Atalayas y atalayeros en las Islas Canarias

 
Por Miguel Ángel Noriega Agüero  (Publicado en El Día / La Prensa el 8 de octubre de 2016).
 
El avistamiento desde las cumbres canarias clave en la defensa militar de las islas a lo largo de su historia
 
 
          Hasta hace algo más de un siglo, el avistamiento directo al horizonte o tierras visibles más lejanas suponía el primero de los episodios de la defensa de un territorio. Así, oteando a simple vista y/o por medio de catalejos, telescopios, gemelos o binoculares (según el lugar y la tecnología del momento) se tenía conocimiento de la llegada del enemigo a una región, fuera esta insular o continental. Durante varios milenios el ser humano utilizó, pues, la observación visual directa como principal medio receptor de información, siendo acompañada esta de la posterior transmisión de ese aviso o advertencia a un emplazamiento de mando o guardia a través de diversas maneras, fundamentalmente señales de humo, fuego, banderas/banderolas, silbos o espejos, según el momento del día. De esta manera, a lo largo de la historia en todas las regiones del planeta fueron establecidos vigías o centinelas en puntos estratégicos, dotados siempre de una gran cuenca visual, como garantes de defensa de ese territorio ante posibles ataques, invasiones o desembarcos de enemigos o adversarios. Estos emplazamientos solían estar ligados al relieve y, en la mayor parte de los casos, se trataban de cumbres, cerros, promontorios, cimas, crestas y lomos; atalayas, en definitiva, en donde desarrollaron su misión, durante interminables jornadas, los atalayeros que las ocupaban. 
 
          Nuestro país ha sido testigo de este hecho a lo largo de la historia. Durante la Reconquista cientos de atalayas, tanto de origen musulmán como cristiano, fueron establecidas por las montañas de la Península Ibérica. En la sierra de Guadarrama, en la cuenca soriana del Duero, en la pacense Tierra de Barros o en las montañas gaditanas, por citar alguna zonas. Muchas de estas atalayas siguen conservando hoy en día pequeñas fortificaciones que atestiguan la presencia de esos vigías y sus cometidos en aquellos siglos de batallas peninsulares. En las costas mediterráneas fueron numerosos los emplazamientos de guardia y centinela, por citar algunos: los establecidos en el litoral cartagenero o la modesta torre de vigía en la isla de Espalmador (Formentera). Lo mismo ocurrió en el Cantábrico, donde se sabe de la presencia de atalayeros en las cercanías costeras de puertos como Laredo, Llanes, Tazones, Orio, Castro-Urdiales, Luarca y Comillas, entre otros muchos. De estos últimos se tiene constancia de, además del uso militar de estos lugares, la observación de ballenas y otros cetáceos, para fines pesqueros.
 
          Canarias no fue menos. El archipiélago, situado estratégicamente en el borde oriental del Atlántico, pero de paso obligado hacia o desde el Nuevo Mundo, el sur de África y el Índico, necesitó de este tipo de tareas de vigía, y bien que sirvieron. Veamos, isla a isla, algunas de las atalayas más destacadas de nuestra historia, marcadas por un nexo común: la presencia en ellas de atalayeros, que solían ser vecinos de la zona, además de milicianos, capaces y con buena vista y guarnecidos con casetas de madera o goros de piedra. Allí, cientos de canarios llevaron a cabo horas y horas de vigilancia de su tierra, sufriendo los fríos de la noche, la lluvia y el viento de los meses más gélidos, el sol justiciero del verano y, más aún, la melancólica y temida soledad del centinela. A todos ellos y a sus familias van dedicadas estas líneas.
 
 
Lanzarote
 
          Si bien, es a partir del XVIII  cuando se disponen de referencias documentales de establecimientos de vigía más o menos fijos en diversas montañas de la isla, que son los que citaré en líneas posteriores, podemos asegurar que gran parte de ellos, si no todos, fueron utilizados también en los siglos XVI y XVII. Estos lugares (Nota 1) son: Montaña de Femés, Montaña Blanca (entre Tías y San Bartolomé), Montaña de Tinamala (junto al núcleo de Guatiza), Montaña de Haría (conocida hoy en día como “La Atalaya”) y en lo alto del volcán de Guanapay, lugar donde se encuentra el castillo de Santa Bárbara, el principal de la isla, al que debían de llegar los avisos provenientes de cada atalaya (2).
 
