La Gesta del 25 de Julio de 1797 en Tenerife. Mucho más que un ataque pirata.

 
Por Pedro Galán García  (Publicado en el número 896 de la Revista Ejército, noviembre de 2015, y prácticamente en su totalidad, en el diario ABC el 2 de enero de 2016, así como en el tinerfeño Diario de Avisos el 17 de julio de 2016. También editado en un folleto de 16 páginas por el Mando de Canarias en febrero de 2016).
 
 
"Nada está perdido si tienes voluntad de triunfar".  Antonio Gutiérrez
 
"Todo el mundo conoce a Nelson, pocos a Gutiérrez. Muchos hablan de Trafalgar y pocos hablan de Santa Cruz, que fue una victoria española". Teniente General Ripoll Valls
 
 
CRONOLOGÍA
 
          Entre 1775 y 1783 tiene lugar la guerra de Independencia de los Estados Unidos. En enero de 1785 una flota inglesa atacó y hundió dos navíos españoles que iban de Canarias a la Península lo que llevó al establecimiento de una bandera para la Armada, posterior bandera nacional. En 1791 es destinado a Canarias como comandante general el mariscal don Antonio Gutiérrez. En el año 1793 despues de la Revolución francesa y, como consecuencia de la misma se produce la guerra con Francia. Ese mismo año Gutiérrez es ascendido al empleo de teniente general. Se acuerda la Paz de Basilea el 22 de julio de 1795 y al año siguiente el Tratado de San Ildefonso y la declaración de guerra contra Inglaterra. En febrero de 1797 tiene lugar la batalla de Cabo San Vicente, el refugio de la flota española en Cádiz y el bloqueo de esta por parte de la flota inglesa al mando del almirante Jervis. En julio de 1797 la batalla de Santa Cruz. En enero de 1799 llegan tropas y se acaban de perfeccionar las fortificaciones. El día 14 de mayo de ese año fallece el general Gutiérrez y es enterrado en la parroquia matriz de La Concepción “sin fasto y con solo la precisa decencia” como fue su voluntad. Por Real Orden de 25 de mayo se concedía, a su solicitud, licencia y traslado a la Península al general Gutiérrez.
 
 
LA GESTA
 
          Entre el 22 y el 25 de julio de 1797 una escuadra británica, formada por nueve barcos bajo el mando del contralmirante Horacio Nelson, trató de tomar el puerto de Santa Cruz de Tenerife y conquistar esa plaza fuerte, la única de Canarias en ese momento, para ocupar posteriormente el resto de la isla y el conjunto del archipiélago.
 
          La excusa que pretendía ocultar las verdaderas intenciones británicas fue la de apoderarse de una fragata con mercancías de Oriente anclada en el puerto santacrucero, hacerse con los géneros existentes en la plaza y toda la moneda de plata del rey, además de exigir una fuerte contribución en metálico.
 
          El ataque se llevó a cabo bajo la dirección del almirante jefe de la flota, Jervis, desde su posición en el bloqueo de la flota española en Cádiz. La fuerza al mando de Nelson se componía de nueve navíos de guerra y tres mil setecientos soldados.
 
          Las defensas isleñas se componían de mil seiscientos hombres, incluyendo integrantes de las milicias canarias, pescadores, labradores y artesanos, poco preparados y muy escasamente armados, la dotación de una fragata francesa, La Mutine, que había sido apresada dos meses antes por fuerzas inglesas y un reducido número de artilleros y soldados regulares. Al mando se encontraba el comandante general de Canarias, don Antonio Gutiérrez.
 
          La experiencia, voluntad de vencer y minuciosa preparación de los planes de defensa por el general Gutiérrez y la determinación y heroísmo de todo el pueblo tinerfeño dieron al traste con las intenciones británicas, cuyas tropas de desembarco fueron derrotadas en la madrugada del 25 de julio.
 
          Las pérdidas británicas ascendieron a doscientos treinta y tres muertos y ciento diez heridos, incluyendo el propio Nelson que aquí perdió su brazo derecho. Por parte española las bajas fueron de veinticuatro muertos y treinta y cinco heridos. La procedencia de los fallecidos manifiesta de forma diáfana la interacción de pueblo y ejército en esta acción: nueve pertenecían al ejército regular, siete a las milicias canarias, cuatro eran paisanos y dos marineros españoles, además de dos marinos franceses; es decir, más de la mitad fueron bajas civiles.
 
