De los antiguos gabinetes de maravillas a los museos de ciencias naturales en vanguardia. El MNH de Tenerife.

 

A cargo de Fátima Hernández Martín  Conferencia pronunciada en la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife el 6 de noviembre de 2014 y publicada en la página web de Museos de Tenerife el 11 de noviembre de 2015.).

 
 
 
          El cuatro de noviembre de 1776, un día muy lluvioso, Carlos III el Ilustrado inauguraba en el Palacio Goyeneche de Madrid, el Real Gabinete de Historia Natural, germen del que sería posteriormente llamado Museo de Ciencias Naturales de Madrid. En opinión del investigador Pimentel (2003), difundir el saber, rendir tributo y atesorar las variedades del mundo natural formaron parte de la agenda de quien hizo de las luces, el mentado soberano, una suerte de discurso oficial, nexo de unión entre él y sus súbditos. En dicho gabinete, de reciente creación, la naturaleza quedaba representada con reminiscencias antiguas, evidentemente bajo criterios, dudas y polémicas clasificatorias al uso, pero también con un formato nuevo: abierto al público. En ese espacio de historia natural se encerraba la ilusión de construir memoria e identidad colectivas.
 
         No olvidemos que siglos antes, en Europa, las cámaras de tesoros, los studiolos italianos y los gabinetes o armarios de maravillas fueron lugares enigmáticos donde se custodiaba, para deleite de unos pocos privilegiados, una amplísima variedad de objetos que incluía desde animales y plantas, hasta bezoares o grabados. Esos espacios se desarrollaron con los viajes de exploración, en un afán de aglutinar todos aquellos elementos (naturalia, artificialia, mirabilia…) de procedencia diversa, fundamentalmente dádivas que se traían en las travesías de retorno desde las nuevas tierras y que ofrecían los navegantes a príncipes y monarcas, patrocinadores por lo general de estas aventuras. Dichos viajes abrieron al conocimiento de la Vieja Europa, fauna, flora o gea desconocidas, que cautivaron por sus formas y utilidad. Cuando dichas campañas de exploración avanzaron de manera fulgurante, el afán coleccionista amplió sus fronteras y se extendió a viajeros y comerciantes.
 
Hagamos algo de historia
 
          Según Jullien (1987), en una cueva de Montpellier (Francia) fue hallado el primer indicio de una colección. Se desconocen los motivos que impulsaron a un homínido a reunir -de forma concreta- unos minerales, pero lo cierto es que el afán de guardar piezas ha estado relacionado siempre con la historia de la Humanidad. Y desde el rinoceronte que le regalaron al rey D. Manuel I (y que él a su vez envió al papa León X y acabó siendo muy famoso por pintarlo Durero) hasta el elefante de Luis XIV, pocos fueron los mecenas y reyes que no se rodearon  de animales, plantas y piedras que, en aquellos tiempos, no solo expresaban la riqueza del mundo, también el poder de quien los atesoraba. Ya en la ciudad que fundara el Gran Alejandro, el Museo albergó colecciones zoológicas, convirtiéndose en un núcleo del saber importante, que Calvo Serraller (1996) en su trabajo “El museo: historia, memoria y olvido”, publicado en la Revista de Occidente, describe de la siguiente forma:
 
          “…Se trataba de un lugar privilegiado, en el que se reunía todo lo concerniente al saber y la investigación, pero donde había al tiempo un parque zoológico, salas de disección, múltiples jardines, pórticos, exedras, estatuas…es decir, todo lo que se necesitaba para el estudio o discusión en un ambiente selecto y agradable…”
 
          Durante el Medievo, el interés por lo natural tuvo un componente visual, táctil, emblemático y alegórico (pensemos en bestiarios y lapidarios). Las cámaras de tesoros de catedrales disponían de secciones donde minerales, huevos, colmillos, huesos atribuidos a gigantes, meteoritos, y toda una serie de apéndices mágicos -cuernos de unicornios- que hoy sabemos pertenecen a rinocerontes y narvales eran importantes objetos de culto. Algunas piezas de estas cámaras de tesoros engrosaron más tarde -ya secularizadas- los gabinetes de maravillas (Morán & Checa, 1985).
 
