El lagar de Los Orobales

 

Por Miguel Ángel Noriega Agüero  (Publicado en asotavento.com el 29 de noviembre de 2014).

 

          El macizo de Anaga es un interminable tesoro, siempre por descubrir. Tras cada paso un regalo, a cada cual más sorprendente. Eso me sucede siempre que transito por sus senderos o visito sus caseríos o playas. Hace diez años que llevo caminando por este Parque Rural y nunca deja de maravillarme. Uno de los primeros asombros me surgieron en el camino en aquella jornada otoñal en la que llegué por primera vez a Roque Bermejo, desde Benijo. Tras pasar Las Palmas de Anaga y ya enfilando rumbo directo al Faro de Anaga, me topé con un lagar “en mitad de la nada”. Una década más tarde este servidor, tras mucho leer, estudiar y aprender, camina por estos senderos de la isla con otros ojos y mejores sabidurías, y ya puedo comprender el porqué de un lagar en ese paraje, hoy inhóspito, de Anaga.

 

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Lagar de Los Orobales en 2004 (izquierda) y 2014 (derecha)

 

           El cultivo del vino es a Anaga, lo que los plátanos a Canarias. En realidad la época en la que las vides poblaban en gran extensión las medianías de esta península ya pasó. El siglo XVII fue sin duda el de mayor producción de vino en estos lares, tomando el testigo del cultivo de la caña de azúcar dominador de la anterior centuria. A comienzos del S. XVIII el comercio del vino entra en crisis, y la agricultura (y economía) canaria se basa en otros cultivos: plátanos, tomate, cochinilla, etc. Cuando uno hoy en día transita por Las Palmas de Anaga y Los Orobales puede encontrarse aún con testimonios de aquella época vitivinícola: bancales, bodegas, almacenes y, por supuesto, lagares. Uno de ellos, en Los Orobales, junto al barranco del mismo nombre y bajo el imponente Roque del Aderno, resiste aún el paso del tiempo, ganándose a pulso el formar parte de un paisaje rural muy transformado con los años, pero que aún conserva vestigios de lo que un momento fue un extenso campo de vides.

 

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Roque del Aderno y al pie, el lagar. Entre ambos, no visible en la imagen, el barranco de Los Orobales.

 

          Una gran roca junto al camino es aún un museo de historia rural en miniatura. Nunca en tan poco espacio ha habido tanta vida agrícola. Y es que, junto a esa mole rocosa resisten el paso de los siglos cinco edificaciones adosadas a ella en sus lados norte y oeste. Estas eran utilizadas a modo de cuarto de aperos, almacén y bodega. Tres de ellas tienen ya derruido sus tejados y en el interior de una de las otras dos podemos encontrarnos con restos de flejes e incluso una barrica.

 

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Cara oeste de la roca. El lagar en la parte alta y tres edificaciones adosadas.

 

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Cara norte de la gran roca y tras ella los muros de los bancales abandonados que ascienden ladera arriba

 

          Y en la parte alta de la roca, el lagar. Actualmente está sin cubierta lo cual, es de suponer, dificultará su preservación. Pero ahí resiste. Conserva la viga, junto a la entrada nos encontramos la piedra, siguen milagrosamente las guías y permanecen los tres cuerpos del lagar, revestidos de cemento, hoy en día llenos de agua de lluvia y piedras.

 

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Vista trasera del lagar

 

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Piedra junto a la entrada

 

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Uno de los cuerpos del lagar

 

          Los lagares en estas zonas de difícil comunicación eran utilizados para obtener el mosto, que pesa menos que la uva en bruto, y así llevarlo después a las bodegas. Roque de las Bodegas era el punto de embarque más importante y conocido del norte de Anaga, pero hubo otros como los de Tachero, Tamadiste y Las Palmas. Quizás en este último era en donde el mosto producido en este lagar salía por barco hacia Santa Cruz de Tenerife, en la otra vertiente del macizo.

 

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Flejes y una barrica en el interior de uno de los cuartos adosados a la roca

 

          Varios siglos han pasado y otros que llegarán y ahí seguirá, espero, testigo de una historia agraria pasada ligada al vino, el lagar de Los Orobales. Por cierto, varias de decenas deorobalespueblan esta zona dominada por el tabaibal, reconquistador de unas laderas abancaladas de costa a medianía alta, sobre las que en otros tiempos se cultivaba la vid.

 

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Vista de uno de los Roques de Anaga, el Roque de Dentro, desde el interior de una de las edificaciones bajo el lagar.

 

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