Serenos (Retales de la Historia - 120)

Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 4 de agosto de 2013).

  

          Recientemente se ha vuelto a hablar en Santa Cruz de una institución, que puede parecer obsoleta por el tiempo que ha transcurrido sin su existencia: el cuerpo oficial de Serenos, considerados como agentes de la autoridad y colaboradores de las fuerzas de seguridad. Por el R. D. de 16 de septiembre de 1834 el cuerpo se estableció en toda España, aclarando que su función consistía en “hacer ronda de noche por las calles que constituyen su vereda, velando por la seguridad de las personas y las cosas.”

      Por las razones de siempre, lejanía y malas comunicaciones, no fue hasta junio del año siguiente cuando el gobernador civil pidió al Ayuntamiento plan y presupuesto para establecer el servicio, coincidiendo con el cese en la alcaldía de Francisco Meoqui y la actuación como interino de Valentín Baudet, hasta que en agosto resultó elegido Antonio Lugo-Viña, cambios que propiciaron que el asunto quedara postergado. El gobernador civil recordó su petición en 1836, ordenando que se le presentara presupuesto para la creación del cuerpo de serenos, para lo que se nombró una comisión que debería cubrirlo proponiendo prorrateo entre vecinos y comerciantes.

         Sigue pasando el tiempo, hasta que en 1844 el jefe político apremia a la corporación municipal, le presenta el reglamento y comienza a prestarse el servicio. Se desconoce la razón, pero algún incidente de cierta gravedad tuvo que ocurrir, cuando en junio del mismo año se les retira a los serenos el revolver reglamentario y se les sustituye por una lanza.

         Pero ocurría que el esfuerzo para cubrir el gasto que le correspondía era superior a las posibilidades municipales, y apenas transcurrido un año se trató de buscar una solución imponiendo un arbitrio de cuatro maravedíes por libra de carne despachada para financiar el nuevo servicio. No sólo resultó insuficiente, sino que al tener que realizarse obras en la casa de la carnicería se hizo necesario dedicarlo a ellas, y la consecuencia natural fue la supresión del servicio de serenos.

          Transcurren unos años y, en 1853, son los comerciantes los que piden que se vuelva a prestar el servicio y se estudia incluir en el presupuesto una partida de 10.000 reales, con los que se pretende la creación de entre seis y doce plazas, entre titulares y suplentes, pensando en una retribución de cinco reales por noche a cada uno. Pero el ayuntamiento tenía muchos calderos que atender y pocos fuegos que aplicar, y no era uno de los menos importantes la terminación de la nueva recova, a lo que finalmente tuvo que dedicarse la partida presupuestada. En consecuencia, se hizo necesario aplazar por el momento el restablecimiento del servicio.

          No obstante, en vista de que comerciantes y vecinos seguían reclamándolo, volvió a implantarse, sin que sepamos exactamente cómo se financiaba, aunque suponemos que la mayor parte de la carga recaía en los ciudadanos que lo habían pedido. Lo que sí se conoce es que poco después, en 1859, estos funcionarios nocturnos estaban a las órdenes de un celador de policía municipal, ante el que eran responsables en una primera instancia. También sabemos que tenían a su cargo el encendido de los faroles cuando comenzaba a oscurecer, hasta que en 1872 se estableció un cuerpo de faroleros, que además de ocuparse del encendido tenían a su cargo la limpieza de los reverberos.

          Es conocido el hecho de que estos funcionarios acostumbraban a "cantar las horas", añadiendo una indicación sobre el tiempo que hacía en cada momento, algo así como: “¡las tres en punto y sereno!” o “¡las cinco de la mañana y lloviendo!” Pues bien, en 1883, ante el incremento de robos que se observaba en tiendas y viviendas, se ordenó a los serenos que no cantaran las horas para no alertar a los delincuentes y facilitar así su captura.

          El servicio continuó prestándose con algunos altibajos e intermitencias, bien por falta de personal adecuado o por falta de recursos para su sostenimiento, pero hay constancia de que a finales del siglo XIX se debatió y se aprobó un nuevo reglamento, lo que nos indica que volvía a establecerse.

          No sabemos lo que duró en esta ocasión, pero sí de su existencia hasta el pasado siglo, donde era frecuente verlos ayudando a bajar los cierres de los comercios a última hora del día o acompañando a algún vecino trasnochador o pasado de copas hasta el portal de su casa.

          Era una especie de cordial policía de barrio que prestaba ayuda y seguridad a los ciudadanos.

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