          Esta acción, conocida como la Gesta del 25 de Julio de 1797, en la que las tropas del general Gutiérrez vencen a la escuadra inglesa dirigida por el contralmirante Horacio Nelson, es una de las efemérides más importantes de la historia de Canarias. El marqués de Lozoya en su Historia de España la describe como “la página más gloriosa de la historia canaria desde su incorporación a España". Sin embargo, a pesar de tratarse de una victoria de gran relevancia, puesto que frustró un movimiento estratégico de primer orden, quedó subsumida entre los episodios de la guerra contra Inglaterra.
 
          Existen, además, diversos factores que hacen grande esta victoria desde el punto de vista militar: a pesar de ser considerada una plaza fuerte, las defensas de Santa Cruz distan mucho de ser las adecuadas para una defensa eficaz. Los efectivos con que cuenta para su defensa son muy limitados. La distancia a la Península es tan grande que hace impensable la recepción de refuerzos en tiempo útil. La flota inglesa es la más potente del mundo en ese momento, el almirante John Jervis demostró que la disciplina y el entrenamiento de sus marinos eran cruciales para convertirla en un arma de guerra imbatible. Hay que añadir la alta moral de esta flota, que viene de vencer en cuantos encuentros ha tenido en los últimos tiempos y que mantiene bloqueada a la flota española en Cádiz.
 
          Esta es, pues, una batalla en la que el pueblo tinerfeño y el ejército regular protagonizan un gran papel, rechazando a los ingleses que, además, estaban dirigidos por un hombre de la categoría del contralmirante Nelson que nunca más fue derrotado. Y ello se debe a que España tenía un interés absoluto por mantener Canarias y esta, a su vez, demostró que era parte de España y que quería seguir siéndolo, estando incluso dispuesta a luchar por ello.
 
 
LA BATALLA
 
          Gutiérrez efectúa una perfecta planificación de la defensa con los escasos medios disponibles porque a sus cualidades profesionales y humanas une una gran experiencia: a sus sesenta y ocho años había pasado la vida combatiendo en la Península y en casi todo el mundo, había participado en siete guerras y había derrotado a los ingleses ya dos veces, en Las Malvinas, donde manda la fuerza de desembarco, y en Menorca. 
 
          Por último se encuentra por tercera vez con ellos en Canarias y los vuelve a derrotar porque sabe lo que hay que hacer y lo hace bien: toma una serie de previsiones y acierta, no por casualidad sino basándose en su conocimiento, en la información exhaustiva que comienza a reunir desde su llegada a las islas seis años antes y en el minucioso perfeccionamiento de los planes de defensa que lleva a cabo de manera continuada desde entonces.
 
          Al ser avistados los buques de Nelson en la noche del 21 al 22 de julio el general Gutiérrez dio la orden de preparar las defensas para un inminente ataque, para ello reunió y desplegó las fuerzas de que disponía, logrando fijar a los británicos y ocupar el muelle para evitar la llegada de refuerzos y terminar cercando al grueso de las tropas de desembarco en el convento de Santo Domingo. De esta manera todos los intentos de ayuda de Nelson a sus hombres fueron infructuosos y aquella situación les llevó a rendirse y capitular.
 
          Hay muchos protagonistas españoles anónimos y otros que destacan por su pericia y arrojo en la batalla o por su capacidad técnica e iniciativa como el teniente Grandi, que abrió una tronera y dispuso las piezas que batieron de enfilada la playa impidiendo desembarcar al propio Nelson; o por su capacidad para moverse y estar en todas partes como el teniente Vicente Siera, que capturó cinco soldados ingleses en la plaza de La Pila y los entregó al general Gutiérrez, que en ese momento carecía de información correcta, proporcionándole así un preciso conocimiento sobre la situación de las fuerzas británicas.
 
