Reinauguración de la Fuente de Morales. Palabras de Luis Cola

A cargo de Luis Cola Benítez. (Reinauguración de la Fuente de Morales, 2 de mayo de 2013)

  

          El abastecimiento de agua a Santa Cruz constituyó un problema desde los primeros tiempos de su historia. Transcurridos más de dos siglos, no fue hasta 1706 cuando la población contó con la primera fuente pública, a la que el preciado líquido llegaba desde los nacientes de Monte Aguirre por canales de madera, con un recorrido de más de una docena de kilómetros; y tuvo que pasar otro siglo más para que tan precaria conducción pudiera ser sustituida por atarjeas de mampostería. La obra, de enormes proporciones para los cortos recursos con que se contaba, estuvo a cargo de una Junta Económica del Agua, cuya presidencia se ofreció al que era entonces comandante general de Canarias, el general don Francisco Tomás Morales, que realizó una muy eficaz labor al frente de la misma.

          De esta manera, bajo sus auspicios, se pudo traer el agua hasta el barrio de El Cabo, estableciéndose la primera fuente pública con que contó el entonces populoso núcleo costero para el servicio de sus vecinos, que hasta entonces o bien se surtían de la fuente de la Plaza de la Pila o tenían que contentarse con el agua salobre de algún pozo, como el que existió desde muy antiguo muy cerca de aquí, junto al puente del Hospital. Hoy, cuando no reparamos en el cuasi milagro cotidiano que representa en esta tierra volcánica que abramos el grifo en nuestras casas y dispongamos sin más del preciado líquido, nos es muy difícil imaginar lo que para aquellos vecinos representó el tener tan cerca de sus hogares un punto de suministro a disposición de todos.

          El agua…, siempre el agua, era la máxima preocupación de los responsables públicos. Santa Cruz de Tenerife padeció durante centurias auténtica sed. Algunos años antes de que se inaugurara esta fuente, los procuradores síndicos Pedro José de Mendizábal y Patricio Murphy exponían al alcalde Matías del Castillo Iriarte: “…sin agua abundante vanos serán los esfuerzos que se hagan para fomentar esta Villa. Sus mustios campos no producirán sin ella más que los cardos y tabaibas de que los vemos cubiertos al presente y la dificultad de hacer aguada los barcos y proveerse abundantemente de víveres les alejarán de su Puerto…, Santa Cruz será siempre sin agua un pueblo de corto vecindario que no podrá con su corto consumo dar fomento y aumentar las producciones y escasa industria de las Islas, y aunque sólo con la que tiene ninguno se le aventaja en las siete, por estar situado en la más importante de todas, residir en él el Gobernador de la Provincia y estar en sus playas la rada más abrigada y capaz de Tenerife, con todo, si la tuviera abundante prosperaría con rapidez increíble.”

          Esta nueva fuente colmó entonces las aspiraciones de muchos. De piedra basáltica del país, cerca del ángulo NE del Hospital de Nuestra Señora de los Desamparados, su emplazamiento original era paralelo y junto al cauce del barranco de Santos, al que daba la espalda. En principio disponía de cuatro chorros -ampliados posteriormente, hay que decirlo, de forma un tanto chapucera- y de una pileta por el lado del barranco, en la que se recogían los derrames y que servía de abrevadero para el ganado.

          Fue inaugurada hace 175 años, el 2 de febrero de 1838, cuando ya no ostentaba el mando el general Morales, a cuya memoria se había dedicado, con la asistencia de todas las autoridades, encabezadas por el comandante general marqués de la Concordia, alcalde de la Villa Pedro Forstall, representaciones ciudadanas, banda de música y, especialmente y en gran número, los agradecidos vecinos del barrio de El Cabo, que no cesaban de alabar el nuevo servicio. Algunos de ellos enarbolaban una pancarta en la que podía leerse, como agradecido e ingenuo homenaje: “Santa Cruz te dedica con celo ardiente, a ti, Morales, esta fuente.”

          Por cierto que la inauguración de la fuente dio lugar a un puntilloso incidente entre la corporación que había decidido su realización -que ya no estaba en el consistorio- y la que le había sucedido, que pretendía anotarse todo el mérito y, como ahora se diría, “salir en la foto”. Al final, salomónicamente, se encontró la fórmula de consenso haciendo constar: Fuente de Morales. Año 1837, y, a continuación, Dedicada en 1838. Así se contentaba a todos.

          Poco después el Ayuntamiento trató de hermosear el entorno plantando una serie de arbolillos con la intención de que dieran sombra, pero su duración fue efímera, pues en la primera ocasión en que se escaparon los cerdos que se criaban en la huerta del Hospital para ayudar al sustento de los asilados, dieron  buena cuenta de los tiernos esquejes.

          El paraje en que se encuentra, cerca de la desembocadura del barranco de Santos, nunca recibió suficiente atención por parte de los responsables municipales. En 1863 hasta se autorizó la instalación de una herrería adosada a ella, al borde del barranco, junto al Charco de la Casona. Hoy ya se han efectuado trabajos de urbanización y acondicionamiento en las vías de su entorno, aunque particularmente opino que su nueva ubicación no es la ideal, y tengo la impresión de que algo más podría hacerse para completar y ennoblecer esta reliquia de nuestro patrimonio, tan castigado a lo largo de los años.

          La Fuente de Morales, felizmente restaurada por un artista de la piedra que tenemos la suerte de que esté entre nosotros, Régis Chaperon -al que hay que felicitar por su trabajo- es en unión de la más cercana ermita de San Telmo, y poco más, uno de los últimos testimonios físicos del que fue populoso barrio de artesanos y hombres de mar de Santa Cruz, hoy desaparecido en aras del progreso, razón por la que sus centenarias piedras merecen toda clase de consideración y respeto.

          Fue la segunda fuente pública con que contó Santa Cruz, después de la Pila de la plaza principal que, por cierto, es el testimonio civil urbano más antiguo que existe en nuestra ciudad. Cincuenta años más tarde ya se encontraban, además de estas dos, la de Isabel II, Santo Domingo, Puerto Escondido -junto a la Plaza del Patriotismo-, el Chorro de los Caballos -al inicio de la calle de Los Campos, hoy Dr. José Navieras- y la del llamado entonces Barrio Nuevo, construida por la Sociedad Constructora en la carretera de La Laguna, actual Rambla Pulido. Sólo existen actualmente las cuatro primeras -la Pila, Morales, Isabel II y Santo Domingo-, auténticas reliquias del pasado, algunas de las cuales, especialmente la de Isabel II, precisan urgentemente una mayor atención en cuanto a su conservación y ornato se refiere, dotándolas de agua e iluminación adecuada, así como del necesario espacio de protección en su entorno. Estas actuaciones de fácil ejecución y no gran costo, permitirían adecentar y revalorizar muchos pequeños rincones y contribuirían, sin grandes esfuerzos inversores, a hacer más agradable muchos espacios que se encuentran degradados, recuperándolos para vecinos y visitantes.

          Hoy, siguiendo esta línea de actuación, debemos felicitar y agradecer al actual equipo municipal que lidera el alcalde don José Manuel Bermúdez, que haya tenido la sensibilidad suficiente para dedicar su atención a la recuperación de este monumento de nuestro acervo cultural, modesto en cuanto a forma y material utilizado, pero enormemente importante en la historia de la Ciudad y para nuestra memoria ciudadana.
 

          Gracias.

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