Palabras pronunciadas en la presentación de una exposición de fotografías de José Delgado Salazar

 
Por Emilio Abad Ripoll  (Palabras pronunciadas en la presentación de una exposición fotográfica de José Delgado Salazar en el Círculo de Amistad XII de Enero de Santa Cruz de Tenerife el 4 de septiembre de 2018).
 
 
 
          Buenas tardes. Antes de empezar, lo primero que quiero es darle las gracia a don José Delgado Salazar, mi querido amigo Pepe, por haberme “designado” para ser el presentador de esta preciosa exposición. 
 
         Y una salvedad. Hace tan solo un año, un mes y veinte días que, en la antigua terminal del jet-foil, se presentaba una magnífica exposición de fotografías dedicadas al puerto, de la colección particular de don José Delgado Salazar. En aquella ocasión el propietario de las instantáneas eligió para presentadora, con mucho más acierto que hoy, a la doctora doña Fátima Hernández Martín, directora del Museo de Ciencias Naturales y como nosotros dos, miembro de la Tertulia Amigos del 25 de Julio.
 
          Quienes estuvimos presentes aquella mañana de la inauguración recordamos las magníficas palabras de la doctora Hernández Martín, rebosantes de la cultura y el saber que les son propios, y del afecto que profesa a don José. Por ello, les aseguro que cuando el señor Delgado, mi entrañable amigo Pepe, me ofreció ser el presentador de esta exposición, tentado estuve de decirle que de nuevo encomendara la misión a Fátima, o que alguien leyera todo o parte de lo que ella dijo en la anterior ocasión.
 
          Pero me pudo el cariño (más que afecto) que siento por Pepe Delgado, y, aún con la certeza absoluta de que esta presentación no alcanzaría el nivel de aquella, le prometí hacer de “telonero” en la apertura de esta exposición fotográfica “retrospectiva del Santa Cruz añejo sobre el entorno del cuadrilátero del Círculo de Amistad XII de Enero”. Y a ello vamos.
 
          No es fácil, lo he dicho ya en bastantes ocasiones, presentar a un amigo, ni la obra de un amigo, por aquello de quedarse corto en la enumeración de méritos -ante el temor de que la amistad quite lugar a la objetividad- o de pasarse, precisamente por lo contrario. No es que conozca a don José Delgado “de toda la vida”. Nos tuvieron que presentar, casi seguro que a través de Juan Tous o de Jesús Botana, allá por 1996 ó 1997, cuando por mi cargo de Jefe de Estado Mayor del Mando de Canarias me vi envuelto en los proyectos de un pequeño grupo de locos ilusionados (dicho con todo cariño) que se empezaba a denominar Tertulia Amigos del 25 de Julio.
 
          Luego, en el 99, tras mi pase a la situación de Reserva, me integré en el citado grupo de “orates” y desde entonces nuestro trato ha sido frecuente. Pepe me ha honrado con su amistad, demostrada fehacientemente en varias ocasiones, y a través de buenos ratos de charla he ido conociendo algunos de sus avatares personales y profesionales, de los que, como es protocolario, les cuento algo, aún con el convencimiento de que serán conocidos para la mayoría de ustedes.
 
          Este caballero -y cuando digo caballero me refiero a su actitud y comportamiento permanentes y diarios- que está a mi lado y que responde al nombre de José Delgado Salazar, nació en Santa Cruz de Santiago de Tenerife y pronto va a cumplir sus primeros 87 años. Nadie lo diría al verlo, día tras día, si bien en los últimos tiempos apoyado en un bastón, caminar diligente por las calles de la ciudad, hacer las compras en Mercadona, saludar a diestro y siniestro a infinidad de personas, echar una parrafada con unos y otras, haciendo siempre gala de su portentosa memoria.
 