          En 1793, el Teniente Coronel Juan Creagh, Gobernador Militar de Lanzarote, realiza un informe sobre la defensa de la isla para el entonces Comandante General de Canarias, el célebre General Antonio Gutiérrez. Respecto de las atalayas cita las ya comentadas e incluye dos nuevas: Peñas de Charche (Riscos de Famara) y Montaña Chiquita (Nazaret) (3). En 1805, el Ayudante Mayor del Regimiento de Milicias de Lanzarote, José Francisco de Armas y Betencourt, elabora el "Plan de Ataque y Defensa para la Isla de Lanzarote”, recordemos que esos momentos España estaba en guerra frente a Inglaterra. Se mencionan en él gran parte de las atalayas ya citadas, a las que se le añade la “Atalaya Grande”, situada en el hoy Mirador del Río. Se establece en ese Plan que los vigías han de ser vecinos de la zona, tras designación por parte de los Jueces Reales o Comandantes Militares de cada Regimiento, debiendo de guardar obediencia al personal militar, incluidos soldados y cabos. Se establecen como señales de alerta las llamaradas, luciendo tantas como buques fueran avistados. El aviso debía de llegar al Castillo de Santa Bárbara desde donde se lanzarían tres cañonazos y un fogonazo.
 
          En la isla, al igual que en otras, como ya veremos más adelante, fueron desplegados una serie de atalayeros en zonas de costa, sobre todo las playas, como lugares más propicios para posibles desembarcos. Entre ellas: Órzola, Arrieta, Ancones, Tiñosa, Famara, Berrugo y Papagayo.
 
 
Fuerteventura
 
          La llegada de berberiscos, piratas, corsarios y flotas extranjeras enemigas a la isla majorera obligó a levantar una serie de fortificaciones diseminadas por la costa, siempre protegiendo lugares estratégicos y de interés: Tostón y San Buenaventura, por ejemplo; además de los anteriores castillos “betancurianos” como fueron las torres de Lara, de Riche Roche y del Barranco de la Torre. Además, fueron distribuidos por diversos puntos elevados de la isla una serie de lugares de vigía. Pinto de la Rosa, autor de la que es sin duda la mayor y más maravillosa publicación versada en arquitectura defensiva militar en Canarias (4), nos cita algunos: Morro Juan Martín (costa meridional de Tarajalejo), Montaña Mantinga (Gran Tarajal), Montaña de la Torre (Caleta de Fuste), Montaña Tamanaire (Puerto Cabras), Montaña de Tertir (Tabladillo), Montaña Escanfangra (Corralejo) y Montaña Vitagora (Puerto de la Peña).
 
          Incluso en el vecino Islote de Lobos llegó a haber vigías temporales. El italiano Leonardo Torriani nos relata que “(...) los corsarios se detienen aquí muchos días, poniendo vigías encima de la montaña, y dejando las naves al ancla cerca de esta montaña, por no servir el puerto más que para lanchas y naves pequeñas” (5).
 
          Otra fuente extraordinaria que aporta información de atalayas y otros usos del territorio es la toponimia. Así, aún hoy en día permanecen vigentes nombres de varios enclaves que quizás pudieron ser igualmente establecimiento de centinelas. Así, tenemos la Atalaya Caracol (en Tarajalejo), la Atalaya del Risco Blanco (en la costa oeste de la isla), la Punta de la Atalaya (junto a Puerto del Rosario), la Montaña de la Atalaya de Hurianem (cercana a las dunas de Corralejo), la Atalaya del Risco Negro (al oeste de Tefía) y La Atalayita (aguas arriba de Pozo Negro). 
 
 
Gran Canaria
 
          De la isla grancanaria se tienen referencias documentales y cartográficas de atalayas repartidas por diversas zonas. Se sabe de ellas en las montañas de: Guía, Taliarte (entre las playas del Hombre y Melenara), Tirma, Veneguera, Gáldar y Santa Brígida. La toponimia aún lo recuerda con: el Pico de La Atalaya, como se denomina a la citada en Gáldar, y el barrio satauteño de “La Atalaya”. Pero las más célebres y documentadas son las que se emplazaron en La Isleta, fundamentales en la protección de la capital insular. 
 
