Don Francisco Tomás Morales y Afonso, Comandante General de Canarias (1827-1834)

 
A cargo de Emilio Abad Ripoll  (Pronunciada el 12 de noviembre de 2014 en la Sala de Conferencias del Centro de Historia y Cultura Militar de Canarias, Almeyda, Santa Cruz de Tenerife).
 
 
 
          Entre los actos que se han desarrollado para conmemorar, y celebrar, el 425 aniversario de la creación de la Capitanía General de Canarias ha habido múltiples ocasiones en que se ha hablado, escrito, e incluso hemos podido ver sus imágenes en exposiciones, sobre algunos de los Capitanes Generales más destacados, especialmente aquellos a los que el destino colocó en la cúspide del estamento militar en Canarias en un momento concreto, importante para la Historia del Archipiélago, como Gutiérrez, Weyler o García Escámez. Y buena prueba es este propio ciclo en el que intervengo, en que se ha hablado del primer Capitán General y se va a hablar de los que fueron Ingenieros Militares y de los del siglo XIX.
 
          También en alguna que otra ocasión se ha citado que de los 147 integrantes del listado de los que ostentaron el máximo poder militar (y durante bastantes años mucho más que eso) en las Islas, figuraban 6 canarios: don Pedro de Ponte y Llerena del Hoyo y Calderón (cuando acababa el siglo XVII); don Francisco Tomás Morales y Afonso (desde 1827 y durante casi 7 años);  don Ignacio Pérez Galdós (hermano de don Benito y que fue Capitán General 2 veces entre 1900-02 y entre 1903-05); dos hermanos laguneros (don José y don Emilio March y García, de 1907 a 1909 y de 1911 a 1915); y don Antonio Ramos-Yzquierdo Zamorano, amigo de más de uno de los que estamos aquí esta noche, de 1998 a 2000.
 
          De todos ellos, sin duda alguna, el de biografía más apasionante es el segundo, cuya vida guarda además, como luego iremos viendo, ciertas similitudes con otros importantes generales muy relacionados con estas tierras, Benavides y Weyler. Por ello cuando el profesor González Pérez me propuso participar en este ciclo de los Capitanes Generales pensé en el general Morales Afonso, por importante y, a la vez, por ser bastante desconocido en su propia casa. Y aquí estamos,  para hablarles durante unos 45 minutos del Mariscal de Campo don Francisco Tomás Morales Afonso.
 
Prólogo
 
          De todos es bien conocida la influencia que la emigración canaria tuvo en la colonización de la América hispana. Unos participaron en el descubrimiento y conquista de nuevos territorios y otros, los más, incrementaron los contingentes humanos que de la España europea emigraba para poblar aquellas vastas tierras. Y sabemos también que, hasta hace muy poco, el Nuevo Mundo constituyó un imán de poderosa atracción para los canarios.
 
        Bien es verdad que la mayoría de esa emigración canaria se debió históricamente a causas de fuerza mayor y ocasionaba, en contrapartida, un fuerte quebranto a la propia tierra en que los emigrantes habían nacido. Como ejemplo, leo textualmente lo que se publicaba por la Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife allá por 1819:
 
               “El clamor contra la emigración de los naturales de estas Islas a la América se ha hecho vivísimo y casi universal. Los propietarios se quejan de que no encuentran trabajadores para sus haciendas. Los militares se lamentan de que faltan reemplazos para los Regimientos; y las personas celosas del bien público se duelen de que la patria camina precipitadamente a la ruina, y va a quedarse sin oficios, sin agricultura,… sin gente.”
 
          La causa fundamental de la emigración fue, casi siempre, la extrema pobreza del Archipiélago. A finales del siglo XVIII, que es cuando comienza nuestra historia de hoy, el comercio de vinos ya no era lo fue; las frecuentes sequías, las plagas de langosta, las epidemias, la poca aceptación de los productos manufacturados que antes se exportaban, ante la competencia no sólo española o europea, sino incluso de la propia producción americana, etc., habían convertido en un engañoso mito aquel apelativo tradicional de las Islas Afortunadas.
 
          Algunos emigrantes canarios llegaron en las nuevas tierras a alcanzar los más altos escalones de la jerarquía militar, en la administración o incluso en el escalafón celestial, como Anchieta y el Hermano Pedro. Pero la mayoría iba a constituir una clase media, trabajadora, que enraizó en aquellas vírgenes tierras.
 
          Y en este contexto, el 10 de diciembre de 1781 nacía en El Carrizal, hoy parte del término municipal de Ingenio, en Gan Canaria, un niño que en la pila bautismal recibiría el nombre de Francisco Tomás (aunque algunos aseguran, basándose en la partida de bautismo, que su segundo nombre fue Antonio, como su padrino, pero que se cambiará en Tomás por llamarse Tomasa la madrina). Sus padres eran Francisco Miguel Morales y María Afonso, sencillos campesinos de la zona.
 
          Muy poco recogen los biógrafos del general Morales de sus primeros años, lo que es lógico, porque muy poco habría que destacar de un niño más, que haría las diabluras comunes a su edad, se bañaría en la playa del Burrero, más seguramente por travesura o diversión que por higiene, jugaría a esconderse en los cañaverales de su suelo natal y del que nadie podría pensar que algún día llegaría a convertirse en el hombre más poderoso del Archipiélago, en su Comandante General.
 
          Francisco Tomás tuvo que crecer como los cañizos que dan nombre a la zona, salvaje, a su aire; inclinándose, pero no partiéndose cuando vinieran malos vientos; sin cultivar. Trabajó en lo que pudo; así, fue campesino ayudando al duro quehacer en las escasas tierras familiares; fue particularmente salinero, e incluso vendedor ambulante de carbón, que transportaba a lomos de su única pertenencia: un burro.
 
          Pero llegaron los años de la adolescencia y el porvenir para aquel mozalbete se presentaba tan oscuro como las negras piedras que repartía por los hogares de El Carrizal y otros núcleos cercanos. Y, lógicamente, pensó en buscarse la vida en otra parte, en emigrar. Alguno de sus biógrafos incluso supone que lo tuvo que hacer de manera clandestina, pero lo cierto es que vendió su jumento, se dirigió al Puerto de La Luz y una noche de 1801, es decir cercano a cumplir los 20 años, embarcaba para iniciar una nueva vida -que no podría pensar fuese tan agitada- en Venezuela. ¿Qué era Venezuela?
 