          Empezó a ir al cole (mejor sería decir a la guardería o el parvulario) en la “escuela de padritos” de la Iglesia del Pilar, para pasar, como decía Fátima Hernández, “a aprender letras” con doña Marcela Martín, en el barrio del Toscal. Luego se sentó en los pupitres del colegio de don Matías Llabrés, en la esquina de Pi y Margall con Méndez Núñez, precioso edificio cuya foto me ha enseñado en más de una ocasión, y en los de San Ildefonso – La Salle. Cuando en su presentación la doctora Hernández Martín relataba con más profundidad que yo esta etapa de la vida del señor Delgado, hizo aquí un inciso para contar como disfrutaba ya el futuro don José de la contemplación del mar, cuya sola presencia parecía marcarle el rumbo que habría de seguir en buena parte de su singladura humana.
 
          Porque, en efecto, la vida profesional de Pepe se arrumbó, como todos sabemos, a las cosas de la mar, pues fue consignatario de buques, representante de compañías navieras e incluso durante más de dos años tripulante de un petrolero, a bordo del cual vivió más de una peripecia digna de ser contada.
 
          Por su importancia, no puedo pasar por alto que, al igual que los chicharros que él pescaba en el Muelle de la Frescura, también un día Pepe cayó en las redes del afamado Cupido. En un lugar de nuestro frente litoral conoció a una joven, Isabel Miranda Barbuzano, también relacionada con el mar, pues era hija de un capitán de trasatlánticos y práctico. Se casaron en la Iglesia Matriz de la Concepción en 1979, y desde aquel entonces viven en un piso muy cercano a la plaza Weyler, donde les deseo que compartan, con salud y felicidad, muchos años más.
 
          Delgado Salazar es un hombre interesado por la cultura. Su presencia es habitual en gran número de actos de carácter científico e histórico. Es Académico Protector de la Real Academia de Medicina de Santa Cruz de Tenerife; aquí en el Círculo, sobran mis palabras tras el reconcimiento que se le ha hecho hace tan solo unos minutos.. Y, como cité al principio, pertenece a la Tertulia Amigos del 25 de Julio y, quiero destacarlo, asistente fijo a todas las convocatorias de asambleas ordinarias o extraordinarias o a los actos en que haya participación de algún tertuliano, como conferencias, presentaciones de libros, exposiciones, etc. Pepe Delgado siempre está allí, “arropando” solidariamente al amigo contertulio.
 
          No quiero aburrirles con más información que ya poseen, y en muchos casos de primera mano, sobre don José. Hace pocas fechas, en una charla me aseguraba, con rotundidad, que sus dos grandes pasiones siempre fueron el mar y la fotografía. De Pepe y el mar ya hemos hablado un poco. Y todos los que lo tratamos con cierta asiduidad sabemos de los miles de fotografías que “lleva a bordo”, en algún dispositivo electrónico, algunas de las cuales, según el tema de que se trate, nos enseña, ampliando con sus palabras y su increíble facultad para el recuerdo la información que nos pueda proporcionar la observación de la imagen.
 
          Voy, pues, a pasar al tema que nos ocupa esta noche, su exposición, compuesta por … fotografías, la mayoría tomadas ya hace muchas décadas en los alrededores de esta casa y en otros puntos de la ciudad.
 
          Son imágenes en unos casos reveladas de forma artesanal por el propio fotógrafo en los famosos cuartos oscuros; y en otros -¿recuerdan?- entregando el carrete de 20 ó 36 tomas en la tienda especializada más cercana a nuestra casa, y esperando con ansiedad a la tarde o al día siguiente para recoger el sobre que nos entregarían con los positivos y comprobar “cómo habían salido las fotos”. Y luego, poner las que “estaban bien” en algún álbum o guardar las de mayor aprecio en la cartera o en el bolso.
 
          Con las máquinas fotográficas actuales y los teléfonos móviles de penúltima o última generación, aquella ansiedad ha desaparecido por completo. En un instante, decenas de instantáneas se toman y se almacenan en el mismo dispositivo, a veces para no verlas más, o se borran con un simple clic. Y además, una vez hecho el desembolso del aparato, salen gratis.
 
