La llegada de los guanches (Los guanches - 1)

 
Por Alastair F. Robertson (Publicado en inglés en Tenerife News en su número 487 de noviembre de 2013). Traducción de Emilio Abad.
 
 
 
          Apenas desembarcado del avión y puesto pie en el aeropuerto, el viajero oirá hablar de los guanches, los aborígenes nativos de Tenerife, que se cubrían con pieles, utilizaban herramientas de piedra y vivían en cuevas. Es una cuestión novedosa, un tema turístico, pero mucha gente reacciona así: “Gracias, ahora no; nos vamos a la playa”. Sin embargo, a algunos lectores les podría gustar conocer algo más sobre este asunto.
 
          Cuando se trata de descubrir el origen de los guanches no hay mucho en que rebuscar. La tradición de aquel pueblo decía que unas sesenta personas, procedentes de un lugar desconocido, llegaron a  Tenerife y se asentaron cerca de Icod, que en su lengua significaba “el lugar de unión del hijo del único grande.” Esto no nos sirve de mucha ayuda, y podrían no existir testimonios directos porque su historia fue escrita por Fray Alonso de Espinosa entre 1580 y 1590, cien años después de que los españoles conquistaran Tenerife. Pero no todo está perdido, porque continuamente se producen descubrimientos arqueológicos. Por ejemplo, una reciente inundación en la Cueva de Belmaco, en la isla de La Palma, lugar ya muy conocido por la localización en él de restos arqueológicos nativos, ha revelado la existencia de nuevas capas de ocupación en las que los arqueólogos seguirán trabajando. Además, desde el punto de vista biológico, tras la generalización de los análisis de ADN, se han descubierto más pruebas de la permanencia de rasgos genéticos de la raza guanche en los isleños actuales, un sorprendente buen número de los cuales puede sostener su descendencia de aquel pueblo. Pero, en concreto, desde los tiempos de Espinosa nada realmente importante se ha descubierto sobre aquellos salvajes de la Edad de Piedra.
 
         ¿Salvajes de la Edad de Piedra? “Edad de Piedra”, sí; “salvajes”, discutible. Esta corta serie de artículos nos mostrarán lo “salvajes” que eran los guanches al compararlos con los considerados mejores, los “civilizados” europeos. Pero antes que nada echemos una ojeada a sus orígenes (y ésta es la versión de “contrabando”, la no oficial. Cualquier error o equivocación se deben exclusivamente a mí.).
 
          No es difícil encontrar algún libro sobre los guanches. Se han escrito muchos, pero todos son variaciones sobre el tema original de la obra de Espinosa, a menos que uno lea documentos de investigación arqueológica, que únicamente sirven para confirmar que su forma de vida era comparable a la existente en el Neolítico o la Nueva Edad de Piedra. Las narraciones suelen comenzar diciendo que las Islas Canarias son la mitológica “Atlántida” o “Las Islas Afortunadas” o “Las Hespérides”, pero esos son solamente mitos.. Informes reales de las Islas comienzan a aparecer durante la era romana, y pruebas tangibles de ello se encuentran en las ánforas y recipientes de los siglos II a IV que se han localizado en las costas de La Palma y algunas otras partes, que demuestran que hasta aquí llegaban ya barcos en aquel tiempo. Otra evidencia terminante la constituyen unas pocas letras de alfabeto grabadas en rocas, unas escasas palabras de la lengua guanche que han sobrevivido, y los análisis de ADN que prueban que los primeros habitantes de Canarias descendían, en su mayor parte, de las tribus bereberes del Norte de África.
 
