Calles y casas (Retales de la Historia - 151)

 
Por Luis Cola Benítez (Publicado en La Opinión el 9 de marzo de 2014).
 
 
 
          Son muchos los ayuntamientos que cada cierto tiempo se ven invadidos por un extraño virus que les impulsa a cambiar la denominación a algunas de sus calles, llevados las más de las veces por situaciones coyunturales y sin la debida reflexión. A veces este impulso de cambio, que por lo visto les resulta irrefrenable, responde a motivaciones políticas que tratan de eliminar de la nomenclatura callejera todo lo relacionado con otras épocas consideradas contrarias o ajenas a la ideología del momento, como si borrando aquellos nombres se pudiera cambiar la historia, nos guste o no nos guste.
 
          Pero más grave aún resulta el imponer nuevas denominaciones, por muy merecidas que puedan ser, a calles o lugares cuyos nombres originales o tradicionales nos explicaban su propia razón de ser, sus orígenes y, que en definitiva, respondían a las raíces de su pequeña o grande historia, siempre entrañable. Este proceder ha tenido lugar generalmente de manera irreflexiva e irresponsable, sin reparar en que las más de las veces, al eliminar el nombre original o sustituirlo por otro más de moda o de actualidad, se está condenando al olvido o eliminando definitivamente una parte importante de nuestra identidad como pueblo y, en algún caso, el único testimonio físico existente que nos sirve de anclaje al patrimonio histórico y sentimental común.
 
          Antiguamente los nombres de las calles respondían a sus características, situación, origen o elementos que las definían. Era lo lógico y, por ende, lo más sencillo y acertado. Así, en Santa Cruz, teníamos las calles de La Caleta o Aduana, Molino Quebrado, Hospital, Las Cruces, Cañón o Callejón Curvo, Vera del Barranco, Las Norias, de Los Balcones, del Norte, Barranquillo o de La Luz, de las Lonjas o Malteses, del Sol, Las Flores, Señor del Huerto, Consistorio, Botón de Rosa, Cardón, El Rayo, del Judío, Canales Bajas, Las Canales, de La Laguna, Los Campos, El Saltillo, Pescadores, Albertos, Camino de la Costa, entre otras.
 
          Algunas de estas calles han desaparecido, otras, no demasiadas, conservan sus nombres originales, a pesar de que en algún momento y en algunos casos se intentó cambiarlos: Castillo, La Marina, Plaza de la Iglesia, Clavel, La Palma, La Rosa, Cuesta de Piedra, Callao de Lima, El Saludo, Puerto Escondido, Combate…
 
          Los problemas comenzaron cuando se decidió y se puso de moda poner nombres de personas a las calles, o fechas conmemorativas señaladas para unos y tal vez no tanto para otros, lo que trajo consigo que según soplaran los vientos políticos en el consistorio los nombres se cambiaran una y otra vez, dando lugar a confusiones y, a veces, a situaciones rayanas en lo ridículo. Paradigma de esto último son nuestras espléndidas Ramblas, que en diversas épocas y en diferentes tramos han recibido los nombres de General Ortega, Isabel II, XI de Febrero, Marcos Peraza, General Franco y, recientemente, cuando se ha vuelto a cambiar su nombre, se ha perdido la oportunidad de recuperar su evocadora denominación primigenia, que nos habla de su origen y raíz: Paseo de los Coches. Así se le conoció desde que hacia 1661 el capitán general Gerónimo de Benavente hizo arreglar aquel tramo del camino de ronda para poder pasear con su carruaje, primer coche de caballos que hubo en Santa Cruz.
 
          Matías del Castillo Iriarte, que fue alcalde cuatro veces entre 1813 y 1842, es el primero del que tenemos noticia que mandó rotular las calles con sus nombres y poner numeración a las casas. Esto último era muy importante para el cobro del alumbrado público, que pagaban los propietarios de acuerdo con las fachadas, y mucho más cuando se estableció la contribución sobre la propiedad urbana, de lo que se ocupaba una comisión formada por concejales, llamada de “evaluación y repartimiento”, que se las veía y deseaba para llevar a cabo su labor.
 
          Desde 1836 hasta 1853 las sucesivas comisiones se afanaban en numerar las casas sin que los resultados fueran los deseados, como se desprende de las continuas rectificaciones de que hay constancia. En este último año se pusieron nombres a las calles de la Parroquia, Santo Domingo, del Teatro, de la Recova Vieja, callejón del Mar, de la Concepción, Pandorga y otras, y todavía a principios del siglo XX el gobierno civil apremiaba a terminar la numeración de las casas, y se le contestaba que no era posible cumplir por falta de recursos.
 
          En 1874, en lo que se llamó el ensanche, se pusieron nombre a las calles 0’Donnell, Guillén, Porlier, Alayón, Álvarez de Lugo, Bencomo, Anchieta, Cairasco, Cano, Núñez de la Peña, Duggi, denominaciones que en algunos casos han llegado hasta hoy y en otros han desaparecido.
 
          En 1930 aún se habla de la dificultad para rotular calles y numerar las casas, según se decía “por no haber material apropiado en plaza”.
 
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