          Con los primeros viajes de exploración y desde los nuevos enclaves conocidos, que ya no son tierra ignota, llegaron plumas variopintas, aves exóticas, adornos de jefes indígenas que pasaron a formar parte de esa amalgama de piezas que despertaron interés (caso de la reina Isabel la Católica que se mostró entusiasmada con la colección de loros que le ofreció el Almirante Cristóbal Colón al regreso del primer viaje) junto con semillas, frutos o plantas completas. Los vegetales en principio -en los primeros viajes- se trasladaron en vivo, hasta que en el siglo XVI, desarrolladas  técnicas específicas de prensado, se hace en seco. Precisamente es el estudioso de la Universidad de Bolonia, Luca Ghini quien perfecciona estos protocolos de secado y mantenimiento de especies (Arber, 1970). Las plantas que llegaron a Europa formaron parte de jardines y de herbarios (lo que posibilitó intercambios entre expertos para consulta y mayor difusión del conocimiento de esta disciplina). El primer herbario de plantas medicinales (chambre de simples) en Europa lo crea, en 1533, el médico Francesco Bonafede, que luego anexionado a la Universidad de Padua, en 1545, se constituye como primer Jardín Botánico del Viejo Mundo.
 
Sobre studiolos del Renacimiento
 
          En la Italia del Renacimiento, las cámaras de maravillas, studiolos, fueron el refugio del intelectual de la época. Destacamos el que poseía Isabel de Este en Mantua (en el palacio de su esposo Francesco Gonzaga) con una importante representación de piezas de ciencias naturales. Esta dama, apasionada coleccionista, reúne entre 1519 y 1525 junto a su galería de arte, una variopinta naturalia donde destacaban corales, ámbar diverso y cristales. Su hijo, Federico II, remoza las colecciones de su madre, incrementándolas con nuevas incorporaciones (bellísimos corales rojos y blancos, calcedonias, conchas marinas, cuernos de unicornios o dientes de peces por citar solo algunos elementos…). Señalar también el studiolo que poseía Francesco I, sito en el Palazzo Vecchio de Florencia, que escondía junto a ejemplares de flora, fauna y gea, maravillosas obras de arte para deleite personal del príncipe y sus enigmáticas prácticas alquímicas. Muchas de estas obras de arte presentan vinculaciones con la naturaleza, caso de los cuadros “La recolección del ámbar” del pintor Giovanni Battista Naldini  o “Pescadores de perlas” de Alessandro Allori. Naturalia y artificialia mezcladas, solapadas de forma intensa. Estos representantes de la colección del studiolo se hallan impregnados de las características del manierismo: lo precioso, exótico y raro.
 
Necesidad de ordenar y clasificar
 
          Hay que tener en cuenta que por entonces se reunía todo tipo de piezas, minerales, animales, algas, plantas, espadas, dientes, instrumentos, monedas, bezoares de origen fisiológico, libros, cuadros, mapas, meteoritos, olifantes, grabados, fetos, gea, fósiles, colmillos, huesos…Además los términos que se utilizaban por Europa eran variados: studiolo, camarín, armario, galería, wunderkammer, aludiendo precisamente  a colecciones privadas de naturalia o artificialia.
 
          Allá por el siglo XVI, con las colecciones proliferando por el Viejo Continente, el médico flamenco Samuel Quicheberg (siglo XVI), autor de Teatrum sapientiae (1565, Munich), propone la primera clasificación de objetos, es decir, el primer tratado de museología,  distinguiendo: “naturalia, artificialia, mirabilia, exotica, bibliotheca y scientifica.”
 
          Para tener una idea de la expansión de las colecciones, en ese tiempo, baste señalar que, entre 1556 y 1560, el holandés Hubert Goltzius relacionó novecientas sesenta y ocho de las que tuvo información -que conoció- en los Países Bajos, Alemania, Austria, Suiza, Francia e Italia. De las italianas destacamos la de Ulisse Aldrovandi (1522-1605) que logró reunir en su Gabinete (Palazzo Poggi, Bolonia) hasta 20.000 piezas y escribió importantes tratados, como el Libro de los monstruos. También Athanasius Kircher, jesuita alemán, políglota, viajero, traductor de once idiomas, escritor, inventor. Gracias a sus contactos con la Compañía de Jesús, logró aglutinar un amplio número de objetos de lugares lejanos, tan decisivos en aquella etapa que formaron parte del Museo Kircheriano (Colegio Romano), elemento docente de relevancia. Otro gabinete de interés localizado muy al norte de Europa, fue el del Dr. Ole Worm (1588-1655), ubicado en Dinamarca, conocido como Museo Wormiano, cuyas piezas se incorporaron al Gabinete de curiosidades danés (rey Federico III), que se dispersó en 1825. Parte de este legado ha conformado el actual Museo de Historia Natural de Copenhague (González Bueno & Baratas Díaz, 2013).
 