          Nelson intenta primero una maniobra para envolver Santa Cruz desembarcando por la zona de Bufadero y fracasa porque desde La Laguna y Santa Cruz se cierra su avance por los montes, probablemente desconoce la dureza del terreno al norte de Santa Cruz. Una vez fracasada esta primera intentona, fuerza un ataque de frente y por sorpresa, pero lo efectúa precisamente por el lugar donde se le espera, gracias a los acertados planes de defensa, y es de nuevo derrotado.
 
          No puede decirse que actuara erróneamente. Era un gran marino, contaba con la iniciativa, una tremenda superioridad en bocas de fuego, un número muy superior de combatientes, sus marinos estaban bien dotados, disciplinados y adiestrados y no había perdido ningún combate en el mar; pero en Santa Cruz no se produce un combate naval sino un desembarco y es derrotado en tierra.
 
 
PRETENSIONES BRITÁNICAS
 
          El ataque a Santa Cruz no es, contra lo que se ha querido hacer creer, un mero ataque pirata más con el propósito de saquear las humildes posesiones de sus habitantes. Por el contrario, el ambicioso plan británico encierra una doble finalidad estratégica.
 
          Las Islas eran una parada obligada para los navíos de la época, pues el Canal de Suez no estaba aun abierto y tenían que pasar por ellas todos los barcos procedentes de Europa hacia América, África o Extremo Oriente. Por lo que la primera finalidad del plan es la de privar a España del inmenso apoyo que suponían las Islas en la ruta hacia el continente americano, lo que supondría asestarle un durísimo golpe. Y si además estas caían en su poder les resultarían mucho más fáciles los ataques a los convoyes y flotas de ida y vuelta a América.
 
          A finales del siglo XVIII Gran Bretaña se encuentra en un momento de máxima expansión, pero la independencia de los Estados Unidos y la imposibilidad de arrebatar a España sus posesiones americanas le obliga a dirigirse hacia África y Asia, sobre todo hacia la India. Y para mantener la ruta a la India son necesarias bases en el Atlántico y el Índico.
 
          Es evidente que dominar el archipiélago le permitiría satisfacer esa necesidad, pues las Canarias representan un punto intermedio fundamental para la aguada, el abastecimiento y el alistamiento de buques, así que la conquista de Santa Cruz resulta crucial en sus planes. Una vez conquistada esta plaza, su defensa, contando con el dominio del mar, es relativamente fácil y la conquista del resto de las islas del archipiélago, a partir de ella, no presenta mayor dificultad. Esta es la segunda finalidad del ataque: obtener un punto de apoyo en la ruta atlántica.
 
          Para lograrlo Nelson pretende conquistar primero Santa Cruz, más tarde Tenerife y seguramente el resto de las islas. Así se desprende claramente de la correspondencia entre Nelson y su superior y jefe de la flota, el almirante Jervis, cuando el plan de ataque a Tenerife estaba tomando cuerpo durante la primavera de 1797. Es especialmente esclarecedor el documento enviado por Nelson solicitando instrucciones de Jervis sobre determinados aspectos del plan en el que aquel escribía preguntas que, contestadas por este en el mismo documento, son reveladoras de las verdaderas intenciones de los británicos:
 
               N a J: ¿Es su opinión que la intimación sea dirigida a la isla de Tenerife en su conjunto o únicamente a la población de Santa Cruz y el distrito que le pertenece?
 
                J. a N.: A la totalidad de la isla.
 
                N. a J.: ¿Qué contribución desea se solicite… por lo que respecta a Gran Canaria?
 
               J. a N.: Palma, Gomera, Ferro, Forte Ventura, Lancerote”.
 
          Hasta tal punto esta conquista era importante para los ingleses que Viera y Clavijo recoge la opinión de William Pitt, conde de Chatham, quien ya en el año de 1748 hablaba sobre la conveniencia de cambiar una de las Islas Canarias por su “amada e importante posesión de Gibraltar”. (Cita tomada de Juan Carlos Cardell Cristellys en Cronología de los prolegómenos en la Gesta del 25 de julio de 1797, Ediciones Idea 2004, página 22).
 
          Afortunadamente, al verse obligados en virtud de las capitulaciones que les impondrá el general Gutiérrez, a no volver a atacar las Islas Canarias, los ingleses no tienen más remedio que olvidar la ruta atlántica y volverse hacia el Mediterráneo y Egipto, donde al año siguiente seguirán combatiendo, pero esta vez ya contra la flota francesa.
 
