El castillo de San Andrés. El antiguo centinela.

Por Daniel García Pulido  (Publicado en El Día / La Prensa el 25 de julio de 1998).

Las ruinas, proclamando el poder invencible del tiempo, son las historias del pasado, las amenazas del presente, y los fundamentos del porvenir. (Bottach)

 

          El Castillo de San Andrés descansa, abierto en canal, desparramando su interior en forma de basalto sobre un suelo añejo, despedazado por las fuerzas de la Naturaleza, estático, paciente, ciego a una suerte ignota, que tarda en conformarse en realidad. Su romántico y ajado perfil, que ya enamorara a tantos y tantos estudiosos y políticos de nuestra historia, puede definirse claramente como una de las fortalezas más conocidas de esta capital, y casi de la Isla entera. Puede decirse que son pocos, muy pocos, los que alguna vez no han pasado a su lado, rodeándola en un itinerario cotidiano estival, y menos aún los que no se hayan preguntado el porqué de esa edificación, de ese grito de dolor que parece transmitir el castillo de San Andrés a todo aquel que fija su mirada en sus centenarias piedras.

          El cercenado torreón parece haber quedado siempre al margen de los episodios más trascendentes de la historia de la ciudad de Santa Cruz de Tenerife, aunque hay constancia del papel que ha ejercido en el pasado este punto fortificado, defendiendo ese pedazo de costa y la población cercana de la embestida cruel de piratas, corsarios y naves de guerra enemigas. Una investigación profunda en e! tema brindaría la sugerente posibilidad de elaborar una reseña importante de la totalidad de las acciones defensivas que ha realizado esta fortaleza, aunque sin duda su actuación más relevante parece coincidir con el capítulo dorado de la historia de su vecina ciudad: la Gesta del 25 de julio de 1797.

Construcción de la torre

          La ubicación de una fortificación en el valle de San Andrés responde al crecimiento y valor que fue adquiriendo, con el tiempo, aquella zona de la Isla tanto en el aspecto poblacional como económico. La presencia de fuentes de agua dulce, de gran calidad según el testimonio de algunos viajeros, contribuyó enormemente a que los ojos interesados de corsarios, filibusteros y aventureros se posaran en este desprotegido rincón de la Isla, haciéndolo casi parcela propia en no pocas ocasiones.

          Siguiendo las documentadas pautas que nos brinda el investigador José María Pinto y de la Rosa en su monumental obra (1), el castillo de San Andrés fue un designio particular de la política defensiva del capitán general D. Agustín de Robles y Lorenzana, firme valedor del engrandecimiento de Santa Cruz de Tenerife con sus proyectos urbanísticos y de canalización de aguas. El estudio y ejecución de las obras recayó, por indicación expresa de aquel capitán general, en el ingeniero de S.M. D. Miguel Tiburcio Rosell de Lugo y Home (1658-1728). Una poderosa avenida del barranco próximo cegó este primer baluarte antes de 1740, pues hay constancia, según dicho autor, de que en ese año el ingeniero D. Antonio Riviere proyectaba su reparación

          El actual Castillo fue fruto del proyecto defensivo del comandante general López Fernándes de Heredia, que encargó en 1769 al ingeniero murciano D. Alonso Sánchez de Ochando el levantamiento y adecuación de cierto número de torreones en diversos parajes de la geografía del archipiélago, siguiendo una cierta línea de construcción de iguales características. De esta manera, se pueden considerar «gemelos» de la fortaleza de San Andrés a los castillos de Gando y San Pedro, en Gran Canaria; Tostón y Caleta de Fuste, en Fuerteventura; y Torre del Aguila, en Lanzarote.

“Gesta” de julio de 1797

          Aun a pesar de su relativamente reciente reconstrucción, tan sólo una treintena de años después, la torre de San Andrés, a tenor de las reiteradas instancias de los documentos y crónicas de la época, no parecía hallarse en su mejor estado defensivo al tiempo del intento de asalto británico, ni desde el punto de vista exclusivamente artillero, en relación al material y repuestos, ni desde el bando particularmente humano, en cuanto a sus mandos y dotación. Entre las diversas referencias al primero de estos específicos hechos, entresacamos detalles del informe del teniente José Feo de Armas y Bethencourt, con fecha 24 de julio de 1797. En dicho documento, éste daba cuenta, entre otros asuntos, “del deplorable estado de esta fortaleza” , aduciendo que de 4 piezas artilleras, dos eran inútiles por “habérseles roto el eje de las cureñas”, y otra tenía uno de sus ejes a punto de rendirse; y que la batería baja estaba “sin explanada y llena de arena”, siendo por tanto inútil para ubicar en ella artillería. Palabras de por sí expresivas son con las que termina este oficial el despacho a su superior: “Yo quisiera desempeñar mi comisión en cualesquiera destino con el honor posible y el amor al Servicio del Rey, pero en esta ocasión, si no se provee de lo necesario, no podré responder de la Artillería, siéndome bastante doloroso» (2).