El especial caso de España
 
          El concepto de wunderkammer aparece planteado en tiempos de Felipe II. Monarca apasionado por las plantas medicinales y las especias, el Prudente se convirtió en el coleccionista por excelencia. En septiembre de 1570 patrocinó la expedición de Francisco Hernández a la Nueva España, proyecto que culminó a los siete años con el regreso del científico (protomédico), cargado de escritos, plantas vivas, semillas y dibujos que se depositaron en El Escorial y -lamentablemente- fueron pasto de las llamas del incendio que, años después, devoró una parte del edificio (1671). Afortunadamente, algunos de los 38 volúmenes de esta expedición habían sido llevados previamente a Italia por el napolitano Nardo Recchi y publicados posteriormente por una academia italiana (Kamen, 2009).
 
          Felipe II mostró interés por articular en el microcosmos de la Biblioteca y en su wunderkammer particular los estudios de más arraigo en la mentalidad de finales del XVI. Al Escorial llegaron como presentes de embajadores de lugares lejanos: huesos de ballena, rinocerontes, elefantes o pellejos de armadillos, entre otros exotismos que causaban admiración por entonces. También grabados, libros raros, monedas, mapas, olifantes, bezoares, cuernos de unicornios…
 
          De esa etapa cabe destacar un Jardín y Gabinete interesante, el de Argote de Molina en Sevilla. Argote, peculiar y controvertido personaje, vinculado en una etapa de su vida con Canarias (recordemos que casó con una hija del marqués de Lanzarote y  murió enajenado en el Hospital de San Martín de Las Palmas de Gran Canaria) fue visitado para asesoramiento (según Pardo Tomás, 2006) por el propio rey Felipe II (de incógnito) unos meses antes de que diera orden del inicio de la expedición de Francisco Hernández (septiembre de 1570).
 
          Más tardío en tiempo, ya con Felipe IV en el trono, aunque igual de interesante, es el conocido como Gabinete Lastanosa (1607-1681). Vincencio Juan de Lastanosa fue un noble aragonés que mantenía en Huesca, además del gabinete, un laboratorio alquímico y un jardín botánico. Amigo de Baltasar Gracián, mantuvo una curiosa e interesante relación epistolar (hasta siete cartas llegó a escribirle) con Athanasius Kircher (antes señalado) en las que le pedía piezas y libros. Francisco de Quevedo dedicó al coleccionista aragonés unas sentidas palabras en su obra La fortuna con seso, diciendo de él… “su famosa biblioteca, depósito de curiosidades y maravillas…” Recordemos la exposición “Vincencio Juan de Lastanosa: la pasión de saber” que organizó, en 2007, el Instituto de Estudios aragoneses.  Por entonces (siglo XVII) alcanzó tanta fama que un verso muy popular expresaba…”quien no conoce el gabinete Lastanosa, no ha visto gran cosa…”
 
¿Qué papel jugaron los monarcas en estos gabinetes?
 
          Hay que decir que por entonces en torno a ese siglo las wunderkammer más perfectas había que localizarlas en Centroeuropa. Un ejemplo sería la Cámara de maravillas de Ambras (Innsbruck, Austria) del archiduque Fernando (primo y contemporáneo de Felipe II).
 
          También la de su sobrino, Rodolfo II, que organizó en su castillo de Praga otro importante gabinete de maravillas, donde se incluían los lusus naturae, y ya se ubicaban testimonios de las modernas ciencias naturales que -poco a poco- se iban afirmando: instrumentos y todo tipo de aparatos, caso de anteojos, globos o cuadrantes. El zar Pedro de Rusia o su sucesora Catalina la Grande impulsaron asimismo el coleccionismo. En el caso del primero destacar su naturalia, muy importante, cuya afición fue objeto, entre marzo a septiembre de 2013, de una exposición temporal en Amsterdam (Holanda), bajo el título “Pedro el grande: el zar inspirado.”
 
Europa ávida coleccionista
 
          Las colecciones de la Europa del siglo XVII destacan sobre todo en los Países Bajos. A los puertos de Amsterdam y Rotterdam llegaban navíos cargados de exhaustos animales, plantas, sobre todo árboles para la obtención de maderas de diversas clases, destinadas a los Luthiers de la época, como quedaron reflejados en las obras pictóricas de los maestros flamencos. Respecto a los abundantes gabinetes de naturalia flamencos, sobresalen los de boticarios cuyas trastiendas presentaban habitáculos que guardaban piezas de todo origen y procedencia. Caso de Alberto Seba (1665-1736), cuyo Gabinete de curiosidades naturales, uno de los mayores logros de la historia natural del periodo XVII-XVIII, acabó siendo adquirido por el zar Pedro. También el de Levinus Vincent, que se dispersó allá por 1778.
 
