018, Chen et al. 2019) provocado por la emisión de gases con efecto invernadero a la atmósfera y sus implicaciones en cambio climático, es decir, deshielo, acidificación de océanos, virulencia de desastres naturales…
 
          Considerado el primer ecólogo de amplia visión (en el contexto de principios del XIX) y estudioso sin solución de continuidad, alertaba sobre la importancia de indagar, e instaba a investigar a fondo nuestro Planeta “…el hombre puede actuar sobre la naturaleza y apoderarse de sus fuerzas, solo si comprende sus leyes…”
 
 
 
“Dans la nature, on doit commencer par voir beaucoup et revoir souvent” 
 
Buffon, G. L. Leclerc Comte de
 
 
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