El Divino Olvidado (El Santo Cristo de Paso Alto)

A cargo de Emilio Abad Ripoll (Museo Municipal de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife, 3 de abril de 2003). Con ligeras variaciones, esta misma conferencia se impartió el 12 de abril de 2004, en el Santuario del Cristo de La Laguna, y el 13 de marzo de 2007 en la Iglesia de Nuestra Señora de la Salud (antigua Capilla de las Siervas de María y en aquella fecha Capilla Castrense) de Santa Cruz de Tenerife.

  

cristo-1

       El Santo Cristo de Paso Alto, de Juan de Miranda  (Museo Histórico Militar de Canarias)         

  

          Quiero darles las gracias a todos antes de empezar: por su asistencia y por el derroche de paciencia que van a tener que hacer para aguantarme, aunque no deben volcar sobre mí toda la culpa, sino repartirla con don Manuel Pío, que fue quien me propuso participar en este ciclo cultural cuaresmal santacrucero; no pude negarme a ello, pues aunque no hemos nacido aquí, los 23 años que nuestra familia lleva residiendo en Tenerife, los muchos amigos, los lazos familiares, llámense yernos, y nueras y consuegros y, sobre todo, las huellas que dejó nuestra huella, como decía un cantautor, es decir, los nietos, hacen que nos sintamos unos chicharreros de corazón, y que en mí ese sentimiento se sobreponga a la natural cautela que debía refrenar la osadía de intervenir en este Ciclo junto a personas y agrupaciones de reconocido prestigio en el mundo de la Cultura y el Arte. De todas maneras, parafraseando un conocido eslogan político, “Iglesia somos todos”, y a todos nos corresponde poner algún granito de arena, aunque sea tan pequeño como éste, en lo relacionado con nuestra Religión. Bueno, y si alguno se aburre demasiado, como estamos en tiempo de penitencia que aplique el sufrimiento para que se le perdone alguna que otra cosilla que haya dejado pendiente en los pliegues del alma o de la conciencia.

          Y también quiero expresar mi agradecimiento a muchas otras personas, unas presentes y otras no en este salón, a las que he importunado con mis preguntas e indagaciones en relación con el tema que esta noche nos ocupa. Espero no olvidarme de ninguna: al Coronel de Artillería, don Juan Tous, quien me dio las primeras pistas para redactar estas líneas y en cuyos libros encuentra uno todo lo que quiera sobre las fortificaciones de Canarias; a don Luis Cola, que se lo sabe todo de Santa Cruz y que me habló de ciertos festejos relacionados con el Cristo de Paso Alto; a ambos, y a los demás compañeros de la Tertulia Amigos del 25 de Julio, por haber redactado aquel maravilloso catálogo de la exposición que se celebró en Almeyda en julio de 1997, y en la cual se exponía el recién restaurado Cristo de Paso Alto; a doña Carmen Fraga, en uno de cuyos trabajos de investigación sobre la autoría del cuadro se basa parte de mi exposición; al Teniente Coronel Ingeniero don José Manuel Padilla, quien me habló del “redescubrimiento” del Cuadro, y al responsable directo de ese hecho, el General Ezquerro; y, cómo no, a mi gente del Centro de Historia y Cultura Militar, en especial al Brigada Fariña, paciente como un Job y que se sienta ahí manejando ese invento de las proyecciones. Y a los que tuvieron la gentileza de pensar en mí para dirigirme a ustedes.

          La verdad es que cuando don Manuel Pío me preguntó cual sería el título de la charla para incluirlo en el programa, apenas hacía 48 horas que me había hecho la propuesta de participación, y lo dejamos sólo en un escueto “El Cristo de Paso Alto”. Sin embargo, días después, cuando ya había trabajado algo sobre el asunto, estaba leyendo unas líneas sobre el tan conocido El Divino Impaciente, de don José María Pemán, y pensé que un buen subtítulo, con más “gancho”, podía haber sido el de “El Divino Olvidado”. Y es así, porque es curioso constatar como en muy poco tiempo, una imagen religiosa que ha sido objeto de la devoción popular y unos actos que parecían arraigados en el devenir histórico de una comunidad desaparecen, y si no fuera por unos cuantos benditos locos, como Martínez Viera y Cioranescu, en el caso que nos ocupa, y Juan Arencibia, Luis Cola, Sebastián Matías Delgado, Pedro Doblado en el único programa que se puede ver con interés en la TV nacional, autonómica, insular y de pago, tantas y tantas tradiciones y usos se perderían para siempre en la noche de los tiempos.

          Pero vamos a hablar ya de nuestro Cristo, de nuestro Divino Olvidado.

