El breve reinado de Amadeo I

 
Por Alastair F. Robertson  (Publicado en Tenerife News, en su número 518 – 30 de enero a 12 de febrero de 2015). Traducción de Emilio Abad.
 
 
Amadeo I Custom
 
 
 
          La próxima vez que esté usted sentado al sol, tomando una copa de vino o una taza de té, y dándole vueltas a los pros y las contras de la Monarquía Constitucional, como hace todo el mundo de vez en cuando, dedique un pensamiento al Rey Amadeo I de España.
 
          Amadeo era joven, pues tenía solo 25 años de edad cuando en 1870 fue designado Rey. En Italia, como Duque de Aosta, Amadeo era el fundador de la Casa de Saboya, mientras que en España, con su confusa y a menudo violenta situación política, era un absoluto desconocido.
 
          Los orígenes de la situación que llevó a su elevación al trono de España se remontaban a unos 40 años atrás, cuando en octubre de 1830 nació Isabel, hija del Rey Borbón Fernando VII y de su cuarta esposa, María Cristina. No mucho después, en 1833, moriría Fernando dejando a María Cristina como Regente hasta que Isabel alcanzase la edad necesaria para reinar. Fernando había sido un absolutista, pero su hermano Don Carlos, que lo era más aún, no reconoció los derechos sucesorios de Isabel y reclamó el trono para sí mismo, apoyado por un grupo, numeroso y muy activo, de seguidores. Esta oposición dio lugar a las Guerras Carlistas.
 
          Isabel II alcanzó la mayoría de edad en 1843, cuando contaba 13 años. Como la Reina Victoria en Inglaterra, era bajita y regordeta, y no muy guapa. Y al igual que Victoria, aunque cuando llegó al trono era una jovencita inocente desde el punto de vista político, se la consideró al principio como una esperanza para la España liberal; pero a diferencia de Victoria, Isabel no contó con un marido fuerte y de altas miras. Se casó con un primo, también de la Casa de Borbón, al que se consideraba estéril, aunque tuvo un hijo con ella, Alfonso.  A Isabel se la tachaba de “intolerante y licenciosa”, aunque tenía un gran corazón. Era muy popular entre el pueblo sencillo, cuyos puntos de vista naturalmente no contaban, y no tenía inclinación hacia ninguna tendencia política, pero presidió una sucesión de Gobiernos cada vez más reaccionarios, corruptos e ineficaces que condujeron finalmente a la Revolución de Septiembre de 1868, la “Gloriosa”, y a la abdicación de Isabel en favor de su hijo Alfonso, que contaba entonces con 11 años de edad, y su marcha al exilio en Francia. Sin embargo, el joven Alfonso, pese a todos los contactos e influencias de su madre, fue rechazado por el Gobierno Provisional que siguió a la Revolución.
 
         El Gobierno Provisional redactó la “Constitución de 1869”, que, tratando de agradar a todos, prometía la instauración de un sistema político realmente representativo combinado con una Monarquía Constitucional. El problema estribaba en que el Gobierno tenía que encontrar un dirigente, preferiblemente un Rey, que fuese ampliamente aceptado. Un regreso a la monarquía borbónica, represiva, reaccionaria y fuertemente partidaria de la Iglesia Católica, era considerado un anatema para republicanos y progresistas, mientras que en las Casas Reales europeas existían ciertas reticencias a enviar a alguno de sus miembros a sentarse en el convulso trono de España. De todas maneras había que intentarlo y la elección recayó finalmente en la anticlerical y, desde luego, “atea y masónica” Casa de Saboya italiana.
 
         El Rey Victor Manuel II de Italia tenía dos hijos adultos; el mayor encabezaba la línea sucesoria a la corona de Italia y se preveía que reinase con el nombre de Humberto I, pero el segundo, Amadeo, duque de Aosta, estaba disponible y, aunque algo reacio, fue persuadido por su padre para que aceptase la designación.
 