          El coleccionismo crecía con tal magnitud por entonces que algunos de los dueños de colecciones se vieron en la necesidad de contratar personal que, no solo cuidase, también catalogase las mismas. Surge así la figura del responsable de la colección o conservador, un puesto muy vinculado al staff de los Museos en la actualidad. También hay una segregación notoria entre los naturalia y artificialia, las diferentes colecciones se especializan (se separan), poniendo fin al anhelo renacentista de reunir en un único espacio la naturaleza y el arte.
 
          Algunas importantes colecciones particulares en el siglo XVIII son la de Elías Ashmole que originará el Museo de Zoología de Oxford. También la del curioso y excéntrico Sir Hans Sloane cuya colección, que ocupaba casi once salones de su casa londinense, fue germen del Museo Británico.
 
          En el siglo XVIII, principios del XIX, los periplos de franceses e ingleses marcan un punto de interés. Algunos de los grandes viajes, caso del capitán Baudin, capitán Cook o bien las campañas organizadas más adelante (principios del XIX) por Napoleón a La Nouvelle Hollande, (algunas de las cuales hicieron escala en Tenerife) traen a Europa infinidad de piezas variadas, corales, perlas, plantas, adornos de indígenas, animales como canguros (nunca vistos hasta entonces) destinadas a Museos y colecciones.
 
          La efervescencia por el coleccionismo en naturalia fue tal, por entonces, que algunos dejaban de interesarse por otras disciplinas, como la experimentación en física. Recordemos la disertación que llegó a dirigir un famoso pensador ante un grupo de amigos:
 
          “… Señores se prefieren los gabinetes de naturalia a las grandes bibliotecas. En la actualidad la naturaleza ocupa más público que la física experimental… ¿Llegará el día en que acabe su reinado…?”
(Diderot,  1763).
 
          Aunque a la vista de los acontecimientos actuales, me atrevo a expresar que no ha sido así. El siglo XVIII fue el siglo del cambio, de importancia para la constitución de los grandes museos públicos. Algunos responsables fueron los enciclopedistas, pero otras circunstancias se añadieron: excavaciones arqueológicas, importancia de las Academias y las Sociedades científicas. Esta transformación se aprecia en diversos aspectos y la sociedad, racional y viajera, que realiza Le Grand Tour, prefiere coleccionar objetos estéticamente agradables, frente a lo aberrante y, en ocasiones, teratológico y extraño de aquellos gabinetes de maravillas arcaicos que gustaban custodiar fetos o cadáveres (lusus naturae del zar Pedro o del emperador Rodolfo).
 
          The British Museum (1753) o Le Muséum National d’Histoire Naturelle (junio de 1793) (cuyo origen había que buscarlo en el  Jardin du Roi y el château colindante) abren sus puertas. Esta etapa además coincide con el momento de difusión de los trabajos de clasificación de Carlos Linneo. La idea de otorgar al pueblo el disfrute de bienes de naturalia y artificialia, que ya se hallan en dos grupos diferentes de museos, se extiende por Europa, aunque no puede decirse de manera general que igual para todos. Merece especial atención el papel de los museos austriacos, cuando el emperador Francisco Esteban (esposo de María Teresa) adquiere, en el año 1748, un importante gabinete de maravillas, el de Johan von Baillou, al que anexiona los naturalia de todo el imperio. Se plantea entonces la necesidad de construir ex profeso un Museo (el actual edificio) como contenedor adecuado, que el emperador Francisco José encarga (años después) junto al de Arte (situado enfrente), dominando ambos en la majestuosa plaza de María Teresa en la capital austriaca. El Museo de Ciencias Naturales de Viena se inaugura el 10 de agosto de 1889.
 
          Según Rivière (1993), desde finales del XVIII los museos como instituciones culturales -ya de masas, aunque con limitaciones- forman parte de la vida cotidiana de los ciudadanos. Las coronas europeas en el Siglo de las Luces asumen no solo su promoción, también su custodia y popularización.
 