          Creo yo que no será muy difícil para todos ustedes imaginarse la situación. La inquietud venía de muy lejos, de siglos de incertidumbre. Las pocas casas que componían el lugar de Santa Cruz de Tenerife, y, especialmente, su puerto, habían sido un bocado apetecible, pero duro de roer, para muchos y desde hacía mucho tiempo. En la memoria histórica escrita y en la colectiva de la población, la transmitida oralmente de padres a hijos, estaban siempre presentes la amenazante aparición en el horizonte de velámenes desconocidos; los mensajes de navegantes de paso que avisaban de tal o cual peligro, como, por ejemplo, de la proximidad de flotas enemigas o de corsarios, o de piratas; las alertas, con las campanas de la Concepción tocando a rebato; y el tronar de los cañones... Y, con todo ello, y como era lógico, las rogativas, la misas, las novenas y, a Dios gracias, los Tedeum en que se reconocía la intervención del Todopoderoso en la consecución de la victoria o en el alejamiento de los males recelados.

          Pero aquel caluroso verano de 1797, la amenaza parecía mucho más peligrosa. Era cierto que el Comandante General había dictado órdenes y tomado prevenciones ante la posibilidad de un ataque inglés; era verdad que se habían incrementado los preparativos de defensa, la instrucción de los artilleros, los infantes y los milicianos; pero también era indudable que no éramos muchos, ni muy fuertes, y que el entonces enemigo parecía haberse dado cuenta de ello, llegando en su osadía a secuestrar buques y hombres en la misma rada santacrucera.

          Y el 20 de julio la amenaza se convertía en temible realidad. Una potente escuadra inglesa fondeaba frente a la ciudad, y su jefe, el Contralmirante Horacio Nelson, enviaba al nuestro, el General D. Antonio Gutiérrez, un ultimátum exigiendo respuesta en el plazo de media hora. En la madrugada del 22, una “agreste”, una campesina que venía de San Andrés, seguramente a vender algunos productos al mercado de Santa Cruz, dicen que fue la primera que, cuando pasaba junto al Castillo de Paso Alto, vio acercarse barcas inglesas hacia Valle Seco. Sus gritos alertaron a la guarnición del reducto, y los 3 cañonazos que se dispararon muy pronto no sólo despertarían a los santacruceros, sino que harían aparecer en sus cerebros y en sus corazones los más horribles presagios. Rota la sorpresa, los ingleses volvieron a sus barcos, pero a las 9 de la mañana comenzaron a pisar tierra por la zona de El Bufadero.

          Las disposiciones de nuestro General, la rapidez de los hombres del Marqués de la Fuente Alta de Las Palmas, la dureza del terreno (piensen un segundo en estos nombres: Montaña de la Altura- El Ramonal- La Jurada) y el clima (aquel día cuentan las crónicas que el sol era abrasador), frustraron el intento, por lo que los ingleses tuvieron que aprovechar la siguiente noche para reembarcar. Y siguió la tensa espera las jornadas del 23 y 24 de julio.

          Y, como les dije antes, no es difícil imaginarse lo que sucedía, ni en Santa Cruz, ni en La Laguna, ni en los castillos, baluartes, fuertes y plataformas que defendían el pueblo, ni en la pequeña muralla defensiva que bordeaba la costa y tras la cual se parapetaban infantes, milicianos y rozadores. Vamos a trasladarnos con la imaginación, a una de las fortificaciones, la del Santo Cristo de Paso Alto. Sí, ese fue también su nombre durante algún tiempo y luego intentaremos averiguar por qué. Ese reducto era una pieza clave en la defensa de Santa Cruz, pues los vientos dominantes, los alisios, especialmente en esa época del año, obligaban a los buques enemigos a “desfilar” ante Paso Alto si querían batir con sus cañones otras defensas y la propia ciudad. Y en la planta superior de ese Castillo se había habilitado, desde hacía décadas, una pequeña capilla, que albergaba en su interior un cuadro representando un Crucificado, al que acompañan en el último momento de su vida humana su Madre y el más querido de sus discípulos. ¿Verdad que no es difícil imaginar que en aquella tensa espera, en aquellas horas de incertidumbre, quizás algunos paisanos, gente de los alrededores, o que estuviesen echando una mano a los artilleros, puede ser que algunas mujeres esposas, madres o hermanas de los 55 hombres que servían las piezas y, seguro, todos o la mayoría de los defensores de la fortaleza pasarían unos minutos frente a aquel cuadro, rogándole al que en aquellos momentos era el Señor Dios de su Ejército la protección ante el inminente peligro?

          Y, como todos ustedes saben, el ataque se produjo, iniciándose precisamente con un bombardeo contra Paso Alto cuando caía la tarde del día 24. Cuentan los historiadores que la bombarda Rayo lanzó contra el castillo muchos disparos (unos dicen que fueron 41 y otros que 43), bombas de las que se decían de 9 pulgadas, es decir unos 23 centímetros, como la que se conserva y expone en el Museo de Almeyda, recogida la misma noche en los alrededores. Pero no ocasionaron ni el más ligero daño personal. Un parte del Jefe del Castillo al Comandante General dice textualmente que: “sin embargo de haber dirigido más de 41 bombas, sólo he hallado que, por una de ellas reventada en el aire, cayó un casco en la cocina, rompiendo algunas tejas, tablas y un pedazo de tabique de una alacena contigua a un cuarto donde había paja para bestias, sin que ésta se hubiera incendiado...”  Y en otro documento archivado en la Comandancia de Ingenieros se lee: “que fueron arrojadas 41 bombas, habiendo hecho explosión una de ellas dentro de la Capilla, EN QUE HABÍA UN CRUCIFIJO, sin que causara el más leve daño, conservándose mucho tiempo después en la citada Capilla los seis cascos en que se abrió aquella...”. Al igual que la bomba que cité antes, se conservan en el Museo Histórico Militar de Almeyda.

