Mientras tú duermes

Por Enrique Roméu Palazuelos  (Publicado en El Día el 8 de junio de 1997).

  

          Tensa calma en Santa Cruz de Tenerife, alegre y desconfiada, afanosa al borde del océano, las ventajas y peligros le podían llegar por sus aguas. Superó ataques de intentos de asalto de navíos enemigos. En dos ocasiones. Próspera la hacían los barcos que llegaban pacíficos, con valiosas mercaderías. Navegantes decididos, sabios ilustres llegaban a la bahía, los unos para aprovisionamiento de sus naves, los otros se adentraban en la isla para llegar hasta el gran Teide, padre de las nieves y del fuego. Zarpaban los barcos de los descubridores hacia las islas misteriosas de la Polinesia y se cruzaban con los que llegaban de las Indias, felices por haber escapado de piratas y tempestades...

          Veinte años, poco más, que el capitán James Cook y sus barcos, Resolution y Discovery, permanecieron en las tranquilas aguas de la bahía, al tiempo que La Boussule. Su comandante Borda y el capitán español Varela hicieron trabajos científicos. También La Perouse, D’Entrecasteaux, Baudin...

          Tensa calma en Tenerife al comenzar del año 1797. Tenga y vigilante, pues España se mantenía en guerra con los ingleses. Inglaterra poseía poderosa flota militar, comandada por audaces marinos.

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          Bajaba el capitán Vicente Rosique hacia el castillo, temerosa fortaleza chata. Llegó al obelisco de la Virgen de Candelaria y se encontró con el mercader Francisco Dugi, que volvía de la marina. Se saludan, el militar pregunta al comerciante: “¿Cree Vd. que este año nos será tranquilo?”

          “¿Qui lo sá?”, -replica él tornando a sus raíces italas-. “¿Quién lo sabe? Por ahora tenemos sosiego... de abajo vengo que me ha llegado felizmente de La Guaira, y con buena carga de cacao, uno de mis barcos. Mientras los ingleses...”  –“Le felicito amigo, también llegan otros con oro y riquezas, que tienen en vilo a nuestro comandante. Confiemos en él, que bien se preocupa”. Se han despedido. La mañana es bella, luce el sol, ociosos y parejas de enamorados van hacia la alameda de Branciforte.

          Estaba ya en su despacho del temeroso castillo el general don Antonio Gutiérrez, que madrugador era. Duermen poco y mal los viejos. Y viejo era el jefe militar supremo de Canarias. Examinaba oficios, los firmaba, daba órdenes... Mucho sabía por viejo y bien conocía sus obligaciones. ¿Cuál la primera? Prevenirse contra los ingleses. Ya luchó contra ellos y victoriosamente en las islas Malvinas y en la reconquista de la de Menorca. ¿Sería Tenerife la tercera? ¡Premio para el buen militar y noble caballero!

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          Sin estarlo, Santa Cruz de Tenerife estaba en guerra y bien que la preparaba el general. Que las Milicias de Canarias, que los Regimientos, que los artilleros, los cañones. Órdenes aquí, oficios allá... Sobre todo que los vigías de la costa se mantuvieran atentos. Pero ¿quién pone puertas al mar? ¿Quién ojos a la noche? Sorpresa, temores, desconcierto y estupor para la gente marinera y vecinos madrugadores que se hacían cruces al amanecer del 17 de abril. ¿Dónde estaba el navío El Príncipe Fernando, que anclado en la bahía, con su carga de oro americano, esperaba buena ocasión de ir a Cádiz? ¿Quiénes se lo llevaron? ¿Los ingleses? Pues sí. Los de la fragata Terpsicore, que mandaba Richard Bowen. Entraron y, amparados por la oscuridad y el silencio, cortaron las amarras y... ¡Mar afuera y de prisa! Hubo rayos y truenos y demás contra los piratas, que se frotaban las manos y pensaban que su hazaña fue fácil. ¡A repetirla! Y el mes siguiente se llevaron el navío francés La Mutine y éste con la tripulación, que luego canjearon por prisioneros ingleses. Tozudo el general Gutiérrez, que a la tercera sería la buena.

           El victorioso Bowen se reunía con la escuadra del almirante Jervis que merodeaba ante Cádiz. Refería sus éxitos y acaba con “¡Señores, esto es pan comido!”.

  

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