 
LA CAPITULACIÓN
 
          Los acuerdos de capitulación, ciertamente más un pacto entre caballeros que otra cosa, siguen el modelo ya experimentado en Malvinas y Menorca y constituyen el paradigma de la última acción bélica en la que el honor y la generosidad sobre el vencido son norma que engrandece al vencedor.
 
        A cambio de la promesa de no volver a atacar las Islas Canarias se liberan todos los prisioneros, se atiende adecuadamente a los heridos, se proporciona a la flota derrotada el avituallamiento disponible, se concede al vencido la posibilidad de embarcar honrosamente con su armamento y banderas desplegadas. Gutiérrez y Nelson intercambian obsequios y cartas de mutuo respeto y cortesía. Este último se ofrece  a llevar en persona el parte de guerra de su vencedor a las autoridades españolas en Cádiz.
 
        En palabras del historiador Agustín Guimerá Ravina: “La victoria isleña sobre Nelson representaría así uno de los últimos episodios de una guerra del antiguo Régimen, donde la caballerosidad y el humanitarismo hicieron acto de presencia". En efecto, muy pocos años después la guerra de la Independencia mostrará una cara bien distinta donde desaparece todo rasgo de humanidad, baste observar la impactante obra del genial Francisco de Goya.
 
 
TRASCENDENCIA HISTÓRICA DE LA VICTORIA
 
          Canarias es hoy España, y es presencia avanzada de nuestra Patria en el océano Atlántico, porque así lo quisieron los canarios, representados por los tinerfeños, hace ahora exactamente doscientos dieciocho años.
 
          De haber sido de otro modo es imposible suponer cuál sería hoy la situación, pues en este momento la flota española, tras la acción del Cabo San Vicente, está bloqueada en Cádiz, por lo que un hipotético apoyo a Canarias en 1797 resultaba imposible. El bloqueo de la flota y la guerra con Inglaterra iban a durar varios años por lo que a la ocupación de Gibraltar se sumaría ahora la de Canarias y, si no se pudo recuperar el Peñón, más difícil todavía hubiera sido hacerlo con las Islas en ese momento.
 
       Llega la derrota de Trafalgar en 1805, con la destrucción de la flota y la pérdida absoluta del dominio del mar, capacidad imprescindible para la recuperación del Archipiélago. Inmediatamente después estalla la guerra de la Independencia que absorbe absolutamente todos los recursos de la nación entre 1808 y 1814. Y casi superponiéndose, a partir del fin de la guerra de la Independencia, los movimientos y las guerras de emancipación americana, los enfrentamientos entre absolutistas y liberales y las guerras carlistas. Todo ello hubiese hecho de la recuperación de las Canarias en nuestro convulso siglo XIX un sueño irrealizable.
 
 
EL GENERAL GUTIÉRREZ
 
          El general Gutiérrez no tuvo en vida la valoración  que merecen sus actuaciones a lo largo de su carrera militar. La defensa de Canarias es la página más gloriosa de la hoja de servicios de este militar que dedicó una vida completa al servicio de España, que desde sus primeros pasos como cadete hasta su fallecimiento como teniente general de los reales ejércitos y comandante general de las Islas Canarias llegó a cumplir sesenta y tres años de servicio y que fue gravemente herido en la campaña de Argel tras haber participado en numerosos hechos de guerra, los más importantes de los cuales fueron insulares y frente al mismo enemigo: Malvinas, Menorca y Santa Cruz de Tenerife.
 
          Desde su llegada a las islas en enero de 1791 comienza los preparativos para un posible ataque naval en fuerza. Efectúa profundos análisis de la situación defensiva de Tenerife y del archipiélago, requiere estudios y juicios a sus subordinados principales y datos de todo tipo a las autoridades civiles. Recorre todas las islas, valora adecuadamente la información disponible, solicita sin descanso refuerzos y apoyos a la Corte. Organiza las fuerzas disponibles, ordena la mayor vigilancia, dicta diligencias, supervisa el plan de rondas, organiza puestos de observación, prepara un sistema de mensajeros a pie y a caballo para estar puntualmente informado de todo cuanto ocurra. Redacta órdenes y planes y mantiene permanentemente el contacto con sus subordinados. En definitiva: sabe que el peligro es inminente, que la situación defensiva es precaria y no se limita a lamentarse sino que sabe extraer lo mejor de su experiencia y profesionalidad para, con los escasos medios disponibles, enfrentarse a un enemigo mucho más potente, dotado y adiestrado.
 