          También conocen todos como terminó esta historia. Nelson, sin un brazo y con muchos hombres menos de los que llegaron a nuestras aguas, se hizo a la vela y prometió, por escrito, no volver a atacar ninguna de las Canarias. Inglaterra comenzaba a buscar su camino a la India por el derrotero mediterráneo y Santa Cruz de Tenerife celebraba alborozada haber escrito, según lo que refleja el Marqués de Lozoya en su Historia de España, “la página más gloriosa de la historia canaria desde su incorporación a España”. Luego vendrían la solicitud de declaración de Villa Exenta, la concesión real del Villazgo, la constitución del primer Ayuntamiento (cuyos bicentenarios se celebran este 2003, por cierto)... y todo lo demás.

          Pero, volviendo a la mañana del 25 de julio de 1797, en los corazones de aquellos hombres y mujeres que habían impetrado del Cristo expuesto en la Capilla de Paso Alto la protección ante la inminente batalla, habría ahora un enorme espacio para el agradecimiento, pues algunos, o muchos, tuvieron que ver en la ausencia de daños a los defensores del Castillo, aún cuando alguna bomba hiciera explosión en la Capilla o en sus cercanías, una intervención directa y sobrehumana. Los artilleros ingleses, mientras aplicaban la mecha al oído de sus cañones, no podían imaginar que estaban también encendiendo una de las más bellas tradiciones que mantuvo durante muchos años la que ahora sería, porque se lo había ganado en buena lid, la Villa de Santa Cruz de Tenerife: la romería del Cristo de Paso Alto. Una peregrinación que comenzaría en sus primeros meses y años como un acto de acción de gracias y que se iría transformando, con el correr del tiempo, en una jornada religioso-lúdica.

          Don Francisco Martínez Viera, en El antiguo Santa Cruz escribió al respecto:

               “La fiesta del Cristo de Paso Alto era antigua, popular y animada: una verdadera romería. Se celebraba dentro y fuera de la citada fortaleza. A ella concurrían también las damas y damitas de Santa Cruz, con el rostro tapado, a pedir la feria...

                Al Cristo de Paso Alto (un magnífico lienzo del Crucificado) que se conservaba y veneraba en la capilla del Castillo, y en cuyo honor se verificaba la fiesta todos los años, lo aureolaba un episodio histórico que el Diario de Tenerife (alrededor de 1897) contaba de esta manera:

                    “”En Julio de 1797, cuando el Almirante Sir Horacio Nelson atacó la plaza, se dispararon por la escuadra inglesa multitud de proyectiles sobre el referido castillo, que, chocando en el risco, rebotaban y caían haciendo mucho daño en las obras de defensa. Una de las bombas lanzadas reventó en varios cascos dentro de la capilla, no causando daño alguno, y sus pedazos se conservan aún en el mismo fuerte.. Hace muchos años tuvimos ocasión de ver esos pedazos de la granada inglesa en un rincón de la que había sido capilla de Paso Alto. ¿Se conservarán aún?""

                El cuadro del Divino Redentor -añadía el Diario- se trasladó a la capilla castrense, que la era la del Pilar, por el mal estado de la capilla del castillo y en dicha iglesia se celebraba anualmente la función solemne en su honor. "

          Don Alejandro Cioranescu escribió que ”también era una fiesta de barrio muy concurrida la del Santo Cristo, cuya víspera se celebraba el 23 de septiembre en Paso Alto, donde se custodiaba la imagen, con nevería, violines, guitarras  y baile...”

          Y aquí me hago una pregunta: ¿Cómo se llamaba el reducto defensivo? ¿De “Paso Alto”, a secas, o del “Santo Cristo de Paso Alto”? Vamos a indagar un poco.

          Cioranescu nos cuenta al hablarnos de cómo la plaza, todavía poco más que un “lugar”, iba ganando terreno al crecer el número de sus habitantes, que a finales del siglo XVI las edificaciones se extendían hasta la calle que continuaba en línea recta a la de la Cruz Verde, es decir, hasta la actual de San Francisco, y que se conocía entonces con el nombre de “calle que va al campo” o “calle que va al Paso Alto”, o sea, hacia un punto que recibía esa denominación porque para continuar en dirección a Anaga no se pasaría por lo bajo, junto a la orilla, sino por lo alto, por una parte más elevada del risco de Altura.