          En 1717 había nacido el Virreinato de Nueva Granada, con capital en Santa Fe de Bogotá, que comprendía las actuales Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela, además de regiones norteñas de Perú y de Brasil y la parte oeste de la Guayana. Apenas 6 años después se suprimía el Virreinato, para ser restablecido en 1739. Pero las dificultades de comunicaciones en territorios tan difíciles y tan amplios aconsejaron que en 1742 Venezuela se desgajara del Virreinato, naciendo la Capitanía General de Venezuela, con capital en Caracas.
 
Los inicios
 
          Aunque sus biógrafos tampoco recojan gran cosa de sus primeros momentos y años en Venezuela, no le tuvieron que ir mal las cosas. Sabemos que montó un negocio, una pulpería, y que viajó entre el continente y las Antillas y que se dedicó con ahínco a mejorar su educación. Seguramente fue entonces cuando trajo consigo a varios miembros más de su familia, pues en las campañas le acompañaron, como seguramente hicieron también en los negocios. En resumen, según se desprende de lo que el propio Morales explica en el Memorial que dirigió al Rey cuando ya estaba en Tenerife en solicitud de un título, al relatar que cuando se incorporó al Ejército “vivía tranquilo en el seno de su familia, disfrutando pacíficamente bienes abundantes que le proporcionaban su comodidad”. Y cuando se hizo militar por primera vez, “sin embargo de que su educación y bienes de fortuna le prometían facilidad para entrar desde luego en destino que le libertase de muchas dependencias y de las fatigas que sufren los del ínfimo servicio, no quiso ser dispensado de éste y lo hizo en clase de simple soldado.”
 
          También pesarían en su ánimo, aunque no lo cuente, los ejemplos de algunas fulgurantes carreras militares de aquellos tiempos se grababan fuertemente en la idiosincrasia popular convirtiéndose en ilusiones que se avivaban con la lectura de novelas, en el teatro, y pocos años después hasta en la zarzuela. Recordemos, por ejemplo, en Luisa Fernanda aquello de que, cuando el mozo “marchaba a ser soldado”, “la moza que le amaba” en la triste despedida le decía que “anda con Dios soldadito que a las banderas te vas. Yo te prometo y te anuncio que vas a ser general”. Y el ya casi recluta, ni corto ni perezoso, le aseguraba que “en nuestra boda serán las arras los entorchados de Brigadier”.
 
        Pues bien, el 19 de marzo de 1804, con poco más de 22 años, sentaba plaza como soldado de las Milicias Artilleras de Nueva Barcelona -ciudad por cierto fundada, como no podía ser menos, por un catalán-. 
 
          Casi 5 años estuvo en esa situación Francisco Tomás. Sus primeros destinos fueron los de ordenanza de un par de Gobernadores de Armas, pero a los dos años (ya en 1806) intervino en dos acciones de guerra participando en el rechazo a sendas intentonas de desembarco inglesas. Asciende a Cabo, cambia de Arma y se pasa a Infantería, y marcha a otra población, Piritu. Es promovido a Cabo 1º cuando ya llevaba 6 años y 3 meses de “mili”, compaginando sus deberes castrenses con la atención a sus cada vez más importantes actividades comerciales. Se había casado en 1809 con Josefa Bermúdez en Nueva Barcelona, y dado que no parecía que lo de llegar a ser general estuviese muy cercano, decide licenciarse y dedicarse de lleno a sus negocios.
 
La vuelta al Servicio. Primeros ascensos.
 
          Pero el hombre propone, Dios dispone y la política lo descompone. Estamos en 1810, y aprovechando el vacío de poder que se está produciendo como consecuencia de la invasión napoleónica en la metrópoli, algunas poblaciones venezolanas se levantan contra el gobierno español. Morales no lo duda. Él, en su día, había jurado servir a España y al rey, y los juramentos están para cumplirlos.
 
          Se reintegra al servicio activo, ahora como Sargento 2º, desde finales de diciembre de aquel 1810. Apenas 4 meses después asciende a Sargento 1º por sus méritos en campaña, y tan sólo transcurren otros 14 meses para que reciba la primera estrella. Asciende a Subteniente como consecuencia de su actuación en una audaz acción en que, al frente de un puñado de hombres derrota a un contingente rebelde muy superior.
 
          Estamos en junio de 1812 y se da la circunstancia de que el empleo se lo confiere otro tinerfeño, don Domingo Monteverde, a la sazón Capitán de Fragata, a cuyas órdenes luchaba el flamante nuevo Oficial, y que en aquellos momentos era el principal valedor de la causa realista en Venezuela.
 
          Aquel 1812, tan importante en nuestra Historia de España, también lo va a ser para la particular de Morales. Apenas habían transcurrido dos meses más y una segunda estrella se une a la primera y era nombrado Ayudante de la columna que mandaba el comandante Arias Reina.
 
          A partir de aquí, la carrera de Morales se ve jalonada por una numerosa serie de actuaciones en combates, la mayoría victoriosos, pero también algunos de resultados adversos, que sería muy prolijo detallar y muy aburrido escuchar. Por eso tan sólo me voy a referir a los momentos más destacados de la trayectoria militar de  nuestro personaje.
 
Con Boves
 
          El 19 marzo de 1813, el mismo día en que Morales cumplía 9 años de servicio, las tropas que mandaba Monteverde y de las que formaba parte aquel, sufrieron un contratiempo con la derrota de Manturín. Pero no hay mal que por bien no venga. Morales era, por naturaleza, como tantos españoles, un guerrillero nato. En la dispersión posterior al combate, el Teniente Morales y sus hombres se unieron a las fuerzas de un tipo similar cuya estrella iba ascendiendo con rapidez. 
 
          Me refiero a José Tomás Boves, uno de los nombres más destacados en la lucha contra el independentismo americano. Pronto Morales se convertiría en el segundo de Boves. Éste era tan sólo Teniente Coronel, pero ostentaba el mando de una columna de menos de  3.000 hombres, que recibía el pomposo nombre de Ejército. Lo que sí es cierto es que, dada la inmensidad de aquellos territorios, dichas columnas actuaban prácticamente de manera independiente, por lo que tampoco es muy de extrañar que sus Jefes se denominasen Comandantes Generales.
 
          En la victoriosa acción de Santa Catalina, en septiembre del 13, Morales gana la tercera estrella. Ya es Capitán, con 32 años, lo que tampoco era mucho, pero su carrera estaba ya lanzada. Así, tan sólo dos meses después Morales vuelve a demostrar su valentía y su saber táctico: en la batalla del Campo de San Marcos su actuación es tan destacada que le vale el ascenso a Teniente Coronel (podríamos decir que ejercerá el cargo como “estampillado” durante más de dos años, pues en este caso había que ratificarlo en la Corte madrileña).
 