          Amante de la buena vida, Amadeo había hecho un matrimonio de conveniencias con María Victoria del Pozzo, una joven de noble, aunque inferior, cuna, y cuyo mayor atractivo residía en que era inmensamente rica. Pero su riqueza no era razón suficiente para que Amadeo llegase a ser hombre de una sola mujer, y a menudo le fue infiel. Cuando María expuso a su suegro, el Rey de Italia, sus quejas por el comportamiento de Amadeo, el monarca simplemente no hizo caso de sus sentimientos y le aconsejó que no interfiriera en la vida privada de su esposo.
 
          En España, y durante años, el “hombre fuerte de los progresistas” había sido el General Juan Prim, un  militar, político y hombre de Estado de gran valía, y director del movimiento que había derrocado a Isabel en 1868. Como líder de los progresistas en el Gobierno Provisional, Prim había preparado la designación del duque Amadeo como Rey de España en la votación del 16 de noviembre de 1870. Desgraciadamente, Prim fue alcanzado por los disparos de un asesino el 28 de diciembre y murió el 30, el mismo día en que el nuevo rey entraba en Madrid.
 
          La muerte de Prim dejó a Amadeo sin su principal apoyo y empezó a sufrir la oposición de la Iglesia Católica, los defensores de la monarquía borbónica y los carlistas en el Norte, y se le ridiculizó entre la gente con el mote del “Rey Macarrón”.
 
          Sin embargo, desde el primer momento Amadeo hizo todo lo que pudo para desempeñar sus deberes como un monarca responsable e imparcial; deberes que incluían, según su punto de vista, el trabajo de leer todos los periódicos, cualquiera que fuese su orientación política, a fin de remediar su falta de conocimientos sobre la vida en España. En las particularidades de su gobierno Amadeo sólo pudo confiar en los progresistas, pero este partido estaba seriamente debilitado por las luchas intestinas entre varias de sus facciones, lo que implicaba que no se pudiese formar ningún Gobierno estable. Tras dieciocho mese de infructuosos esfuerzos se produjo otro levantamiento armado carlista, en cuyo transcurso incluso el Ejército se dividió, por lo que, tras sólo dos años como Rey, sin ninguna base política, económica o social en que apoyarse, Amadeo renunció y abdicó el 11 de febrero de 1873.
 
          A las 10 de la noche del mismo día de su partida se declaraba la Primera República, que duró sólo hasta el inicio de 1874, porque en diciembre del año anterior Alfonso, el hijo de Isabel, era declarado Rey de España con el nombre de Alfonso XII.
 
          El Rey Amadeo I de España no dejó ningún legado, pero su esposa María Victoria fue afectuosamente recordada durante muchos años por las gentes más pobres de España, que seguían refiriéndose a ella como “nuestra reina”. Como Reina de España, mientras su marido luchaba por ser Rey, la pragmática y bondadosa María Victoria hizo mucho por aliviar el sufrimiento de los pobres de Madrid, donando, por ejemplo, una capilla, una escuela y una guardería para atender a los hijos de las lavanderas durante sus horas de trabajo. Con su propio dinero fundó otras instituciones o asilos para los niños pobres, así como escuelas y hospitales. En estas buenas acciones estuvo apoyada por Amadeo, quien también utilizó sus propios recursos para contribuir a obras de caridad.
  
          El recuerdo de la bondad de ambos perduró largo tiempo. Algunos años después de la abdicación, un pescador español preguntó a un viajero inglés: “¿Cómo están nuestro Rey (refiriéndose a Amadeo) y su generosa Reina?”. Cuando María Victoria falleció el 8 de noviembre de 1876, con tan sólo 29 años, se celebraron funerales en su memoria en todas las iglesias de España. En cuanto al Rey Amadeo I, vino, hizo lo que pudo y se marchó, declarando que España era ingobernable. (Y me apresuro a decir que las cosas han variado mucho desde entonces)
 
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