El viejo puente, otra vez (1) (Retales de la Historia - 183)

 
Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 26 de octubre de 2014).
 
(Escrito antes de las lluvias del domingo día 19)
 
 
          Hace exactamente un año me refería en un Retal de aquella fecha a la que a mi juicio es gran chapuza en el tramo final y desembocadura de nuestro barranco de Santos, al reducirse su capacidad de desagüe por el estrechamiento del cauce aguas abajo del puente Serrador. A ello hay que añadir la inexplicable elevación del lecho, que aparentemente ha reducido considerablemente la altura original del puente de El Cabo, según testimonios fotográficos de finales del siglo XIX. No es necesario retroceder tanto en el tiempo, pues los que ya contamos con años suficientes para tener memoria de la primera mitad del XX, recordamos cómo pequeñas “camionetas” pasaban sin problemas bajo el puente para ir a cargar la arena acumulada en la desembocadura.
 
        ¿Qué se ha hecho para llegar a la situación actual? ¿Cómo es posible que se haya abierto calle, con acera y alcorques para árboles incluidos, robándole ancho a la desembocadura del barranco en el tramo en que es más necesario por reunirse allí el mayor caudal? ¿A quién se debe tan brillante idea?
 
          Hoy se intenta paliar la situación aumentando, una vez más, la altura del antiguo puente. ¿Se va a elevar también la altura del puente de Bravo Murillo y de la Plaza de Europa? Cuando se produzca otra riada, si las aguas pasasen sin problemas bajo la nueva cota del viejo puente, ¿qué ocurrirá aguas abajo en la avenida y plaza citadas?
 
          El puente original era de madera en su totalidad, incluyendo el estribo o tajamar situado en su parte central, por lo que no debe sorprendernos que fuera averiado o arrastrado hacia el mar cuando se producía un aluvión. Se construía con troncos cuyo transporte desde los montes solía crear verdaderos problemas. Por ejemplo, en 1880 se cortaron en el pinar de Vilaflor y fueron trasladados hasta la plaza de aquel pueblo, pero allí quedaron detenidos durante semanas y semanas, pues las yuntas que debían arrastrarlos hasta la playa de El Médano para su embarque a Santa Cruz estaban en la labranza, por lo que hasta que no terminaron estos trabajos no se procedió al traslado.
 
          En tiempos anteriores el problema no había sido sólo de transporte sino, lo que era más grave, económico. Hasta 1754, cuando el puente era arruinado por las aguas la situación atañía tanto a Santa Cruz como a La Laguna y al resto de la isla, pues quedaba cortado el único camino de rodadura existente, pero a partir de dicha fecha, abierto al tránsito el nuevo puente de Zurita, el Cabildo de la isla se desentendía del problema considerando que la solución correspondía sólo al ayuntamiento de Santa Cruz. Y así podía considerarse pues quedaban aislados los barrios de El Cabo y Los Llanos de Regla, el hospital de Ntrª Srª de los Desamparados y el hospicio de San Carlos, las instalaciones militares al Sur de la población y hasta, más tarde, el cementerio de San Rafael y San Roque, dificultando el traslado de los cadáveres.
 
          Cuando en 1773 otro aluvión arruinó el puente el comandante general colaboró con lo imprescindible para asegurar la conexión con las instalaciones bajo su mando, pero quedó mucho por hacer y el alcalde Matías Bernardo Rodríguez Carta llegó a un acuerdo con los vecinos para pedir limosna por las calles para poder terminar la obra. Diez años más tarde fue otro alcalde, Diego Falcón, el que pagó de su peculio el arreglo necesario y, en 1798, fue José de Zárate el que se dirigió al Cabildo solicitando ayuda, exponiendo que se veía obligado a ello por ser mucho el arreglo necesario y no poder costearlo de su bolsillo como hacía cuando el gasto no era excesivo. En 1820 se pudo dedicar a reparar el puente parte de lo recaudado de la tasa impuesta a las corsas, cuya responsabilidad en el deterioro de las calzadas era evidente, pero la inversión era totalmente insuficiente.
 
          A partir de este último año, durante toda la década, el puente resultó casi en desuso por su lamentable estado de ruina. Se pidió al intendente autorización para gravar cada pipa de vino importado con 5 reales y 7 ½ las de aguardiente, pero los requisitos exigidos -presupuesto, memoria, informe técnico, estado de cuentas municipales, etc.- fueron tantos que la autorización no llegaba nunca. El síndico Vicente Martinón informaba que era de la mayor urgencia su composición antes de que se desgracie alguna persona. Pero cuando se había acordado aplicar a la reconstrucción los fondos del derecho de aferimiento, se produjo la gran turbonada de noviembre de 1826 y el puente desapareció totalmente. Se reconocía que era imposible reedificarlo de cantería por lo costoso, y se decidió volver a hacerlo de madera, pidiendo ayuda al ramo de Fortificaciones, entendiendo que era fundamental para la comunicación de las dos partes de la línea defensiva que separaba el barranco de Santos.
 
          En 1827 se comenzó por dedicar a la reconstrucción el resto de un donativo diocesano para paliar los efectos del aluvión, lo que también era insuficiente, y se terminó volviendo a pedir por el pueblo, puerta por puerta, para poder realizar la obra.
 
- - - - - - - - - - - - - - - - - -