          Sigue como Segundo de Boves, pero a principios de diciembre de 1814 muere el Comandante General en la acción de Urica. La inmensa alegría en el campo rebelde es tan sólo comparable al tremendo dolor en el bando realista. Un Consejo de Oficiales se reúne inmediatamente y se acuerda que sea Morales quien sustituya al caído caudillo. El acuerdo será aprobado muy poco después por el Capitán General Cagigal. Así, Morales se va a convertir en el principal sostenedor en tierras venezolanas de los derechos de la corona española… hasta que llegue Morillo.
 
        A finales de febrero de 1815, tras audaces acciones, Morales ha conseguido la pacificación casi completa (son palabras de su Hoja de Servicios) “expulsando a Bolívar y a la revolución del continente”. Los rebeldes se han refugiado en la isla de Margarita, por lo que nuestro hombre prepara una expedición para someterla; a tal fin apresta 32 buques de diversos portes, de guerra y transporte, y una fuerza de 5.000 hombres.
 
          La verdad es que parece inverosímil que los realistas -los defensores de la soberanía de España en aquellas tierras- pudiesen haber soportado durante 4 años aquella cruenta guerra y mantenerla, tan lejos de la metrópoli, sin ninguna ayuda, como consecuencia de que el esfuerzo principal de la Nación estaba volcado en expulsar a los franceses del suelo peninsular. 
 
Con Morillo
 
          Poco antes de lo expuesto, Fernando VII reacciona al fin (la guerra en la Península ha terminado en 1814) y a mediados de febrero del año siguiente, el Teniente General don Pablo Morillo embarcaba en Cádiz al frente de 6 Regimientos y un Batallón de Infantería, 2 Regimientos de Caballería (sin caballos), 1 Regimiento Mixto de Artillería, 1 Batallón de Ingenieros y Unidades de los Servicios. En total 10.642 hombres.
 
          Aparece Morillo en Margarita el 5 de abril, y dada la autoridad que se le había conferido en España -Capitán General de Venezuela-, el Teniente Coronel Morales y sus fuerzas se ponen a sus órdenes. Morales ya participa en la limpieza de insurrectos de Margarita, y es ascendido a Coronel. A partir de este momento, y siempre al mando de su Regimiento o de Unidades de más envergadura, participará en todas las campañas de Morillo, y normalmente en la División de vanguardia. 
 
          Las unidades realistas entran en el virreinato de Nueva Granada y en mayo de 1816 toman Santa Fe de Bogotá, con lo que, con la excepción de pequeños núcleos rebeldes, la soberanía española se restablece sobre todo el Virreinato y la Capitanía General de Venezuela. Morales, ya Brigadier, es enviado a ésta última a combatir nuevas revueltas. 
 
          Destaca en este aspecto el desembarco de Bolívar al frente de un fuerte contingente en el puerto de Ocumare. La rápida actuación de Morales derrotando a la vanguardia bolivariana y persiguiendo, a toda velocidad, al grueso que se retira, no pudo impedir, por escasas horas, que Bolívar escapase (eso sí, dejando en tierra buena parte de los desembarcados). Morales hizo 800 prisioneros y capturó una gran cantidad de armamento y municiones.
 
          En junio de aquel año, 1816, Morillo recibe refuerzos de la Península. Son ahora 3 Batallones de Infantería, 2 Escuadrones de Caballería y 1 Compañía de Artillería.
 
          Como vemos, al principio todo, o casi todo, fueron éxitos para Morillo, pero conforme pasan los meses y los años, la imposibilidad de reposición de bajas van minorando esa superioridad realista. En abril de 1819, Bolívar, que había sufrido graves reveses, pero que ya se estaba recuperando, decide invadir Nueva Granada (el grueso de las fuerzas de Morillo se encontraba en Venezuela) y poco a poco va recuperando el terreno perdido, hasta llegar a agosto en que vence en la batalla de Boyacá.
 
          Otra vez se ponen las cosas difíciles para Morillo, pero se confía en que en cuestión de meses van a llegar más refuerzos de España; en concreto se trata de unos 22.000 hombres, lo que acrecienta la confianza de volver a imponerse y de manera más decisiva aún.
 
         Pero todos conocen la Historia. El 1 de enero de 1820, en Cabezas de San Juan, el Teniente Coronel Riego y otros militares liberales sublevan a las fuerzas expedicionarias que se niegan a embarcar. Fernando VII pronuncia el falaz: “Marchemos francamente y yo el primero…” y restablece la Constitución de 1812. Los políticos liberales que acceden al poder piensan ilusoriamente que el restablecimiento de la Constitución va a calmar las ansias independentistas de Bolívar y sus camaradas. Pero se equivocan de cabo a rabo. 
 
          Morillo recibe instrucciones a lo largo de 1820 para firmar un armisticio con los rebeldes, y por fin se acuerda a finales de noviembre un alto el fuego de 6 meses -como paso previo para luego firmar un armisticio definitivo- a la vez que se ratifica otro tratado para regular la guerra, acabando con la situación de la “guerra a muerte” que se venía aplicando, y de la que dentro de un momento hablaré. 
 
          El 1 de diciembre, 4 días después de la firma, Morillo renuncia a la Capitanía General de Venezuela, entrega el mando al Mariscal de Campo Miguel de la Torre y regresa a la Península, profundamente disgustado y en desacuerdo total con la política liberal con respecto a América. La Torre nombra su Segundo al  Brigadier Morales.
 
Con La Torre
 
          Graves y heredados problemas ensombrecen el futuro. La Torre tiene que lidiar con las pretensiones de los enemigos de ocupar determinadas zonas que, en las estipulaciones del armisticio, quedaban bajo control realista. Y Maracaibo, a finales de enero de 1821, se rebela contra España, ocupando la ciudad los independentistas. En consecuencia, se reanudan las hostilidades y el armisticio se rompe.
 