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La Isleta y, en la cumbre, su atalaya
(Del plano "Ataque del corsario Drake a la Isla de Gran Canaria". Próspero Casola, 1595
 
          Existen referencias de estos puntos de vigía en diversos planos históricos de Las Palmas (6), además de en varias publicaciones ligadas a relatos de ataques enemigos a la isla. Así se sabe, gracias a ello, que al amanecer del 6 de octubre del año 1595 la atalaya de La Isleta anunció mediante hogueras y humo la llegada a la isla de varios galeones bajo el mando de Francis Drake (7). Al poco tiempo se transmitió el aviso de la atalaya al resto de la villa mediante un cañonazo (8). Unas horas más tarde, ya con los ingleses frente a la costa, se repelió el ataque, con cuatro decenas de bajas británicas y varias barcazas destrozadas. Drake dejó la isla, tomando rumbo al Caribe. Igualmente fueron avistadas por la atalaya de La Isleta las flotas del corsario francés Francois Leclerc, “Pata de Palo”, en su embestida a Las Palmas en 1553 (9) e igualmente las naves holandesas de Pieter van der Does, al comienzo del estío de 1599. Rumeu de Armas nos lo relata de la siguiente manera (10): “El sábado 26 de junio de 1599, al amanecer, los vigías de la atalaya de las Isletas divisaron la poderosa formación, que navegaba lentamente en dirección al puerto. Pocos minutos más tarde, de la montaña se elevaba una espesa columna de humo, que servía de aviso a los demás vigías y atalayas de la isla para prevenir a sus moradores del riesgo que la amenazaba y de la necesidad de empuñar las armas en su defensa.” Tres días después los holandeses tomarían la villa capitalina pero el 8 de julio siguiente dejan la isla, incapaces de poder tomarla en su totalidad.
 
 
Tenerife
 
          Tenerife contó con numerosos enclaves destinados a la vigilancia costera, repartidos por todas las zonas de isla. En el sur y sureste fueron utilizadas como atalayas algunos de los más singulares conos y roques volcánicos de la costa y las medianías (11): Guaza (ligada a la defensa de Adeje), Montaña Centinela y Montaña Gorda (en la comarca de Abona), la Montaña de Fasnia y la Montaña Grande o de Güímar. En la costa norte llegaron a existir dos atalayas, sitas en San Juan del Reparo e Icod, ligadas a la defensa de los puertos de Garachico y San Marcos respectivamente. En Acentejo hubo centinelas temporales en la Montaña de La Atalaya, sobre el barrio tacorontero de San Juan de Perales, y en las cumbres del cierre septentrional de la vega lagunera en La Atalaya, El Púlpito y La Bandera. Existen fuentes documentales que desde recién finalizada la conquista de la isla hacen mención a la necesidad de guardia y vigilancia costera, estableciéndose planes que determinaban los lugares, cometidos y tareas a llevar a cabo por esos centinelas. Así, por ejemplo se determinan las guardias de salud (destinadas a la vigilancia de la costa ante la llegada y desembarco de naves con tripulación portadora de fiebres, pestes y otras enfermedades infecciosas). Se conservan actas del Cabildo fechadas en marzo de 1523 que fijan la presencia de estos vigías en enclaves del litoral tinerfeño, como por ejemplo: Bufadero, Igueste de San Andrés, Las Galletas, Punta de Teno, Caleta de San Marcos, Roque Bermejo, etc.
Pero si hubo una zona de mayor presencia de vigías esa es la península de Anaga, destinados a la defensa de La Laguna y Santa Cruz de Tenerife, pero también con fines protectores del monte (frente a incendios y extracción ilegal de madera dedicada al contrabando) (12). Llegó a haber atalayeros de manera más o menos permanente en el tiempo en cumbres como la Mesa de Tejina (precisamente conocida de manera popular como “La Atalaya”), Tafada, El Sabinar e Igueste de San Andrés. Entre estas tres últimas se estableció una particular red de comunicación que conseguía llevar un aviso, mediante hogueras y banderas, desde Tafada (en lo alto de Chamorga y con visibilidad hacia el norte), hasta Santa Cruz, sirviendo las otras dos de “repetidoras”. Este hecho determinó que la atalaya iguestera (13) fuera considerada como la principal de la isla, estando en uso y manteniendo comunicación directa con el Castillo de San Cristóbal hasta mediados del XIX. 
 