          Sin embargo, el caso de España fue diferente. Si bien Felipe V ordenó la creación de un Gabinete de Curiosidades en la Real Biblioteca de Palacio (año 1716), que después del incendio  del Alcázar (1734) se traslada al Buen Retiro, no fue hasta 1752, cuando el marino y naturalista Antonio de Ulloa, apoyado por el marqués de la Ensenada, presenta a Fernando VI un proyecto llamado “Estudio y Gabinete de Historia Natural”, conocido cariñosamente por la Casa de la Geografía (con diversas ubicaciones en Madrid) que, inicialmente bien recibido, acabó languideciendo. Proyecto que, con colaboración de la Armada,  intentaba dinamizar la actividad científica en la península después del regreso de la misión geodésica en Quito. Porque no debemos ignorar que mientras el resto de las naciones europeas contaba con gabinetes  y colecciones privadas y reales, asociadas a las academias científicas o al patrocinio de algún soberano ilustrado, en España no había ni lo uno ni lo otro (Pimentel, op. cit.). El Museo de Zoología de Oxford, gabinetes italianos y centroeuropeos llevaban medio siglo promoviendo estudios. Funcionaba el British Museum (1753) y el Museo de Historia Natural del Jardin des Plantes, en París, recibía  1.500 personas al día. El gabinete del zar Pedro llevaba abierto cuatro décadas en San Petersburgo. El gran duque de Toscana, Francisco I, hacía dos siglos que había convertido su “studiolo en la Galería de los Uffizi, por citar solo algunos ejemplos. Recordemos además que sabios y curiosos que viajaban por las cortes europeas esperaban encontrar, en Madrid, un Jardín y un Gabinete suntuosos que no existían, “en su lugar había sombras”, según palabras de Celestino Mutis. Finalmente, Carlos III crea el Real Gabinete de Historia Natural, como señalé al principio, teniendo como base la colección del guayaquileño Pedro Franco Dávila, a quien nombró director del Gabinete -con derecho a vivienda- (una buhardilla con goteras) en las propias dependencias (el palacio Goyeneche o palacio del conde de Saceda), a cambio de la cesión (que no compra) de la misma, de acuerdo con los trabajos de Calatayud (1988). Según palabras del padre Flórez (agustino, coleccionista apasionado y preceptor de los hijos de Carlos III)…con la inauguración del Gabinete “por fin se introduce el gusto y cesa la barbarie…". En su apertura, aquel día lluvioso que menté al inicio, visitaron las diez salas doscientas personas (según reflejó el “Mercurio Histórico y Político” publicado por entonces) y días más tarde, el 21 de noviembre,  ya se agolpaban en sus puertas unas mil quinientas (Pimentel, 2003).
 
          El siglo XIX señala un cambio significativo en toda Europa, influyendo en otros motivos la Revolución industrial. Se realizan las Exposiciones Universales, se construyen contendedores para macro exposiciones temporales (caso de los Palacios de Cristal). Esto coincide con una apertura a la información (publicación de mayor número de periódicos, libros, revistas…). Las muestras que se realizan sobre novedades en ciencia y tecnología se desarrollan a pasos agigantados. 
 
          Pero ustedes se preguntarán ¿qué sucedía mientras tanto con los museos americanos? En el caso de estos museos, la evolución fue diferente a la observada para Europa. Así, mientras que el Museo de Alejandría, gabinetes de curiosidades y Revolución francesa explican –en cierta manera- los fundamentos de los museos europeos, al otro lado del Atlántico las cosas fueron distintas, y no solo en su génesis, también en funcionamiento (algo que se mantiene en la actualidad). Según Yves Bergeron, profesor de museología de la Universidad de Québec y toda una autoridad en la materia, la red de museos americanos nace a mediados del XIX con la independencia y afirmación de los nuevos estados, (Estados Unidos, Haití, Argentina, Venezuela, México, Costa Rica, Colombia, Brasil, República Dominicana y Cuba), siendo prioritarias las ciencias naturales. Piezas de geología, zoología, botánica o entomología son testigos de los primeros esfuerzos desplegados por los gobiernos para elaborar el inventario de los recursos naturales del Nuevo Mundo.
 
          Con el devenir de los tiempos, y de nuevo en Europa, a mediados del siglo XX se había perdido -en cierta manera- el interés por el estudio de las colecciones de historia natural, los museos dedicados al tema llevaban un camino agónico, una travesía lenta y algo fluctuante frente al auge, esplendor y mayor popularidad de los dedicados al Arte.
 
          Los taxónomos (identificadores de especies) eran considerados casi parias en una sociedad de investigadores donde primaban otras líneas de estudio (caso de la ecología). En opinión de Omedes (2005) “la conservación de algunas de las grandes colecciones en Museos se había convertido en un lastre, una empresa sin utilidad, una carga pesada e improductiva. Para solventar esta situación caótica, la mayor parte de las instituciones inicia un programa de exposiciones temporales sobre temas científicos  de actualidad y todo tipo de actividades educativas sobre el valor de la biodiversidad, término que empezó a usarse en aquellos momentos sin solución de continuidad...”
 