          La situación del Ejército Expedicionario, compuesto ahora por menos de 10.000 hombres, es penosa. Ni de la metrópoli, ni de Cuba o Puerto Rico llegan soldados, víveres o dinero. El resultado es que 1821 va a ser un año de derrotas casi continuadas para los realistas. Analola Borges califica este período como de “meses de incertidumbre y desesperanza”, como se puede comprobar en la correspondencia, aún cordial, que sostienen La Torre, el Comandante en Jefe, y su Segundo, Morales. El hambre, la murmuración, las deserciones y las enfermedades están al orden del día. Enfermedades que afectan también a los generales, entre ellos a nuestro personaje, quien expresa su alivio al recibir dinero para pagar proveedores con las siguientes palabras: “… pues el bien de la tropa me es tan grato que nunca tengo mayor satisfacción que al verlas abastecidas.”
 
          Morales no cree en Bolívar; su ánimo se exalta a veces y desea seguir luchando, y decae otras en que no piensa más que en volver a España. La Torre, por su parte, aunque no confía tampoco en demasía en Bolívar, si cree en los tratados que se firmen, especialmente el que se ha de discutir en Madrid entre el gobierno y unos comisionados venezolanos para llegar a una paz duradera. 
 
          El 10 de mayo de aquel 1821 los independentistas toman Caracas y el 24 de junio consiguen la importante victoria de Carabobo, que va significar el principio del fin, y que, además, marca el inicio de las disensiones entre La Torre y Morales, pues éste achaca a aquel graves errores estratégicos en Carabobo y aquel a éste que su División de vanguardia no se comportó como se esperaba. Otros azuzan, vaya usted a saber con qué fines, las divergencias; por ejemplo alguien envía a La Torre una carta en la que le cuenta que “me escriben de Cádiz que en la Península tiene mucho nombre el Sr. Brigadier Morales, a quien lo llaman “el Inmortal”… que la voz común es que mientras no mande en Jefe dicho Sr. Morales no estarán pacificadas estas provincias…”
 
          Lo más preocupante es que los españoles sólo conservan ya Puerto Cabello y Cumana. La enfermedad de Morales no tiene visos de curarse, ni la situación militar de mejorar. En esas, el 26 de febrero de 1822, Morales recibe el Real Despacho por el que se le asciende a Mariscal de Campo. La Torre, pese a todo, lo felicita cordialmente y le manda su propio fajín.
 
        En julio, La Torre está sitiado en Puerto Cabello, donde el independentista general Páez (por cierto, un venezolano hijo de canarios) lo intima a la rendición, a lo que responde aquél de una forma espartana, recordando a Numancia y Sagunto y diciéndole que no le envíe más emisarios. La verdad es que cuenta con muy pocas reservas de víveres y espera que Morales le libre del cerco. Pero Morales está tomando Sarasida en un combate tan glorioso que hace exclamar a Analola Borges aquello de “Dios que buen vasallo…”
 
          Más motivos de disensión: La Torre acusa a Morales de no haberle ayudado, por lo que ha estado a punto de perder Puerto Cabello (aunque cuando lea el informe de lo de Sarasida se calmará bastante) y Morales a La Torre de la mala defensa de Puerto Cabello. 
 
        La situación empeora a ojos vistas, y el 4 de agosto de 1822, Morales, que se encontraba en plena campaña, recibe la orden de trasladarse a Puerto Cabello. La Torre ha sido nombrado Capitán General de Puerto Rico y entrega la Capitanía General de Venezuela y el Mando del Ejército Expedicionario de Tierra Firme al grancanario.
 
El último Capitán General de Venezuela
 
          Morales escribe al Secretario de Estado que ha vacilado mucho en aceptar el cargo, pues se siente sin fuerzas, y que tan sólo lo hace por amor a S.M. y por la fuerza de la subordinación. 
 
          Apenas ha tomado posesión del cargo cuando dirige una arenga a sus tropas y una proclama al pueblo venezolano. En la primera, entre otras cosas, dice a sus hombres que “… acordaos de las batallas (cita varias) en que siempre os conduje a la victoria;… seré siempre el primero de vosotros en los peligros, en las privaciones y en las fatigas… ¡Soldados!: subordinación, disciplina, valor y constancia.” Y en la proclama asegura que “las armas españolas son inseparables de la justicia y el hombre de bien… no debe temerlas”.
 
          Morales ha concebido un audaz plan. Tras algunas victorias, conseguidas en parte por las disensiones dentro del bando venezolano, piensa en ocupar Maracaibo, confiando siempre en que luego contará con ayuda en hombres, víveres, armamento y dinero de la metrópoli o de las Capitaías Generales de Cuba y Puerto Rico. O la orden de alto el fuego por haberse firmado la paz definitiva en Madrid. La primera parte de su proyecto se cumple. Consigue ocupar Maracaibo el 3 de noviembre de aquel 1822, … pero la segunda no. Creo que muchas más expresivas que mis palabras será el párrafo que les voy a leer de doña Analola Borges:
 
               “La falta absoluta de todo auxilio por parte de la metrópoli, o bien la orden tajante de negociar la paz, hizo languidecer esta agonía de esperanza y recrudecer los males de todo orden. Las vidas que se fueron segando en este atardecer hispanoamericano representan un trágico balance, mucho más para los españoles porque tuvieron razones para pensar por qué y por quién ofrendaban el sacrificio de sus vidas…”
 
          Maracaibo sólo permaneció en manos españolas otros 11 meses, al cabo de cuyo tiempo, Morales tuvo que capitular. Es ahora don Francisco Morales Padrón quien nos lo cuenta: 
 
               “Morales entregó Maracaibo, el castillo de San Carlos…. La capitulación tuvo lugar el 4 de agosto de 1823. El 15 se embarcaba para La Habana acompañado de 600 emigrantes españoles. Así abandonó el país el último representante oficial de España, después de una lucha que había durado casi 20 años.”
 