          El mismo Cioranescu, cuando se refiere a las fortalezas que se fueron levantando para defender la ciudad, relata que el Castillo de Paso Alto no se edificó hasta 1670, aunque reconoce que ya existía una obra defensiva al menos desde 1582, como “fuertecillo” o plataforma, y que en 1657, convertida en un reducto con dos piezas de artillería, llevaba el nombre de Santo Cristo de Paso Alto. Anoten mentalmente esa fecha: 1657.

          Pero unos años antes, el Capitán General, que a la sazón era D. Iñigo de Brizuela y Urbina, había girado una visita a todas las islas del Archipiélago, y estudiado sus las fortificaciones (trabajo por cierto recogido en un espléndido libro editado por el coronel Tous hace unos pocos años), sin que el nombre de “Cristo de Paso Alto” aparezca por ninguna parte.

          Por tanto, entre 1634 y 1657 algo había tenido que suceder para que se produjera el cambio de nombre del reducto.

          Primera hipótesis: ¿Existiría ya un Cristo en el recinto militar que le diera nombre al reducto? Parece poco probable, porque no es hasta el año de 1670 cuando el Cabildo paga a un tal “Juan Francisco”, según ha localizado el Coronel Tous, para pintar un Cristo para la Capilla del mismo.

          Segunda hipótesis: La mayoría de los reductos llevaban un nombre religioso, como San Juan, San Miguel o San Pedro, por lo que Paso Alto parecía quedar sin valedor celestial.  ¿Pudo ser posible que, por iniciativa del castellano, o de otra autoridad devota del Dios crucificado, se decidiese el cambio de nombre y luego se encargase la pintura del valedor del recinto? Quizás sí.

          Tercera hipótesis: Que algo muy importante ocurriese entre las dos fechas y que una de las consecuencias fuese el cambio de nombre. Juan Tous me ha desvelado una teoría, que no voy a exponer aquí, prefiriendo que sea él mismo, si la llega a confirmar con sus investigaciones, quien alguna vez nos la relate. Lo único que les puedo adelantar es que está relacionada con el Santísimo Cristo de La Laguna y el ataque de Blake anunciado desde 1656 y realizado en abril del repetido 1657.

          Yo me quedo, hasta que el Coronel Tous culmine su investigación, con la teoría de un simple cambio de denominación motivado por la devoción que alguien importante tenía a la imagen del Crucificado. Luego, y quizás por acortar el nombre de la fortaleza, se volvió al primitivo de Paso Alto.

          Y olvidándonos de esta digresión, ustedes se preguntarán: “¿Y cómo había llegado aquel cuadro al Castillo?”. Pregunta que se ha hecho mucha gente antes que nosotros y a la que no es fácil dar respuesta.

          Yo creo que existieron dos cuadros: el encargado al tal “Juan Francisco” y el que hoy nos ocupa. Aquel tuvo que venerarse en la capilla del reducto, luego Castillo, desde que se encargó en 1670. Más tarde, la presencia de un nuevo y gran cuadro, seguramente pintado por el artista de mayor renombre en el Archipiélago en aquellas fechas, como veremos en unos minutos, hizo que el viejo, y posiblemente de no gran calidad, pasase a ocupar un hueco en la sacristía. Doña Carmen Fraga, en un artículo publicado en 1981, escribe que :”Es cierto que existió ya en el siglo XVIII un cuadro del Santo Cristo venerado en Paso Alto, pero el Vizconde de Buen Paso señala que ese otro, instalado primitivamente en el altar, había sido llevado a la sacristía...” .

          En un inventario del Castillo de Paso Alto fechado en 1841, en el que se relacionan las distintas dependencias de la fortaleza y los objetos en ellas contenidos, se dice textualmente que “... a continuación se halla la capilla, donde se venera el Santo Cristo de Paso Alto...”, mientras que otro de 1853 es más explícito, pues a lo anterior añade que “La imagen del Santísimo Cristo es en lienzo, al óleo, y a sus lados se hallan otros dos cuadros también al óleo de San Miguel y San Cristóbal en mal estado. La guarnición del cuadro del expresado Santo Cristo, en sus lados y en la parte baja, se halla forrada de chapa de plata. Se cubre esta imagen con un velo que tiene una cenefa en la parte superior de madera y forrada también con chapa de plata”. Hace a continuación el inventario una llamada a pie de página en la que, textualmente, se lee: “Existen seis cascos de bomba de una arrojada por los ingleses que reventó cerca de dicha capilla y no causó desgracia a la guarnición, aplicándolo la gente de aquel tiempo como milagro, por cuya opinión se ha guardado hasta el día.”