          En esos momentos se empezaba a discutir sobre cambio global, efecto invernadero, cambio climático, acidificación de las aguas… y se evidenciaba la importancia (yo diría el papel relevante) de los museos como núcleos de información sobre conservación de dicha biodiversidad. Según Omedes (op. cit.) y otros autores, las colecciones empiezan a recuperar su protagonismo como garantes para futuras generaciones. Los 6.500 museos de ciencias naturales que, aproximadamente, había en el mundo por entonces custodiaban 3.000 millones de ejemplares procedentes de expediciones o recolecciones locales. Las colecciones empiezan a valorarse como bibliotecas de ciencia, con implicación en todo tipo de investigaciones (algunas con importantes aplicaciones). Se crean algunas nuevas, inconcebibles hace 50 años, caso de las de ADN (bancos genéticos) presentes en casi todos los centros de vanguardia (existen en el Museo de la Naturaleza y el Hombre). Se aglutina información (bancos de datos homogéneos,  consultables a través de la red, caso del GBIF), haciendo accesible -vía digital- consultas sobre colecciones en numerosos lugares del Planeta de forma instantánea y simultánea.
 
          Y es que hoy en día nuevas exigencias se plantean a los responsables de los museos, inmersos en la sociedad de la información y la comunicación (se habla de aplicaciones para dispositivos móviles, influencia de las redes sociales: facebook, twitter, importancia del hashtag o del trending topic, agencias de noticias…). Es decir, lo inmediato frente al valor intrínseco y pausado del objeto (la pieza) depositario de una información que se pierde en la noche de los tiempos y que es absorbida continua, aunque de manera diferente, por cada visitante del museo.
 
          En relación a esto, uno de los asesores del ICOM, en reunión de la comunidad museística internacional celebrada en París, 19 de junio de 2009, se expresaba premonitoriamente de la siguiente manera: ”…la tecnología representa una de las grandes tendencias ineludibles, además se preguntaba ¿volverán los museos el día de mañana al concepto que se tenía de “museo vivo” lugar de expresión, de sociabilidad, de animación…?”
 
          En la actualidad reflexionamos ¿cuál ha sido su evolución en los últimos años desde aquellos conceptos -para algunos denostados- de simple exhibición de piezas en vitrinas seriadas o escenificaciones de hábitats, conocidas como dioramas? Recordemos que fueron muy populares en los años cincuenta del siglo XX en Europa e incluso vigentes aún en algunos museos americanos ¿Tiene importancia en la actualidad el coleccionismo? ¿hay que mostrar al público todo lo que se custodia en almacenes? ¿qué prefiere el visitante? A todas estas preguntas y muchas más intentamos responder en el día a día, repasando los errores cometidos, también los aciertos a lo largo de años de trabajo y experiencia.
 
          Se observa además una tendencia actual a mezclar disciplinas, solapamiento que crea una visión del conocimiento, no estanco sino multidisciplinar, que permite concebir una nueva forma de actuar y de comprender el mundo que nos rodea, diferente a la que hasta ahora hemos percibido, científica-humanística-artística.
 
          Esto se observa en exposiciones innovadoras y de vanguardia, sinceramente inconcebibles hace pocos años atrás. Por ejemplo: “Historias Naturales” del Museo del Prado y el Museo de Ciencias Naturales de Madrid (inaugurada a finales del 2013); “Naturalezas ilustradas la Colección van Berkhey” del Museo Nacional de Ciencias Naturales. “Salvadoriana”, en relación a un antiguo gabinete de maravillas, organizada por el Museo de Zoología de Barcelona. “La Nuit” (Museo de Ciencias Naturales de París) que aglutina disciplinas variadas: astronomía, biología, etología, fisiología, antropología, neurología e incluso evoca el mundo imaginario de los miedos nocturnos.
 
          Además, los Museos deben ser considerados -de nuevo - lugares donde se convoque a la manera del legendario Museo de Alejandría, a todos aquellos que deseen cambiar impresiones sobre temáticas interesantes, con moderadores rigurosos y respetuosos. En ese sentido, apoyamos debates en el Museo,  donde público variopinto encuentre un lugar al que acudir para conocer, intervenir o discutir con expertos en distintas materias, temas que le resulten especialmente atractivos, por estar de actualidad en medios de comunicación, tener repercusión social o ser descubrimientos de notable resonancia. Jornadas sobre temáticas curiosas y arriesgadas como “Criptobiología en la sociedad de las nuevas tecnologías: desilusiones… ¿validaciones?” (Museo de la Naturaleza y el Hombre, octubre de 2014).
 