          Cuando arribaron los españoles, en el paso del siglo XIV al XV, descubrieron una extraña circunstancia. A la vez que se encontraban con unas gentes que aún vivían en la Edad de Piedra, llegaron a la conclusión de que, aunque se divisaban entre sí, no había comunicación entre las Islas, y nunca la había habido, y que además ninguno de los isleños, que eran agricultores, tenía conocimiento alguno sobre el arte de navegar, sin que ni siquiera existieran leyendas sobre viajes marítimos. Entonces, si los nativos no eran marineros y nunca lo habían sido, ¿cómo llegaron hasta aquí? Si alguna vez hubiesen sido navegantes era posible que una comunidad prehistórica hubiese zarpado hacia lo desconocido en busca de la oportunidad de encontrar un nuevo hogar más allá del horizonte. Thor Heyerdal lo demostró con tan sólo viajar hasta Güimar, pero los isleños de la Polinesia habían sido marineros desde tiempos inmemoriales, lo que no sucedía con los canarios.
 
          La teoría más comúnmente aceptada es que, tras una revuelta de los bereberes contra sus dominadores romanos, estos hubiesen desterrado a estas remotas y deshabitadas islas, cuya existencia ya se conocía, a tribus completas, con sus ganados, semillas de cereales y todo lo necesario para comenzar a trabajar la tierra, lo cual hubiese sido muy generoso por su parte. En Inglaterra, y en cualquier otro lugar del Imperio romano, quienes insultaban o agredían a ciudadanos romanos, eran muertos en el acto, sus aldeas quemadas y sus esposas e hijos reducidos a la esclavitud. Por ello, tengo mis dudas acerca de esta teoría. Hay una hipótesis alternativa en esto del origen de los guanches, que para mí es la preferida, y que defiende que unos cien años después de Cristo, el rey Juba II de Mauritania colonizó las Islas Canarias. De acuerdo con la leyenda, Juba fue quien dio nombre a las Islas como consecuencia de los grandes perros que en ellas encontraron. (No tengo constancia de que alguien haya expuesto una teoría acerca de cómo llegaron los perros a las Islas).
 
          Juba fue un gobernante bien considerado por dos emperadores romanos: Julio César y Augusto. Cuando era un muchacho viajó a Roma; además de ser un líder militar bien instruido, era investigador, autor de varios libros y, en conjunto, parece que tenía una mente curiosa y abierta. El emperador Augusto lo nombró Rey de Mauritania, lo que, más o menos, es el actual Marruecos, donde los pobladores eran bereberes. El Imperio romano abarcaba los territorios que bordean el Mediterráneo, Oriente Medio y el Norte y Oeste europeos, y, por tanto, ¿qué importancia podían dar a unas pocas, pequeñas, deshabitadas e improductivas islas situadas más allá de la costa de África, en el camino hacia ninguna parte? Cualquier empresa colonizadora supondría tales gastos para las arcas que llevaría mucho tiempo recuperar lo invertido. El Imperio tendría que haber sufragado esos gastos y luego enviar las ganancias a Roma. Sin embargo, si Juba, que era conocido por haber sido impulsor de varias expediciones, incluyendo una a las Canarias, quería jugar a construirse un Imperio propio, siempre que no le pisara los callos a Roma,  aquella era una perfecta oportunidad, pues Mauritania estaba perfectamente situada para poder mantener el contacto con las Islas y su gobierno.
 
          Podemos imaginar los incentivos que Juba utilizaría con los futuros colonos: “deja tu semidesértica propiedad y trasládate a un exuberante paraíso” (la zanahoria), o bien “deja tu semidesértica propiedad… y ya está” (el palo). Merece la pena resaltar que las comunidades de cada una de las Islas Canarias, aunque procedían de los mismos genes y de la misma zona del Norte de África, tenían ciertas diferencias culturales. Ello podría deberse a que Juba, si lo expuesto es lo que sucedió, reclutó sus colonos, los labradores, en diferentes regiones de su reino.
 
          Y como los colonos carecían de conocimientos de navegación, los guanches no tuvieron más necesidad de saber sobre el arte de navegar que de conocer como se pilota un avión. La comunicación con la metrópoli estaría a cargo de especialistas, es decir, de marineros y de mercaderes. Pero cuando el Imperio romano se colapsó, tras las invasiones de godos y visigodos que se apoderaron también de Mauritania, las líneas de comunicación se rompieron y este pequeño grupo de islas cayó en el olvido hasta la llegada de los europeos, casi mil años después.
 
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