          Precisamente esta atalaya jugó un papel clave en la defensa de la isla frente a dos de los ataques ingleses más célebres y recordados de la historia tinerfeña. La tarde del 5 noviembre de 1706, fue el vigía de esta quien alertó de la llegada de la flota de John Jennings (14) y el 19 de julio de 1797, Domingo Izquierdo, atalayero de Igueste, dio aviso del avistamiento de la escuadra de Nelson que unos días más tarde pretendiera sin éxito tomar la isla y cayendo derrotado a consecuencia de la Gesta del 25 de julio de 1797, liderada por el General Gutiérrez y protagonizada por cientos de isleños, tanto civiles como militares. 
 
          A finales del XIX este enclave cambió de uso y fue utilizado por la consignataria Hamilton & Cía. como posicionamiento de atalayeros para dar aviso al personal de esta empresa en el puerto de la próxima llegada de naves necesitadas de labores de carga y descarga de fletes. En lo alto de esta atalaya (hoy llamada “de los Ingleses”) trabajaron como vigías los vecinos de Igueste Agustín Gil y su hijo José, quienes residieron en esta cumbre, refugiados en una modesta caseta de madera, la friolera de 12 años (del 20 de septiembre de 1886 hasta finales de 1898), con una salario anual de 2.200 pesetas.
 
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Semáforo de Anaga en funcionamiento
 
          Mientras este uso comercial de la atalaya de Igueste se efectuaba en los últimos años del siglo XIX, comenzó a funcionar en esa misma montaña, pero a menor altitud, sobre el acantilado que cae al “Roquete”, el Semáforo de Anaga. Tras estudios para la localización del mismo comenzados a mediados de 1883, se empezó su construcción tres años después, entrando en uso el 4 de diciembre de 1895. En él desarrollaron sus tareas decenas de semaforistas (pertenecientes al Cuerpo de Suboficiales de la Armada) quienes hasta el año 1970, momento en que cesó su actividad y el edificio fue desalojado, residían allí con sus familias. Disponían de cable telegráfico, estación meteorológica y un enorme mástil que con un juego de bolas y banderas servía para comunicarse con los buques que transitaban frente a la costa sur de Anaga. Hoy en día, el edificio se encuentra en ruinas, vallado y con serio peligro de derrumbe. Lo que antaño fue una infraestructura puntera, única en Canarias a lo largo de la historia, actualmente presenta un triste aspecto de abandono y olvido. 
 
          Santa Cruz contó, además, con otras tres atalayas, estas ya más cercanas a la villa y el puerto. La de San Andrés (que efectuaba tareas de repetición de lo transmitido desde la de Igueste) y las de Ofra y Taco, situadas en lo alto de los conos volcánicos que forman ambas montañas. Estas dos tenían además la posibilidad de comunicarse con zonas del interior, principalmente La Laguna.
 
 
La Gomera
 
          La principal atalaya gomera estuvo establecida durante varios siglos en la Punta de San Cristóbal, en el entorno de donde hoy precisamente se encuentra el faro homónimo. Así lo atestigua cartografía histórica de la isla (15). Desde este enclave se tenía una excelente panorámica hacia las aguas al noreste, principal zona de llegada de buques enemigos, dando aviso a las guarniciones establecidas en la villa de San Sebastián y, con ello, protegiendo el puerto principal de la isla. Pero además se tiene constancia de otros puntos de vigía con centinelas establecidos en ellos en determinados momentos, como por ejemplo en la Montaña del Calvario (16), junto al núcleo de Alajeró, y en la Fortaleza de Chipude.
 
          De entre las referencias que destacan las labores ejercidas por las atalayas gomeras ante ataques enemigos podemos citar la llegada de la escuadra franco-portuguesa de Saint-Pasteur-Serrada: “(...) 28 de febrero de 1583, divisóse al amanecer desde las atalayas de la isla la escuadra enemiga, que se dirigía derecha al puerto, y no hubo tiempo sino el preciso para tocar alarma, concentrar las milicias con su artillería de campo y disponer la torre (...) para responder a la probable agresión con los certeros disparos de su artillería” (17). Décadas más tarde, los vigías de la villa gomera darían señal de alarma ante la llegada de la escuadra inglesa de Walter Raleigh, el día 28 de septiembre de 1617, y a mediados del siguiente siglo hicieron lo propio frente al ataque perpetrado por la flota de Charles Windham cuando este arribó frente a la isla colombina con dos navíos de línea y una fragata de guerra (18). Fue durante la noche del 29 de mayo de 1743 cuando las atalayas de Chipude y Vallehermoso avistaron los buques ingleses capitaneados por Windham, y al amanecer siguiente los vigías de la villa corroboraron la llegada, dando aviso al Castillo de los Remedios, desde donde se disparó un cañonazo como señal de rebato para las milicias. Tras ello vendrían horas de incesante cañoneo, que obligó a recular y huir a las tres naves de la Royal Navy inglesa (19)
 