          Precisamente si tomamos como referencia dicho Centro, el Museo de la Naturaleza y El Hombre, hemos de decir que este complejo museístico, perteneciente al Organismo Autónomo de Museos del Cabildo de Tenerife, se halla ubicado en el Antiguo Hospital Civil, engloba a los museos de Ciencias Naturales, Arqueológico, así como al Instituto de Bioantropología y dispone de  certificado de accesibilidad europea.
 
          Desde aquellos arcaicos gabinetes, recordemos por ejemplo el llamado Museo Casilda, inaugurado en 1840, proyecto emprendido por D. Sebastián Pérez (el de Casilda) que inició una colección cuyos primeros fondos fueron los de D. Juan de Meglioriny y Spínola, militar del regimiento de Ultonia que tenía en su casa del barrio del Toscal (Santa Cruz de Tenerife) un gabinete de curiosidades (década de los años veinte del siglo XIX). Esta colección muy visitada por todos los que hacían escala en Tenerife (caso entre otros del francés d’Urville) fue adquirida por D. Sebastián en 1837 (subasta con aviso hecho público en el periódico El Atlante).  
 
          A la muerte de D. Sebastián, la Colección Casilda por una serie de avatares se alejó de Canarias, a pesar de los intentos de varias personas e instituciones (D. Manuel de Ossuna en nombre del Instituto de Canarias; Dr. Chil y Naranjo y el propio Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife), y el desasosiego general, como bien expresó un anónimo comunicante en un Boletín fechado en 1899 de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de La Laguna. Además señalar el Museo (Gabinete) Villa Benítez (1874) que el erudito D. Anselmo J. Benítez funda con minerales, grabados, objetos artísticos y arqueológicos y que luego pasarían al Museo del Cabildo Insular de Tenerife.
 