La Hoja de Servicios de Morales
 
          En la Biblioteca de Humanidades de la Universidad de La Laguna, en Guajara, (y aquí aprovecho para agradecer profundamente a don Daniel García Pulido y a todo el personal de la Biblioteca su absoluto apoyo para confeccionar este trabajo" existe una copia de la Hoja de Servicios del General Morales que ya pueden ustedes consultar en Internet. Comienza con su alistamiento y finaliza tras dejar Venezuela, en 1823. Es curioso que al hablar de su edad, su país, su calidad y su salud dice de ésta que es “achacosa”.De ella he entresacado lo más llamativo: sus mandos, sus heridas y su balance de victorias y derrotas.
 
          a) Sus Mandos:
 
               - Con Domingo Monteverde: Entre 1811 y 1813 y ejerciendo los empleos de Sargento a Capitán.
               - Como Segundo de Boves: En 1813 y 1814, y con empleos de Capitán y Teniente Coronel.
               - Con Morillo: Entre 1815 y 1821 y desde Teniente Coronel a Brigadier.
               - Como Segundo de La Torre: En 1821 y 1822, como Brigadier y Mariscal de Campo.
               - Como Capitán General de Venezuela y Jefe del Ejército Expedicionario de Tierra Firme: En 1822 y 1823.
               - Como Comandante General de Canarias: Entre 1827 y 1834.
 
          b) Sus heridas de guerra:
               
               - 1ª - En la acción de Aragua (14-09-1812), cuando era Sargento 1º.
               - 2ª - En el combate de Santa María de Iripe (31-08-1813), en el empleo de Teniente.
               - 3ª y 4ª: En la acción del Mosquitero (14-10-1813), de Capitán.
               - 5ª: En el combate de Cabrera (16-06-1814), cuando era Teniente Coronel.
 
          c) El balance de sus acciones de guerra:
 
               - Participó en casi 60 combates.
               - Fue derrotado en 9 ocasiones.
               - En 2 combates el resultado fue indeciso.
               - Venció en más de 45 enfrentamientos.
 
La guerra de los libelos
 
          Había terminado la guerra de las armas, pero no la de las difamaciones y acusaciones. Éste es un aspecto en que, casi como siempre, España sale perdiendo. Los temas de la expulsión de los judíos en 1492, de la Inquisición, la supuesta exterminación de indios, las acusaciones a Weyler y muchos casos más que ustedes conocen son la prueba más clara de que España ha perdido esa guerra; y lo malo es que el menosprecio hacia -y el desprecio por -nuestra Historia no hacen presagiar que ello vaya a cambiar, al menos a corto y medio plazo.
 
          Y con Morales sucede igual. De hecho, cuando llegue a Canarias habrá un casi general temor a su supuesta crueldad por sus actuaciones en la guerra americana. Temor que se va a convertir enseguida en afecto y cariño. Partiendo de la base que la guerra siempre es cruel, si en aquella lucha entre españoles, porque fue una lucha entre españoles, una guerra civil, las crueldades se desataron, habrá que buscar las causas que llevaron a la que se llamó “la guerra a muerte”. Y están en lo siguiente
 
          a) La Proclama de Bolívar
 
          El 14 de junio de 1813 Bolívar lanzaba su tristemente famosa Proclama, de la que el párrafo más conocido es el siguiente:
 
               “Españoles y canarios: Contad con la muerte aún siendo indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de la libertad de América. Americanos, contad con la vida aún cuando seáis culpables.”
 
          La consecuencia inmediata (como recoge José Semprún en su libro La división infernal. Boves vencedor de Bolívar, editado en Madrid el 2002 por Falcata Ibérica) es que:
 
               “... tienen lugar grandes matanzas en los días siguientes; los prisioneros españoles son decapitados en masa cuando no son quemados vivos. En la propia Caracas son más de 700 las víctimas, y otras 500 son ejecutadas en La Guaira. En Valencia también son ejecutados unos 800.”
 
          Exactamente dos meses después de su Proclama, el 14 de agosto de aquel 1813, Bolívar escribía al Congreso de Nueva Granada:
               
               “Después de la batalla campal del Tinaquillo, marché sin detenerme por las ciudades y pueblos de Tocuyito, Valencia, Guayos, Guáfara, San Joaquín, Marcay, Turmero, San Mateo y La Victoria, donde todos los europeos y canarios, casi sin excepción, han sido pasados por las armas”. 
 
          Lo anterior está escrito por Salvador de Madariaga en su libro Bolívar, editado en Madrid por Sarpe en 1985.
 
          Por si fuera poco lo que les acabo de leer, Luis Bermúdez de Castro, en su obra Boves, el león de los llanos, editada por Espasa Calpe en Madrid en 1934, recogía lo que uno de los generales de Bolívar, Briceño, dijo reforzando las consignas de su Jefe:
 
               “Como esta guerra se dirige en su primer y principal fin a destruir en Venezuela la raza maldita de los españoles europeos, en que van incluidos los isleños canarios, no debe quedar uno sólo vivo. Se considera un mérito para obtener grados en el Ejército el presentar un número de cabezas de españoles; y así, el soldado que presentare 20 será ascendido a alférez; el que presentare 30 a teniente; el que 50 a capitán.”
 
           b) La proclama de Boves
 
          El 1 de noviembre del mismo 1813, es decir, cuando la Proclama a muerte de Bolívar llevaba cumpliéndose 4 meses y medio, Boves decretaba la lucha a muerte contra los independentistas, -cuyo núcleo principal él personificaba en la oligarquía criolla de Caracas- y la sumaria ejecución y confiscación de sus bienes de los que se opusieran activamente al gobierno español. Y recuerden que Morales era el 2º de Boves, y en más de una ocasión tendría que obrar con extrema dureza.
 
         A este respecto - forma de actuar de Morales- en la Biblioteca de Humanidades de la ULL (Campus de Guajara) pueden ustedes encontrar documentos que hablan bien a las claras en defensa del grancanario. Hay, por ejemplo, una extensísima carta escrita en 1829 “de dos españoles emigrados de Tierra Firme en Santo Tomás a un amigo en Europa” que termina diciendo que la historia de Morales…
 
               “… presentará seguramente yerros involuntarios, inseparables de la limitación de la humana naturaleza; pero estamos bien seguros que tampoco se encontrará en ella mancha alguna que pueda oscurecer la lealtad, el ardor y el heroísmo con que siempre se ha conducido en defensa de su Rey… ni causa que pueda privarle del aprecio y estimación de los verdaderos españoles.” 
 
          También allí se guarda otro documento escrito por “ocho españoles de Venezuela emigrados y residentes en Curazao” defendiendo a Morales de las acusaciones de un CN, Ángel Laborde, en el que, por ejemplo, podemos leer que el General Morales…
 
               “… tiene por carácter distintivo el amor y la lealtad al Soberano; su moral es irreprehensible, y ni la ambición, ni la lascivia, ni la soberbia le han dominado nunca. Jamás ha sido aficionado a Baco, ni a lo ajeno. Desde el año 10 todo su ejercicio ha sido hacer la guerra a los enemigos del Rey…”
 
          Y finalmente comentar que el propio Morales fue solicitando unos certificados, agrupados bajo el título global de Testimonios, y expedidos por las autoridades de zonas y pueblos en los que actuó en la pacificación de las provincias de Venezuela. Son muchas decenas los recogidos, y acreditan su conducta tanto cuando sirvió a las órdenes de Boves y Morillo, como cuando lo hizo en su calidad de Comandante en Jefe del Ejército Expedicionario de Tierra Firme. Este documento también lo pueden encontrar en la varias veces citada Biblioteca.
 
          c) Conclusión
 
          Boves ha pasado a la Historia como un tipo cruel que se ensañaba con sus enemigos; y Morales, su segundo, llegó aquí precedido de la misma mala fama. Pero a Bolívar, que se levantó contra España, y que ordenó las lindezas que acabamos de escuchar, le levantamos monumentos y le dedicamos calles en  nuestra propia Santa Cruz. Ver para creer.
 