 
La Palma
 
          La importancia comercial y marítima que La Palma ha tenido a lo largo de la historia es por todos conocida. Desde ya arrancado el siglo XVI era necesario proteger la isla frente a los ataques, saqueos y desembarcos enemigos, de los que la historia palmera, por desgracia, puede presumir. Así, se establecieron como atalayas dos enclaves con buena visibilidad y cercanos a Santa Cruz de la Palma: la Montaña de Tenagua (Puntallana), al norte y la del Risco de la Concepción (20), al sur. Más tarde se unieron a estas otras dos: en El Rosario (Barlovento) y en la Montaña de Siete Ojos (Puntallana) (21). En todas ellas “había tres guardas fijos a sueldo del Cabildo, y estaban obligados, siempre que fuesen divisadas más de tres velas juntas, a dar cuenta personal, por medio de uno de ellos, de sus pesquisas, así como a encender las hogueras acostumbradas para conocimiento de toda la isla” (22)
 
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Santa Cruz de La Palma desde el Risco de la Concepción. Al fondo la Montaña de Tenagua
 
          Fundamentalmente era vital la defensa de la costa este en donde se encuentra Santa Cruz y su puerto, pero también otras zonas litorales, como la Caleta de Izcaguan, la Punta de Santo Domingo, la Caleta de la Manga y el Porís de Don Pedro, en Garafía; El Ancón, en Puntallana; y Tazacorte y Puerto Naos, en la costa del valle de Aridane, por citar algunas otros fondeaderos y embarcaderos. Para el avistamiento de aguas septentrionales se tienen referencias de atalayas en las montañas de: Matos (Puntagorda), Fernando Porto y la Centinela (Garafía), así como en las de La Galga y el Loral (Puntallana) (23).
 
          Relacionadas con algunas de las varias ofensivas que sufrió la isla, existen referencias de participación de los vigías dando aviso de la llegada de flotas no deseadas. Así, uno de los ataques más célebres y recordados que sufrió “la isla bonita” fue el perpetrado por el corsario Francis Drake en el otoño de 1585. De la llegada del Bonaventure, buque insignia de Drake, y el resto de naves que este comandaba (29 en total) fue dado aviso por varias atalayas palmeras el 7 de noviembre primero y más tarde al amanecer del 13. La meteorología, la mar y el buen hacer de las guarniciones de las fortalezas palmeras repelieron el ataque y pasadas unas horas de conflicto, Drake y los suyos pusieron proa hacia otros lares, orejas gachas y con destrozos en varias de las naves y unas 30 bajas estimadas. Finalizaba así el primero de los ataques ingleses sobre las Canarias. 
 
 
El Hierro
 
          La más occidental de nuestras islas no fue tan codiciada por parte de piratas y corsarios como sí lo fueron las otras seis del archipiélago. El abrupto relieve, la escasez de recursos y el hecho de que su capital y otros núcleos estuviesen en el interior y a una considerable altitud fue determinante para ello. Luis de la Cueva, nombrado en 1589 primer Capitán General de Canarias, consideró innecesario el establecimiento edificado de defensas en la isla. En palabras suyas, redactadas en un informe oficial, llega a decir que “lo de allí es cosa sin sustancia porque las casas son cuevas esparcidas y la tierra es tan pobre, (...) con lo cual está más segura de corsarios que las demás con mucha artillería” (24). De todas formas, se crean milicias avanzado ya el siglo XVI, teniendo los vecinos del lugar, entre otros cometidos, el de realizar guardias mediante tareas de vigía, fundamentalmente en zonas costeras propicias a posibles desembarcos: Las Playas, Naos, La Estaca, La Caleta, etc. Uno de estos lugares elevados con buena cuenca visual sobre el litoral el cual tuvo vigías apostados en su cima es la Montaña de Vidacaque, que con 300 metros de altitud domina la costa noreste de la isla, estando a sus pies el embarcadero de La Caleta (25).
 
