Gestas y gastos

Por Rubén Naranjo  (Publicado en Canarias 7 el 16 de junio de 1997).

Nota de la Tertulia: Publicamos este "artículo" como muestra de lo que, desde la envidia pueblerina y la ignorancia histórica, se puede escribir (y publicar) aún a costa de denigrar un hecho que es un orgullo para todos los canarios no cegados por estúpidas disputas que sólo buscan dañar la convivencia entre quienes habitamos estos 8 roques en el Atlántico.

 

          El próximo 25 de julio, a no ser que las profecías de Nostradamus estuvieran equivocadas y se adelante el fin del mundo, en la capital de Canarias, la de verdad, se conmemora la mayor gesta habida en esta parte del mundo, en las otras restantes y lo que queda del Universo. Para la señalada fecha de 1797, los ingleses, con el almirante Horacio Nelson a la cabeza, no tuvieron otra ocurrencia que pretender entrar en la capital chicharrera, sin percatarse de que todavía habrían de esperar un par de siglos, para que el Aeropuerto del Sur estuviera terminado y pudieran arribar a aquellos pagos meridionales cuantos hoolligans quisieran, sin que ello fuera a suponer quebranto alguno. Lo cierto es que en ese dichoso mes canicular, el Nelson de marras perdió su brazo en las playas -bueno, en los callaos- de la costa santacrucera. En honor a la verdad, no lo perdió, lo botaron a la marea, lo que quedaba de él, después de cortárselo, a cuenta del mal estado en que se lo dejó el tiro de un cañón.

          Sobre este acontecimiento histórico hay muchas interpretaciones, desde la algarabía oficial que pretende elevarlo a la categoría de hito sin parangón en la historia de la Humanidad, a los que, más que nada, por mojarles las liendres a los chichas, gustan de relativizar el asunto y poner las cosas en su sitio. Acostumbrados como estamos a oír decir que cuando va perdiendo el C. D. Tenerife el partido “lleva un marcador de ventaja adversa para el representativo insular”, o que se tupan como tocinos y no den información del resultado cuando el mencionado equipo pierde; no es de extrañar que al suceder lo contrario, cuando ganen, aunque sea de rebote, con la mano, en fuera de juego y en el minuto 91, el asunto puede ser calificado de hazaña heroica. Lo cierto es que Benito Pérez Galdós, al que se le conoce sobradamente su afición por relatar las grandes gestas históricas, entendidas como hechos de armas, habidas en el territorio hispano,  jamás hizo mención en sus Episodios Nacionales de los sucesos del julio chicharrero de 1797. De hecho, desde la capital de Canarias, la verdadera, se le ha echado en cara al pobre don Benito que no empezara la relación de sus Episodios, precisamente con la gesta chicha. Caben dos suposiciones. O bien que el escritor no tuviera en cuenta a las Islas, por no considerarlas parte del territorio nacional español, o que no le pareciera relevante el incidente en cuestión. Cada cual que saque sus conclusiones, pero desde luego, la vena españolista de Pérez Galdós es incuestionable, y no cabe plantear veleidades independentistas en su olvido del asunto del 25 de julio. Queda pues, la otra posibilidad, o simplemente, como también se ha insinuado, que era canarión, y todo tendría fácil explicación aplicando la célebre teoría del despojo, o lo que es igual, que otra vez uno de la isla de Las Palmas, como gustan decir allá, intentó cargarse algo de Tenerife, procurando silenciarlo.

          Sin querer entrar en disputas, ni riñas, ni animar el Pleito Insular, ahora que el Hermoso presidente dice que está apagado, bueno sería sacar a colación una versión de los hechos  bien distinta. En este caso, del supuesto bando perdedor. Para ello podemos acudir a la obra de Olivia M. Stone, una inglesa soñadora que recorrió las Islas en la década de los ochenta del pasado siglo. Según su particular punto de vista, “trescientos cuarenta ingleses amenazaron con éxito a los varios miles de españoles y alrededor de cien franceses” y les permitieron partir impunemente con toda la gloria de una retirada honrosa”. Remata la tacha diciendo: “Está claro que las banderas que se conservan en Santa Cruz se cogieron de los botes hundidos que el mar trajo a tierra, probablemente poco después de que los ingleses hubiesen abandonado las islas… si se las quiere considerar como estandartes arrancados de manos incapaces de retenerlos, en ese caso no tienen valor alguno”.

          Particularmente, ni estiro ni encojo, ni la manta es mía, pero qué quieren que les diga, me cae simpática esta lady Olivia.

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