El Hospital de los hermanos Logman (Retales de la Historia - 119)

Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 28 de julio de 2013).

  

          Las obras del Hospital de Nuestra Señora de los Desamparados se iniciaron gracias a los desvelos de los sacerdotes hermanos Ignacio y Rodrigo Logman. El Cabildo concedió licencia en sesión del 11 de febrero de 1746, señalando los linderos a  los que debía sujetarse la nueva construcción, que ya Ignacio Logman tenía bien proyectados. Entre otros detalles, Logman explicaba que la capilla del hospital se situaría en la esquina que formaba la calle lateral del barranco de Santos con el camino que conducía a la ermita de Nuestra Señora de Regla. Las dos enfermerías, una para hombres y otra para mujeres, estarían situadas de tal forma que los que estuvieran postrados podrían seguir desde sus lechos los oficios que se celebraran en la capilla.

          Los trabajos que se estaban ejecutando fueron supervisados por el regidor perpetuo Domingo de Mesa y Castilla, en unión del tesorero de Rentas Reales Matías Bernardo Rodríguez Carta, los capitanes Francisco Xavier Castellano y José de Guezala, y el vecino Lorenzo Pastor de Castro, mereciendo la aprobación de esta comisión según acta de la que dio fe el escribano público José Vianes de Salas.

         Los dos hermanos Logman fallecieron en 1747 con muy poca diferencia de tiempo, Ignacio en junio y Rodrigo en agosto, lo que motivó que la construcción del hospital se viera afectada por retrasos, prosiguiendo su camino de manera irregular, a medida que se podía disponer de fondos, que no era fácil reunir en cantidad suficiente. Desde 1750, el cónsul de Francia Francisco Casalón había dejado por su testamento 10.000 pesos para la fábrica: era una limosna conspicua -dice Cioranescu-, pero que tardó mucho en cobrarse, si es que se cobró alguna vez, porque en 1771 todavía se seguía pleito entre el heredero y el mayordomo del hospital.

          No obstante, con dificultades y carencias, la institución comenzó a prestar su humanitaria misión de acogida a enfermos y desamparados, dotada con los más sencillos y elementales medios que habían podido agenciarse. El 23 de julio de 1749, el capellán del hospital, Bartolomé Francisco de Fuentes, por disposición del obispo Juan Francisco Guillén, presentó inventario de los enseres con los que contaba el establecimiento, de los que cabe destacar, en primer lugar, la campana de cinco arrobas que los hermanos Logman encargaron  a Sevilla y que no llegaron a ver colocada. En la misma figuraba el escudo de Nuestra Señora del Carmen y los nombres de los dos fundadores. El capellán explicaba que la había colocado “en el campanario que dejaron hecho sobre la puerta que mira al puente”.

          En la relación incluye un cuadro de la Virgen del Carmen “en el oratorio que está en medio de las dos enfermerías” y a cada lado del mismo otros de San Rodrigo, Obispo y Mártir, y de San Ignacio de Loyola. En el altar un crucifijo de madera, atril, cuatro candeleros de metal, un frontal de lienzo pintado y otro de raso chino y “dos cortinas de olandilla labrada qe. cubren las rejas de ambas enfermerías pª qe. no se registren de una a otra parte”. Continúa el curioso inventario que incluye otro cuadro de Jesús Nazareno colocado en la enfermería de los hombres, que dispone de doce camas con el escudo de N. S. del Carmen, y de “una lámpara (aunque de oja de lata) que es bastante pª poner en ella luz a los enfermos”. Y añade, “seis camas enteras de sábanas, almohadas, &., con sus orinales, y un escaparate grande fábrica del Norte que está ya en la Sacristía” para guardar los ornamentos, y dos bancos de madera de tea, y servilletas, toallas “de lienzo de la tierra”, vasos de pedernal, escudillas y cucharas de madera, platos de piza y, algo muy importante, dos lebrillos, “el uno pª sangrías y el otro pª el uso de cocina”. Y muchos más trastos, cajas, anaqueles, candiles para el uso diario, sin omitir una lámina de San Juan de Dios en un ángulo de la enfermería.

          La capilla y sacristía había sido lo último en terminarse, pues se comenzó a acoger enfermos sin que se hubieran podido techar, lo que se logró con importante donación que hizo el obispo Guillén. En julio de 1749, en la víspera de la festividad de Ntra. Sra. del Carmen, el capellán Bartolomé Francisco de Fuentes pidió licencia al obispo para bendecir y celebrar misa en la capilla del Hospital de Ntra. Sra. de los Desamparados el mismo día de la festividad del Carmen, que quedaría así abierta al culto, “para alivio espiritual de los pobres que hoy están en él y en adelante estuviesen”.

          La labor sacerdotal y de caridad de los hermanos Logman fue reconocida desde los primeros momentos, tanto por las mejoras en la parroquia de la Concepción, de la que eran servidores, como por la fundación del Hospital. En el primer caso se llega a decir que casi lo único que quedó fuera de su actuación fue “el techo de la nave principal”. En el segundo, se les da el título de “padres de los pobres y de todo este pueblo, sujetos de eterna memoria…”

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