          Y vamos ya a dedicarnos por entero al Santo Cristo de Paso Alto. Damos por hecho que en 1797 había un Cristo Crucificado que se veneraba en la Capilla. Casi podemos asegurar que la gente se encomendó a Él la noche del 24 al 25 de julio y, que, en agradecimiento por lo que el pueblo consideró milagrosa protección, como acabo de leer, comenzaron a celebrarse funciones religiosas, romerías, fiestas, etc. que se convirtieron en una tradición. Pero luego una nube de olvido cayó sobre nuestro Cristo y sobre las conmemoraciones religiosas y profanas. ¿Cual sería la causa?

          Yo creo que hay que encontrarla en el progresivo deterioro de la fortaleza de Paso Alto, incluyendo su capilla, lo que obligaría a buscar un sitio más digno para el Cristo. ¿Y cual podía ser ese lugar? Lógicamente otra capilla militar. Esta situación se estaba produciendo en el último cuarto del siglo XIX, cuando regía los destinos de Capitanía un hombre nacido en otras islas, las Baleares, pero que se iba a identificar de tal manera con estos 7 roques, y especialmente con el que nosotros pisamos ahora, que incluso sería nombrado Marqués de Tenerife. Me refiero, todos lo saben, a D. Valeriano Weyler y Nicolau.

          El General Weyler había decidido en 1878 cambiar de ubicación la Capitanía, en aquellos momentos viviendo de alquiler en el viejo Palacio de Carta, en la Plaza de la Pila, y levantar un edificio de nueva planta en el lugar que ocupaba el Hospital Militar, para lo que la primera acción sería el derribo del establecimiento hospitalario. Era en ese Hospital donde se encontraba la Capilla Castrense, y entre las disposiciones que se tomaron como consecuencia de su desaparición se comunicaba al Obispado de Tenerife que “se sirva disponer lo que estime conveniente respecto a la Capilla del mencionado Hospital, que igualmente debe desaparecer”. El Santísimo se trasladó a la nueva Parroquia del Pilar el domingo 12 de enero de 1879, con asistencia de Comisiones militares, la fuerza del Destacamento de Artillería y la Banda de Música del Batallón Provincial.

          Era por tanto la Iglesia del Pilar, desde ese año de 1879, la Capilla Castrense, y como nos decía el Diario de Tenerife, el lugar de destino del lienzo del Santo Cristo de Paso Alto. ¿En qué año se produjo el traslado del óleo al Pilar? No lo sabemos. En nuestro Archivo Militar se encuentran los inventarios de Paso Alto, que son prácticamente iguales desde mil ochocientos sesenta y tantos hasta 1905, año en que cambia totalmente lo relacionado en el documento, desapareciendo, entre otras muchas cosas, la misma capilla. ¿Qué nos indica eso? Casi con toda seguridad que durante más de treinta años los encargados de la redacción de los sucesivos inventarios se limitaron a copiar lo del año anterior, sin molestarse en dar de baja o de alta muchas cosas, hasta que, en 1905, alguien mucho más responsable decidió inventariar de verdad los enseres del castillo. El traslado, por lo tanto, debió realizarse después de 1879, fecha de derribo del antiguo Hospital, y, como veremos ahora, antes de 1895.

          Algunos años después de la construcción de Capitanía nació el nuevo Hospital Militar, en la calle Galcerán, hoy recién derruido, pero la situación en cuanto a la atención religiosa de los militares no varió. Mas pasa el tiempo, y en el Diario de Las Palmas, en su número de 29 de marzo de 1895, bajo un titular que escuetamente dice “Supresión” y antes de un epílogo no menos escueto que reza "Otro despojo”,  podemos leer:

                “Ha sido suprimida la parroquia castrense de Santa Cruz, denominada del Pilar, disponiéndose de orden del Gobierno su clausura y que pasen a la parroquia de San Francisco las alhajas y ornamentos que pertenecen al templo y al Hospital Militar los de la capilla del mismo”.

          Es decir, que parece lógico que el cuadro pasara con el resto de los objetos de la capilla del Pilar a la del nuevo Hospital Militar. Pero, ¿se produjo ese traslado? Con absoluta seguridad la respuesta es negativa. Mi impresión es que cuando el lienzo viajó de Paso Alto al Pilar se expuso a la devoción pública (no olvidemos lo venerado que había sido en su primitiva ubicación y que, el Diario de Avisos nos lo cuenta, anualmente se celebraban en su honor solemnes funciones religiosas) y cuando se produjo la supresión de la parroquia castrernse (1895), no se consideró conveniente retirarlo entonces, pero sí en una fecha indeterminada años después, aunque nunca recorrió unos centenares de metros hasta la capilla del Hospital Militar.