          Pero aquellas fotos de antes eran distintas. Sí, claro, me dirán, eran en blanco y negro, o de color sepia, pero dado el escaso número, en comparación con la actualidad, de las que se tomaban y, lógicamente, la menor cantidad aún que ha llegado hasta nuestros días, presentan un valor añadido, y no me refiero al crematístico.
 
          Ellas son testigos físicos, no los únicos, pero sí muy manejables, de una época que, o no conocimos, o si conocimos, ya se va borrando de la memoria, pero que, en uno u otro caso, no volverá. Inspeccionándolas cuidadosamente podemos revivir el orgullo del fotógrafo que intentó inmortalizar aquel rincón urbano, quizás recién construido; o inmiscuirnos en  el ambiente callejero de un día cualquiera, con la gente caminando a su quehacer; o de una jornada extraordinaria, con procesiones, desfiles, visitas de personalidades, carnavales, deportes… O también atisbar cual sería la forma de vida de aquel curioso que mira a la cámara. Y, claro está, podemos contemplar el Santa Cruz de ayer y añorarlo (sin pensar en las muchas dificultades e incomodidades de la vida de entonces) o quejarnos de los desastres urbanísticos que, a nuestro juicio, se han ido produciendo a lo largo de los años…
 
          Pero siempre esta muestra les va a traer oportunidades para el recuerdo. Si a lo largo de las dos semanas que va a permanecer abierta, colgáramos en la sala un indiscreto micrófono, en más de una ocasión se recogerían frase como… “Mira, esta era la casa de mi abuela…”, o “aquí. en esta esquina, estaba la tienda de..…; o “¡Qué bonita era …”
 
          Y si uno es sensato, en muchas ocasiones se llegará a la certeza, con la contemplación de las fotos, de que no es verdad aquello de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Mucha más realidad encierra una frase que pronunció don José en el acto de su nombramiento como Académico Protector de la Real Academia de Medicina cuando nos dijo a quienes asistíamos, y en referencia a lo que podíamos ver en una fotografía antigua, que “es importante saber de donde venimos para valorar lo que tenemos”.
 
          Pero pese a lo dicho, contemplando las fotos que conforman la exposición que hoy se inaugura,  a más de uno, especialmente a los más románticos, nos va a parecer que aquel tiempo pasado sí fue mejor. Y ello es así sencillamente porque ellas nos traen el recuerdo de nuestro propio pasado, de una infancia y una primera juventud de las que el tiempo ha borrado lo negativo para dejarnos, por ejemplo, el inigualable sabor del pan con aceite y azúcar con el que salíamos, empujando con los pies una pelota, en muchos casos de trapo, a disputar un partidazo en una calle huérfana de vehículos; donde las niñas jugaban a la comba; donde nos divertíamos un buen rato hasta regresar a casa a hacer la tarea o los deberes. No teníamos ni tablets, ni I pads, ni ordenadores, ni televisión…. Pero teníamos amigos con los que hablar “en vivo y en directo” y contábamos con un entorno real, ustedes un Santa Ctuz, yo un Melilla, tan bonitos, y llenos de posibilidades para que nuestra desbordante imaginación convirtiera sus calles y plazas en el escenario más fantástico que se pudiera soñar.
 
          Por tanto, querido Pepe, en nombre de todos quiero darte las más profundas gracias por poner a nuestra disposición parte de ese tesoro que constituye tu colección de fotografías. Gracias porque con ese gesto nos haces recordar muchas cosas (y una vieja canción decía que recordar es volver a vivir…)  En mi caso particular, gracias también por enseñarme como era vuestra Santa Cruz, a la que también yo añoro, pues aunque como sabes, no fui santacrucero de nacimiento, soy chicharrero de corazón. Repito: gracias don José, querido Pepe.
 
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