Canarias
 
          De Cuba vuelve pronto a Madrid, pese a lo que creía Bolívar, y tras  unos años “de cuartel” en la capital, como se decía entonces, o “disponible” como se dice ahora, el 27 de junio de 1827 desembarcaba en Santa Cruz de Tenerife el Mariscal de Campo don Francisco Tomás Morales y Afonso, recién nombrado por Fernando VII, (quien también le había concedido un escudo de armas) Comandante General de Canarias. Habían pasado casi 26 años desde que salió del Puerto de La Luz y contaba ahora cerca de 46 de edad. 
 
          ¿Cómo era la situación en el Archipiélago en aquel verano de 1827? Políticamente, aunque ahora gobernaban los absolutistas, el liberalismo no estaba extinguido, ni mucho menos. Eran muy recientes las durísimas y sangrientas represiones mutuas en los cambios de sistema anteriores (1814-1820-1823) para que en España, y, claro, en Canarias, reinase la tranquilidad necesaria para un gobierno eficaz. Súmense a la inestabilidad citada las intrigas de los apostólicos (los ultras de los absolutistas), la actuación subversiva de las sociedades secretas y, aquí, el fantasma de una supuesta declaración unilateral de independencia. Sobre este tema, el embajador español en Londres escribía al Gobierno aquel mismo 1827 que “los revolucionarios, que trabajan con infernal ahínco en su seno, tienen todo tan bien preparado que el día que lo crean oportuno… proclamarán la independencia de las Islas.”
 
          Y en lo social la cosa tampoco estaba muy boyante, pues como escribe Andrés de Lorenzo Cáceres, Canarias “sufría una profunda postración económica y moral”. A las tradicionales penurias había que añadir ahora que ya no era posible la emigración a América, y que el aluvión de noviembre de 1826, uno de esos tifones monzónicos o huracanes caribeños que vemos en televisión, había causado enormes daños. Los comerciantes ingleses afincados en las Islas abrieron en Londres una suscripción para aminorar las pérdidas, lo que despertó el recelo del Gobierno español sobre las posibles malas intenciones de aquella ayuda. 
 
          En este entorno regresaba el General Morales con su esposa, una hija y su yerno, el coronel Ruperto Delgado (de discreto y buen militar calificado por algún biógrafo de Morales) y un nutrido grupo de oficiales que habían servido con él en América.
 
          Ya hemos hablado de las acusaciones de cruel y sanguinario, que, como no, se recogieron aquí creando un ambiente de incertidumbre y temor en la población que, como era lógico, bien pronto desapareció, colaborando a ello los dos casos que cito a continuación.
 
           Acabo de comentar que se vivían tiempos de odio entre liberales y absolutistas, y Morales había dejado bien a las claras en más de una ocasión su lealtad a Fernando VII, por lo que los absolutistas pensaron que podrían utilizarlo contra sus enemigos políticos. Apenas incorporado recibió la vista de un clérigo (Darias Padrón lo cataloga como “pérfido, indigno de los hábitos que vestía y más inmoral que partidario del realismo”) que le presentó una lista de personas sospechosas de pertenecer a sectas secretas. El Comandante General ni miró el papel, lo rompió en presencia del delator y lo echó sin contemplaciones del despacho.
 
          Y solucionó “manu militari” algunos graves problemas, como la expulsión a la Península del intendente Balmaseda, que se había ganado la inquina de la población, o la limpieza de indeseables (que envió a Puerto Rico) de entre los cuadros de mando del Regimiento Albuera, a la sazón destacado en Tenerife.
 
          Visitó enseguida Gran Canaria, su isla natal, desembarcando por Agaete y marchando a Teror, donde rezó a los pies de la Virgen del Pino entre el 7 y el 9 de septiembre de 1827, con motivo de las fiestas de la Virgen.
 
          Es lógico pensar que la isla redonda recibiría con alborozo a su hijo, máxime cuando las clases dirigentes no podían olvidar que su capital, en un principio, había sido la sede de Capitanía. Y ello daba pie a muchas ilusiones. 
 
          Podían pensar en que de acuerdo con que en 1822, 5 años antes, en pleno Trienio Liberal, Santa Cruz de Tenerife había sido nombrada única capital de la provincia de Canarias en la primera división administrativa de la España contemporánea. Pero ahora estábamos en una etapa absolutista y las cosas podrían cambiar en uno de esos vaivenes políticos tan españoles, donde hoy no vale lo que ayer valía. Además, la principal baza argumentada en su momento por José Murphy para defender la capitalidad de Santa Cruz era que en ella tenía su sede el mando militar. Por tanto, si éste volviese a Las Palmas, ese argumento pesaría con fuerza en una reorganización territorial posterior de la que ya se hablaba.
 
          Fue recibido Morales en Las Palmas como un César triunfante: Agasajos sin fin, arcos de flores, fuegos y voladores, ágapes, regalos, etc. que no es utópico pensar que, además de expresar el afecto y el orgullo por un hijo predilecto, también podían estar encaminados a influir en el ánimo del General para volver a situar la sede militar en la capital grancanaria. Sobre este particular hay un documento curioso en la citada Biblioteca de la ULL en Guajara, y que, fechado en abril de 1841, se titula simplemente “Advertencia” y que reza así:
 
                “Se dará luego al público un cuadernito con una descripción de todos los obsequios que, con objeto de atraerlos, se han hecho en la Ciudad de Canaria a las primeras autoridades de la Provincia que allí han llegado, desde el Sr. Duque del Parque, y muy particularmente los que se hicieron al Sr. General D. Francisco Tomás Morales, que han eclipsado a cuantos ahora se han hecho allí. Se hará una relación de los arcos triunfales y columnas erigidas al efecto a este Señor, con una pequeña reseña de las coronas cívicas que dejaron caer sobre su cabeza; del recibimiento que tuvo la espada que este valiente General regaló al Ayuntamiento, y del modo con que allí se colocó; de los versos de toda especie que en su honor se dijeron, con aquel famosos brindis de ‘Dime Francisco Tomás…’a que S.E., con su conocida prudencia no contestó; y se pondrá como apéndice la despedida que a este honrado y virtuoso compatriota le hicieron en aquella ciudad”
 
          Pero don Francisco Tomás era un hombre sensato y en su decisión de que las cosas siguieran igual tuvo que influir el pensar que en Tenerife se había asentado el mando militar desde hacía 177 años (mientras que en Gran Canaria había estado unos 30) y que concretamente Santa Cruz había sido la casa de sus antecesores desde 1723, es decir, exactamente 104 años. Por tanto, dice Darias Padrón, un cambio “ni hubiese sido político, ni conveniente, y además perturbador”.
 