          Lo cierto es que, cuando en 1981 se preparaba en Capitanía General la celebración del centenario de la erección del Palacio, se encargó a un equipo del que formaba parte el entonces Comandante don Alfredo Ezquerro Solana, hoy General de División y Comandante Militar de Zaragoza, una serie de trabajos relacionados con la efemérides. Revolviendo archivos y hemerotecas salió a la luz nuestro Cristo, y se propusieron localizarlo,haciendo algo similar a lo que hemos hecho nosotros aquí, y, según me contó hace unos días el General Ezquerro,  fue don Manuel Perdomo quien los puso en la pista verdadera al hablarles de la posibilidad de que siguiera en la iglesia del Pilar. Hacia allí dirigieron las pesquisas, pero el Párroco no tenía conocimiento de la existencia del lienzo. Finalmente, recordó que un viejo sacerdote, otrora antecesor suyo, vivía en Málaga, y les proporcionó su número de teléfono. Aquella misma mañana, de vuelta en Capitanía, telefonearon a la capital de la Costa del Sol, establecieron contacto con aquel viejo cura y éste les dio la pista definitiva. Recordaba que hacía mucho tiempo había visto un cuadro del Crucificado con la Virgen y San Juan, y que, por falta de espacio donde colgarlo, había sido enrollado y trasladado a un desván en la parte superior de la Iglesia. A Ezquerro y sus colaboradores les faltó tiempo para salir a toda máquina hacia la iglesia del Pilar. Con el consentimiento del párroco rebuscaron en el desván y encontraron el Cristo olvidado.

          Con la correspondiente autorización del Obispado, el lienzo pasó a Capitanía, siéndole efectuada una primera restauración por don Alfredo Reyes Darias y formó parte de los objetos y recuerdos que se exhibieron con motivo de la exposición que se celebró al conmemorarse el centenario de la inauguración del Palacio. Allí quedó luego, en el primer rellano de la escalera que, desde el patio central, conduce al despacho del Capitán General.

          En el año 1996 pasó por una nueva restauración, esta vez a cargo de doña Dácil Corazón de Jesús de la Rosa Vilar, permaneciendo en el mismo lugar. En esa restauración trabajó una gran amiga, doña María del Carmen Cebada de Segura, quien me ha contado las dificultades del trabajo, y entre ellas los problemas para separar una tela a la que se encontraba pegado el lienzo. Ese mismo año, quien les habla fue nombrado Jefe de Estado Mayor del Mando de Canarias y, diariamente, en mi subida al despacho del General Jefe, lo encontraba, con sólo levantar la mirada, presidiendo los afanes de aquella casa. Pero, aunque no soy un experto en arte, me parecía que aquel lugar, al aire libre, no era el más adecuado para una correcta conservación. Por ello, en 1998 le propuse al Capitán General, entonces el Teniente General Ramos-Yzquierdo, que se depositase el cuadro en el Museo Militar, donde disfrutaría de mejores condiciones de conservación y, de alguna forma, volvería a donde estuvo: en una sala que recuerda a los visitantes la Gesta del 25 de Julio, es decir, lo que sucedió la noche en que aquel Crucificado se ganó el agradecimiento de los artilleros del Castillo de Paso Alto y de muchos otros tinerfeños.

          Pero, ¿hay certeza absoluta de que éste fuese el Crucificado que aquel día estaba en el Castillo? No hay mejor respuesta que acudir a una persona de reconocida fama por sus conocimientos artísticos e históricos. Doña Carmen Fraga visitó la exposición del centenario de Capitanía y redactó un artículo del que ya hemos leído antes unas líneas. Estudió el cuadro y escribió lo siguiente:

               “En el rótulo explicativo del cuadro indica que se trata del Cristo de Paso Alto... La referencia al lugar de origen ha permitido identificarlo con el óleo que el gran artista Juan de Miranda realizara en la segunda mitad del siglo XVIII.

                Cuando en 1808, D. Juan Primo de la Guerra, III Vizconde de Buen Paso, fue encarcelado en dicho castillo, escribió en su diario: “Las paredes de la capilla están recientemente pintadas por D. Miguel de Arroyo; el cuadro del altar, que es del señor de la Cruz y de la Virgen y San Juan, es obra de D. Juan de Miranda y tiene concedidas indulgencias por el obispo D. Antonio de la Plaza.”

          Y ese era el lienzo expuesto en Capitanía que, y seguimos con doña Carmen, “muestra dichas figuras: el Crucificado en el centro, a su derecha la Virgen, con túnica blanca y manto azul, a su izquierda San Juan, con túnica verde y manto rojo. Además, en la parte inferior se lee la serie de indulgencias concedidas por el Obispo D. Antonio de la Plaza."

          Efectivamente, en la parte inferior podemos leer: “El Illmo. Señor Dn. Antonio de la Plaza, Dignísimo Obispo de estas Islas, en 14 de Abril de 1790 concedió 40 días de Indulgencia a todas las personas que devotamente rezaran un credo delante de este Ssmo. Xpto. Otros 40 a los que rezaran una Ave María a Nª. Sª. de Dolores. Otros 40 por un Padrenuestro a la de Sn. Juan Evangelista que se veneran en este cuadro. Otros 40 a los que rezaren una Avemaría a la Purísima Concepción que se venera sobre el Altar. A todas las personas que oyeran Misa en dha. Capilla, por cada Padrenuestro y Ave María que rezaren durante la Misa.”