          En relación al segundo punto, su ausencia de mando en la época prefijada, queda latente no sólo en e! envío, en el transcurso del mismo día 22 de julio, inicio de los acontecimientos, del capitán de infantería Bartolomé de Miranda, de paso en Santa Cruz de la vecina Isla de Gran Canaria (3), sino en un apunte inédito hasta la fecha. En un informe del capitán británico Thomas Moutray Waller, se recoge explícitamente que, al pasar el 22 de julio parte de la escuadra por las cercanías de aquel emplazamiento para fondear en el Bufadero, “la torre fue cerrada y arriada su bandera” (4), circunstancia curiosa y que denota claramente la inexistencia de un mando en dicho paraje.

          El verdadero instante cumbre en el rol defensivo de esta torre sucedió en la mañana del 25 de julio, con las primeras luces del alba, cuando parte de la escuadra británica, que se levaba de su apostadero en el Bufadero, se acercó imprudentemente, desconociendo la existencia de la reactivación defensiva de aquel sector costero. Es indudable que el motivo de este acercamiento lo constituye, en el fondo, las recurrentes y caprichosas “calmas” y corrientes que se entrecruzan en la bahía de Santa Cruz, que obligaron a los buques británicos a realizar ese movimiento para escapar de! alcance de fuego del grueso de la artillería de la plaza de Santa Cruz (5).

          Con el abatimiento de varios navíos ingleses hacia las cercanías de aquel paraje, nos vemos en la tesitura de incluir el testimonio del capitán Bartolomé de Miranda, poco divulgado hasta la fecha, para conocer los pormenores de la defensa del Castillo de San Andrés en aquella jornada, acción que se prolongó desde las 6 hasta las 8 de la mañana, dos horas largas después de haberse capitulado (6) en la propia plaza de Santa Cruz:

               “Habiéndosenos presentado a tiro el Navío Comandante y una fragata se la dirigió tan bien la puntería que dos Balas sonaron bien en su costado y una dentro que les causó algún alboroto, según se observó; a la segunda se le aseguraron dos tiros en su costado; y a la Bombarda, después de habernos tirado con ocho o diez bombas, se le hizo puntería del Castillo, y al segundo tiro se le empleó la Bala en la proa que le hizo dar una media vuelta, obligándose a retirarse al costado del Navío.

                Con motivo de habérsenos roto el eje de un Cañón de a 24, nos vimos precisados a seguir el fuego con el otro que quedaba, el que resultó haberse calentado demasiado; sin embargo de habérsele refrescado con agua a cada tiro, se reventó por el segundo refuerzo junto a los muñones, causándonos el estrago de herirnos al carpintero Talavera, peligrosamente, y a otros varios que no lo tienen, entre ellos el Castellano D. Salvador de Vera ...” (7).

          El artillero fallecido era Vicente Talavera, carpintero natural de la Isla de Gran Canaria y miembro de la 2ª compañía de artilleros de milicias de la plaza (8). Desde el amparo y en razón de estas líneas, pedimos su recuerdo en nombre de calle, plaza o rincón para este humilde, gran personaje. Debemos reseñar que, entre los daños que sufrió este torreón, el teniente coronel Guinther, personaje actuante en la defensa de Santa Cruz, nos menciona que “una bala dio en el centro de la Altura del Castillo y no hizo estrago, y una bomba (cayó) junto a la Escalera” (9).

          Resulta extremadamente curioso, y es harto frecuente en el estudio de la Gesta, el que existan varias versiones sobre diversos momentos del combate, y en esta ocasión, no nos resistimos a dejar constancia de una de las causas, totalmente parcial y anecdótica, que acerca de la finalización del enfrentamiento entre San Andrés y la escuadra se dio como solución desde el bando británico.