          Uno de los episodios documentados de avistamiento y aviso por parte de vigías herreños ante la llegada de flotas extranjeras se produjo en abril de 1762, ante el desembarco que unos corsarios ingleses efectuaron en la costa sur de la isla, en la pequeña bahía de Naos, entre La Restinga y Tacorón. Uno de los centinelas dio la señal de alarma, llegando el aviso a la Compañía de Milicias de El Pinar, quienes se desplazaron hasta la costa, inutilizando la barcaza británica con la que habían tomado tierra y tomando como prisioneros a los ingleses (26).
 
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NOTAS
 
1.Antonio Riviére (1741)
2.Precisamente en el mismo lugar donde a mediados del siglo XIV el genovés Lancelotto Malocello levanta una modesta fortaleza.
3.Clar Fernández, J.M.: “Arquitectura militar de Lanzarote”. 2007
4.Pinto de la Rosa, J.M.: “Apuntes para la Historia de las Antiguas Fortificaciones de Canarias”. 1996
5.Torriani L.: “Descripción e historia del reino de las Islas Canarias antes Afortunadas, con el parecer de sus fortificaciones”
6.Por citar algunos: “Planta de la ciudad de Canaria. Por un soldado anónimo” (1659), “Planta de la ciudad de Las Palmas de la Islas de Canarias” (Antonio Riviere, 1742), “Planta de la ciudad y plaza de Las Palmas de la Ysla de Gran Canaria” (Luis Marqueli. 1792) y “Plano de la Bahía de Las Palmas y del Puerto de La Luz en la Isla de Gran Canaria” (Capitán Perry y oficiales de la Corbeta de Guerra Norteamericana Macedonia. 1844).
7.Era costumbre de la Atalaya hacer fuegos siempre que se acercaban a tierra más de "cinco velas".
8.Carta del Ingeniero Próspero Casasola dirigida a Felipe II (de 8 de octubre de 1595): “Señor: Viernes al amanecer, dia de Santa Fee, a seys de este, dio fuego el atalaia de la montaña de las Ysletas y tiró una piega el castillo y se reconocieron veynte y ocho naos, que después se supo que venían con ella seys galeones de la Reyna de Inglaterra, (…)”.
9.“Descubiertos por la atalaya de las Isletas y dadas las señales de rebato, las compañías de la isla, con sus capitanes, se congregaron en la caleta de Santa Catalina (…).” (Rumeu de Armas, A.: “Piraterías y ataques navales contra las islas Canarias”)
10.Rumeu de Armas, A.: “Piraterías y ataques navales contra las islas Canarias”
11.“Mapa de la Isla de Tenerife” Antonio Riviere (1740)
12.Cola Benítez, L.: “Los montes de Santa Cruz (y 2)” (La Opinión de Tenerife, 12 de octubre de 2014)
13.“Plano de Santa Cruz de Tenerife” Joseph Ruiz (1771)
14.Gazeta de Madrid, del martes 4 de enero de 1707.
15.“El Puerto Principal de la Isla La Gomera”, fechado en 1662 y a cargo de Lope de Mendoza; “Mapa de la Ysla de La Gomera”, de Antonio Riviere (1743) e “Islas Canarias. Detalle de la Isla de La Gomera”, realizado por Francisco Coello, en 1849.
16.Escribano Cobo, G. y Mederos Martín, A.: “Fondeaderos y Puertos de La Gomera y El Hierro”
17.Rumeu de Armas, A.: “Piraterías y ataques navales contra las islas Canarias”
18.Viera y Clavijo, J.: “Noticias de la historia general de las islas de Canaria” (volumen 3)
19.Para conocer más de este valeroso episodio de la historia de La Gomera les recomiendo la obra “1743. La Royal Navy en Canarias. La derrota de Charles Windham en La Gomera y otras acciones en el Archipiélago.”, de Carlos F. Hernández Bento.
20.Precisamente este promontorio palmero, debido a su excelente cuenca visual y cercanía a Santa Cruz, fue utilizado para situar varias pequeñas fortificaciones militares durante los años 40 del pasado siglo, destinadas a puesto de mando y telémetro.
21.Sesión del Cabildo de La Palma de 23 de agosto de 1568
22.Rumeu de Armas, A.: “Piraterías y ataques navales contra las islas Canarias”
23.“Mapa General de la Ysla de La Palma. Levantado por ingenieros militares”. 1742
24.Quintero Reboso, Carlos: “El Hierro. Una isla singular”. 1997
25.Escribano Cobo, G. y Mederos Martín, A.: “Fondeaderos y Puertos de La Gomera y El Hierro”
26.Quintero Reboso, Carlos: “El Hierro. Una isla singular”. 1997
 
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