          Y añadía la doctora Fraga:

               “Por consiguiente no hay la menor duda acerca del autor de la obra, Juan de Miranda. Quizás extrañe a los conocedores del artista la dureza del dibujo e incluso el mismo colorido, pero es preciso tener presente que la tela fue restaurada en febrero de 1888 por Gumersindo Robayna Laso, quien intervino en la decoración mural de algunos salones del edificio de la Capitanía General. Posiblemente, son los repintes los que impiden apreciar correctamente la belleza de la paleta del grancanario.

                Por lo demás, ofrece las características estilísticas que les son propias, captándose zonas de indudable maestría, por ejemplo en la manera de plegar el paño de pureza en torno al cordón que lacera al Cristo, o en el fondo del conjunto.

                En todo caso, hay detalles iconográficos que merecen particular atención; así ocurre con la inclusión de sendos astros a los lados de la Cruz, junto a María y San Juan. La festividad de este Santo, el 24 de junio, coincide aproximadamente con el solsticio de verano, de ahí la presencia del sol y el color rojo de su manto, mientras que a la Virgen, vestida de blanco, alude la luna y la Natividad, el 24 de diciembre, en fecha aproximada al solsticio de invierno. Esta comparación cosmológica es expresada en un sermón de San Agustín y fue utilizada por artistas germánicos, como Matías Grünewald, indicando la ascendencia de elementos foráneos en el arte de Juan de Miranda.”

          Terminaba la doctora Fraga su interesante trabajo deseando se procediera pronto a la restauración del cuadro, lo que se efectuó, como hemos visto, unos años después.

          Por mi parte quiero recordar que Paso Alto, durante muchos años, fue también prisión, por lo que no serían pocos quienes acudieran al Cristo en aquella su difícil situación.

          Me voy a permitir resumir, extrayendo información de los trabajos publicados en la Gran Enciclopedia del Arte en Canarias, quien era el ya varias veces citado D. Juan de Miranda, aunque con toda seguridad muchos de ustedes conocerán su vida y su obra.

          En 1723, y en la ciudad de Las Palmas, vino al mundo este personaje, al que las calles del popular barrio de Triana vieron crecer en sus años de infancia y juventud. El más famoso de los pintores con que contaba aquella ciudad en la primera mitad del siglo XVIII, Francisco de Rojas y Paz acogió en su taller a Miranda, quien, tras unos años de aprendizaje se desplazó a otras islas del Archipiélago y a la Península, conociendo técnicas que iban a ser fundamentales en su carrera artística. Finalizando los años 40 se vino a vivir, quizás en compañía de su maestro, a La Laguna, y posiblemente por el enfrentamiento con otro hombre por un asunto de faldas. Se empezó a dar a conocer como retratista, pero de nuevo otros problemas con la Justicia o pudiera ser que el mismo ya citado, le obligaron a abandonar Tenerife, pues fue enviado a la cárcel de Las Palmas, por un corto período de tiempo, cuando corría el año 1755.

          Volvió a  trasladarse a la Península, visitando ciudades como Sevilla, Madrid y Valencia, y con los aires ibéricos su pintura se impregnó no sólo de los recuerdos de la plástica andaluza del Seiscientos, sino de las novedades que se estaban introduciendo en los talleres de la Corte. No se sabe cuando regresó a Canarias, pero se conoce que apenas iniciada la década de los 70 se encontraba en esta isla, residiendo en La Laguna, El Puerto de la Cruz y, sobre todo, Santa Cruz, donde moriría en 1805.

          En esta última etapa de su vida, es decir, entre 1770 y el año de su muerte, es cuando su producción artística fue más fructífera, recibiendo encargos de los más altos sectores de la sociedad, incluyendo organismos como el Ejército. Y no es que hubiese pocos artistas en la ciudad en aquella época, pues, desde los años 50, maestros formados en la población asumían los numerosos encargos que se les hacían como consecuencia del auge del puerto comercial y las creencias religiosas de la población. Pero todos quedaron en la oscuridad cuando Miranda se asentó en Santa Cruz. Se cree que fue hacia 1773 cuando pintó el cuadro del Cristo de Paso Alto. Se dedicó principalmente a la pintura religiosa, especialmente al tema de la Inmaculada, y también a retratos, y en ambas facetas de su arte se mostró en absoluta consonancia con la estética española de la época. Miranda, que sucedió en el tiempo a otros dos grandes pintores canarios, Gaspar de Quevedo y Quintana,  supo impulsar la pintura canaria hasta situarla a los mismos niveles que alcanzaban sus coetáneos peninsulares, con un estilo propio que incluía las peculiaridades del último Barroco español y en el que ya se atisbaban los nuevos aires ilustrados.