          En su Introducción a la obra El General don Antonio Gutiérrez, vencedor de Nelson, de Pedro Ontoria Oquillas, el general Emilio Abad afirma que para escribirla trató de hacer un cotejo entre la guía de comportamiento que representan las Reales Ordenanzas y la vida del general Gutiérrez. “Mas resultó que prácticamente el articulado de lo que podemos considerar la principal norma moral y profesional para los militares se ajustaba a las vicisitudes y hechos conocidos del general. Todo, desde su capacidad para decidir, el constituirse en modelo para el que obedece, la guarda de la más exacta y puntual observancia de las Ordenanzas, la exigencia de la obediencia a sus subordinados, cumpliendo las órdenes superiores con el mismo empeño y exactitud, todo, y más, está recogido en su vida”.
 
          Igualmente destacables son la enorme prudencia, seriedad y lucidez con que actúa en todo momento para no poner en riesgo sus escasas fuerzas y, sobre todo, a los habitantes de Santa Cruz.
 
 
RAZONES PARA UNA VICTORIA
 
          Tal como ha quedado establecido, esta gran victoria, esta gesta fue posible gracias a la voluntad de vencer del general Gutiérrez, pero sobre todo al heroísmo con que luchó el pueblo de Tenerife. Porque el Ejército era muy escaso y, aunque actuó brillantemente, no pudo ser el único artífice de la victoria. La victoria se alcanza en una parte por Gutiérrez, en otra por el ejército regular, y en mucho por la lucha y el heroísmo del pueblo tinerfeño, empeñando muchos de ellos incluso su vida en esta gesta sin buscar otra recompensa que la de satisfacer el impulso al que su deber les empujaba.
 
          En definitiva, Nelson proyecta un ataque contra Santa Cruz de Tenerife para someterla al mandato de la Corona británica pero no contó con la capacidad profesional y la voluntad de vencer del general Gutiérrez, ni con el patriotismo, el sentido del deber y el amor a la libertad de todos los habitantes de estas islas que el 25 de julio de 1797 entraron por derecho propio en la historia y que, entre otros muchos, por este motivo son Afortunadas; y Canarias es hoy España y es presencia avanzada de nuestra Patria en el océano Atlántico porque así lo quisieron los canarios ese día de Santiago y dieron su vida por ello.
 
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BIBLIOGRAFíA Y FUENTES
 
- Artículos diversos de la prensa local.
- Cardell Cristellys, Juan Carlos, Cronología de los prolegómenos en la gesta del 25 de julio de 1797-1, Ediciones Idea, Santa Cruz de Tenerife 2004.
- Guimerá Ravina, Agustín, Dos relaciones sobre el ataque de Nelson a Santa Cruz de Tenerife, Anuario de Estudios Atlánticos núm. 27, 1981.
- Ontoria Oquillas, Pedro, El general don Antonio Gutiérrez, vencedor de Nelson, Ediciones Idea, Santa Cruz de Tenerife 2006.
- Cola Benítez, Luis; García Pulido, Daniel, La historia del 25 de julio de 1797 a la luz de las fuentes documentales, Ediciones del Umbral, Tertulia de Amigos del 25 de julio, Santa Cruz de Tenerife 1999.
- Arencibia de Torres, Juan J. La victoria del general Gutiérrez sobre el almirante Nelson, Edición del autor, Santa Cruz de Tenerife 1995.
- Monteverde, José, Relación circunstanciada de la defensa de Santa Cruz de Tenerife, Goya Ediciones, Tenerife 1987.
- Ripoll Valls, Vicente, general jefe de la zona militar de Canarias, entrevista en El Día, 25 de julio de 1997, pág. 63.
 
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