          Asimismo el Gabinete Científico de D. Juan Bethencourt Alfonso. Un Gabinete que nace (septiembre de 1877) como anexo al Establecimiento de Segunda Enseñanza de Santa Cruz de Tenerife y cuyo reglamento especificaba que su principal objetivo era…”el estudio de la ciencia natural…y el del archipiélago canario bajo este punto de vista…”  El óbito de D. Juan Bethencourt hizo que una parte de las colecciones pasaran al Museo Arqueológico y de Historia Natural de Santa Cruz de Tenerife, fundado el 31 de diciembre de 1902. Estas antiguas colecciones mencionadas, en todo o parte, conformaron el sustrato sobre el que el Cabildo de Tenerife crea los Museos de Ciencias Naturales y Arqueológico y, ya en 1990, el Organismo Autónomo de Museos, que ha ido incorporando algunos más. Pero no debemos olvidar otros Gabinetes, caso del Instituto de Canarias (hoy Cabrera Pinto), la Casa Ossuna… En la isla de Gran Canaria, el Museo Canario (1880) a cuya cabeza estaba el Dr. Chil y Naranjo, que pasó a  convertirse en institución emblemática y en la isla de La Palma, laCosmológica. Desde esos gabinetes que rememoramos con cariño y respeto, donde las colecciones se situaban algo caóticas, siguiendo la usanza decimonónica, aunque bajo el cuidado, estudio y  trabajo, siempre diligente de sabios -que hemos señalado- hasta el momento actual, ubicadas en un continente (edificio) adecuado (adaptado arquitectónica y museográficamente) y expuestas de modo divulgativo y ameno…algo ha cambiado. Tal y como estamos expresando aquellos vinculados al mundo de la cultura museística, los centros exhiben hoy en día conforme a un discurso moderno y gran rigor científico, apoyados por diseños novedosos que permiten simultanear deleite y aprendizaje, numerosos conceptos sobre ciencia. Resultado de labor de años, constante, meticulosa, incluso peligrosa (recolecciones complejas y usos de productos de alta toxicidad), en ocasiones desconocida para el gran público. Labor que lleva a cabo un equipo de profesionales conservadores, técnicos, taxidermistas, didactas, diseñadores, administración, mantenimiento, preparadores… toda suerte de especialistas que –entre bambalinas-, permítanme que use esta expresión que tanto nos gusta a los del gremio, se hallan en constante gestión de ideas para talleres, exposiciones, ciclos de conferencias, campañas de recolección, expediciones, participando en proyectos de investigación locales, regionales, nacionales e internacionales -algunos de gran envergadura-, caso de “Vulcano” (“Volcanic eruption at El Hierro island. Sensitivity and recovery of the marine ecosistema”), financiado por la Comisión Interministerial de Ciencia y Tecnología;  “Cronos" (Congreso Internacional de Momias) que lideró el MAT; "Plinio" (Seminario Internacional de Historia Natural de la Macaronesia) o “Cueva del Viento” por citar solo algunos. Realizando protocolos complejos de conservación de colecciones (cientos de miles de registros …) que se actualizan con frecuencia. Elaborando material didáctico adaptado a edades y programas educativos. Editando revistas, caso de Canarias Arqueológica, Vieraea, Makaronesia o Aula M, (especializadas o de divulgación). Gestando exposiciones como "Pequeños gigantes del mar" (2002) con financiación nacional; “El Museo fabulado" (noviembre de 2011), "La peste. El cuarto jinete. Epidemias históricas y su repercusión en Tenerife” (2013); “Bioderivas"(finales de 2013). También una de las últimas muestras, recientemente clausurada, “Hogar, dulce hogar “ (mayo-septiembre de 2014). Asimismo coordinando distintos tipos de actividades: curso de “Ilustración científica en Ciencias Naturales”; curso de “Antropología Forense”, especialmente dirigido a cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado; “Evolución…algo más que Darwin”, dentro de “Detectives de la Naturaleza” que iniciará el próximo año (2016) su sexta andadura, siempre con éxito de público. Eventos multidisciplinarios como “Naturajazz” o “Musagadir”, donde humanidades, arte y ciencia aparecen fusionadas, rememorando aquellas palabras que pronunció el ilustrado del XVIII, mentado al inicio, y que fueron grabadas para la posteridad en las paredes rocosas de un arcaico palacete…”Ciencia y arte bajo el mismo techo para utilidad pública (Carolus III Rex Naturam et Artem sub Uno Tecto in publicam utilitatem consociavit”).Y es que nos mueve ser útiles a la sociedad, una sociedad que anhelamos descubra que no hace falta ir lejos porque -en ocasiones- lo original y seductor del conocimiento está muy cerca, en la calle anexa a nuestra casa, en el centro de la ciudad o en las afueras. Por ello, creemos que quizá el “modus operandi”, debe facilitar el  transmitir ese conocimiento, que se pueda comprender mejor y por ende respetar más toda la amalgama de información que supone nuestro trabajo, demasiadas cuestiones para quizá –en ocasiones- incomprensibles respuestas. Y aunque traducir ciencia (sobre todo de algunas especialidades) a un lenguaje sencillo, a distintos niveles, es una obligación de los que ocupamos puestos relacionados con el mundo de la cultura, es una tarea no exenta de dificultad.
 
          Quizá la clave esté en recordar lo que comentaba Diderot en el “Supplément au voyage de Bougainville”, 1796, en relación al libro Viaje alrededor del mundo, que había escrito L. A. de Bougainville años antes: “…su estilo es sin afectación, el tono requerido: sencillez, claridad y conocimiento del lenguaje marinero…” (en nuestro caso equivalente a especializado). También lo que ha expresado Omedes (2005) “…los museos deben incitar a la curiosidad y promover el aprendizaje de los visitantes de todas las edades. Documentar y respaldar actividades que potencien el conocimiento de la biodiversidad y pluralismo cultural, impulsen el desarrollo sostenible y el respeto y protección de nuestro entorno.”
 
          Para finalizar, me gustaría hacer una dedicatoria sentida a profesionales de Museos. A su excelente preparación especializada unen una pasión por su labor cotidiana que realizan siempre afables, prestos a atender a los que se acercan a los Museos, nuestra Casa -así la llamamos. Y como decía un coleccionista del siglo XVI, enamorado -como nosotros - de su trabajo “…en este, nuestro pequeño mundo de natura, tenemos todo el día reunidos y puestos ante nuestros ojos aquello digno de ser comprendido y estudiado, no solo mediante objetos reales, también  otros copiados del natural…lo cual nos hace felices.”
 
          Mundos de natura, incluidos en unos espacios, los Museos, que como bien expresa el profesor Yves Bergeron de la Universidad de Québec “… se han convertido en potentes símbolos arquitectónicos que marcan en el espacio valores comunes de todos los ciudadanos. Si bien son lugares de conservación de memoria colectiva, custodiando y divulgando patrimonio natural y cultural, también participan en la creación de esa memoria. Los museos expresan quiénes somos, y en este sentido se han convertido en lugares de encuentro, reunión, en definitiva, lugares de conciliación…”
 
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Bibliografía
 
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