          Este intercambio de tiros, según el guardiamarina del Theseus, William Hoste, finalizó porque las andanadas de los navíos cercanos acallaron la batería, cuando sabemos perfectamente que el castillo de San Andrés se detuvo en su vorágine artillera por triste accidente (10). Este apunte no hace más que demostrar la importancia del contraste de los datos en la investigación histórica.

         Observando el estado actual de esta torre, que cedió definitivamente ante una furiosa avenida de los próximos barrancos en el año 1895 (11), consuela al menos saber que quedan los restos que definían la belleza de un edificio singular, y que, quizá, ese estado de ruina la ha salvado de la destrucción completa e irreparable de la que han sido objeto la inmensa mayoría de sus contemporáneos. Su reconstrucción parece complicada, y seguramente inviable, incluso más aún cuando actualmente reconstrucción lleva aparejado total renovación, pero su uso, siquiera simple, parece factible, y con ello la adecuación de la pequeña sala existente, de su pequeño llano interior, de su escala de acceso, y de su bella mitad de explanada superior (12).

          No puede dejarse una de las cuatro fortificaciones que han llegado a nuestros días (contando con los cada día más expoliados restos de la batería de San Francisco), abocado irremisiblemente al abandono. Un símbolo de un bello pueblo marinero, hendido por la furia de una fuerza sobrehumana, que parece transmitir, retorcido en sus sillares, un impresionante sentimiento de robustez, de añorada y lozana gallardía; un reclamo para el recuerdo y para nuestro agradecimiento por todo ese tiempo de servicio de celoso centinela de tan encantador paraje santacrucero.


Fuentes bibliográficas

l. Apuntes para la Historia de las Antiguas Fortificaciones de Canarias. Museo Militar Regional de Canarias, Santa Cruz de Tenerife, 1996.
2. Lanuza Cano, Francisco: Ataque y derrota de Nelson en Santa Cruz de Tenerife. Madrid, 1966. Doc. CL VI-CL VII. Pp. 595-597. Palabras quizás más claras y contundentes nos las brinda el comerciante Bernardo Cólogan y Fallon (1772-1814), que se quejaba amargamente en su relación de esta triste circunstancia: “Es de notar que en el citado Castillo no había más que dos cañones sensibles de los que pronto uno se inutilizó. Si este Castillo hubiera estado provisto de sus cañones competentes, les hubiera salido caro el paso a algunos de aquellos navíos”.
3. Se conserva el nombramiento de dicho oficial para este punto fortificado en el Archivo de Capitanía General de Canarias. (Lanuza Doc. cit, pág. 479).
4. Esta relación inédita formará parte de la segunda parte de las Fuentes Documentales, en elaboración.
5. Relación de Guinther. (Cola Benitez, L.; Ontoria Oquillas, P.; García Pulido, D.: Fuentes Documentales del 25 de julio de 1797, pág. 115). Monteverde señala igualmente que “se habían abatido a impulso de las corrientes”.
6. Los oficiales de esta torre desconocían enteramente las circunstancias de la capitulación pactada en Santa Cruz. La orden de “alto el fuego” llegaría sobre las 8 de la mañana, a través del capitán Gaspar Antonio de Fuentes-León y Espou (1762-1828).
7. Lanuza Cano: Op. Cit. Doc. CLIX, págs. 601-602. Entre las múltiples referencias a los impactos en las naves británicas, recogemos un interesante testimonio anónimo, que mencionaba que los ingleses, en el transcurso de los días 26 y 27 de julio, estuvieron “habilitando una de las Fragatas, que al tiempo de levarse decayendo con la corriente sobre Paso Alto, recibió algunos balazos en el costado y hacía bastante agua”.
8. Fuentes Documentales, pág. 64.
9. Fuentes Documentales, pág. 115.
10. Fuentes Documentales, pág. 343. Las palabras de Hoste fueron exactamente “nosotros respondimos (al fuego de San Andrés), silenciándolos pronto”.
11. El año lo hemos encontrado únicamente en la página 181 de la guía de Alfred Samler Brown, «Guide to Madeira and the Canary Islands» (Londres, 1898, 5ª edición). Hasta el momento, nuestros intentos por precisar la fecha exacta a través de la Prensa han sido vanos.
12.La acertada posibilidad de la instalación de un pequeño museo de este pueblo o de una sala de exposiciones ha sido apuntada recientemente en este mismo rotativo por el grupo juvenil Ibaute, de dicha localidad.

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