          Volvió a Santa Cruz y empezó a ocuparse, y a preocuparse, de la situación de las Milicias, que por esta época comenzaban ya a declinar y suponían una pesada carga para los pueblos. Visitó las de Fuerteventura, Lanzarote, Gran Canaria y Tenerife, pero no llegó a hacerlo con las de las otras 3 islas. Mandó al retiro a un buen número de Oficiales, a unos por inútiles físicamente hablando y a otros por ineptos en el sentido profesional (y los sustituyó por gente de su confianza, incluido su yerno, lo que le llevaría a ser acusado de nepotismo), y mejoró el armamento y el vestuario de los milicianos.
 
          Y aquí, en Santa Cruz, fue otro buen alcalde, sin ocupar este cargo. José Desiré Dugour, en sus Apuntes para la historia de Santa Cruz de Tenerife escribe que la ciudad “le será eternamente deudora de un adelanto que el General se atrevió a patrocinar, pues ayudado del Ayuntamiento y de varios buenos patricios que le secundaron con verdadero patriotismo, pudo llevar a cabo una obra de suma utilidad para el vecindario”. Efectivamente Morales fue el primer responsable de que la población pudiese surtirse de manera más copiosa y continuada de las aguas del monte de Aguirre.
 
          Llegados a este punto, recomiendo a quien no lo haya hecho se haga con un libro de Luis Cola que se titula SED. La odisea del agua en Santa Cruz de Tenerife, y que lo lea, claro. Allí sabrá como en 1827 (un año después del tremebundo aluvión del 26), las fuerzas vivas de la Villa pidieron apoyo al Comandante General, cómo aceptó Morales el encargo, su Presidencia de la Junta Administrativa del Agua, y los esfuerzos que, a partir de ese momento realizó, y cómo, tras muchos años de contrariedades y entusiasmos se dieron los primeros gigantescos pasos para que hoy podamos abrir el grifo en nuestra casa y ver correr libremente el agua. Morales fue piedra angular en el edificio de aquel proyecto ilusionante y necesario.
 
          Como anécdota recogida por Luis Cola, contar que en la primera reunión de la Junta del Agua se acordó, además de obtener dinero mediante la adquisición de unos bonos, aplicar unos arbitrios aprobados años antes de 4 maravedís por cuartillo de vino y de vinagre y 8 maravedís por cuartillo de aguardiente y otros licores. Ello hizo pensar a don Alejandro Cioranescu que “debía ser la primera vez que el vino servía para aumentar el agua, cuando lo normal es que fuera al contrario”.
 
          Bien, repito que en SED podrán ver ustedes, si no lo han hecho ya, la eficaz labor de dirección en este aspecto del Mariscal Morales. Labor apreciada y reconocida por el ayuntamiento, al punto de que cuando el General cesó en su cargo, en 1834 y comunicó al Consistorio que también dejaba la presidencia de la Junta del Agua, éste respondió que en su día “no nombró Presidente al Comandante General de la Provincia, sino al Excmo. Sr. Don Francisco Tomás Morales”, tratando así de destacar sus prendas personales.
 
          No podemos olvidar la Fuente de Morales, primer chorro público de agua con que contó el Barrio del Cabo. Fue inaugurada en febrero de 1838, cuando ya Morales no estaba aquí, pero fue dedicada a su memoria ante autoridades, banda de música y vecinos (la mayor parte, con seguridad, agradecidos habitantes del barrio). Y todo bajo el entusiasta tremolar de aquella famosa e ingenua pancarta en la que se leía el siguiente pareado: “Santa Cruz te dedica, con celo ardiente  //  a ti, Morales, esta fuente”
 
          El Ayuntamiento santacrucero aseguraba que el nombre dado a la Fuente “perpetúa el dulce y grato recuerdo de quien es deudor de tamaño beneficio”, y Morales contestó desde Gran Canaria dando gracias y asegurando “su eterno recuerdo para la época en que tuve la gloria de ser Jefe de las Afortunadas”.
 
          También la Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife lo nombró Socio de Honor en 1827 y fue su Presidente entre 1831 y 1834. 
 
          Pero nuestro hombre estaba cansado. Ya hemos visto que cuando regresó a Canarias era aún muy joven, incluso para los parámetros de la época, pero 20 años de campaña, con sus preocupaciones,  privaciones y fatigas, las heridas y, sobre todo, las enfermedades han minado su resistencia física y mental. Ya desde América había solicitado un par de veces el relevo, e incluso vimos que aceptó con cierta reluctancia el cargo de Capitán General de Venezuela, pero aquí se siente a veces inseguro de poder soportar el peso de la responsabilidad del destino y solicita al Rey la conceda la licencia, pero no le es aceptada.
 
          Esto me da ocasión para hablar brevemente del tema de las poesías dedicadas a Morales, algunas de las cuales pueden encontrar en la citada Biblioteca de Humanidades de Guajara. Hay una, referente a la solicitud de dimisión, que se titula “Voto de los isleños por la permanencia del Excmo. Sr. D. Francisco Tomás Morales en el mando de esta Provincia, sabedor de que ha pedido a S.M. se digne relevarle de este destino” Se compone, nada más y nada menos, que de 228 versos endecasílabos y lleva la fecha del día de San Fernando de 1829. Otra, por la misma causa, está compuesta por 16 octavas. 
 
         He encontrado también un "Soneto" que le dedicó Icod, una “Oda marcial en honor del Excmo. Sr. D. Francisco Tomás Morales el día de la revista del Regimiento de Abona” (1828) y otra titulada “Sentimientos de gratitud con que el general Morales se despide de Gran Canaria para la isla de Tenerife, su residencia”, de 1827.
 