          De entre sus obras destacan la Inmaculada que se conserva en la Casa de Colón en Las Palmas, otra hermosa Inmaculada que se puede admirar en la Capilla de la Inmaculada de la Catedral de La Laguna, el Nacimiento de la Virgen que se encuentra en el Baptisterio de la misma Catedral, el San Juan Nepomuceno del Museo de Arte Sacro de la capital grancanaria y el Retablo fingido o “Políptico” de la Iglesia de Nuestra Señora de Candelaria, en La Oliva (Fuerteventura). Para finalizar este breve repaso de la obra de Juan de Miranda, resaltar también un retrato que realizó de D. Felipe Antonio Machado Spínola y Lugo, actualmente en la colección de la familia Machado, en La Orotava. Asimismo se conserva un retrato del propio artista que pintó Lorenzo Pastor y Castro y que forma parte de la colección de este Museo Municipal. Es curioso resaltar, desde el punto de vista de la pintura religiosa, que no es frecuente encontrar series completas relativas a la Vida o la Pasión de Cristo; sin embargo, Miranda pintó un Via Crucis que tenemos a unos metros de aquí, en la Capilla de la Venerable Orden Tercera Franciscana, y otra serie relativa a la Infancia de Jesús que forma parte de una colección particular de Gran Canaria. También hay otro bello cuadro suyo, la Adoración de los Pastores, que podemos admirar en la Iglesia de la Concepción. Bueno, y sin irnos muy lejos, en la sala contigua a este salón se pueden contemplar dos grandes cuadros con escenas de la vida de Jesús: La expulsión de los mercaderes del Templo y La triunfal entrada en Jerusalén.

          Estamos llegando al final. Hemos hecho un repaso de las circunstancias que llevaron al Cristo de Paso Alto a ser venerado por nuestros antepasados. Hemos también estudiado el propio cuadro de la mano de la doctora Fraga y conocido un poco de su autor. Y hemos visto, estamos viendo de nuevo en pantalla, el Cuadro que hoy se conserva en el Museo Histórico Militar de Canarias, en el Acuartelamiento de Almeyda. Sólo nos queda una cosa muy importante: hacer lo que los militares españoles llamamos un "juicio crítico” de lo expuesto o, como dicen los de otros países, ver cuales son las “lecciones aprendidas” de este rato que hemos pasado juntos.

          A mí me llama profundamente la atención, y lo dije al principio, cómo una tradición arraigada, la de la veneración al Cristo de Paso Alto, unida a actividades festivas como una romería, se desvanecen en el olvido; cómo un cuadro hermoso, importante, desaparece durante casi 100 años; y cómo todo eso sucede sin más que alguna remembranza por parte de algunos de esos benditos locos de los que ya hablé. Ese olvido de tradiciones religiosas y artísticas, y ese abandono de los tesoros que otros nos dejaron, me llevaron a titular estas palabras con la triste frase de “El Divino Olvidado”.

          Tenemos una enorme responsabilidad, y es la primera lección aprendida, cuantos de una u otra forma, en mayor o menor escala, hemos de preservar y difundir los elementos culturales en que se basa nuestra civilización. No es de recibo, por ejemplo, que a los más altos niveles, hoy se discuta una primera Constitución europea en la que se omita por entero el cristianismo y no se reconozca el enorme influjo que los valores cristianos han tenido en la formación de los pueblos del viejo continente. Tampoco lo es, a menor escala, que so pretexto de modernidades, supuestas mejoras urbanísticas, tendencias culturales y fobias políticas, se hagan desaparecer conscientemente, o se dejen caer, por desidia y abandono, recuerdos de un pasado que, aunque sólo fuera porque formó parte de la vida de quienes nos precedieron, debían merecer nuestro máximo respeto. ¿Qué le vamos a legar a quienes dentro de pocos o muchos años nos sucedan? ¿Qué le estamos enseñando a los niños de Santa Cruz de lo que fue el pasado de esta ciudad? ¿Hacemos todo lo que sería necesario para proteger nuestro patrimonio histórico? Esas son preguntas muy serias que debíamos hacernos con mucha más frecuencia. Que no suceda nunca más lo ocurrido con el Cristo de Paso Alto.

          Pero también hay otra lección muy importante, que me van a permitir que me tome la libertad de exponer, aunque no tenga ningún cargo eclesial y solamente justificando la impertinencia con el convencimiento de que todos formamos parte de la Iglesia y, como elemento integrante de ella, me considero autorizado para dirigirme a ustedes preguntando: ¿Y tenemos razón para escandalizarnos del olvido en que quedó el Cristo de Paso Alto, cuando en un oscuro desván de nuestro corazón tantas veces hemos arrinconado, abandonado y olvidado a Dios?

          Sólo deseo que esta última reflexión nos conduzca a que en nuestras vidas aparezca el bendito loco impulso de que eso no vuelva a suceder. Hoy, y si Dios quiere para siempre, el Cristo de Paso Alto, desde su sitio en el Museo de Almeyda, con los restos de la bomba que no llegó a herir a nadie a sus pies, nos recuerda que debemos acabar con tanto olvido y tanto abandono como rodea nuestra vida en los ámbitos colectivo y personal.

          Que Él nos ayude a conseguirlo.

 - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -