Primeras iniciativas sanitarias (Retales de la Historia - 115)


Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 30 de junio de 2013).

 

          Aunque sólo disponemos de datos aislados, es seguro que, desde el momento mismo de la llegada de los castellanos a las playas de Añazo en 1494, tuvo que existir algún tipo de instalación rudimentaria en la que se pudiera atender a los enfermos o heridos que precisaran asistencia. Téngase presente que se trataba de una expedición militar, por lo que había que contar con que se sufrirían bajas entre la tropa, como efectivamente ocurrió y en forma considerable, sobre todo en lo que los cronistas han llamado el "desbarate" de Acentejo. En este lance bélico que recuerda el topónimo de La Matanza, el Adelantado pudo comprobar en su persona la extraordinaria eficacia de los guerreros lanzadores de piedras de las huestes de Benchomo y Tinguaro, al quedar con el rostro desfigurado y perder parte de la dentadura por un certero impacto.

          Por otra parte, aquellos fueron años de pestes, "modorras" y lepra, que afectaron tanto a Europa como a las islas en general. Por lo tanto, aunque inicialmente tendríamos que considerar lo que sería una precaria instalación como el primer antecedente válido de hospital castrense, sin duda serviría también para la población de colonizadores y pobladores, más aún cuando los primeros que ocuparon plaza de vecinos eran en gran parte integrantes de la tropa expedicionaria.

          No sabemos dónde pudo estar instalado este primer hospital, aunque hay que suponer que sería cerca del lugar del desembarco, pero, sin embargo, sí nos ha llegado noticia de la persona que tuvo a su cargo el cuidado y atención de enfermos y heridos: una mujer, a la que puede considerársele como la primera enfermera de Tenerife. Cuando Fernández de Lugo arribó a las playas de Añazo y tomó la decisión de internarse en la isla, dejó en el desembarcadero en el que había plantado la Cruz Fundacional de madera -entre el barranco de Santos y el barranquillo del Aceite, hoy cubierto por la calle de Imeldo Serís- una guarnición, un cuerpo de guardia que le asegurara aquel precario punto de apoyo y un servicio de intendencia o de bastimentos, que corría a cargo de su compañero de expedición Francisco Gorbalán. También quedó entonces en el puerto de Santa Cruz, y es curioso constatarlo, un servicio de enfermería a cargo de una de las pocas mujeres partícipes en la aventura, llamada Ana Rodríguez.

          Esta Ana Rodríguez era la mujer de Andrés Díaz, al que se reconoce como conquistador de la isla de Tenerife y, según se desprende de los documentos hasta ahora disponibles, parece que este matrimonio fue el primero en recibir una data en tierras de Santa Cruz, pues el 6 de abril de 1499 el Adelantado daba a Andrés Díaz y a su mujer una tierra para huerta y casa. Dos meses después, en junio, Ana Rodríguez sola recibía tres solares y una tierra para casa, por el buen servicio que “a Sus Altezas fecistes en esta dicha conquista; a más de una caballería de tierras en Taoro, en 1501, por vecina y pobladora, y otras tierras en lugar no determinado, en 1503, por lo mucho que servistes al tiempo de la conquista en curar los enfermos y heridos.” Esta última indicación explica la curiosa calidad de "conquistadora" y enfermera de Ana Rodríguez.

          Poco después, en 1504, el recién constituido Cabildo de la isla toma el primer acuerdo relacionado con la sanidad cuando contrata por 55 fanegadas de trigo al año a un tal maestre Francisco, para que sirviera en el oficio de cirujano y físico. Que la salud -sobre todo la de ellos- preocupaba a los regidores del Cabildo es indudable, especialmente cuando podía haber peligro de que se introdujeran enfermedades que podían afectarles. Por este motivo, en 1514 fue Tenerife la primera isla que dispuso de un espacio que sirviera de lazareto o degredo, en unas cuevas de la desembocadura de un barranco en la costa de Santa Cruz, lugar conocido como Puerto de Caballos. El lugar era completamente inadecuado, húmedo e insalubre, por lo que los viajeros que llegaban al puerto en épocas de alarmas sanitarias, si eran capaces de sobrevivir a la cuarentena impuesta en aquellas lamentables condiciones, era que, indudablemente, disponían de una salud a toda prueba.

          Más tarde se contrató como médico al bachiller Diego de Funes por 20.000 mrs. al año y, ante el recrudecimiento de casos de lepra, se habla de crear para ellos un hospital en Santa Cruz que nunca llegó a realizarse. Ya existía el de San Lázaro en Las Palmas, aunque solía estar siempre ocupado al máximo, por lo que los elefancíacos -como entonces se les denominaba- deambulaban por calles y mercados sin que se supiera qué hacer con ellos.

          También por aquel entonces encontramos la primera cita documentada de viruela en un navío de esclavos negros que acababa de llegar al puerto.

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