          También quisiera destacar algo que cité de pasada al principio. Cuando ya estaba en Tenerife, en noviembre de 1827, Morales elevó al Rey, a través del Secretario de Estado y del Despacho (quien, por cierto, era el famoso Calomarde), una instancia solicitando el título nobiliario, para sí y su descendencia, de Conde o Marqués de Casa Fiel de Morales. En ella el General hacía constar que la fidelidad a la Corona le llevó a poner de su patrimonio más de dos millones de reales para atender a las necesidades de sus tropas entre 1815 y 1821. Y además aducía los sacrificios familiares en aquella guerra americana: su propio hijo había sido asesinado por los rebeldes (ante su madre) y 7 de sus parientes próximos (3 primos hermanos y 4 primos segundos) y 3 (2 hermanos y un primo) de su esposa habían muerto en campaña. Y aunque expresaba al Rey el deseo de dejar a su descendencia el título y su gloriosa espada, la verdad es que Fernando VII, por causas desconocidas para sus biógrafos, nunca contestó, cosa que no ocurrió con los dos que fueron sus jefes y predecesores, Morillo y La Torre, que sí recibieron sendos título nobiliarios.
 
            Por estas tierras, en los últimos años en el cargo, su popularidad parece decrecer. Dos absurdos casos en que el general da la sensación de empecinarse contra tipos que no merecían tanta atención, van a comerse algo de su prestigio al considerarse que está cometiendo abusos de autoridad.
 
          Con Morales, grancanario, en la sede de la Comandancia General, la capital chicharrera, Santa Cruz de Tenerife, es confirmada como capital de la Provincia de Canarias, por RD. de 30 de noviembre de 1833.
 
          En septiembre del mismo año habçia muerto Fernando VII, y el 3 de abril de 1834 una R.O. decretaba el fin del período de mando de Morales al frente de la Comandancia General y de la Real Audiencia. El 1º de mayo don Francisco Tomás se despide con una emotiva carta de los “Habitantes de Canarias” y entrega el mando a su sucesor, el general Marrón, el 29 de junio y se marcha, ahora sí, a Gran Canaria.
 
          Con anterioridad, Morales había solicitado como compensación a los sueldos y servicios en Venezuela "que parecían olvidados por la corona de España" (Millares) la cesión de una data en la selva de Doramas, en el grancanario Monte del Lentisca. Allí contrató enseguida gente, empezó los deslindes, desmontes y talas para convertir aquello en una gran explotación agrícola. 
 
          Pero hay quien no perdona. Adversarios liberales grancanarios exponen al General Marrón, el nuevo Comandante General, varios supuestos agravios, entre ellos el daño causado con la tala de los bosques de Doramas (Morales se defendió exponiendo sus ideas avanzadas y resaltando que la gran mayoría de los árboles talados estaban secos o no tenían ya retoños y que había sembrado un millón de árboles frutales); de sus antecedentes realistas, y de unas más que inventadas intenciones de apoyo al supuesto independentismo canario. Le hacen ver que Morales tiene, aunque esté retirado, una gran influencia en la sociedad de Tenerife y le insinúan que, a lo peor, le puede hacer sombra. Marrón actúa ahora de forma extemporánea. Morales y su yerno, el ya Brigadier  Ruperto Delgado, primer Gobernador Militar de Las Palmas, son deportados a la Península.
 
          Tras dos años, repuesto y absuelto de cualquier acusación, pero con el alma dolida por el daño moral, vuelve a Gran Canaria y a las labores del campo, que sin duda le recordarían sus humildes comienzos allá por El Carrizal, en Ingenio.
 
          Y por fin, como todos, entregaba su alma al Creador. Era en su casa de Las Palmas el 5 de octubre de 1844, y no llegaba a los 63 años de edad. Fue enterrado en el cementerio de la capital grancanaria, pero en 1850 sus restos serían trasladados a la capilla de su finca de San Fernando, en Doramas. En la lápida que cubre la tumba se puede leer un epitafio en latín que comienza así:
 
                “Aquí están depositados los restos del Excmo. Sr. Don Francisco Tomás Morales, que fue Capitán General de Canarias. No por su linaje, sino por sus propios méritos fue ennoblecido…”
 
          Y es verdad.
 
Consideraciones finales
 
          A mí, una vez leído bastante sobre este hombre, especialmente su Hoja de Servicios, me cae bien don Francisco Tomás.
 
               - Porque fue un hombre de carne y hueso, con virtudes y fallos
 
               - Porque nació en las capas inferiores de la sociedad y supo, por sus propios méritos llegar a las más altas.
 
               - Porque conoció en su niñez y primera juventud la miseria, pero no se rindió ante ella y supo reaccionar en busca de mejores horizontes.
 
             - Porque en el Ejército todos sus ascensos, desde Sargento 2º a Mariscal de Campo, lo fueron por sus méritos en campaña, haciendo verdad lo de que aquí… “sin mirar como nace, se mira como procede”.
 
               - Porque fue leal al juramento empeñado, y como valiente luchó siempre por su Rey y por una Patria lejana que le abandonaron durante muchos años y, especialmente, en los momentos más difíciles.
 
               - Porque derramó, en el cumplimiento del deber, hasta 5 veces su sangre y expuso su vida muchas más.
 
               - Porque, pese a las acusaciones de avaro, sufragó con su propio dinero las necesidades de sus tropas en momentos de total abandono de la metrópoli.
 
               - Porque, pese a la inquebrantable lealtad al Rey, no se dejó llevar por las corrientes tumultuosas absolutistas de la represión contra los liberales en sus años de Comandante General.
 
            - Porque, pese a su amor a su patria chica, Gran Canaria, tampoco se dejó convencer por quienes buscaban el cambio de sede de la Comandancia General, y en bien del Servicio, la siguió manteniendo en Santa Cruz de Tenerife.
 
               - Porque mejoró, en lo que pudo, las condiciones penosas de las Milicias Canarias.
 
              - Porque se involucró, en unos difíciles momentos sociales y económicos, en la mejora de vida de los habitantes del Archipiélago. El tema del agua en Tenerife y el inicio del Puerto de Las Palmas son los mejores ejemplos.
 
          Lo dicho. Creo que don Francisco Tomás Morales y Afonso fue un hombre del que, en su triple faceta de militar, canario y español, tenemos que sentirnos orgullosos, especialmente quienes somos españoles, canarios y militares.
 
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