Cuando el Carnaval se "disfrazó" de Fiestas de Invierno

 
Por José Manuel Ledesma Alonso  (Publicado en el Diario de Avisos el 31 de enero de 2016)
 
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          Cuando en el siglo XVIII Santa Cruz pasó a ser el puerto más importante del Archipiélago Canario, la burguesía ligada a la actividad comercial comenzó a protagonizar una serie de actos sociales, entre los que se encontraba el baile de carnaval; sin embargo, como el pueblo se divertía en la calle, algunas damas de la sociedad -las tapadas- se unían a estos festejos cubriéndose el rostro.
 
          Aunque en tiempos de carnaval el uso de la mascara, careta o antifaz estaba prohibido en nuestra Isla, el “me conoces mascarita” se lograba pintándose la cara con un corcho quemado o cubriéndose con un abanico.
 
          Durante el régimen -no dieta- de Primo de Rivera (1923-1930) los bailes de disfraces se celebraron en las sociedades, aunque de forma camuflada, a la vez que las máscaras salían a la calle retando a la policía.
 
          Tras los periodos bélicos, ocurridos entre 1936 y 1945, el Carnaval de Santa Cruz de Tenerife se celebró de forma clandestina, en mayor o menor grado según  el parámetro de tolerancia de los gobernadores de turno, quienes, después de publicar el bando con las pertinentes prohibiciones, se marchaban de Santa Cruz con la excusa de un ineludible viajes al Sur de la Isla.
 
          Debido al talante liberal que los chicharreros demostraron a lo largo de los años, divirtiéndose sin menoscabar la moral ni el orden establecido, la autoridad gobernativa fue siendo más indulgente, a pesar de que en el resto del país aún no se había levantado su prohibición.
 
          El mandato de mayor tolerancia carnavalera ocurrió en la etapa de Santiago Galindo Herrero (1958-1960), Gobernador al que le gustaba asistir a la mayoría de los actos que se celebraban. Aún conservo en la retina su presencia en la avenida de Anaga, mezclado entre los espectadores que presenciábamos el Coso.
 
          Sería en 1961, cuando el gobernador civil Manuel Ballesteros Gaibrois, el obispo tinerfeño Domingo Pérez Cáceres, y el secretario de la Junta Provincial de Información y Turismo, Opelio Rodriguez Peña, tuvieron la feliz idea de sustituir el nombre de Carnaval por el de Fiestas de Invierno. De esta manera, en 1967, los únicos carnavales que se celebraban en toda España fueron declarados Fiestas de Invierno Turístico Nacional, distinción que, en 1980, alcanzaría el título de Fiestas de Invierno Turístico Internacional por ser una celebración popular, vivida con profunda intensidad, que forma parte de la historia de Santa Cruz de Tenerife.
 
          Ante la categoría y relevancia que estas Fiestas fueron adquiriendo, en 1961, el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, sentó las bases para su despegue definitivo, y comenzó a programar y organizar los actos que se iban a celebrar. 
 
          Se editan los primeros carteles anunciadores de las fiestas, realizados por afamados artistas -Alfonso Esteban se disfrazaba cada años de cartel viviente-, comienzan a celebrarse los certámenes de rondallas -las más veteranas del Carnaval chicharrero (1891)-, los concursos de murgas, con sus letras dotadas de un matiz humorístico, crítico e irónico; los de comparsas mezclando el ritmo tropical con el color y la alegría; las agrupaciones coreográficas, cuya música está relacionada con la alegoría que visten; las agrupaciones musicales, herederas de la vieja parranda carnavalera; la canción de la risa, certamen recién constituido, donde el humor impera por encima de todo; y, la esencia del Carnaval, los concursos de disfraces, individuales, en parejas y en grupo. 
 
          Uno de los actos más emblemáticos de la fiesta es la elección de la Reina del Carnaval, un espectáculo donde las jóvenes más bellas de la ciudad se realzan con preciosos y deslumbrantes vestidos diseñados por equipos de expertos. 
 
          Una vez finalizados los distintos concursos, todas las agrupaciones citadas, acompañadas de miles de personas disfrazadas, carrozas, coches engalanados, etc. se dan cita en la Cabalgata Anunciadora -viernes- y en el Gran Coso del martes de Carnaval, donde cientos de miles de personas se entregan a la diversión sana y bullanguera, al ritmo trepidante y festivo que se vive en la calle, produciendo una fusión de color y sana alegría. 
 
         La ausencia de actos hostiles ha hecho al Carnaval chicharrero acreedor de ser el más seguro y participativo del mundo viene dado por la convivencia y hospitalidad del pueblo tinerfeño. 
Desde la aparición de las primeras sociedades culturales y recreativas de Santa Cruz de Tenerife, en 1840, siempre procuraron ofrecer bailes de disfraces a sus socios y parroquianos, incluso en los años de la prohibición más absoluta.
 
          El evento social más importante del Real Casino de Santa Cruz de Tenerife era el baile del lunes de Carnaval, al que se asistía de rigurosa etiqueta o uniforme. Asistían las primeras autoridades, civiles y militares, así como numerosas personalidades de la Isla. A partir de 1925 se permitió asistir disfrazado.
 
          En los bailes populares que se celebran en varias plazas de la ciudad, ofrecidos por prestigiosas orquestas, siempre han tenido gran afluencia de público, tal como ocurrió en 1987, cuando en la plaza de España se reunieron 250.000 personas para bailar con la afamada orquesta Billo´s Caracas Boys, y la inolvidable Celia Cruz, consiguiendo para Santa Cruz de Tenerife el record Guinnes.
 
          Entre los carnavaleros ilustres destacaremos a  Pedro Gómez Cuenca, conocido como el Charlot de Tenerife; el cual ejerció durante varias décadas como embajador del Carnaval tinerfeño por multitud de ciudades europeas.
 
          Gracias a estas fiestas populares, el volumen de negocio que mueve el sector profesional de costureras y diseñadotes, junto con los comercios textiles y de complementos especializados en la venta de artículos carnavaleros,  es considerable y un autentico motor de la economía de la capital. De la misma manera, la llegada de visitantes estimula los negocios de hoteles, restauración, etc. Por lo tanto, puedo afirmar que el Carnaval es para Santa Cruz de Tenerife más que una Fiesta de Invierno.
 
          El Carnaval se despide el miércoles de ceniza con el entierro de la sardina aunque, como es lógico, aquí se incinere a un chicharro. A esta irreverente procesión, burlesca y desenfadada, se unen plañideras y viudas que, entre lágrimas y desmayos, trasladan al chicharro hasta las proximidades del muelle para que el fuego expiatorio nos libre de los excesos cometidos durante la fiesta. Aunque con esto se da paso a la Cuaresma, tiempo de reflexión religiosa y espiritual, todavía queda la Piñata Chica que se celebra el sábado y domingo siguiente.
 
          La comisión de fiestas del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife ha jugado un papel importante en el resurgir del Carnaval en todo el Archipiélago Canario. 
 
          En 1976, cuando la ciudad de Las Palmas quiso recuperar la fiesta, después de cuarenta años de suspensión, Santa Cruz de Tenerife le envió una representación de nuestro Carnaval. Les gustó tanto que, al año siguiente, la organización canariona contrató a la totalidad de los grupos carnavaleros chicharreros, fletando un ferry para tal fin. 
 
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