El hallazgo

 
Por Fátima Hernández Martín  (Publicado en la página web de Museos de Tenerife el 27 de enero de 2017).
 
 
          La tomó delicadamente entre sus manos, separándola del resto de sus compañeras, para acabar depositándola -muy despacio- en un antiguo anaquel, que se apoyaba penosamente en una añosa pared centenaria, testigo de historias que se perdían en la noche de los tiempos. Hacía años (más de quince en concreto), cuando aún era un joven imberbe, que se preguntaba si llegaría el día en que la suerte no le volvería la espalda y lograría lo que tanto anhelaba desde que empezó a interesarse por el enigmático asunto…Emocionado y temeroso, sin poder respirar, un sudor frío recorrió su torso como el curso de un río buscando destino. Sin dilación comprobó que estaba solo, no había nadie en la estancia. 
 
          El hallazgo no podía ser descubierto, de momento, debía ocultarla hasta que estuviera completamente seguro, por eso tenía que actuar con celeridad. En su imaginación de hombre apasionado, elucubró sobre una hipotética equivocación. Si erraba, sería terrible, se veía a sí mismo condenado a vagar penosamente por pasillos y galerías, justificándose trágicamente con sus compañeros y siendo objeto de toda suerte de improperios y vehementes reprimendas por el error cometido. En ese estado de enajenación se hallaba, cuando volvió a mirarla, no de soslayo como en otras ocasiones, sino con detalle y precisión, fijamente, al igual que la primera vez, cuando la encontró camuflada, casi escondida, y la ilusión del descubrimiento había transformado su rostro enhiesto.
 
          Había sido consciente que la había soñado desde otrora, sí a ella, destacando de las demás, distinguiéndola sin contratiempos, atento a su peculiar imagen, algo diferente de las otras que -inertes- se encontraban ubicadas a su lado. Durante un instante rememoró los inicios de todo, las eternas horas vespertinas, silentes y agotadoras, que le parecían interminables mientras la buscaba a sabiendas que se hallaba en aquel lugar, sintiéndose acariciado por la tenue luz emanada por la ciudad que -a esas horas- solo quería dormir, mientras él -sigiloso y solitario- inmerso en aquel enclave de paredes amplias, techos altos y extraño olor- que todos habían abandonado minutos antes para regresar a sus casas con sus familias, actuaba según los planes previstos, encomendados de manera diligente, permisos especiales y órdenes estrictas.
 
          La miró de nuevo, era como la había imaginado, pequeña, frágil, con ojos negros y lánguidos que simulaban observarle también a él. Entonces, dubitativo, se preguntó qué nombre pondría a su pequeña…Y mientras buscaba la respuesta con entusiasmo de padre primerizo… ¿cómo su madre? ¿la bisabuela que había emigrado jovencita al Trópico, al mismo lugar de donde ella procedía? volvió a recordar con nostalgia aquel día -lluvioso y otoñal- en que visitó el Museo de Historia Natural y su vida había cambiado por completo…
 
 
Epílogo
 
          En su trabajo The Endangered Dead, publicado en la revista Nature, Kemp (2015) defiende la importancia de las colecciones biológicas (aves, insectos, reptiles, peces, fósiles, plantas…) custodiadas en museos de historia natural, en especial las más antiguas muchas de identificación inconclusa…” this is the repository of all life that we know has existed…”. Ahí pueden hallarse ocultas, entre millones de individuos, especies ignotas o incorrectamente determinadas, pero de gran valor biológico. En dicho trabajo, también alaba el papel de los conservadores (curators o curadores como también se les designa) y cuyo estudio y cuidado de las mismas es fundamental. Según Kemp (op. cit.) los miembros de equipos científicos de museos de ciencias naturales han considerado -recientemente- la dificultad de identificar ciertas especies, lo han llamado impedimento taxonómico, señalando en especial el lag time (retraso temporal), etapa que transcurre desde que una especie es descubierta en su ambiente original (marino, terrestre o dulceacuícola) y depositada en museos en lista de espera para estudio detallado, hasta que se describe (y por ende se publica en revistas especializadas para conocimiento de la comunidad científica).
 
esqueleto
 
          Este periodo, en función de variadas y lógicas circunstancias, puede llegar a prolongarse hasta veinte años para animales (Fontaine et al., 2012, fide Kemp, 2015) e incluso cincuenta en vegetales (Bebber et al., 2010). Mientras, especies nonatas (olvidadas, sin nombre aún) languidecen inadvertidas en los almacenes de museos... Este lag time se incrementará -peligrosamente- si los staffs de museos no tienen en cuenta la importancia de ampliar equipos para investigar sus colecciones. De hecho, según Kemp (2015) existen casos de descubrimientos de interesantes especies (no inventariadas por la ciencia o nuevas para un territorio concreto) cuyo lag time había sido más de cien años (caso de algunos centros americanos). Por ello, estudiar e identificar especímenes de antiguas colecciones, algunas donadas por particulares (miles de ejemplares en algunos casos) al tiempo que las de ingreso reciente por proyectos de vanguardia, según Kemp (2015), es algo fundamental…”we are in the middle of a biodiversity crisis, and collections-based institutions have a unique role in society to document that biodiversity…”.
 
         En la mencionada publicación, un alto cargo del American Museum of Natural History afirma que no debemos olvidar (frente a educación y entretenimiento, muy necesarios e importantes) el papel prioritario de los departamentos científicos y es que en los museos de ciencias naturales se desarrollan cada día -mientras se estudian, catalogan e informatizan sus valiosas colecciones- apasionantes novelas de misterios, eso sí, siempre con final feliz…  
 
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